El
Ejercicio de la Compasión
Más
que simple dialéctica, es necesaria la práctica constante de limpieza del corazón
Por Chandra Mukha
Swami
No siempre es fácil entender la
palabra de Dios. A veces, más que un ejercicio de reflexión, es necesario un
ejercicio de limpieza del corazón para alcanzar la autorrealización a través
del conocimiento, de la palabra de Dios.
Śrīla
Prabhupāda es categórico al
afirmar en su comentario del Bhagavad-gītā:
“Compasión, lamentación y lágrimas materiales son signos de que se ignora lo
que es el yo verdadero”. Él dice además que “Nadie sabe dónde se debe aplicar
la compasión”, y cita el ejemplo: “La compasión por la ropa de un hombre que se
está ahogando es absurda”. De ahí la necesidad del ejercicio, la búsqueda de
conocimiento, la práctica que traduce el verdadero significado de la vida. El
propio Bhagavad-gītā es un ejercicio
de compasión, pues fue hablado por Kṛṣṇa para disipar la ilusión de un hombre,
el guerrero Arjuna, que, por compasión equivocada, lloraba y se rehusaba a luchar.
La compasión es una de las cualidades
esenciales de un verdadero ser humano, pues se trata de una cualidad divina.
¡Es tan bueno cuando vemos a alguien dotado de esta cualidad! Está el gran ejemplo
de Nuestro Señor Jesucristo, que por compasión a la Humanidad entregó su propia
vida. Está el ejemplo de San Francisco de Asís, cuya compasión era tanta que se
extendía a toda la creación de Dios. Y está también el ejemplo del Señor Buda,
que por compasión predicó la no-violencia, āhiṁsa.
Así como estas grandiosísimas
personalidades, nosotros también poseemos latentes en nuestros corazones cualidades
divinas como la compasión, la caridad, la misericordia y el amor, porque
originalmente todos somos partes integrantes y eternas de la Divinidad Suprema.
Por lo tanto, en otras palabras, nosotros, que también somos hijos de Dios,
poseemos dentro de nuestros corazones un océano de amor, un océano de misericordia
y compasión.
La gran cuestión es que perdemos un
poco la capacidad de ejercitar esas cualidades cada vez que nos involucramos
más y más con la agitación del mundo en que vivimos. Así como el fuego y la
chispa. Sabemos que el fuego posee un enorme potencial de calor y luz y de la
misma manera las chispas, por ser partes del fuego, también poseen calor y luz
en cantidad diminuta. Sin embargo, a medida que se van distanciando del fuego,
las chispas pierden tales cualidades y por fin se extinguen.
De la misma forma, comprendemos que
el Señor Supremo está dotado de cualidades divinas infinitas y nosotros, como
Sus meras centellas espirituales, también poseemos, en nuestra condición pura
original, todas las cualidades divinas en un potencial diminuto. El problema es
que el mismo fenómeno que ocurre con las chispas ocurre con nosotros, pues a
medida que nos distanciamos de Dios, que nos desconectamos de Él, perdemos
gradualmente nuestras cualidades divinas.
Como consecuencia, nuestro corazón,
que originalmente está lleno de compasión, lleno de misericordia y lleno de
amor, crea una falsa e ilusoria independencia y queda dominado por el egoísmo,
que es el responsable por la transformación de nuestras cualidades divinas en
cualidades mundanas. Así, nuestro amor verdadero y puro, cuando queda cubierto
por la tela del egoísmo, se transforma en lujuria. Nuestra cualidad de misericordia,
cubierta por la tela del egoísmo, se manifiesta pervertidamente como codicia y,
de la misma manera, nuestra compasión, cubierta por la tela del egoísmo, se presenta
como ira o violencia.
Sabemos que no todo está perdido en
este mundo, que existen cosas buenas, personas buenas y bienintencionadas, pero
al escribir un artículo como este, para personas que aún no conocen la
conciencia de Kṛṣṇa, tenemos que hablar en teoría, poner a todo mundo en la
misma condición de igualdad, hasta incluso como un ejercicio de humildad.
Una teoría debe ser demostrada en la
práctica para volverse una ley científica. Y es fácil demostrar como la tela
del egoísmo es capaz de transformar sentimientos. Si cubrimos una lámpara común
con una tela azul, el brillo de la luz se vuelve azul. Si cubrimos otra lámpara
con una tela roja, el color de la luz reflejada se vuelve roja. Esto es científico,
fácilmente comprobado e incuestionable.
De la misma forma, nuestro cuerpo
presente actúa como una tela que nos impide manifestar nuestra real naturaleza
divina. Así, una tela es llamada Juan, otra José, otra María y así por delante.
Lo más importante es entender que somos la esencia, el alma, y no esta
cobertura temporal llamada cuerpo material o ego falso.
