Capítulo Siete



CAPÍTULO SIETE

 En el exilio

   En aquella época, Śrī Raṅgam formaba parte de los dominios del rey Chola, Koluttuṅga I, quien había establecido su capital en Kāñcīpuram. Aunque los Cholas se habían hecho devotos del Señor Nārāyaṇa en la época de Yāmunācārya, Koluttuṅga era un gran devoto del Señor Śiva y un enemigo acérrimo de todos los vaiṣṇavas. Su deseo era que todos los devotos del Señor abandonasen su fe y se entregasen únicamente al Señor Śiva. El Señor Śiva es el más poderoso de los semidioses, pero, aun así, no está al mismo nivel que la Suprema Personalidad de Dios. Por lo tanto, los vaiṣṇavas se negaron a abandonar la adoración del Señor Viṣṇu, con la cual se cumple la conclusión de todas las Escrituras védicas.
    Koluttuṅga sabía muy bien que Yatirāja era el ācārya más grande de la India, y llegó a la conclusión de que, si podía inducirlo a adorar a Śiva, esto haría que los demás devotos también abandonasen su fe. Incluso si Rāmānuja no accedía a abandonar la adoración al Señor Nārāyaṇa, el rey pensó que podría establecer la supremacía de los adoradores del Señor Śiva condenándole a muerte. Pensando así, envió emisarios a Śrī Raṅgam para que invitasen a Rāmānuja y a su guru, Mahāpūrṇa, a una audiencia con el rey. Aunque sospechando ligeramente las malvadas intenciones de Koluttuṅga, Yatirāja accedió a ir con ellos, y entró en el āśrama para disponer los preparativos para el viaje.
    Kureśa, sin embargo, pensó en el asunto con mucho detenimiento, y después de un rato dijo a Rāmānuja: «Tengo la certeza de que el rey quiere que vayas a Kāñcīpuram con el único propósito de poner fin a tu vida. Por favor, no vayas. Mientras vives y predicas la verdadera religión de la devoción al Señor, toda la Tierra se está beneficiando. Para las almas caídas como yo, que estamos abrasados por las miserias de la existencia material, tú eres el único refugio. Déjame ir en tu lugar. Ponte estas ropas blancas de gṛhastha mientras yo me visto con la túnica de un sannyāsī y me voy con los hombres del rey. De esta forma, podrás escapar de sus garras».
    Yatirāja pensó por unos momentos las palabras de Kureśa, y finalmente aceptó la propuesta. Vestido con las ropas de su discípulo, abandonó el āśrama sin ser visto y se dirigió rápidamente al bosque que había al oeste de la ciudad. Govinda y los demás devotos también abandonaron la ciudad uno por uno y se reunieron con Rāmānuja en el bosque.
Kureśa en la corte del rey Koluttuṅga

