5. Reencarnación en ambas tradiciones



No es novedad para nosotros que tanto la filosofía como la religión de la India y del oriente en general sustentan la reencarnación como un hecho evidente. Sri Kṛṣṇa mismo nos da prueba de ello en su Bhagavad-gītā, donde dice: «Así como en este cuerpo el alma encarnada pasa continuamente de la niñez a la juventud y luego a la vejez, así mismo el alma pasa a otro cuerpo en el momento de la muerte. A la persona autorrealizada no la confunde tal cambio» (Bhagavad-gītā 2.13).

Este es sólo uno de los tantos textos en que el Bhagavad-gītā explica el proceso de la reencarnación. Lo primero que Sri Kṛṣṇa quiere hacernos comprender es que no somos este cuerpo, sino el alma espiritual que habita dentro.

El cuerpo, nos dice Kṛṣṇa, al igual que una vestidura, cubre al alma, pero cuando envejece, ésta lo cambia por uno nuevo. En especial en el principio de Su instrucción Sri Kṛṣṇa deja claramente establecida la diferencia entre el cuerpo y el alma. Este cuerpo se divide en burdo y sutil y está constituido de energía material externa. El alma, por otro lado, es energía espiritual y dota al cuerpo de conciencia. La prueba sencilla de esto es la muerte, que significa la ausencia del alma en el cuerpo.

El común de la gente piensa que somos una combinación de cuerpo y alma pero lo que nosotros observamos en realidad es que seguimos existiendo como la misma persona a pesar de haber estado en cuerpos diferentes desde que nacimos. Conservamos el mismo nombre y el mismo número de identificación, esto es prueba de que somos la misma persona, pero es un hecho, de que nuestro cuerpo está cambiando continuamente, e incluso hemos existido antes y existiremos después de él.

El cuerpo es comparado con el agua y el alma con una gota de aceite; el agua puede arrastrar al aceite, pero éste nunca se mezcla con ella. De la misma manera en nuestro estado actual nuestra alma está condicionada por el cuerpo y se deja llevar por él. Su conciencia cubierta y confundida le hace creer que nace, envejece y muere, pero esas sólo son transformaciones del cuerpo, y podemos sentir que nuestra conciencia está limitada por ellas.

Si en realidad fuésemos cuerpo y alma, dejaríamos de ser junto con cada cambio de este cuerpo, pero esto es algo que no se da en realidad. Para una madre ese hijo que tiene en sus brazos será el mismo que después verá crecer. Es muy importante tener bien en claro esta separación absoluta entre cuerpo y espíritu. La única vinculación que existe entre ambos es a través del concepto ilusorio que me hace pensar que «yo soy este cuerpo». Pero cuando mi conciencia consigue cambiar y sacudirse esta ignorancia ilusoria y puede declarar con convicción que «yo no soy este cuerpo sino un alma espiritual, eterna y bienaventurada sirvienta de Dios», en ese momento se ilumina con plena sabiduría y rompe por completo los nudos del cautiverio material.

En otras palabras, cuando el espíritu identifica su ser con este cuerpo, su conciencia se materializa y se degrada, desarrollando diferentes apegos por el placer de los sentidos y del mundo externo. Pero cuando este mismo espíritu se concentra en su propia naturaleza y en su relación con Dios, puede saborear en plenitud la dulzura de la realización trascendental. Por ello encontraremos que todos los santos, en todos los tiempos, nos invitan a alejarnos de los intereses del cuerpo y buscar satisfacer el hambre del espíritu. Es fácil comprender esto desde el punto de vista filosófico, pero es necesario tener una verdadera realización de esto para poder vernos realmente libres de la sombra de ignorancia causada por nuestra identificación corporal. La comprensión cabal de esta verdad volverá al hombre un sabio y un espíritu resuelto en la búsqueda de la verdad.

Sócrates quedó inmortalizado en el Fedón por enseñar a sus discípulos, y al mundo en general, su firme convicción de que él no era su cuerpo y que después de su muerte su espíritu de filósofo, liberado de las densas ataduras, podría elevarse y saborear esencias más sutiles.

En resumen podemos encontrar en las enseñanzas de Sri Kṛṣṇa que el alma es inmortal, distinta del cuerpo y preexistente a él. Es probable que estas dos últimas afirmaciones sean extrañas para un cristiano de esta época. Mas a este respecto, podemos citar las palabras del Señor dirigidas al profeta Jeremías: «Antes de formarte a ti en el vientre, Yo te conocía a ti; y antes de que salieras del vientre, Yo te santifiqué, y yo te ordené a ti como un profeta ante las naciones.» (Jeremías 1.4-5). Pablo le escribió tanto a los romanos como a los efesios que Dios conocía a sus fieles y los favorecía incluso antes de que el mundo fuese creado. (Romanos 8.29-30; Efesios 1.4). Ambas citas evidencian el credo en la preexistencia del alma en la cristiandad. Incluso los primeros cristianos que creían en ella fueron conocidos como pre-existencialistas. Clemente de Alejandría fue uno de ellos y escribió con interés acerca de lo que llamó la Metemsomatosis «hemos existido desde el principio, -escribió Clemente en su Stromata- porque en el principio estaba el Logos... y Él tuvo compasión con nosotros desde el principio».

