Capítulo Ocho



CAPÍTULO OCHO

 Los últimos días en Śrī Raṅgam

   Poco después de que Kureśa recuperase la vista, Rāmānuja decidió dejar Yādavādri y regresar de nuevo a Śrī Raṅgam. En el camino, estuvo un tiempo en Vṛṣabhācala, cerca de Madurai, para adorar al Señor Sundara-bāhu en el templo que hay allí. Mucho tiempo atrás, la gran devota Āṇḍal había compuesto una oración:: «¡Oh, Señor Hari!, si me aceptas, Te ofreceré cien ollas de arroz dulce y cien ollas de mantequilla».
    Poco después de componer esta oración, Āṇḍal dejó este mundo y regresó a la morada del Señor. Ahora, Rāmānuja cumplió su oración ofreciendo al Señor Sundara-bāhu las cien ollas de arroz dulce y las cien ollas de mantequilla que Āṇḍal Le había prometido. Debido a este acto, se decía de Yatirāja que era el hermano mayor de Āṇḍal.
    Desde Vṛṣabhācala, Rāmānuja y sus discípulos fueron a Śrī Villiputur, el lugar en que había nacido Āṇḍal. Allí vio a la Deidad de Śeṣaśāyī Nārāyaṇa, y ofreció oraciones a Āṇḍal en el templo dedicado a ella. Continuando su viaje, los vaiṣṇavas pasaron por Ālvār Tirunagiri, Śrī Vaikuṇṭha, y otros lugares sagrados, hasta que finalmente llegaron de nuevo a Śrī Raṅgam. Inmediatamente, todos los devotos corrieron a ver al Señor Raṅganātha, su amo y Señor. Cuando la gente de la ciudad se enteró de que Yatirāja y sus seguidores habían vuelto, se sintieron como si hubiesen recobrado sus vidas. Entonces, Kureśa también se reunió con su maestro espiritual, postrándose a los pies de Yatirāja con lágrimas de éxtasis en los ojos.

Kureśa abandona este mundo

    Durante los dos años siguientes, todos los vaiṣṇavas pasaron sus días en Śrī Raṅgam tal como habían hecho años antes, cantando bhajans para glorificar al Señor Hari y escuchando los maravillosos discursos de Rāmānuja sobre las Escrituras reveladas. En aquel entonces, Kureśa era muy anciano y no podía levantarse de su lecho. Por esa razón, Yatirāja y los demás devotos iban cada día a verle para cantar el santo nombre y hablar sobre los pasatiempos del Señor. Un día, mientras todos los vaiṣṇavas cantaban un alegre kīrtana, Kureśa comenzó a derramar lágrimas de éxtasis. Cogiendo los pies de loto de su guru, los puso sobre su corazón, y en esta posición abandonó su cuerpo.
    Al presenciar la partida de este excelso vaiṣṇava, todos los devotos sintieron un gran dolor, e incluso Rāmānuja lloró. Después de un rato, el ācārya controló sus intensos sentimientos de separación y habló a los demás devotos, consolándoles y recordándoles que indudablemente Kureśa estaba ahora relacionándose directamente con el Señor. Después, dijo: «Parāśara, el hijo de Kureśa, es como el hijo del mismísimo Señor Raṅganātha. Desde hoy, debéis aceptarlo como vuestro líder. Su devoción es como la de su padre, y su sabiduría es incomparable. Por lo tanto, está plenamente cualificado para desempeñar el papel de ācārya».
    Entonces sentó a Parāśara en el vysāsāna y le puso un collar de flores. Después le abrazó y le otorgó todas sus bendiciones, empoderándole para propagar las glorias del Señor Supremo.
    El cuerpo de Kureśa fue incinerado a orillas del Kaverī, y los devotos pasaron el resto del día cantando en congregación los santos nombres del Señor Hari. De esta forma, sus corazones se liberaron por completo del dolor de la separación. Durante el mes siguiente se celebró cada día un gran festival en Śrī Raṅgam para celebrar el regreso de Kureśa a la morada del Señor, y vaiṣṇavas de todo el sur de la India fueron para participar en las festividades. También fueron muchos pobres, cojos y ciegos, y todos fueron suntuosamente alimentados con el prasādam del Señor Raṅganātha.