   Mientras tanto, Kureśa, usando el vestido y la daṇḍa de sannyāsī, se presentó acompañado de Mahāpūrṇa ante los hombres del rey, los cuales, sin darse cuenta del engaño, llevaron a los dos vaiṣṇavas hacía Kāñcīpuram. Mahāpūrṇa también era plenamente consciente del peligro al que se enfrentaban, pero ya era demasiado viejo y no podía abandonar Śrī Raṅgam junto con los demás devotos. Además se sentía muy feliz de abandonar este mundo, si ésa era la voluntad del Señor.
    Cuando llegaron al palacio, Kureśa y Mahāpūrṇa fueron ante el rey, quien los recibió respetuosamente y se hizo cargo de que fueran acomodados apropiadamente. Koluttuṅga tenía una buena razón para respetar a Rāmānuja, pues el ācārya había liberado a su hermana de un maligno fantasma cuando el rey era sólo un niño de ocho años. Sin embargo, este recuerdo no cambió sus intenciones de forzar a Yatirāja a renunciar al Señor o, de lo contrario, matarle.
    Después de unos pocos días, el rey reunió a todos los paṇḍitas śivaítas y llamó a los dos devotos, convencido aún de que Kureśa era Yatirāja. Cuando Kureśa y Mahāpūrṇa entraron en la asamblea, Koluttuṅga se dirigió a ellos respetuosamente: «¡Oh, santos!, por favor, sentaos. Os hemos invitado a nuestra ciudad sólo para oír palabras auspiciosas sobre temas espirituales. Todos los eruditos de mi corte se han reunido aquí, ansiosos de conversar con vosotros, pues vuestra fama se ha difundido por todas partes. Ahora, por favor, decidnos, ¿cuál es el deber para los hombres como nosotros?».
    «¡Oh, rey y paṇḍitas! —contestó Kureśa inquebrantable—, el Señor Viṣṇu, el salvador de los mundos, es el Señor Supremo de todos. Por lo tanto, el deber todo hombre, cualquiera que sea su posición, es simplemente adorarle con amor y devoción. No hay nada más elevado que esto».
    Al escuchar estas desafiantes palabras, el rey Koluttuṅga estalló lleno de ira, y muy furioso dijo a Kureśa: «Había escuchado que eras un gran erudito y un santo, pero ahora puedo ver que eres un impostor, pues adoras a Viṣṇu en lugar de a Śiva, el Señor y destructor de todos los mundos. Ahora, abandona tu estupidez. Escucha de labios de estos grandes eruditos la verdadera conclusión de todas las Escrituras, y hazte devoto del Señor Śiva. Si te obstinas en tu postura y haces caso omiso de sus puras enseñanzas, entonces, podéis estar seguros de que ninguno de vosotros vivirá para ver otro amanecer».
    Inmediatamente, los paṇḍitas de la corte comenzaron a presentar sus falsas conclusiones, usando argumentos falaces para tratar de probar que el Señor Śiva era el Señor Supremo. Sin embargo, en virtud de su gran conocimiento de las Escrituras, Kureśa y Mahāpūrṇa pudieron refutar fácilmente todos sus argumentos. Finalmente, el rey se exasperó totalmente y gritó: «¡Basta de pelear! Si queréis salvar vuestras vidas, tenéis que reconocer que no hay nadie más grande que Śiva».
    A esto, Kureśa respondió burlonamente: «Incluso Droṇa es más grande que Śiva». Se trataba de un juego de palabras, pues Śiva y Droṇa son también los nombres de ciertas unidades de peso, y de las dos, el droṇa es la más pesada.
    Al decir esto, Kureśa sabía que estaba precipitando su muerte inevitablemente, pero se consideró muy afortunado de poder sacrificar su vida para salvar la de su guru. Se dice que el devoto del Señor es abhaya, que está libre de temor, se refugia completamente en el Señor Hari.
    Así pues, Kureśa no se arredraba ni lo más mínimo ante las terribles amenazas de Koluttuṅga, pero mentalmente comenzó a orar: «¡Oh, Señor Hari!, viendo la misericordia que Tú estás derramando sobre mí al permitirme servir a Yatirāja de esta forma, puedo comprender parcialmente el significado de la declaración de Śrī Yāmunācārya: namo namo 'nanta-dayaika-sindhave: Yo Te ofrezco reverencias, ¡oh, ilimitado océano de misericordia! Este poderoso rey y sus orgullosos eruditos no saben nada acerca de Tus ilimitadas glorias, pero Tú las has revelado a una persona tan insignificante como yo, sólo para aumentar mi humildad y entrega. ¿Qué fortuna más grande hubiera podido anhelar?».
                                                   
La crueldad del rey Koluttuṅga

   Viendo que la respuesta de Kureśa fue sólo para ridiculizarlos, Koluttuṅga y todos sus paṇḍitas se llenaron de ira. El rey ordenó que los dos vaiṣṇavas fuesen arrestados y atados. Cuando esta orden hubo sido cumplida, dijo a sus hombres: «Llevaos a estos dos blasfemos fuera de nuestra presencia, y sacadles los ojos. Merecen la muerte por lo que han dicho aquí, pero debido a que una vez Rāmānuja salvó a mi hermana de un fantasma, les perdonaré la vida».
   
