Prabhupāda usaba términos muy fuertes cuando incriminaba a los
materialistas. Los acusaba de ladrones, incluso a los grandes industriales. —Todo
pertenece a Kṛṣṇa —decía— pero los capitalistas (y los comunistas) se están
tomando para sí mucho más de lo que Dios les ha dado—. A veces, cuando los
discípulos oían las críticas de Prabhupāda, quedaban preguntándose cómo iban
ellos a repetir semejantes cosas a los no devotos. El mismo Prabhupāda habló
con hombres de negocios, y en tales ocasiones, los devotos podían ver su
brillante forma de explicar a hombres centrados en sí mismos el concepto de īśāvāsya, una sociedad centrada en Dios.
En una caminata matutina alrededor del lago White Rock, los devotos
señalaron a Prabhupāda la mansión de uno de los magnates del petróleo más ricos
del mundo. La blanca construcción en la amplia propiedad era apenas visible en
la distancia, al otro lado del lago. Prabhupāda no lo tuvo muy en cuenta
mientras caminaba siguiendo la orilla, que estaba limitada por las altas
hierbas de palma que allí crecían, mientras el camino que seguían estaba
esparcido con papeles y latas de cerveza. Un devoto contó cómo había intentado
acercarse al multimillonario del petróleo para darle el Bhagavad-gītā, pero que el
único éxito que había conseguido fue darle una copia a un guardia amistoso que
había a la entrada.
—¿Qué le dirían —preguntó Prabhupāda— si de veras les permitieran verlo?
Con Prabhupāda estaban paseando unos diez devotos, y uno de ellos habló.
—Yo le diría que aquí en Dallas tenemos una escuela y que somos
verdaderos ciudadanos modelo.
—¿Qué más le dirían? —preguntó Prabhupāda.
Una devota contestó que lo invitaría a visitar el templo, y otro dijo
que le llevaría prasāda.
—No —dijo Prabhupāda— le tienen que decir: «Usted es un gran ladrón. Se
ha apropiado de una gran cantidad de petróleo que le pertenece a Dios. Por eso
ahora tendrá que ser castigado».
Los seguidores de Prabhupāda se sintieron incómodos, al no haberle dado
a Prabhupāda una respuesta tan contundente, y estaban también un poco
sorprendidos. Mientras proseguía el tranquilo paseo matutino, Prabhupāda dijo
que llegaría el día en que el señor de la muerte vendría a buscar al
multimillonario del petróleo, y los guardias de la entrada no lo podrían
detener. A esa hora, sin tener en cuenta que pudiera ser el hombre más rico del
mundo, la muerte se lo llevaría para que afrontase su karma.
No mucho después de la visita de Prabhupāda a Dallas, el multimillonario
de Texas murió. Algunos de los devotos recordaron la palabras de Prabhupāda, y
cómo nunca fueron capaces de acercarse a aquel hombre. Uno de los devotos que
estaban en la caminata era Dayānanda dāsa, que años después recordó vívidamente
el episodio completo, cuando fue testigo del trato de Prabhupāda con un rico
industrial.
Hablando en inglés, Prabhupāda le dio la bienvenida agradablemente.
—Encantado de conocerlo —dijo Prabhupāda—. Gracias por venir a Māyāpura...
Y ¿de qué es su fábrica?
El empresario, un hombre grueso vestido con dhotī, camiseta y kurtā
inmaculadamente blancos, habló en voz alta.
—Fabrico vidrio —dijo.
—Hmm —reflexionó Prabhupāda—. ¿Y de qué se hace el vidrio?
El hombre caminaba ahora al lado de Prabhupāda, en compañía de otros
devotos y amigos, dando vueltas por la azotea, hablando y contemplando las
llanas tierras que rodean Māyāpura.
—De sílice —contestó el hombre—. Y el sílice se extrae de la arena.
—Sí —dijo Prabhupāda— pero ¿a quién pertenece la arena?
El industrial no sólo era un inteligente hombre de negocios, sino que también
era piadoso, y pudo entender que Bhaktivedanta Swami, como guru, lo estaba orientando.
—Oh —dijo—, la arena viene de Bhagavān.
Prabhupāda contestó rápidamente: —Oh, ¿entonces usted Le está robando a
Bhagavān?
La réplica de Prabhupāda hizo que todos rieran. Incluso el industrial no
pudo menos que unirse a la risa. Tras el rápido intercambio, el empresario de
Calcuta se fue yendo hacia la parte de atrás del grupo, y otros se adelantaron
para presentarle a Prabhupāda algunas preguntas. Él respondía una tras otra,
desarrollando a veces diferentes temas o pasando de un tema a otro. Tras pasear
durante una media hora, el industrial de nuevo se acercó al frente para otra
ronda de preguntas con Prabhupāda. Había estado considerando lo que Prabhupāda
le había dicho, y se sentía un poco culpable.
—Swamiji —expuso el hombre—, aunque quizá yo tome la propiedad de Bhagavān,
también doy caridad.
Prabhupāda sonrió y contestó: —Ah, entonces solamente eres un poquito
ladrón.
Otra vez todos los que caminaban se rieron al oír la última palabra de
Prabhupāda sobre el tema. Así mostró Śrīla Prabhupāda la aplicación práctica
del consejo teórico que había dado en Dallas.
Entrevista con Dayānanda dāsa; Satsvarūpa dāsa Goswami
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