Śrīla Prabhupāda quería que devotos e invitados estuviesen atentos mientras
él hablaba sobre el Bhagavad-gītā o el Śrīmad-Bhāgavatam.
Una vez, Prabhupāda expresó su disgusto con un niño que lloraba, y una persona
en la audiencia lo desafió:
—Si usted es un guru, ¿por qué
se perturba?—. Prabhupāda contestó que era la audiencia la que veía perturbada
de escuchar atentamente, y que por eso había pedido que hiciesen callar al
niño. Incluso cuando Prabhupāda hablaba en hindi, que la mayoría de sus
discípulos no podían entender, esperaba que se quedasen escuchando y guardasen
silencio. Dijo que incluso si no podían entender el lenguaje, la vibración
sonora los purificaría.
En Nueva Delhi, en cierta ocasión en que Prabhupāda estaba hablando a un
ministro del gobierno y otros invitados en su habitación, dos de sus discípulos
armaron alboroto. Brahmānanda Swami estaba enfermo y necesitaba saber la
dirección de un médico; así pues, entró en la habitación para atraer la
atención de Tejās. Al principio, Tejās no quería ni siquiera hablar, pero Brahmānanda
insistió y lo atrajo a un lado. Tejās se volvió y dio la dirección del doctor,
pero Brahmānanda le pidió más información, y los dos empezaron a discutir. Como
reacción a la molestia, Prabhupāda dejó de hablar. Cuando los devotos lo
miraron, él tenía la vista clavada en una mancha del techo que estaba
justamente encima de donde los dos habían estado sentados. Prabhupāda bajó la
vista del techo y miró directa y firmemente a los dos discípulos ofensores.
—Esto es muy enojoso para mí —dijo Prabhupāda. Sacudió su cabeza con
disgusto y añadió: —Es desconcertante.
Habló estas últimas palabras con un tono suave, pero con ira. La
atmósfera de la habitación era muy tensa. Los distinguidos invitados miraban a
los jóvenes y a Prabhupāda, y los jóvenes estaban desolados. El disgusto de
Prabhupāda continuó sin alivio, hasta que de pronto otro devoto entró en la
habitación y anunció: —Prabhupāda, el auto está listo—. No liberó a sus
discípulos de su instructiva indignación hasta que se levantó para salir a
cumplir otra ocupación.
Entrevista con Tejās dāsa
En 1969, cuando Prabhupāda se hospedó en la finca de John Lennon, le
gustaba pasear durante la brumosa mañana por los jardines y arboledas. Allí se
encontró con el jardinero jefe, un anciano caballero inglés que solía vestir
una chaqueta de cheviot, incluso cuando cavaba la tierra. El jardinero no había
mostrado interés en la filosofía ni en los devotos, pero cuando vino Prabhupāda,
se interesó en encontrarse con él. Durante el primer paseo matutino, el
jardinero jefe se presentó. Prabhupāda también estaba vestido como un
caballero, llevaba una chaqueta negra larga, un sombrero negro y botas
Wellington.
—Yo soy el jardinero jefe aquí —dijo el hombre. Prabhupāda dijo que
estaba contento de encontrarse con él y le preguntó: —¿Qué está cultivando?—.
El jardinero ansiosamente mostró a Prabhupāda algunas plantas y frutos que
cuidaba en el invernadero, entre ellas melones de agua y variedades de flores.
También extrajo las bandejas que había bajo una mesa del invernadero y le
enseñó a Prabhupāda sus champiñones.
—Oh, nosotros no comemos eso —dijo Prabhupāda—. Son hongos—. El
hombre admitió que eran hongos. Prabhupāda explicó que los champiñones no saben
bien y, como crecen en lugares oscuros y húmedos, se consideran alimentos en la
modalidad de la ignorancia. Śrīla Prabhupāda sugirió entonces al jardinero que
probase cultivar dedos de dama, pero el hombre no sabía qué es lo que quería
decir Prabhupāda. Prabhupāda señaló sus propios dedos. —Debe usted cultivar
estos dedos de dama—. Dijo la palabra hindi, bhiṇḍīs, pero el hombre tampoco entendió. Al final, el jardinero
pudo comprender que Prabhupāda hablaba de quingombós. Prabhupāda preguntó al
hombre si podía cultivar mangos, pero éste le dijo que no, que ni en el
invernadero.
—¿Usted qué edad tiene? —preguntó Prabhupāda. El jardinero contestó que
sesenta y seis. Prabhupāda preguntó: —¿Todavía tiene todos los
dientes?
El jardinero pareció un poco incómodo, pero de todos modos contestó:
—No, ya no. Tengo todos los dientes postizos.
—Yo tengo setenta y dos años —dijo Prabhupāda— pero todavía tengo todos
los dientes.
Prabhupāda abrió la boca y se los mostró.
El jardinero contestó: —Perdí todos mis dientes porque me gustan
demasiado los dulces.
—A mí también me gustan los dulces —replicó Prabhupāda—. Yo como muchos
dulces, pero como los que se pueden comer: sandeśas,
rasagullās, gulābjamūns. Usted también tiene que comer de estos dulces.
Después de este encuentro, cuando paseaba por la mañana, Prabhupāda
saludaba habitualmente al jardinero con unas palabras o al menos, si el
jardinero trabajaba a cierta distancia, intercambiaban un saludo agitando las
manos.
Entrevista con Dhanañjaya dāsa
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