El rey ordenó que fuese arrestado y atado.
Siguiendo esta cruel orden, los hombres del rey se llevaron a Kureśa y a Mahāpūrṇa, y, después de torturarles de diversas maneras, les arrancaron los ojos. A pesar del intenso dolor que tenía que padecer, Kureśa no se perturbó, y oró al Señor Nārāyaṇa, pidiéndole que perdonase a sus verdugos. Se sentía muy feliz de poder aceptar aquellos grandes sufrimientos en nombre de su maestro espiritual. Cuando los hombres del rey acabaron con Kureśa, él permaneció ante ellos con las manos juntas, diciéndoles: «Que el Señor Nārāyaṇa os bendiga por permitirme servir a mi guru de esta forma». Al escuchar estas palabras y viendo la calma que Kureśa exhibía, aquellos hombres crueles se llenaron de temor. Llamaron a un mendigo que estaba sentado en las cercanías y, dándole dinero para los gastos, le ordenaron que condujese a los dos devotos hasta Śrī Raṅgam.
    Sin embargo, las atrocidades que los hombres de Koluttuṅga habían cometido contra ellos fueron demasiado grandes para lo que el frágil cuerpo de Mahāpūrṇa podía soportar. Tumbándose en el camino descansó su cabeza sobre el regazo de Kureśa y le dijo: «Debes ir solo a Śrī Raṅgam, porque puedo ver que ha llegado para mí el momento de abandonar este mundo. No hay por qué lamentarse, pues mi mente está fija en Śrī Yāmunācārya, y he esperado durante mucho tiempo la oportunidad de reunirme con esa gran alma. Cuando te reúnas de nuevo con mi amado discípulo, Rāmānuja, ofrécele millones de reverencias en mi nombre». Habiendo dicho esto, Mahāpūrṇa abandonó su cuerpo, meditando en los pies de su guru.
     No mucho tiempo después de haber comenzado estas crueles persecuciones, el rey Koluttuṅga cayó presa de una enfermedad incurable y murió. Para aquel que causa aflicción a los devotos del Señor, todo se vuelve inauspicioso. El hijo de Koluttuṅga, cuyo nombre era Vikrama, comenzó entonces a gobernar el reino de los Cholas. Aunque su padre había sido un ardiente śivaíta, Vikrama Chola fue un discípulo iniciado de Rāmānuja y aprendió de él el camino de la devoción al Señor Viṣṇu.

En el bosque

   Mientras su discípulo sufría en manos de Koluttuṅga, Yatirāja había podido escapar de Śrī Raṅgam sin ser descubierto. En el bosque que había al oeste de la ciudad se reunió con Govinda, Dāśarathi, Dhanurdāsa, y sus demás seguidores. Temerosos de la persecución de los hombres del rey, avanzaron rápidamente a través del bosque en dirección al oeste, caminando constantemente durante dos días y dos noches sin tomar ningún tipo de alimento. Finalmente, se tumbaron exhaustos al pie de una colina, con los pies llenos de ampollas y sus cuerpos rasgados por las espinas del bosque. En poco tiempo, todo el grupo se quedó dormido.
    Muy cerca del lugar donde Rāmānuja y sus discípulos descansaban había una ciudad habitada por caṇḍālas, hombres de cuna muy baja. Cuando algunos de los aldeanos vieron al grupo de brāhmaṇas durmiendo cerca de sus casas, sintieron un gran deseo de ofrecer cualquier servicio que pudieran realizar para aquellos hombres santos. Por lo tanto, sin despertarles, reunieron una gran cantidad de diferentes tipos de frutas del bosque y las amontonaron alrededor del lugar donde descansaban los brāhmaṇas. Después, encendieron un fuego y esperaron a que los brāhmaṇas despertasen y les contasen qué era lo que les había traído a aquella remota región.
    Finalmente, Yatirāja y sus acompañantes despertaron, refrescados por el sueño. Cuando vieron las frutas, el fuego, y a los habitantes del bosque que esperaban allí listos para servirles, pudieron comprender que el Señor Nārāyaṇa les estaba protegiendo de los peligros de la selva. Rápidamente, se bañaron en un río cercano, y, después de ofrecer aquellas frutas al Señor Hari, saciaron su hambre con aquella fiesta de prasādam. Por las palabras de los aldeanos, Yatirāja pudo comprender que habían cruzado la frontera del reino de Chola, y ahora estaban a salvo de la persecución de los hombres de Koluttuṅga.

