Tahúr, embaucador, jugador, tramposo,
timero, son algunas de las designaciones para referirse a quienes están
atraídos a los juegos de azar. Es un hecho que ha traído grandes desgracias a
familias completas, el que un sólo miembro de ella haya sido adicto al casino,
las carreras de caballos, las cartas, etc.
Es doloroso ver cómo incluso los niños
y jóvenes pierden su valioso tiempo en los videos, echando una ficha tras otra,
fumando, etc, en un ambiente estridente saturado de pasión y tendencias
violentas.
Desde pequeños ya son educados a buscar
satisfacción en una máquina y en los objetos de los sentidos, pero muy rara vez
se les incentiva a conocer algo acerca de la naturaleza espiritual que los
constituye.
Nuestro maestro espiritual prohibió por
ello los juegos de azar, por considerarlos una fuente de corrupción, de necedad
y de ilusión. Dijo que por evitarlos el hombre desarrolla la veracidad y
aprende a vivir la realidad que le corresponde. Pensamos que el mundo Cristiano
no puede más que concordar con estas opiniones, porque la realidad misma nos
muestra las graves consecuencias de esta práctica. El deseo por riqueza
inmediata es contrario al espíritu de la enseñanza del Nuevo Testamento. Jesús
enseñó a las multitudes a buscar los tesoros eternos del cielo en lugar de la
ganancia temporal y terrena. Él insistió en el autosacrificio y en la
renunciación a las posesiones materiales, a los lazos familiares y a los
deberes con el mundo. (Mateo 6.19-21, 6.24-34, 8.21-22, 10.34-39, 19.20-21, 29;
Lucas 9.57-62, 12.51-53, 14.25-26,33).
Jesús no estaba interesado en
discusiones sobre dinero y propiedades (Lucas 12.13-14). Enseñó que la vida es
para algo más que para acumular cosas materiales.
Condenó a aquellos que atesoran para sí
pero que no son ricos para Dios (Lucas 12.15-21).
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