4. El canto del Santo Nombre



En el Bhagavad-gītā, cuando Sri Kṛṣṇa define a las grandes almas o mahatmas comienza por describirlas como “siempre ocupados en cantar Su nombre y Su gloria”, Bg. 9.14; también declara que «de los sacrificios Yo Soy el canto del santo nombre» Bg.10.25. Otra escritura Védica muy importante, el Srimad-Bhagavatam, repetidamente enfatiza la meditación en el Santo Nombre, entre sus muchas menciones dice: «El servicio devocional, comenzando con el canto del Santo Nombre del Señor, es el principio religioso último para la entidad viviente en la sociedad humana». SB.6.3.22.

Siguiendo este principio nuestro maestro espiritual Śrīla Prabhupāda recomendó a sus discípulos siempre cantar el nombre de Kṛṣṇa, esto de acuerdo a la instrucción dejada por el mismo Señor, como acabamos de citar.

Muchas veces los devotos de Kṛṣṇa en occidente han sido criticados por estar constantemente ocupados en la repetición del mantra (oración) Hare Kṛṣṇa, (Hare Kṛṣṇa, Hare Kṛṣṇa, Kṛṣṇa Kṛṣṇa, Hare Hare, Hare Rama, Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare). Estas críticas incluso a veces se han alzado como con voz de alarma acusando a este proceso genuino y milenario como de «lavado de cerebro». A este respecto nuestro maestro espiritual decía «sí, les estamos lavando el cerebro porque se han ensuciado con la contaminación material. Lo estamos limpiando de la envidia, del orgullo, de la lujuria, del egoísmo, etc.». Consideramos que no podemos negar la existencia de estas imperfecciones en nuestra conciencia y en verdad estas son las que nos impiden tener acceso a un estado de sana felicidad espiritual.

No podemos empezar ningún proceso de vida espiritual genuino sin antes sentirnos desconformes con nuestras propias realizaciones y con nuestra propia forma de ser. Por eso mismo, Jesucristo dijo: «Aborrécete a ti mismo».

La palabra mantra significa que esta oración viene a liberarnos de nuestros condicionamientos mentales ilusorios por los cuales nos identificamos con un nombre, cuerpo, educación, riqueza, belleza, posición social, etc., temporales y que no tienen relación con nuestro verdadero ser.
El mantra Hare Kṛṣṇa en especial está definido como “el gran canto de liberación». Los santos de la India han afirmado en base a sus propias realizaciones que la repetición continua de este mantra libera al alma de las coberturas temporales ilusorias que acabamos de citar y la pone en conocimiento de su eterna y bienaventurada posición como amorosa sirvienta de Kṛṣṇa, etapa a la cual se le denomina autorrealización.

No les resulta extraño a los devotos de Kṛṣṇa escuchar estas críticas o que los tilden de secta. En realidad ellos son una agrupación de personas voluntariamente reunidas con el exclusivo propósito de llevar una vida pura y despertar el amor por Dios como la meta máxima de la vida. Los devotos de Kṛṣṇa están continuamente invitando a sus hermanos a unirse en la búsqueda y en la práctica de este gran ideal pero lamentablemente muchos de ellos los rechazan, y mirando con desdén esta afectuosa invitación, los llaman sectarios.

Pero más bien una secta constituye un grupo de personas que se aparta del interés y del bien universal. Por ello uno de nuestros maestros se refirió a la «secta de los materialistas», porque si observamos el mundo religioso, veremos que ellos comulgan en un mismo ideal, que es despertar el amor por Dios, ideal que los superficiales materialistas no comparten ni promueven.

En Romanos 12.2, encontramos lo que podría semejarse a este deseo de corregir y purificar nuestra mente. El versículo dice lo siguiente: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto». Jesús también previno a sus apóstoles que no esperaran ser queridos por el mundo, pues el mundo sólo quiere a los suyos, y ellos no son de este mundo.

Cuando conocimos a Śrīla Prabhupāda encontramos encarnado en él el espíritu de la dedicación absoluta al servicio amoroso, que el salvador de Jerusalén quiso enseñar. Ya un pensador dijo que «los santos son perseguidos mientras viven y adorados después de muertos». Con esto no pretendemos ser tenidos por santos pero si probar que la naturaleza del mundo en general ha sido rechazar a esas grandes almas que vienen a iluminarnos.

Por otro lado es un hecho que sin una dedicación seria y exclusiva nada de valor se puede alcanzar en este mundo. Nada significativo podemos esperar de un científico, profesional, artista e incluso de un deportista sino se aplican con entera dedicación, lo mismo tendríamos que decir de quien seriamente recorre el camino de la autorrealización. Tanto la ciencia del yoga como la religión genuina se esfuerzan por elevar al hombre a una relación de amor por Dios. Y como bien sabemos el amor no tiene tiempo libre ni vacaciones.