Encuentro con vaiṣṇavas

   Una vez completamente recuperado, Yatirāja bendijo a los caṇḍalas y continuó viajando en dirección oeste acompañado por sus seguidores. Aquella tarde llegaron a otra aldea, y fueron conducidos a la casa de un brāhmaṇa llamado Śrī Raṅga dāsa. Cuando llegaron, éste aún estaba fuera, mendigando, pero su piadosa esposa, Celañcalamba, se sintió muy afortunada de tener la oportunidad de prestar servicio a los vaiṣṇavas. Les invitó a entrar y les ofreció un lugar para sentarse, y a continuación se retiró para cocinar. Poco después, Śrī Raṅga dāsa regresó a la casa, y también se sintió muy complacido de ver a tantos vaiṣṇavas invitados en su casa, incluyendo al famoso Rāmānuja.
    Cuando la esposa de Śrī Raṅga dāsa terminó de cocinar y la comida fue ofrecida al Señor Viṣṇu, el prasādam fue distribuido entre los devotos, quienes comieron con gran apetito. Durante dos días permanecieron en la casa de Śrī Raṅga dāsa, y antes de irse, Yatirāja inició a ambos, marido y mujer.
    Cuando los vaiṣṇavas continuaron su viaje, Śrī Raṅga dāsa fue con ellos como guía. Al anochecer, llegaron a un lugar llamado Vahnipuṣkarinī, donde se quedaron durante dos días. Después, tras despedirse de Śrī Raṅga dāsa, continuaron hasta la aldea de Śālagrāma, donde se quedaron en casa de un brāhmaṇa llamado Andhrapūrṇa, que era un devoto muy renunciado. Viendo sus buenas cualidades, Rāmānuja inició a Andhrapūrṇa, quien más tarde fue su sirviente personal. Desde entonces, siempre permaneció junto a su guru, deseando sólo servir sus pies de loto.
    Andhrapūrṇa habló a Yatirāja de un gran devoto llamado Pūrṇa, que vivía en la aldea de Bhaktagrāma, no muy lejos de Śālagrāma. Pasando por Nṛsiṁha-kṣetra, viajaron hasta Bhaktagrāma, y allí se quedaron por un tiempo, en compañía de Śrī Pūrṇa.

La conversión del rey Viṭṭhaladeva

   El rey de aquella región se llamaba Viṭṭhaladeva, y era seguidor de la religión jainista. Durante varios años, su hija había estado poseída por un fantasma, a pesar de todos los esfuerzos que los sacerdotes jainistas habían realizado para deshacerse del espíritu maligno. Cuando el rey escuchó que un grupo de vaiṣṇavas había venido del este y estaban en Bhaktagrāma, en la casa de Pūrṇa, les invitó a su palacio, con la esperanza de que tal vez pudieran hacer algo para ayudar a la princesa.
   
Los jainistas aceptaron la propuesta
y fueron iniciados como vaiṣṇavas.
Rāmānujācārya, siendo un devoto puro, siempre estaba lleno de potencia divina, y pudo deshacerse del fantasma con sólo mirar a la cara de la muchacha. El rey Viṭṭhaladeva se sintió muy complacido y asombrado al ver con cuánta facilidad aquel devoto del Señor Viṣṇu había curado a su hija, e inmediatamente se convirtió en un gran devoto de Yatirāja. Deseoso de entender las enseñanzas de los vaiṣṇavas, se postró a los pies del ācārya y le pidió que le revelase las verdaderas conclusiones de los Vedas.
    Al hablar Rāmānuja de las glorias del servicio devocional y el amor puro por Dios, el corazón del rey se conmovió. Comenzó a lamentar su vínculo con la filosofía jainista, que está completamente desprovista del espíritu de amor por Dios. Llamó a todos los sacerdotes y paṇḍitas jainistas para que fuesen a una asamblea, de forma que pudieran escuchar a este gran devoto y filósofo. Cuando Yatirāja comenzó a dirigirse a los jainistas, explicando claramente la posición de la Personalidad de Dios como Verdad Absoluta, parte de la audiencia comenzó a alterarse y a interrumpir, hasta que fueron expulsados de la asamblea por orden del rey.
    Cuando Rāmānuja terminó de hablar, el líder de los jainistas se levantó, en un intento de refutar las declaraciones que allí se habían presentado. Sin embargo, incapaz de encontrar forma alguna de contradecir la intachable lógica de la filosofía vaiṣṇava, el jainista emprendió inmediatamente un ataque blasfemo contra los seguidores del sanātana-dharma, ignorando todos los puntos que Rāmānuja le había expuesto.
    Al rey Viṭṭhaladeva, un hombre de aguda inteligencia, no lo confundió la estratagema del jainista, y dijo: «No hay nada más fácil que blasfemar. Tú eres un gran erudito. Si puedes, refuta con argumentos precisos la doctrina expuesta por tu oponente. De otra forma, debes abandonar tus falsas enseñanzas y ser iniciado en el vaiṣṇavismo».
    El jainista no pudo encontrar palabras para contrarrestar la presentación de Rāmānuja, y avergonzado, volvió a su sitio en la asamblea. Varios filósofos jainistas intentaron entonces establecer sus propias opiniones, pero sin éxito.
    Entonces, el rey se levantó, y una vez más, se dirigió a la asamblea: «Hoy habéis visto al más erudito de nuestros sabios jainistas completamente derrotado por este ācārya vaiṣṇava. ¿Cuál es entonces nuestro deber?, ¿adherirnos tercamente a doctrinas que han demostrado ser defectuosas, o aceptar y abrazar las sublimes enseñanzas de la devoción amorosa que han sido expuestas aquí de una forma tan maravillosa? Cualquier hombre cuerdo admitirá que es preferible la bienaventuranza a la aflicción, y el conocimiento a la ignorancia. Por consiguiente, iniciémonos todos hoy por este gran devoto en la verdadera fe, para así ser bendecidos».
    Todos los jainistas, con excepción de unos pocos, aceptaron la propuesta y fueron iniciados como vaiṣṇavas. El rey también aceptó a Yatirāja como maestro espiritual, y recibió el nombre de Viṣṇu-vardhana. Desde entonces, siempre fue conocido por este nombre.