En lo referente a que el alma es distinta del cuerpo encontramos enfatizado en las cartas de Pablo, cómo el espíritu es vestido con un nuevo cuerpo, y cómo la naturaleza eterna del alma y su relación con Dios se contrapone a la naturaleza temporal de la carne y del mundo material.
Con respecto a la reencarnación, los primeros cristianos la vieron con buena cara, ya que tenían contacto con la filosofía de Platón y su idea de la metempsicosis. «La doctrina cristiana era esencialmente platónica, -dice el Rvdo. Alvin V.P. Hart- hasta la época de Aquino en la cual la filosofía de Aristóteles comenzó a infiltrarse en la iglesia.

Pero la iglesia influenciada por Platón, al igual que Platón mismo, firmemente apoyó la idea de la reencarnación. Yo creo que recién en el primer Concilio Ecumérico, o en el segundo Concilio de Constantinopla esta doctrina fue abolida. Esto fue en el siglo VI. Esencialmente fue abolida debido a un edicto papal el cual a su vez estaba influenciado por los líderes políticos de la época, de los cuales el más notable era el emperador Justiniano. También se consideró que si las personas pensaban que tenían más de una vida para volverse un cristiano perfecto, ellos podrían inclinarse por llevar una vida pecaminosa ahora pensando expiar en la siguiente. En base a esto fue decidido negar la doctrina de la reencarnación.

Todos los textos fueron quitados de la Biblia...»

Orígenes (185 al 250 d.C.), fue uno de los padres de la iglesia más sobresalientes. Su influencia sólo puede ser secundada por San Agustín. Orígenes enseñó que Dios crea espíritus, y que todos los espíritus son iguales. Todos tienen libertad. Algunos caen en el pecado, y se vuelven demonios. Este proceso de crecimiento o de involución es continuo. Un ser humano en el momento de la muerte, puede nacer como un ángel o un demonio. Sostuvo que las diferentes formas de vida corresponden a los diferentes grados de perfección e imperfección. Todos los hijos de Dios son creados libres e iguales pero recibieron su condición actual «como recompensa o castigo por la forma en la cual usaron su libertad».

Orígenes afirmó que el alma por estar dotada de libre albedrío siempre puede rendirse a Dios. De allí la necesidad de la trasmigración. La gracia divina fluye libremente, pero el alma debe libremente dirigirse a Dios, con la finalidad de recibirla. En su libro III de Los Principios, Cáp. 5, escribió: «Por alguna inclinación hacia el mal, ciertas almas toman cuerpos primero de hombres; luego, debido a la asociación con personas irracionales, nacen como bestias, de donde se sumergen al nivel de plantas. Desde esa posición ellos se elevan nuevamente y son reestablecidos en la posición celestial.

Tanto Orígenes como Clemente de Alejandría, hablaron de un estado intermedio, considerando que era de castigo, entrenamiento y purificación. San Ambrosio, el maestro de San Agustín, dijo que las almas esperan el fin del mundo en varias «habitaciones», que varían de acuerdo con sus actividades en la tierra. San Agustín enseñó que las almas de los hombres son juzgadas de inmediato después de morir, y algunas van a un lugar de purificación. Santa Catalina de Génova (1447-1510) enseñó que cuando uno muere, de inmediato reconoce los impedimentos por los cuales no puede acercarse a Dios, y por lo tanto voluntariamente se entrega a la purificación. Todas estas ideas son compatibles con la reencarnación.

En fechas más recientes, Sir William Jones, un misionero cristiano del siglo XVIII escribió: «Yo no soy hindú, pero comparto la doctrina de ellos en lo referente a un estado futuro (reencarnación) como incomparablemente más racional, más piadoso, y más apropiado para alejar al hombre del vicio, que las horribles opiniones inculcadas por los cristianos acerca de un castigo sin fin».

En realidad no podemos concebir la infinita gracia del Señor junto a un estado de condena eterna. A este respecto, el filósofo Francis Bowen, de Harvard, en su ensayo titulado «Metempsicosis Cristiana» admitió: «Una eternidad ya sea de recompensa o castigo, parece una ganancia inadecuada para el breve período de prueba en la tierra».

Sólo mediante los conceptos de karma y reencarnación podemos comprender claramente la justicia de Dios. En el evangelio encontramos a los apóstoles preguntándole a Jesucristo si un niño había nacido ciego por causa de sus pecados o debido a los pecados de sus padres.

Por esta pregunta podemos entender que ellos tenían alguna idea de reencarnación, o de que uno recibe un determinado tipo de cuerpo de acuerdo a sus actividades pasadas. La filosofía védica nos habla de karma como la ley de acción y reacción, que es el principio de justicia universal de cuyas leyes la trasmigración forma parte de manera lógica y natural.

Por encima de este principio de justicia está el de la misericordia del Señor, que constituye la única esperanza de salvación para el alma condicionada.

El día que el cristianismo vuelva a las enseñanzas de sus padres originales y pueda basar nuevamente su doctrina en la lógica del karma y la reencarnación, sin duda podrá presentar a sus fieles un credo más sólido, armonioso y liberado de los dogmas y misterios que lo suelen ensombrecer.

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