Por ello «Orad sin cesar» (1. Tesalonicenses 5,17) es también el mandato bíblico. Y nuevamente: «Ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que celebre su nombre» (Hebreos 13.15). Porque como bien está dicho en Hechos 2.21 «Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.» Por ello nos hacemos un gran mal al ofender a aquellos que están dedicando sus vidas al canto del santo nombre del Señor. En los Vedas este universo está comparado con un gran árbol lleno de vida y su raíz es el Señor Supremo y aquellos que están dedicados a cumplir su voluntad y a glorificar su nombre están regando esta raíz mediante la cual todo se sostiene. No deberíamos por lo tanto ofender a estas almas que están consagradas a nuestro propio bien y al de los demás. Al regar la raíz todo el árbol se nutre en forma natural y sencilla; de la misma manera al adorar a Dios todo se vuelve auspicioso en el mundo. Pero las personas en general tratan de mantener este árbol cuidando sus ramitas y hojas, los que vendrían a ser los distintos esfuerzos de la política, economía, tecnología, etc. En base a esta idea los devotos de Kṛṣṇa han dicho que ellos no admiten ningún tipo de escasez más que la de la falta de servicio a Dios. Nuestro maestro dijo que si tan sólo el uno por ciento del uno por ciento de la humanidad comprendiera esta sencilla verdad y se dedicara al canto del nombre del Señor este planeta sería un lugar celestial.

El movimiento Hare Kṛṣṇa se ha caracterizado por el canto de los nombres del Señor en sus templos, comunidades agrícolas, escuelas, en las calles, plazas, etc. lo que por supuesto se ha hecho siguiendo la milenaria tradición de la cultura Védica. Vemos también con placer a ciertos grupos cristianos glorificando al Señor en distintos lugares al igual que nosotros. Ellos también han tomado inspiración en sus escrituras: «Alabadle con clangor de cuerno, alabadle con arpa y con cítara, alabadle con tambor y con danza, alabadle con laúd y flauta, alabadle con címbalos sonoros, alabadle con címbalos de aclamación». (Salmo 150.3.5).

Como explicábamos el canto del Santo Nombre puede efectuarse de dos maneras, una individual y en murmullo y otra colectiva o en canto congregacional. Volviendo al estudio de los primeros cristianos tal como lo transmite el libro «La Filocalia», ellos practicaron asiduamente la repetición del nombre de Jesús. Su oración era: «Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí».

A este respecto Macario el Grande escribió: «No existe otra meditación, a no ser el nombre saludable y bendito de nuestro Señor habitando sin cesar en ti, tal como está escrito: «Como golondrina cantaré, y como tórtola meditaré». Eso es lo que hace el hombre piadoso que permanece constantemente en el nombre de nuestro Señor. Marco el Ermitaño escribió: «El cumplimiento de todos los mandamientos está contenido en la oración, pues no hay nada que sobrepase el amor de Dios». Y entre varias citas Barsanufio y Juan de Gaza dijeron: «Nosotros, los imperfectos, tenemos sólo un recurso, refugiarnos en la oración del nombre... Invoquemos el nombre de Dios, no nos dejemos llevar por pensamientos orgullosos... El nombre de Dios, cuando es pronunciado, destruye todas nuestras pasiones sin que nos demos cuenta por el momento... Llamemos sin tregua al nombre de Dios en nuestra ayuda. He aquí la oración. Está escrito: orad sin cesar.

«Aquel que quiere purificar su corazón encontrará un beneficio excelente en invocar constantemente el Santo Nombre». Esta fue la recomendación de Hesiquio de Baxos, quien además aconsejó: «En todo tiempo dediquémonos inseparablemente a ejercitar la invocación del Señor Jesús, llamándolo con un corazón ardiente para entrar en comunión con el Santo Nombre.

Pues, en materia de virtud como de vicio, la continuidad engendra el hábito, y el hábito constituye una segunda naturaleza».

Filoteo el Sinaíta también dijo: «Que aquel que ama la divina virtud se esfuerze a cada instante por pronunciar el Nombre del Señor y por convertir en acción sus palabras con todo el impulso que sea capaz.» Y Máximo el Confesor: «El Apóstol prescribe orar sin interrupción para que uniendo asiduamente nuestro espíritu a Dios, le liberemos poco a poco de las ataduras con los objetos materiales».

Valgan estas citas nuevamente como prueba de la hermandad que existe entre ambas tradiciones, la Vaisnava y la cristiana. Es costumbre ver a los devotos de Kṛṣṇa con una bolsita en la mano derecha, en ella lleva su rosario o japa donde repite el Santo Nombre en cada una de sus cuentas. Este es un medio por el cual los santos Vaisnavas nos han facilitado la posibilidad de la meditación continua incluso entre los quehaceres cotidianos. Tal vez esta invocación en un principio no sea muy profunda ni seria, pero por su continua práctica, se va perfeccionando en forma gradual. Esta práctica obedece, aunque sea en un principio en forma primitiva, al mandato de orad sin cesar. Sabemos que en última instancia todo intento sincero de acercarnos a Dios será visto con misericordia por los ojos del Supremo. Por medio de la oración constante el corazón se va purificando hasta que de él brota la oración pura imbuida en amor por Dios.