Descubrimiento de Śrī Yādavādri-pati

   Después de la conversión al vaiṣṇavismo de Viṣṇu-vardhana y sus sacerdotes, Yatirāja permaneció en aquella ciudad durante varios meses para instruir correctamente a sus nuevos discípulos. Después, acompañado sólo por los seguidores que habían venido con él desde Śrī Raṅgam, viajó a la ciudad de Yādavādri.
    Una mañana, pocos días después de su llegada, Rāmānuja estaba caminando por un bosquecillo de tulasīs, cuando vio algo extraño que sobresalía de un hormiguero. Llamando a sus seguidores, hizo que cavasen en aquel lugar, y rápidamente se hizo evidente que lo que Yatirāja había descubierto era una hermosa Deidad del Señor Nārāyaṇa. Después de limpiar la Deidad, La instalaron en un altar.
    Los habitantes más ancianos de la ciudad recordaban haber oído hablar a sus padres de una Deidad llamado Yādavādri-pati que en el pasado había recibido adoración allí. «Cuando una partida de feroces musulmanes atacaron este país —explicaron—, todos los habitantes de la ciudad huyeron aterrorizados. Los brāhmaṇas ocultaron a la Deidad en alguna parte con el fin de evitar que los invasores se apoderasen de Ella. Desde entonces, nadie ha visto al Señor Yādavādri-pati. En virtud de la grandeza de tu devoción, parece que el Señor ha decidido hacerse visible de nuevo».
    Rāmānuja entonces confirmó las palabras de los ancianos, diciendo: «Este es en verdad el Señor Yādavādri-pati, pues anoche Él Se me apareció en un sueño y me pidió que se restableciera Su servicio en este lugar. Ahora, todos vosotros debéis trabajar juntos para construir un templo muy bello para adorar al Señor».
    Siguiendo la orden del ācārya, los discípulos de Yatirāja y toda la gente del pueblo comenzaron a trabajar. Aquel mismo día construyeron una amplia choza de paja, para el Señor Yādavādri-pati pudiese ser adorado.
    En menos de un año, en virtud de aquella dedicada ejecución de servicio devocional, construyeron un templo de piedra decorado con exquisita belleza, y en medio de una gran pompa, el Señor fue trasladado a Su nueva residencia. En la parte exterior de la entrada del templo se excavó un hermoso lago, cuyas aguas se utilizaron diariamente para bañar al Señor. Alrededor de las orillas del lago descubrieron arcilla blanca, como la que usan los vaiṣṇavas para marcar sus cuerpos con tilaka. Antes tenían que traer todo su tilaka desde la aldea de Bhaktagrāma, y por lo tanto, este descubrimiento les ahorró grandes inconvenientes.

