La verdad en su totalidad



La verdad en su totalidad

Satyarāja Dāsa

Conferencia en la Whole Life Expo, Nueva York, 1985


 Todos nos esforzamos por mantener un equilibrio perfecto entre nuestros diferentes aspectos, pero aquellos más sutiles son los más importantes para alcanzar la plenitud.

Gracias por permitirme hablar en la Whole Life Expo. Me gustaría pedirles que reflexionen por un momento en las implicaciones de la palabra whole (completo). ¿Qué significa verdaderamente «completo»? Eso es lo que me propongo discutir hoy.

Todos podemos apreciar una «vida holística». Algunos la llaman así, otros no. Pero todo el mundo intenta que su vida sea lo más «completa» posible. A nadie le gusta vivir de forma desintegrada. Por lo tanto, nos esforzamos en mantener un equilibrio, asegurándonos que no falta nada en nuestras vidas. Nos gusta sentirnos completos.

De algún modo, sentimos que el todo completo es más que la suma de sus partes. De hecho, el diccionario Webster define «holístico» de manera muy similar: «Un todo orgánico o integrado que tiene una realidad independiente mayor que la suma de sus partes».

Cualquier persona razonable se preocupa de sí misma como un todo, por su bienestar físico, mental, intelectual y espiritual. Si uno de los aspectos de su personalidad no está en armonía, afecta a todo el sistema. No se siente completo. Por lo tanto, la lucha por la existencia es en gran medida un esfuerzo por mantener un equilibrio perfecto entre nuestros diferentes aspectos como un todo.

Los aspectos más sutiles de nuestro ser generalmente son los más importantes en nuestra plenitud. Si tenemos un problema físico —supongamos que me he roto una pierna—, sin duda alguna nos afectará. Pero podemos continuar funcionando —y de una manera bastante adecuada. Sin embargo, si nos adentramos en aspectos más sutiles —más allá de la plataforma física— y entramos en la plataforma mental, el problema se puede volver más serio. El equilibrio mental puede afectar a nuestro cuerpo entero. Por consiguiente, aunque es muy importante mantener el cuerpo, mantener nuestros aspectos mental e intelectual es aún más importante.

La dimensión espiritual, o el alma, es aún más sutil que las dimensiones física, mental e intelectual. Lógicamente, es la más importante de todas. Y el concepto holístico que no considera el alma no es holístico en el verdadero sentido de la palabra. Una persona que ignora su lado espiritual no está completa.

Por supuesto, el objetivo es mantener todas las dimensiones de nuestra existencia en armonía. Pero no podemos ignorar la importancia del lado espiritual. Después de todo, podemos afirmar que somos una combinación de cuerpo, mente, inteligencia y alma —y esto es verdad hasta cierto punto. Pero el cuerpo, el alma y la inteligencia siempre están cambiando. No podemos afirmar que tenemos el mismo cuerpo que cuando éramos jóvenes —y aun así continuamos siendo la misma persona. No tenemos la misma mente o inteligencia —y aun así continuamos siendo la misma persona. Tú siempre eres tú. Y ese «tú» es la única cosa que no cambia. Tenemos que reconocer que el cuerpo, la mente y el intelecto siempre cambian, y que somos el alma.

Es necesario nutrir al alma tanto como al cuerpo, la mente o la inteligencia. Dedicar una gran cantidad de tiempo para mantener el cuerpo material —especialmente si no consideramos el alma— es un gran desperdicio. No se puede ser feliz así. Es como limpiar una jaula y descuidar al pájaro que vive dentro. Está claro que la jaula tiene que estar limpia —pero, ¿por qué perder el tiempo si vamos a dejar morir al pájaro? Hay que limpiar la jaula y alimentar al pájaro. Cuidar del cuerpo, la mente y la inteligencia, pero sin descuidar el alma, la dimensión espiritual.

Estas verdades holísticas se expusieron originalmente en la antigua literatura védica de la India. En la invocación del Īśopaniṣad se enuncia la perfección de la vida holística:

oṁ pūrṇam adaḥ pūrṇam idaṁ
pūrṇāt pūrṇam udacyate
pūrṇasya pūrṇam ādāya
pūrṇam evāvaśiṣyate

«La Personalidad de Dios es perfecta y completa, y debido a que Él es completamente perfecto, todo lo que emana de Él, tal como este mundo de fenómenos, está perfectamente equipado como un todo completo. Todo lo que se produce del todo completo también está completo en sí mismo. Debido a que Él es el todo completo, aunque tantas unidades completas emanan de Él, Él permanece completo en lo remanente».

Este profundo verso explica claramente por qué buscamos la plenitud, por qué queremos sentirnos completos. Y la razón es muy simple: porque constitucionalmente somos un todo. Es algo inherente.
Como partes del Todo Supremo, Dios, también somos completos en nosotros mismos. Esa es la naturaleza de la plenitud espiritual —completamente opuesta a la supuesta plenitud material, que en realidad no es plenitud en absoluto. Por ejemplo, si tomas un trozo de papel, lo rasgas en trozos pequeños y esparces los trozos por la habitación, pierdes la pieza original del papel. Pero espiritualmente ocurre lo contrario. Puedes rasgar un pedazo de papel espiritual y tirar los trozos por ahí, ¡pero el papel original continuará existiendo! Así ocurre con Dios. Aunque Se expande en innumerables almas espirituales, continúa siendo completo. Su posición original no se reduce. Permanece completo.

Y como las almas espirituales emanan del todo completo, también poseen cierta plenitud en sí mismas. Cualquier cualidad que posee Dios también se encuentra en la entidad viva ordinaria en un grado menor —de ahí la afirmación bíblica de que somos creados a imagen y semejanza de Dios. Él es infinito, y nosotros somos infinitesimales.

Nuestra necesidad de prestar servicio es una muestra de que nuestra plenitud está subordinada a la de Dios. Dios es completamente independiente. Nosotros no. Dependemos de Él para muchas cosas: comida, aire, fuego, lluvia —incluso para nuestro cuerpo, mente e inteligencia. Alcanzamos nuestra plenitud perfecta cuando prestamos servicio a lo que nos mantiene.

Una mano lava a la otra, ambas manos lavan el rostro, y así es como cuidamos del resto de nuestro cuerpo, reconociendo la importancia de la totalidad de nuestro cuerpo. Por eso, nuestras manos «glorifican» el cuerpo en el que trabajan para el bienestar del cuerpo entero. Similarmente, la entidad viva empieza a nutrirse espiritualmente cuando comienza a glorificar al Señor. Cuando nos tomamos el tiempo para entonar alabanzas al Señor, el bienestar físico, mental e intelectual también aumenta mediante el genuino bienestar espiritual.

Las Escrituras religiosas originales del mundo, la literatura védica, recomiendan específicamente que cantemos el mahā-mantra: Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare/ Hare Rāma, Hare Rāma, Rāma Rāma, Hare Hare. Esta es la oración por excelencia, porque no pide nada a Dios a cambio. Con ella solo pedimos ocuparnos en el servicio al Señor: «¡Oh, Señor! ¡Oh, energía del Señor! Por favor, ocúpame en Tu servicio». Esta oración contiene todos los aspectos de la Verdad Absoluta y es la esencia de la vida holística en todo el sentido de la palabra.

Fuente: Back To Godhead © 1986
Tomado de: Amigos de Krishna

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