23. Ratha-yātrās en muchos países


Calcuta era la ciudad donde Prabhupāda había nacido e, incluso en los años setenta, cuando él tenía centros de ISKCON en las principales ciudades del mundo, sus visitas al templo de Calcuta hacían que viejos amigos y conocidos fuesen a visitarlo. Una tarde estaba sentado en su habitación con viejos amigos, familiares del vecindario de la calle Mahatma Gandhi, donde él había crecido. Le insistieron en que fuese a visitar el viejo templo de Rādhā-Govinda. Aunque ya eran casi las diez de la noche, de pronto Prabhupāda accedió a ir y fue en automóvil con algunos de sus discípulos occidentales. Cuando cruzaba su viejo barrio, señaló la casa en la que se había criado de niño y el lugar donde solía comprar cometas. En el templo de Govindajī, sus parientes salieron, lo abrazaron y tocaron sus pies de loto. Viejos y jóvenes lo rodearon, sonriendo y sin dejar de hablar en bengalí. Prabhupāda fue entonces ante la Deidad de Govinda, a la que había adorado desde el principio de su vida.
—Prácticamente todo lo que he hecho —explicó a sus discípulos— es por la gracia de Rādhā-Govinda—. Recordó sus primeros Ratha-yātrās subiendo y bajando la calle Mahatma Gandhi, y cómo su padre le pagó el festival. Prabhupāda dijo que ahora estaba llevando por todo el mundo ese mismo espíritu del que se había embebido aquí organizando Ratha-yātrās y fundando muchos templos de Rādhā-Govindajī en todos los países.
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En India, cuando salía a caminar o viajaba, Prabhupāda tenía a menudo que tratar directamente con comerciantes y trabajadores, antes que permitir que engañasen a sus discípulos occidentales. Un día, saliendo de los terrenos del templo de ISKCON en Māyāpura, acompañado por unos devotos, Prabhupāda se acercó a un ricksha-walla y le preguntó cuánto quería por un viaje hasta el Navadvīpa-ghāta [el muelle de los botes que llevan a la ciudad de Navadvīpa]. El ricksha-walla dijo que dos rupias, y Prabhupāda replicó que era demasiado caro.          
—¿Por qué pides tanto? —argumentó Prabhupāda—. Hemos venido a predicar. Estamos trayendo devotos de todo el mundo.
Pero el ricksha-walla dijo que dos rupias era su precio final. Prabhupāda irguió la cabeza, se volvió a sus discípulos y dijo: —Iremos caminando—. El camino que había por delante era de tres o cuatro kilómetros, pero Śrīla Prabhupāda empezó a caminar con paso decidido, y sus discípulos se le unieron yendo detrás. Su paso continuó fuerte y rápido por unos minutos, hasta que el mismo ricksha-walla lo adelantó, se situó enfrente de Prabhupāda y se paró. Sin hablar, ni siquiera mirar a los lados, Śrīla Prabhupāda subió al ricksha y se fue victorioso, al precio de una rupia.

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