La recuperación de Śrī Rāmā-priya

   En el sur de la India es costumbre adorar a dos Deidades en cada templo. Una de las Deidades es adorada diariamente por los sacerdotes del templo, mientras que la otra, generalmente más pequeña, es llevada fuera del templo en procesión en los días de festival. Esta forma del Señor recibe el nombre de  Utsava-vigraha o Vijaya-vigraha.    Una noche, poco después de que se concluyese la construcción del nuevo templo, Śrī Yādavādri-pati Se apareció a Rāmānuja en un sueño, y le dijo: «Rāmānuja, estoy muy complacido con tu servicio, pero, como Mi Vijaya-vigraha no está aquí, no puedo salir del templo para otorgar Mis bendiciones a todos Mis devotos. Por lo tanto, por favor, trata de instalar esta Deidad, a la que Se conoce como Rāma-priya, que está ahora en poder del emperador de Delhi, pues la llevaron hacía el norte los invasores musulmanes».
    Tomando la orden del Señor como su vida y su alma, Yatirāja partió al día siguiente en dirección a Delhi, acompañado sólo por un puñado de discípulos. Después de viajar hacia el norte durante dos meses, finalmente llegaron a aquella famosa ciudad.
    Debido a que por aquel entonces la reputación de Rāmānuja ya se había propagado por toda la India, fue conducido ante el emperador, quien se sintió muy complacido por su pureza y erudición, y le preguntó cuál era el propósito de su difícil viaje. Cuando Rāmānuja le informó de su deseo de llevar a Śrī Rāma-priya de vuelta al sur de la India, el emperador accedió a su pedido. Los vaiṣṇavas fueron conducidos a un gran salón donde se guardaban muchas Deidades que habían sido robadas por los musulmanes en sus muchas incursiones a todo lo largo y ancho de la India. Sin embargo, incluso después de una profunda búsqueda, Rāmānuja vio que Rāma-priya no estaba en aquel lugar y, desilusionado, fue ante el emperador.
    El emperador le dijo entonces que aun había una Deidad más en su posesión, la más bella de todas. Esta forma del Señor era tan atractiva que la hija del emperador la tenía en su propia habitación. Cuando Yatirāja vio la Deidad, reconoció en seguida que se trataba de Śrī Rāma-priya, y se postró para ofrecerle reverencias. Con el permiso del emperador, los devotos se hicieron cargo del Señor y partieron inmediatamente en dirección al sur de la India. Caminaron día y noche, pues Rāmānuja era consciente de que, si la princesa pedía que le devolvieran la Deidad, su afectuoso padre podría cambiar de opinión fácilmente.

La aflicción de la princesa

   Efectivamente, cuando la princesa, cuyo nombre era Bibi Lachimar, supo que unos brāhmaṇas se habían llevado a la Deidad, se sintió abrumada de dolor, y todos los esfuerzos de su padre por consolarla fueron inútiles. La princesa se negó a comer, y cada día que pasaba languidecía más y más, hasta que ciertamente parecía que iba a morir si no se hacía algo en seguida para remediar la situación. Con gran ansiedad, el emperador hizo que una compañía de soldados fuesen tras los brāhmaṇas con el fin de recuperar la Deidad, por la fuerza si era necesario. Cuando Bibi Lachimar escuchó esto, pidió al rey que le permitiera acompañar a los soldados, y su padre accedió fácilmente a la petición.
    Por consiguiente, al mando de la tropa de soldados y rodeada de muchos sirvientes, al día siguiente la princesa subió a un decorado palanquín y salió de la ciudad de Delhi en busca de la forma del Señor Supremo, quien tanto la había cautivado.
    Un joven llamado Kuvera, muy deseoso de casarse con Bibi Lachimar, y con la esperanza de ganarse el favor de la princesa, también fue con el grupo.
    Entretanto, Rāmānuja y sus seguidores habían viajado tan rápido como habían podido, y para entonces estaban muy lejos del alcance de sus perseguidores. En este viaje fueron ayudados por los caṇḍālas, quienes transportaron la Deidad y les mostraron las rutas más fáciles hacia el sur. Con esa ayuda, los vaiṣṇavas llegaron a Yādavādri con mucha ventaja sobre sus perseguidores musulmanes.
    Pensando que aún podía haber algún peligro, Yatirāja instaló a Śrī Rāma-priya en una sala oculta del templo, donde era adorado en secreto por los pocos devotos que conocían Su presencia. Entre tanto, la princesa, acompañada de su comitiva, continuó en dirección al sur, determinada a recuperar aquella Deidad, que era el Señor de su corazón. Sin embargo, cuando llegaron a las fronteras de los dominios de su padre, ella se desesperó, pensando que nunca volvería a ver los ojos de su adorado Señor. Abrumada por la lamentación, derramó amargas lágrimas, y las palabras de consuelo de Kuvera no pudieron aliviar su sufrimiento.

Bibi Lachimar encuentra a su Señor

   
La princesa Bibi Lachimar se escapó del campamento
y se adentró en la oscuridad del bosque.
Una noche, sin que nadie se diese cuenta, la princesa Bibi Lachimar se escapó del campamento y se adentró en la oscuridad del bosque. Sólo Kuvera se dio cuenta de su ausencia, y también fue con ella hacía el sur. Pensando sólo en su amado Señor, la princesa continuó viajando, mientras Kuvera actuaba como sirviente, trayéndole frutas del bosque para mantenerla con vida.

