32. Personal - El masaje de la tarde

El masaje de la tarde no era tan minucioso como el de antes del mediodía. Era apenas masajear sus piernas desde la rodilla hasta los pies, y luego también los pies y los dedos. Él enseñaba la técnica. Decía que le daba algo de alivio. En esos momentos estaba más inclinado a meditar. ¿Dormía? A veces. O hablaba algo. Era posible que el sirviente tuviese que quedarse despierto un tiempo considerable. Usualmente era en un cuarto oscuro. En Australia, al final del día, des­pués de que él y los devotos habían marcha­do una gran distancia con el Ratha-yātrā (el Festival de las Carrozas), Prabhupāda felicitó a su sirviente por su danza tan agradable en el desfile. Fue tam­bién durante un masaje nocturno que le contó a otro sirviente la historia de cómo de niño recibió, de Inglaterra, un par de zapatos especiales, un regalo de su padre. También traía a discusión temas de filosofía, y la inhabilidad de los mūḍhas (asnos) para entenderla.
Para nosotros, Prabhupāda era un océa­no de misticismo. Sus declaraciones no estaban bajo nuestro control. Sin embargo, tratábamos de estar tan cerca como nos fuese posible, a su lado, tocando su cuerpo, conectados por el diálogo, de manera que se volviese tangible para nosotros. Y sin embargo era como un océano místico, y su pureza un aislamiento para aquellos que éramos impuros. Uno ni siquiera se atrevía a pensar, «¿En qué estará pen­sando Prabhupāda?».
En el cuarto oscuro, durante el masaje de la noche, su sirviente solía querer descansar. Ahora probablemente considere qué necio fue. Si tuviese otra oportunidad, ¿sería el mismo necio? A nadie le gusta ser sirviente; todos queremos ser el amo. Pero Prabhupāda nos vigilaba. Nos hizo devotos.
Satsvarūpa dāsa Goswami


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