ISKCON
Potomac, julio 1976
Era tarde, Śrīla Prabhupāda había estado sentado junto al estanque hasta
que oscureció. Justamente cuando ya se marchaba caminando hacia su casa, dos
discípulos, Praghoṣa y Subuddhī Rāya, corrieron a encontrarle.
—Estos son algunos de los muchachos que distribuyen libros en el
aeropuerto, Prabhupāda —dijo Hari-śauri.
Los muchachos se habían arrojado
al suelo y estaban pronunciando sus reverencias, mientras Prabhupāda los acogía
de corazón: —¡Jaya!
Cuando los devotos se levantaron, Prabhupāda les preguntó: —¿Tan tarde
vuelven?
—¡Sí, Prabhupāda!
—¿Y cómo ha sido el resultado? —preguntó Prabhupāda.
—Entre Vaiśeṣika y yo —dijo Praghoṣa— hicimos 130 libros. Śrīla Prabhupāda
levantó los brazos y exclamó: —¡Jaya!
¡Victoria!—. Entonces, acompañado por los devotos, comenzó a caminar lentamente
hacia su casa y Praghoṣa empezó a contarle sobre el saṅkīrtana en el aeropuerto.
—Śrīla Prabhupāda, hoy he encontrado a un muchacho que ha dado ochenta
dólares.
Śrīla Prabhupāda se paró y miró a Praghoṣa: —¡Acchā! ¿Y cuántos libros le diste?
—Nueve.
Śrīla Prabhupāda sonrió, miró a Hari-śauri y dijo: —¡Una ganancia
bastante buena!
Mientras continuaba caminando, Praghoṣa relataba que este chico era
soldado, así que le había hablado de Arjuna, que también era soldado y hombre
de familia y aun así rendía servicio devocional puro a Kṛṣṇa.
—Se lo expliqué, Śrīla Prabhupāda, como usted nos ha dicho—. Pero
entonces Śrīla Prabhupāda ya estaba en la puerta de su casa. Un devoto tomó sus
zapatos.
—¿Quieren entrar? —les preguntó Prabhupāda a Praghoṣa y Subuddhī Rāya.
—¡Sí, Śrīla Prabhupāda, por supuesto!
Dentro, se sentaron en la alfombra mientras Śrīla Prabhupāda se sentaba
en el sofá. Sólo una luz tenue iluminaba la oscuridad de la habitación.
—¿A ustedes qué les parecen los libros? —preguntó Prabhupāda. Entonces
Praghoṣa le habló sobre un soldado de Carolina del Norte que dijo que cada
miércoles por la tarde se reunía en su base con otros nueve soldados para leer
juntos el Bhagavad-gītā.
—¿Nuestro Bhagavad-gītā?
—preguntó Prabhupāda inocentemente.
—Sí, Śrīla Prabhupāda. Su Gītā.
—Fíjense —dijo Prabhupāda.
Cuando Hari-śauri explicó que Praghoṣa había estado trabajando durante
años con Tripurāri, Prabhupāda se interesó por el bienestar de Tripurāri.
También preguntó por Dhṛṣtadyumna y dijo que era un devoto muy bueno. Cuando
Praghoṣa dijo que Dhṛṣtadyumna estaba conectado con el templo de Nueva York, Śrīla
Prabhupāda preguntó si allí estaban distribuyendo prasāda. Preguntó específicamente si vendían kacaurīs. Śrīla Prabhupāda preguntó por Bali-mardana, que había
dejado el movimiento durante años y acababa de regresar. Prabhupāda sugirió que
Bali-mardana cocinase kacaurīs,
porque «él hace los mejores».
Volviéndose a Subuddhī Rāya, Prabhupāda le preguntó de dónde era.
—Primero estuve trabajando en la India con Gargamuni Swami —respondió Subuddhī Rāya—.
Estaba bien, pero no había mucho tiempo para leer.
Prabhupāda respondió: —De todas formas, están trabajando duramente
—replicó, y no pareció querer escuchar la crítica.
Tras unos momentos, Prabhupāda pidió que se les diese prasāda a los devotos, así que su
cocinero les dio sendas tazas de helado de mango.
Llevándose afuera los helados, Praghoṣa y Subuddhī Rāya se sentaron
junto al templo y miraron el helado en éxtasis, intentando recordar toda la
experiencia, y el intercambio de Prabhupāda con ellos.
Entrevista con Praghoṣa dāsa
De acuerdo
con Praghoṣa, se encontró de nuevo con Prabhupāda unos pocos días después,
cuando Prabhupāda fue al templo de Nueva York. Allí, Praghoṣa entró en una
habitación llena de devotos donde Prabhupāda estaba dando darśana, y cuando Prabhupāda lo
vio, dijo: —¡Ah!— y lo reconoció de su encuentro anterior. Después de ese darśana Rāmeśvara Swami le dijo a Praghoṣa: —Vi la
forma en que Prabhupāda te notó cuando entraste en la habitación. Se acordaba
de ti de Washington. Te recordaba como el devoto que se sentía tan feliz de
salir a distribuir sus libros.
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