Amar a Dios


AMAR A DIOS
Por Ṭhākura Bhaktivinoda
25 agosto, 1871

Fue Jesucristo quien dijo por primera vez: “Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con toda tu fuerza y ama al hombre como a tu hermano”.

Ésta es en efecto una verdad absoluta, pero diferentes hombres han dado distintas interpretaciones a esta noble expresión. Las expresiones de todos los grandes hombres son agradables, pero un tanto misteriosas. Cuando se entienden, acercan la verdad al corazón; de otro modo, permanecen como las letras que “matan”.

La razón para este misterio, es que el hombre avanzado en su aproximación a la deidad, tiene el hábito de recibir revelaciones, las cuales no son más que un misterio para aquellos que están detrás de él. Las etapas de progreso son muy similares en los distintos círculos del espiritualismo, los cuales, aunque no a través de sí mismos, explican una gran parte del desarrollo gradual del alma. Hemos entendido que algunos espiritualistas sostienen que la materia sublimizada se convierte en espíritu. Esta teoría está realmente en contra de nuestra convicción interna. La materia es materia y el espíritu es espíritu, uno no puede formar al otro. El espíritu es ciertamente una existencia superior; aunque no podamos entender completamente en nuestro estado presente de prisioneros de la materia qué relación tiene exactamente el espíritu con la materia, espacio y tiempo.

Aparte de la metafísica, decidimos que el alma humana se eleva más y más alto y puede entender cosas de las cuales por el momento, no tenemos la menor idea. Sujeto a esta regla importante, Cristo, Jesús de Nazareth, recibió y pronunció las palabras citadas arriba.

Para esos lectores que están un poco por encima en la escala de los hombres ordinarios, estas expresiones de Jesús enseñan que:

1) El hombre debe amar a Dios con todo su corazón, (lo que significa, el afecto del corazón sensible como el de todo niño, opuesto al odio)

2) Con toda su mente, (lo que significa, del intelecto que conoce, opuesto al que ignora todas las cosas)

3) Con toda su alma, (lo que significa, ese principio de la constitución humana que siente su propia inmortalidad al adorar al todopoderoso)

4) Y con toda su fuerza, (lo que significa, todo trabajo activo, libre albedrío, voluntad).

No obstante, para el hombre inspirado, cosas mejores y significados más sublimes aparecen bajo las sagradas palabras del inspirado Jesús. Él le enseña al hombre a amar a Dios y no a indagar, inferir, odiar o especular acerca de Dios. Dice que cuando el hombre está en su estado absoluto, no es intelecto o cuerpo, sino la mismísima alma pura. La esencia del alma es la sabiduría y su acción es el amor absoluto. La condición absoluta del hombre es su relación absoluta con la deidad en amor puro. El amor, entonces, es en sí, la religión del alma y consecuentemente del hombre pleno.

Aquí, el discípulo preguntó: “¿Qué es lo que tengo que hacer con el corazón? Mi corazón ama el ver la sonrisa del Sol, comer un platillo dulce y contemplar una danza”. Jesús le responde profundamente: “¡Sí! ¡Debes amar a Dios con todo tu corazón! Tu corazón ahora corre en busca de otras cosas, pero debes, tal y como entrenas a un mal caballo, hacer que tu sentimiento corra hacia el amor a Dios”. Este es uno de los cuatro principios de la adoración o al que se le llama en la literatura vaiṣṇava, śānta-rasa.

Entonces el discípulo dijo: “Señor, el intelecto me lleva a otra parte, alejándome de Dios, quiere llevarme al positivismo (a la observación científica); por favor instrúyeme, ¿qué debo hacer?”. “Sí” -contesta Jesús-, “debes amar a Dios con toda tu mente; cuando percibes, concibes, recuerdas, imaginas y razonas, no debes permitirte la aridez del intelecto, debes desarrollar al intelecto en todas las cosas buenas y sagradas en base de amor por la verdad, por la belleza espiritual y por la armonía. Esta es la segunda fase del desarrollo vaiṣṇava la cual se conoce con el nombre de dāsya- rasa.

El discípulo entonces le inquiere, si es que el desarrollo de estos afectos y del intelecto es suficiente para él. Entonces dice el Señor : “También debes amar a Dios con toda tu alma, debes percibirte a ti mismo en comunicación espiritual con la divinidad, con la deidad y recibir revelaciones sagradas en tus horas más sublimes de adoración”. A esto se le llama, el sakhya-rasa de los vaiṣṇavas, el alma aproximándose a la deidad en un servicio intrépido y sagrado.

El discípulo piensa entonces, que en tal posición estará perdido y no será capaz de actuar. Luego, el salvador le dice las siguientes palabras: “Debes amar a Dios con toda tu fuerza o voluntad, te equivocas al concluir que perderás tu actividad existente, recibirás mucha más, trabajo para Dios y trabajo por Dios, precedido de una visión sin ningún interés que no sea la sagrada voluntad (fuerza de voluntad y libre albedrío son privilegios del hombre) e identificándose con el alma pura, esto ampliará enormemente tu atención”.

Ésta es la descripción del bhakti en general.

Entonces Jesús procede a decirnos: “Debes amar al hombre como a tu hermano”, de esto se infiere la cuarta fase del amor, la cual es un sentimiento de que todos los hombres son hermanos y que Dios es el padre común. Esto es vātsalya-rasa, en su primera etapa de desarrollo.

El bhakti es, hasta aquí, percibido desde el primer desarrollo del hombre en la forma del corazón, después en la forma de la mente, luego en la forma del alma y finalmente en la forma de la voluntad (libre albedrío). Estas formas no se destruyen unas a otras, sino que hermosamente a armonizan dentro de una constitución pura de lo que llamamos el hombre espiritual o el ekānta de la literatura vaiṣṇava.

Pero hay otra verdad aún más sublime detrás de este hecho, la cual le es revelada tan sólo a unos pocos, a aquellos que están preparados para ella. Nos referimos a la conversión espiritual del alma en su forma femenina. Es en este estado sublime, noble y tan elevado en el cual, el alma puede probar la dulzura de un matrimonio indisoluble de amor con Dios. Ésta es, la quinta o la más elevada etapa del desarrollo vaiṣṇava a la cual llamamos mādhurya-rasa. Únicamente en ésta, se extiende hábilmente la porción más hermosa de la literatura vaiṣṇava. Esta fase de la vida humana, por misteriosa que es, no es conquistada por todos. ¡No!, debiéramos decir, que no la obtiene nadie más que los que pertenecen a Dios mismo. Está tan lejos, tan más allá del alcance de los hombres ordinarios, que los racionalistas y aun los teístas ordinarios, no pueden entenderla. ¡No!, ellos llegan al extremo de mofarse de ello, como si fuera algo inhumano, desnaturalizado o artificial.

¡Oh, Señor! Revela tus más valiosas verdades a todos, para que no Seas insultado por los fanáticos y locos, y de esa manera, toda la humanidad sea admitida como Tuya”.

Fin

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