Es el ego falso lo que nos impide
manifestar la compasión. Y este ego falso surge del deseo de enseñorearnos de
la naturaleza, del deseo enfermo de controlar todo y disfrutar de todo. En este
punto surge entonces la pregunta: “¿Qué hay de malo en querer tener posesiones,
tener el control de disfrutar de todo?”. La respuesta es que el exceso de estos
deseos crea un gran problema psicológico que alcanza a la mayoría de la
humanidad: el egoísmo. Y si queremos hablar de compasión tenemos que eliminar a
su enemigo natural, el egoísmo.
No podemos caer en el sentimentalismo
agua-con-azúcar. Tenemos que comprender el verdadero significado de la
compasión, pues, como dice el Bhagavad-gītā,
compasión sin conocimiento es señal de que se ignora el yo verdadero, es mero
sentimentalismo.
En la mayoría de los casos nuestra
compasión es muy superficial debido a la falta de conocimiento. Y sin comprender
los valores superiores, no podemos practicar la verdadera compasión. Siendo así
tenemos que primeramente sentir compasión de nosotros mismos y admitir nuestra
condición limitada, comprendiendo que estamos ahogándonos en este océano de
existencia material.
En segundo lugar, también tenemos que
tratar de ayudar a los otros, cueste lo que cueste. Sin duda, esta actitud
compasiva será la causa de nuestra propia liberación y felicidad.
Además de la compasión personal o
extendida a los otros seres humanos, tenemos que desenvolver nuestra compasión
por el propio planeta como un todo, nuestra Madre Tierra, que ha sufrido tanta
y tanta ingratitud.
Por último, tenemos que expandir
nuestra compasión ilimitadamente y debemos tratar de proteger y amar a todas
las especies de seres vivos, viéndolos también como hijos de Dios.
Filosofía
Peligrosa
Estamos viviendo ahora en una cultura
superficial, que se apoya inexplicablemente en la filosofía absurda y disparatada
de que solamente los seres humanos poseen alma. ¿Cómo es posible esto? ¿De
dónde viene la vida de todos los otros seres? La filosofía de que sólo los
seres humanos poseen alma es una filosofía muy peligrosa. En otras palabras, si
las ballenas no poseen alma, si la vaca no posee alma, si los bosques y los
ríos o el propio planeta no poseen alma, ¿cuál será el problema de destruirlos?
Siendo así, esa filosofía absurda
justifica la mentalidad predatoria de los seres humanos, siendo perfecta para
destruir todo. A no ser que podamos respetar la centella divina que existe en
todos los seres vivos y comprender que ellos son partes integrantes y eternas
de Dios, el mundo continuará corriendo un enorme riesgo y no podremos hablar de
compasión.
Verdadera compasión significa
compasión universal, una cualidad que sólo podrá ser despertada en los seres humanos.
Es innegable el hecho de que los seres humanos son superiores a todas las otras
especies. De esa forma tenemos dos opciones: usar nuestra superioridad para
proteger a todos los otros seres vivos “inferiores” o usar nuestra superioridad
para explotarlos y destruirlos, como es más común hoy en día.
Así como un hombre precisa ejercitar
los músculos para tener brazos fuertes, el ser humano precisa ejercitar el alma
para alcanzar el crecimiento espiritual. Ningún hombre se vuelve santo mientras
duerme. Es necesario practicar el bien indiscriminadamente, a cualquier ser
vivo, para alcanzar la santidad. Como dijimos al comienzo, debemos promover una
limpieza general comenzando por el corazón. Actualmente está muy de moda, como
una frase de orden político, decir que “es preciso pasar el Brasil en limpio”.
¿Que tal si cada uno de nosotros comienza esa limpieza por el corazón?
Si nuestro corazón se purifica por la
presencia de Dios, nuestro cuerpo se purifica y gradualmente todo va purificándose.
Ya sabemos que a través del conocimiento del yo verdadero es posible ejercitar
correctamente todas las cualidades divinas que poseemos. Sabemos también que no
siempre es fácil entender la palabra de Dios y que sólo se puede comprenderlo a
través de Su misericordia. Estando satisfecho con las actividades devocionales,
el Señor Se revela a Su devoto. Y todo este proceso comienza por el canto de
los santos nombres de Dios.
Así, una vez purificados,
naturalmente despertaremos el deseo de amar y proteger a todos los seres vivos.
El amor universal es la verdadera causa de la compasión universal y ese
verdadero amor puede ser desenvuelto por el simple y sublime proceso de cantar
los santos nombres de Dios: Hare Kṛṣṇa, Hare Kṛṣṇa, Kṛṣṇa Kṛṣṇa, Hare Hare/
Hare Rāma, Hare Rāma, Rāma Rāma, Hare Hare.
Por Chandra Mukha
Swami
Revista “De vuelta
al Supremo”, No. 4, 1994
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