La devoción de Andhrapūrṇa por su guru

   Rāmānujācārya tenía entonces cien años, y aunque vivió durante veinte años más, nunca volvió a dejar Śrī Raṅgam. Por el resto de su vida, Andhrapūrṇa se mantuvo constantemente dedicado a su servicio personal, dando a su guru todo lo que necesitaba.
    Una vez, cuando el Señor Raṅganātha salió del templo en procesión, todos los devotos abandonaron el āśrama y se unieron a la adoración. El Señor estaba espléndidamente adornado con joyas y collares de flores mientras era transportado por las calles en un hermoso palanquín. Rāmānuja, contemplando así la gloria del Señor Nārāyaṇa, se sintió bendecido con la misericordia divina.
    Sólo uno de los discípulos de Yatirāja estaba ausente de este festival, Andhrapūrṇa, que se había quedado en el āśrama hirviendo la leche para su guru. Cuando Rāmānuja le preguntó por qué había desperdiciado esta oportunidad de adorar al Señor, Andhrapūrṇa contestó: «Si me hubiese ido del āśrama para adorar al Señor Raṅganātha, entonces mi adoración interna se habría visto afectada. ¿Cómo podría dejar a un lado mis deberes devocionales?»

Anantācārya en Śrī Śaila

   Anantācārya era otro de los discípulos de Yatirāja. Había sido enviado por su guru a Śrī Śaila, Tirupati, donde vivía adorando constantemente al Señor. En cierta ocasión, se dio cuenta de que la gente del lugar estaba padeciendo grandes dificultades debido a la escasez de agua en la zona. De modo que decidió excavar un lago; y con la única ayuda de su esposa, se dispuso a cavar. Llevando a cabo grandes esfuerzos cada día, la pareja concluyó su tarea, y ese lago, conocido con el nombre de Ananta-sarovara, aún hoy en día se puede visitar en el tīrtha de Śrī Śaila. Se dice que una vez, cuando la esposa de Anantācārya estaba embarazada y demasiado cansada como para poder ayudar a su marido en el trabajo, el Señor en persona adoptó su forma para ayudar a Su devoto en el trabajo que estaba realizando.

El piadoso brāhmaṇa

   Una vez, un brāhmaṇa fue a ver a Rāmānuja y le dijo: «Deseo purificarme sirviéndote, pues tú eres el mejor de los devotos. Por ese servicio, me veré libre de la influencia de la naturaleza material».
    Yatirāja aceptó la petición, diciendo: «Lo que has dicho es correcto, pues uno sólo puede liberarse por medio del servicio. Si deseas servirme, debes quedarte aquí y hacer lo que yo te diga».
    Al brāhmaṇa le complació mucho la respuesta, y ansiosamente dijo: «¡Oh, maestro!, dime cuál es tu deseo. Haré lo que tú me digas».
    Viendo la sinceridad del hombre, Rāmānuja le dijo: «¡Oh, brāhmaṇa!, he resuelto purificarme tomando cada día el agua que haya lavado los pies de un brāhmaṇa de corazón puro. Ahora, por la gracia del Señor, has venido aquí. Mi orden es que te quedes, y cada día me des el agua que haya lavado tus pies. Sólo si haces esto podrás prestarme un auténtico servicio devocional».
    Aunque el brāhmaṇa era una persona muy humilde por naturaleza, no pudo rehusar esta orden directa. Desde entonces, cada día, cuando Yatirāja volvía al mediodía de bañarse en el Kaverī, ponía en su cabeza el agua que había lavado los pies del brāhmaṇa.
    Un día Rāmānuja fue invitado a tomar prasādam en casa de uno de sus discípulos casados, y fue allí directamente después de bañarse en el río. Después de comer, todos los devotos empezaron a hablar sobre las glorias del Señor Nārāyaṇa, planteando varias preguntas a Rāmānujācārya y escuchando atentamente sus explicaciones. Tan dulces eran estas conversaciones, que los devotos se olvidaron del paso del tiempo. Así, cuando Yatirāja se levantó para irse, ya era muy de noche.
    Cuando llegaron al āśrama, vieron que la única persona que aún estaba despierta era el piadoso brāhmaṇa. «¿Por qué me has esperado tanto tiempo? --preguntó Yatirāja--. ¿Has comido algo?»
    «¿Cómo puedo pensar en comer, si aún no te he ofrecido mi servicio?», respondió el brāhmaṇa sonriendo.
    Entonces Yatirāja, con una gran sonrisa, abrazó al hombre, diciendo: «Eres un devoto maravilloso, el sirviente perfecto del Señor. Por el hecho de estar plenamente absorto en pensar en tu servicio, has alcanzado la perfección». Después bebió el agua que había lavado los pies del brāhmaṇa, y la ofreció a todos sus demás discípulos.