    Después de viajar durante varias semanas, la pareja llegó a la ciudad de Yādavādri. Como por inspiración divina, Bibi Lachimar estaba segura de que su larga búsqueda concluiría en aquel lugar. Conducida por la gente del pueblo, llegó al templo de Śrī Yādavādri-pati. Allí, cayó a los pies de los vaiṣṇavas y les pidió que le permitiesen ver una vez más a su amado Rāma-priya. Cuando llegó Yatirāja, en seguida pudo ver que el corazón de la muchacha estaba lleno de devoción pura. Así pues, aunque ella era musulmana de nacimiento, ordenó que se le permitiese la entrada en el templo para que pudiese contemplar la hermosa forma de Śrī Rāma-priya.

    Desde entonces, Bibi Lachimar permaneció en Yādavādri, dedicada al servicio del Señor y cantando constantemente Sus glorias. Poco tiempo después abandonó su cuerpo. Puesto que estaba continuamente absorta en pensar en Śrī Rāma-priya, regresó a Su morada eterna.


La devoción de Kuvera

   Durante todo este tiempo, Kuvera también permaneció en Yādavādri, prestando servicio a la princesa como un sirviente insignificante. Cuando ella abandonó su cuerpo, él estaba tan afligido por el dolor, que no pudo permanecer allí. Abandonando sus hábitos musulmanes, fue a Śrī Raṅgam, y allí se refugió en los pies de loto del Señor Raṅganātha. Aunque no se le permitía entrar al templo, Kuvera permanecía fuera, cantando las glorias del Señor Nārāyaṇa. Él se mantenía con las limosnas que recibía de los visitantes del templo, viendo que todo era misericordia del Señor.
    Una vez, mientras estaba absorto en meditar en el Señor, oyó una voz que le decía: «Puesto que no puedes entrar al templo, Yo no puedo otorgarte plenamente Mi misericordia. Ves a Nīlacala, pues el Señor Jagannātha es el liberador de todos los seres».
    Tras recibir esta orden, Kuvera viajó a Jagannātha Purī. Allí pudo ver la forma trascendental del Señor Jagannātha mientras iba a Guṇḍica en la procesión del Ratha-yātrā. Glorificando constantemente al Señor Supremo, Kuvera pasó el resto de sus días en Jagannātha Purī. En virtud de su servicio devocional puro, limpió completamente su corazón y se liberó de todos los apegos materiales.
    Aunque Bibi Lachimar y Kuvera habían nacido en familias musulmanas, alcanzaron la perfección más elevada de la vida debido a la pureza de su devoción amorosa. La devoción por Dios es siempre completamente espiritual, y trasciende todas las barreras de raza, casta y credo. Aún hoy, la Deidad de Bibi Lachimar, la devota pura de Śrī Rāma-priya, es adorada en varios templos vaiṣṇavas del sur de la India.

La misericordia de Kureśa

   Después de vivir por algún tiempo en Śrī Raṅgam, Kureśa, a quien los hombres de Koluttuṅga habían dejado ciego, fue con su esposa y sus hijos a Kṛṣṇācala. Allí, adoró a la Deidad de Śrī Sundara-bhuja, y compuso muchas hermosas oraciones glorificando al Señor Viṣṇu y a Lakṣmīdevī.
    Cuando supo que Yatirāja se encontraba en Yādavādri, fue allí, deseoso de refugiarse de nuevo en los pies de loto de su amado guru. Al llegar ante Rāmānuja, Kureśa se postró a sus pies, ofreciéndole reverencias. Levantándole y dándole un fuerte abrazo, Yatirāja dijo: «Hoy he sido purificado por el contacto con esta gran alma. Es un día auspicioso para mí». Kureśa derramó lágrimas de alegría, y estaba tan emocionado que no pudo responder ni una palabra.
    Unos días más tarde, mientras Rāmānuja hablaba con Kureśa, le pidió que volviese a Kāñcīpuram. «Ve allí y refúgiate en el Señor Varadarāja —le dijo—, pues Él sin duda eliminará tu ceguera. El rey Koluttuṅga ahora está muerto, y no hay nada que temer».
    Acompañado por su esposa y sus dos hijos, Kureśa fue directamente a Kāñcīpuram, donde se dedicó a la adoración de Śrī Varadarāja. Todo el día permanecía en el templo, cantando bhajans glorificando al Señor Supremo. Finalmente, el Señor le habló, diciendo: «Kureśa, ¿cuál es tu deseo? Yo te daré lo que quieras».
    Entonces Kureśa replicó: «¡Oh, Señor!, mi única súplica es que otorgues Tu misericordia a Caturgrāma y le liberes de la existencia material».
    Esta oración revela maravillosamente la verdadera naturaleza de un devoto puro, pues fue este Caturgrāma quien causó todo el sufrimiento de Kureśa. Habiendo sido originalmente uno de los discípulos de Kureśa, abandonó a su maestro espiritual, convirtiéndose en uno de los ministros de la corte del rey Koluttuṅga.
Cuando el rey trataba de conseguir firmas de diferentes vaiṣṇavas admitiendo la supremacía del Señor Śiva, fue Caturgrāma quien le sugirió que sólo la sumisión de Yatirāja sería suficiente para convertir a todo el reino. Así pues, aunque este hombre pecaminoso había sido la causa de tantas dificultades para los devotos, sin embargo Kureśa oró para que el Señor Varadarāja le otorgase Su misericordia.
    El Señor aceptó esta petición, y Kureśa continuó cantando Sus glorias. De nuevo, el Señor se dirigió a Su devoto, ofreciéndole una bendición. Esta vez, Kureśa dijo al Señor: «Que el rey Koluttuṅga sea el objeto de Tu infinita misericordia». Cuando el Señor Varadarāja accedió a esto, Kureśa se llenó de éxtasis, y, sin tener en cuenta su propio bienestar, abandonó el templo y regresó a su āśrama.

