Calcuta era la ciudad donde Prabhupāda había nacido e, incluso en los
años setenta, cuando él tenía centros de ISKCON en las principales ciudades del
mundo, sus visitas al templo de Calcuta hacían que viejos amigos y conocidos
fuesen a visitarlo. Una tarde estaba sentado en su habitación con viejos
amigos, familiares del vecindario de la calle Mahatma Gandhi, donde él había
crecido. Le insistieron en que fuese a visitar el viejo templo de Rādhā-Govinda.
Aunque ya eran casi las diez de la noche, de pronto Prabhupāda accedió a ir y
fue en automóvil con algunos de sus discípulos occidentales. Cuando cruzaba su
viejo barrio, señaló la casa en la que se había criado de niño y el lugar donde
solía comprar cometas. En el templo de Govindajī, sus parientes salieron, lo
abrazaron y tocaron sus pies de loto. Viejos y jóvenes lo rodearon, sonriendo y
sin dejar de hablar en bengalí. Prabhupāda fue entonces ante la Deidad de Govinda, a la que
había adorado desde el principio de su vida.
—Prácticamente todo lo que he hecho —explicó a sus discípulos— es por la
gracia de Rādhā-Govinda—. Recordó sus primeros Ratha-yātrās subiendo y bajando
la calle Mahatma Gandhi, y cómo su padre le pagó el festival. Prabhupāda dijo
que ahora estaba llevando por todo el mundo ese mismo espíritu del que se había
embebido aquí organizando Ratha-yātrās y fundando muchos templos de Rādhā-Govindajī
en todos los países.
Entrevista con Abhirāma dāsa
En India, cuando salía a caminar o viajaba, Prabhupāda tenía a menudo
que tratar directamente con comerciantes y trabajadores, antes que permitir que
engañasen a sus discípulos occidentales. Un día, saliendo de los terrenos del
templo de ISKCON en Māyāpura, acompañado por unos devotos, Prabhupāda se acercó
a un ricksha-walla y le preguntó
cuánto quería por un viaje hasta el Navadvīpa-ghāta [el muelle de los botes que
llevan a la ciudad de Navadvīpa]. El ricksha-walla
dijo que dos rupias, y Prabhupāda replicó que era demasiado caro.
—¿Por qué pides tanto? —argumentó
Prabhupāda—. Hemos venido a predicar. Estamos trayendo devotos de todo el
mundo.
Pero el ricksha-walla dijo que
dos rupias era su precio final. Prabhupāda irguió la cabeza, se volvió a sus
discípulos y dijo: —Iremos caminando—. El camino que había por delante era de
tres o cuatro kilómetros, pero Śrīla Prabhupāda empezó a caminar con paso
decidido, y sus discípulos se le unieron yendo detrás. Su paso continuó fuerte
y rápido por unos minutos, hasta que el mismo ricksha-walla lo adelantó, se situó enfrente de Prabhupāda y se
paró. Sin hablar, ni siquiera mirar a los lados, Śrīla Prabhupāda subió al ricksha y se fue victorioso, al precio
de una rupia.
Entrevista con Śatadhanya Mahārāja
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