Sri Rupa, un santo de la India del siglo XVIII, en su valiosa obra «El Néctar de la Instrucción», nos dice acerca de la importancia de la repetición continua del nombre: «El Santo Nombre, los Pasatiempos y las Actividades de Kṛṣṇa son trascendentalmente dulces, como el azúcar cande. Aunque la lengua de quien padece de la ictericia de la ignorancia no pueda saborear nada dulce, es maravilloso que por sólo cantar cuidadosamente estos dulces nombres todos los días, se despierte un gusto natural en la lengua, y la enfermedad quede gradualmente erradicada por completo.

Una recomendación similar encontramos en las palabras de los Padres del Desierto: «Cuando una oración continua y sincera os haya apartado de la ambición terrestre, cuando hayáis eliminado todo pensamiento extraño y estéis totalmente fijos en el sólo recuerdo de Dios, entonces se elevará en vosotros el amor de Dios. Pues la exclamación tierna de la oración del Nombre hace brotar el amor de Dios». (Teolepto de Filadelfia).

Puede resultarnos extraño escuchar que la repetición de una oración tan corta y sencilla sea suficiente para llevarnos a un logro tan elevado. Sin embargo, esto lo encontramos confirmado una y otra vez en los escritos de muchos que alcanzaron la santidad o la autorrealización. Nuestro maestro espiritual Śrīla Prabhupāda comparó el canto del mantra Hare Kṛṣṇa con el llanto de un niño, a cuyo llamado ninguna madre se puede resistir. El dijo que el canto de este mantra tendrá efecto positivo, incluso si no comprendemos bien su significado, «es como tomar una medicina, que nos cura aún sin que sepamos de la fórmula que la compone».

En las enseñanzas de los Padres del Desierto encontramos una recomendación idéntica a la que nos han dejado los santos de la India. Juan Climaco dijo: «Que vuestra oración ignore toda multiplicidad... ¡Cuántas veces los balbuceos simples y monótonos de los niños conmueven a su padre!» También el monje Elías compara su oración con el simple maná del desierto «cuya uniformidad sustrae a los impacientes los bienes de la promesa, pero procura a aquellos que soportan pacientemente este alimento monótono, el gusto excelente y perdurable».

Y en la actualidad en la obra «El poder de la oración» del sacerdote jesuita Di Melo, recomienda enfáticamente la repetición de una oración simple y concisa. Con respecto a la importancia de este tipo de oración este sacerdote nos dice: «Descubrí que esta práctica no era exclusiva de las iglesias orientales, sino que también ha tenido seguidores en muchos místicos de occidente... De San Francisco de Asís sabemos que se pasaba noches enteras diciendo: ¡Deus meus et omnia! (Dios mío y de todas las cosas). San Bruno, el fundador de los Cartujos, no cesaba de decir: ¡Oh bonitas! (Oh bondad de Dios). Cuando San Francisco Javier agonizaba frente a las costas de China, repetía una y otra vez: «Señor Jesucristo, hijo de David, ten compasión de mí»... Es casi seguro que esta práctica de la iglesia tiene su origen en los hindúes de la India, que tienen una experiencia de más de seis mil años en la práctica de la «Oración del Nombre», como ellos la denominan. Sea como fuere, apenas cabe dudas de que los Padres del Desierto practicaban esta forma de oración, y la fórmula más empleada por ellos era: “Dios mío, ven en mi ayuda; Señor, apresúrate a socorrerme”. Solían recitar esta fórmula durante las horas de trabajo manual, o a lo largo del día, y durante la noche, cuando velaban. (Párrafo tomado del citado libro, Pág. 109).

En la página siguiente, el autor nos dice que la fórmula u oración que escojamos debe ser repetida hasta que ésta «se meta en la sangre, por así decirlo, y se convierta en un verdadero hábito mental... no os preocupéis si os parece que repetís la fórmula de un modo mecánico. En seguida os explicaré el valor de lo que parece no ser más que la recitación mecánica de una fórmula carente de sentido...» (Esto último nos parece haberlo explicado ya suficientemente). Al leer esta obra del autor jesuita, podemos encontrar claramente puesto el énfasis en la repetición de una oración breve, fórmula o mantra. Incluso invita al lector a enriquecerse con la experiencia personal de este tipo de meditación. El autor también hace una presentación de la Filocalia mediante la cual intenta revivir el mismo espíritu de los Padres del Desierto. En otras palabras, quiere llevar al lector a las raíces de su doctrina, que como podemos apreciar, es sorprendentemente idéntica a las prácticas de los devotos de Kṛṣṇa en su línea de bhakti yoga o yoga devocional.

Vemos con felicidad coronados con éxito nuestros esfuerzos de encontrar la igualdad y la hermandad entre ambas tradiciones religiosas, que guardan como su más puro objetivo el despertar el amor por Dios en el corazón

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