En otra visita al templo de Brooklyn, cuando Śrīla Prabhupāda veía las
últimas pinturas de sus discípulos artistas, de pronto pidió que trajesen una
cinta de sus bhajanas donde cantaba Jīva Jago.
En unos minutos encontraron la cinta, y Prabhupāda se recostó en su āsana escuchando en silencio, junto con
los devotos que llenaban la habitación. Estaba tan absorto escuchando el canto
que a los devotos les pareció que había entrado en trance. Incluso cuando
levantó los ojos y miró la habitación en torno, ellos siguieron pensando que el
humor espiritual de Prabhupāda era profundo e inaccesible. Cuando se terminó la
cinta, Prabhupāda seguía sin poder hablar, de modo que pareció que la reunión
se terminaba. Los devotos, a regañadientes, empezaron a levantarse y salir.
Pero uno de los pintores se adelantó con otro cuadro.
—Prabhupāda, hemos olvidado mostrársela. Aquí hay otra pintura más.
—Sí —dijo Prabhupāda, aún muy pensativo—. Sí, es buena. Entonces miró
alrededor a los devotos reunidos en la habitación y empezó a mover su cabeza a
los costados apreciativamente.
—En realidad todos ustedes son buenos —dijo—. Todos ustedes son buenos,
y en asociación con ustedes hasta yo puedo ser bueno. Por lo demás, yo soy muy
malo—. Ahora sí la reunión se había
terminado; nadie fue capaz de responder a la humilde afirmación de Prabhupāda.
Entrevista con Hṛdayānanda dāsa Goswami
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