Instalación de Deidades

   Cuando Rāmānuja se encontraba todavía en Yādavādri, los devotos del lugar se enteraron de que estaba preparándose para regresar a Śrī Raṅgam. Ante la perspectiva de su inminente separación, fueron a hablar con Yatirāja y le expresaron su aflicción. Entonces Rāmānuja les dio permiso para que hiciesen una mūrti suya de piedra. Cuando estuvo acabada, les dijo: «Cuando sintáis los dolores de la separación, podéis venir a ver esta mūrti. Al contemplar esta imagen, vuestra aflicción se disipará».
    Por la misma época, los devotos de Bhūtapurī, el lugar de nacimiento de Rāmānuja, también hicieron una imagen de su guru y la instalaron en el templo siguiendo los rituales védicos pertinentes. Al enterarse, Yatirāja lloró y dijo: «Los habitantes de Bhūtapurī me han cautivado con el amor y la devoción que incesantemente me ofrecen».

Predicando en Śrī Raṅgam
                                                                                                 
   Sin embargo, los más afortunados eran los devotos de Śrī Raṅgam, pues podían ver constantemente a Yatirāja y escuchar cada día sus discursos sobre las glorias del Señor Nārāyaṇa. La gente venía desde muy lejos para ver al gran ācārya, y, siguiendo sus instrucciones, emprendían el sendero del servicio devocional.
    Durante muchos años más Rāmānuja continuó viviendo en la ciudad santa de Śrī Raṅgam, hasta que cumplió ciento veinte años. A lo largo de su vida estableció setenta y cuatro centros para los śrī-vaiṣṇavas, e hizo miles de seguidores, incluyendo varios reyes y muchos ricos terratenientes. Aparte de los discípulos casados, contó entre sus seguidores con 700 sannyāsīs, 12.000 brahmacārīs, y 300 keṭṭi ammais (mujeres que aceptan votos de renunciación). Finalmente, viendo que su misión en la Tierra estaba ya cumplida, decidió abandonar su debilitado cuerpo y regresar a la morada del Señor. Viendo que su maestro espiritual estaba fijo en un estado de intensa devoción, muchos de los discípulos de Yatirāja se sintieron angustiados y empezaron a lamentarse.

Las últimas instrucciones

   Al oír sus llantos, Rāmānujācārya salió de su trance y dijo: «Queridos hijos míos, ¿por qué gritáis lamentándoos como hombres sin educación? ¿Pensáis que este cuerpo va a durar para siempre? ¿No estoy yo siempre en vuestros corazones? Así pues, abandonad ese inútil gemido y tratad de entender la voluntad del Señor».
    A esto los discípulos respondieron: «¡Oh, maestro!, como siempre, tus instrucciones son perfectas. Sin embargo, nos es imposible soportar el dolor de la separación, el cual sin duda nos abrumará si nos abandonas ahora. Por compasión hacia tus hijos, te pedimos que permanezcas con nosotros un poco más».
   