Kureśa y el Señor Varadarāja

   Cuando Rāmānujācārya, que aún residía en Yādavādri, supo las maravillosas bendiciones que Kureśa había pedido al Señor Varadarāja, envió a Kāñcīpuram un mensaje para su discípulo. En él decía: «Mi querido Kureśa, estoy muy complacido al conocer el éxtasis que estás sintiendo por la liberación de aquellos que fueron injustos contigo. Sin embargo, en esto has mostrado un gran egoísmo, guardando para ti la felicidad. Ahora, debes hacerme feliz a mí también, pidiéndole al Señor que te devuelva la vista. ¿Acaso no sabes que tu cuerpo y tu mente son mi propiedad? Así pues, es tu obligación mantenerlos en mi nombre».
    Cuando Kureśa recibió este mensaje, se llenó de júbilo, considerando que ahora Rāmānuja le había aceptado como un sirviente completamente rendido. Inmediatamente, se apresuró a ir al templo, y permaneció con las manos juntas ante el Señor Varadarāja. Después de cantar las glorias del Señor por algún tiempo, Kureśa oyó que el Señor Varadarāja le hablaba una vez más, diciendo:
    —Mi querido devoto, ¿cuál es tu deseo? Dímelo y lo cumpliré.
    —¡Oh, misericordioso Señor! —respondió Kureśa—, hace tiempo perdí dos posesiones de gran valor que pertenecían a mi maestro. Por tu gracia, me gustaría recobrarlas.
    —Ciertamente, dos nuevos ojos decorarán tu cuerpo —dijo el Señor— y que esto sea la causa de un ilimitado placer para tu maestro.
Así como Mis devotos sólo desean servirme, a Mi también Me complace mucho darles todo lo que necesitan. De esta forma, nuestros intercambios de amor se vuelven cada vez más dulces.
    Al escuchar estas palabras, Kureśa se llenó de éxtasis, y cayó al suelo inconsciente. Al despertar, se dio cuenta de que había recuperado la visión, y que ahora podía ver como antes. Postrándose ante la Deidad, oró:
    —¡Oh, Señor!, Tú me diste la vista al comienzo de mi vida, Tú fuiste quien me la quitó, y sólo Tú me la has devuelto. ¿Quién puede entender Tus inconcebibles pasatiempos? Tu naturaleza es pura bienaventuranza trascendental, y quienquiera que se ponga en contacto contigo experimentará esa bienaventuranza. Solía pensar que este mundo era un lugar miserable, pero ahora que Tú Te has revelado, sólo veo felicidad en todas las direcciones. ¡Cuán grande es mi buena fortuna, y qué grande es Tu misericordia!.

    Cuando la gente vio esta milagrosa cura por la cual Kureśa había recuperado su vista, todos estaban asombrados. Dondequiera que llegaban aquellas noticias, hacían aumentar la reverencia que la gente mostraba por el Señor Viṣṇu y Sus devotos vaiṣṇavas. Así, toda la gente del sur de la India adquirió una gran fe en las enseñanzas de Rāmānujācārya y sus seguidores.

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