Él les dio sus últimas instrucciones
En respuesta a esta petición, Rāmānuja accedió a quedarse con ellos tres días más, y ordenó que vinieran todos sus discípulos, para darles sus últimas instrucciones: «Adorad a todos los vaiṣṇavas como a vuestro propio guru --les dijo--, tened fe en los ācāryas anteriores, y nunca caigáis bajo el control de los sentidos. Nunca quedéis satisfechos simplemente con el conocimiento mundano. Estudiad las Escrituras que cantan las glorias del Señor Supremo. El conocimiento trascendental puede vencer el empuje de la mente y los sentidos. Sed indiferentes a las sugerencias de la mente. Saboread siempre el canto de los santos nombres y cualidades del Señor. La mejor forma de servir al Señor es ofreciendo servicio a Sus devotos. Nunca actuéis como vaiṣṇavas para obtener ganancias materiales. Esforzaos siempre por alcanzar la pureza.
    «Emplead cada día algún tiempo para contemplar la grandeza del maestro espiritual, y estudiad cada día las enseñanzas de los ācāryas vaiṣṇavas. Relacionaos siempre con aquellos que están entregados al Señor. Evitad a los que enseñan caminos diferentes del servicio devocional, y a los que están interesados en los placeres sensuales. El que considera que la Deidad es una piedra, que piensa que el guru es una persona corriente y ve a los devotos en relación con la casta o alguna designación corporal, que piensa que el caraṇāmṛta es simple agua, que el santo nombre del Señor es una vibración sonora mundana, y que el Señor Supremo es como uno de los semidioses, ciertamente está destinado a la vida infernal».
    Cuando Yatirāja terminó de hablar, los discípulos le preguntaron cómo debían comportarse en este mundo. De nuevo, Rāmānujācārya les instruyó: «Aquel que se ha rendido al Señor Nārāyaṇa no debe preocuparse de su futuro, y debe depender siempre de la misericordia del Señor. Todos los deberes deben cumplirse como ofrendas de devoción al Señor, y nunca en busca de ganancia material.
    «Estudiad el Śrī-bhaṣya y enseñádselo a los demás; este servicio es el que más complace al Señor. Si eso no es posible, estudiad entonces las enseñanzas de otros devotos y después instruid a algunos discípulos. Si no podéis hacer esto, id a un lugar sagrado y residid allí, o id a Yādavādri y servid allí al Señor. Si no os es posible hacer esto, quedaos donde os habéis entregado a vuestro guru y meditad en los mantras vaiṣṇavas. Si cualquiera de estas cosas os es imposible, entonces simplemente buscad a un vaiṣṇava de corazón puro y quedaos siempre en su compañía.
    «Distinguid cuidadosamente entre los amigos, los enemigos, y los que son indiferentes. Los vaiṣṇavas serán vuestros amigos, los ateos y blasfemos os despreciarán y odiarán, y la gente mundana se mostrará indiferente a vosotros. Relacionaos jubilosamente con los devotos. Evitad estrictamente a los blasfemos, y nunca os perturbéis por los planes materialistas de los hombres mundanos. Nunca elogiéis a príncipes y hombres mundanos para conseguir vuestro sustento. Recordad que el Señor Supremo siempre cuida de aquellos que se han rendido a Él. Refugiaos en Él y tened fe únicamente en Él. Si seguís estas instrucciones, nunca estaréis separados de mí. ¿Por qué lamentarse por la desaparición del cuerpo temporal?»

Partida de Rāmānujācārya de este mundo

   Cuando Rāmānuja terminó de hablar, Dāśarathi, Govinda, Andhrapūrṇa y algunos de los demás discípulos destacados se acercaron y le plantearon la siguiente cuestión: «Tu cuerpo, que siempre está ocupado en el servicio del Señor, no es material. Nuestros cuerpos son ciertamente temporales, pero tú existes sólo en el plano de la vida espiritual. Por consiguiente, nuestra petición es que nunca nos veamos privados de ver tu forma trascendental».
    Compadeciéndose de ellos, Rāmānuja aceptó la petición de sus discípulos y ordenó que los más expertos escultores tallasen una deidad de piedra a su imagen. Tres días más tarde, el trabajo había finalizado. A continuación la deidad fue bañada con agua del Kaverī e instalada sobre un altar construido para ella. Yatirāja entonces se acercó lentamente a la deidad y la llenó con su potencia, soplando en la parte superior de la cabeza.
    Después, volviéndose a sus discípulos, dijo: «Éste es mi segundo yo. Cuando abandone este cuerpo, podéis adorar a esta imagen en mi lugar».
    Después se acostó poniendo la cabeza en el regazo de Govinda y los pies en el regazo de Andhrapūrṇa. En esta posición, con sus ojos fijos en los zapatos de madera de su maestro espiritual, Rāmānujācārya abandonó su cuerpo y regresó a la morada del Señor Viṣṇu. Era el atardecer del décimo día de la quincena de la Luna llena del mes de Māgha del año 1.059 de la era Śaka (1.137 d. de C.). Pocos días más tarde, Govinda, el primo de Rāmānuja y su compañero durante toda la vida, también se fue de este mundo.

    Los demás devotos quedaron bajo el liderazgo de Śrī Parāśara Bhaṭṭa, el hijo de Kureśa, esforzándose siempre por seguir los pasos de su maestro y sirviendo constantemente al Señor Nārāyaṇa. Por medio de la práctica seria de servicio devocional, podían sentir la presencia de Rāmānuja en sus corazones; así, sus intensos sentimientos de separación se mitigaron. Parāśara continuó la misión de Rāmānujācārya, predicando intensamente las doctrinas del vaiṣṇavismo. En un gran debate, derrotó a Vedāntin Mādhava dāsa, el líder de los eruditos impersonalistas, y lo convirtió en devoto. Años más tarde, después de la partida de este mundo de Parāśara, este mismo Mādhava dāsa se convirtió en el ācārya de los śrī-vaiṣṇavas.

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