Uno de los discípulos artistas de Prabhupāda, Bharadvāja dāsa, tenía su
propias ideas acerca de cómo debía predicar, hasta que Prabhupāda imprimió en
él su propio deseo y definición de cómo predicar. Cuando recibió su mantra gāyatrī, Bharadvāja preguntó:
—Prabhupāda, ¿puedo hacerle una pregunta?—. Prabhupāda asintió y Bharadvāja
prosiguió: —Me gustaría ir a predicar—. Iba a decir algo más, pero Prabhupāda
lo cortó.
—¿Qué sabes tú de predicar? —desafió Prabhupāda, y su discípulo se quedó
sin habla.
—Predicar significa describir a Kṛṣṇa —dijo Prabhupāda—. Tú lo estás
haciendo con tus pinturas—.
Prabhupāda se echó hacia delante por encima de la
mesa y miró a los ojos de su discípulo. —
Trata de entender, por favor —dijo
Prabhupāda—. Si tú no haces este importante servicio, ¿quién lo va a hacer?
Sigue pintando.
Bharadvāja dejó el cuarto, meditando en lo que Prabhupāda había dicho.
Pensó cómo había querido decirle a Prabhupāda: «Quiero ir a Rusia». Quizá si lo
hubiese dicho habría sido diferente. Pero entonces retumbaron en su mente las
propias palabras de Prabhupāda, y por último empezó a entenderlas. Se empezó a
dar cuenta de que el mero hecho de conocer otra lengua no era una gran
cualificación para predicar. En cambio pintando un cuadro con el nombre, la
fama y los pasatiempos de Kṛṣṇa, podía predicar en todas partes muy
directamente, en un lenguaje universal que no exige traducción. Cuanto más
pensó en ello, más feliz se sintió de seguir la orden de Prabhupāda.
Al día siguiente, Prabhupāda se reunió de nuevo con los artistas de
ISKCON y Bharadvāja estaba ansioso de demostrar a Prabhupāda que había
entendido sus enseñanzas. Prabhupāda hablaba del significado de sannyāsa, que dijo que era predicar
sirviendo a Kṛṣṇa con cuerpo, mente y palabras. Servicio con la mente, dijo
Prabhupāda, quiere decir la inteligencia. El trabajo especial de los artistas
era servir a Kṛṣṇa con la inteligencia. Debían servirle con la inteligencia y
no distraerse con variedad de cosas. Pensando que, por último, había entendido
el punto claramente, Bharadvāja habló.
—Prabhupāda —dijo— el otro día usted dijo que predicar es describir a Kṛṣṇa.
—Sí —dijo Prabhupāda— hay que ofrecer las palabras a Kṛṣṇa valiéndose
del habla.
Bharadvāja quedó confundido otra vez, y el deseo que antes tenía de
predicar viajando y pronunciando palabras, no pintando, volvió a su mente.
Pensó que había entendido a Prabhupāda, pero ahora Prabhupāda amplió su
explicación. Bharadvāja se sorprendió.
—El artista también puede predicar —dijo Prabhupāda—. En el templo, a
los devotos. Pero continuó insistiendo en que los artistas más que nada se
sentasen y pintasen, ésa era su mejor prédica. Al ver la confusión de Bharadvāja,
Prabhupāda se volvió a él.
—Dime Bharadvāja, ¿adónde querías ir?
Bharadvāja sintió que había caído en una trampa, pero no pudo
resistirse. —A Rusia —dijo.
Prabhupāda echó la cabeza hacia atrás, lleno de sorpresa: —¡¿Rusia?! —exclamó, y se rió. Con esta nota,
Śrīla Prabhupāda dio fin a su conversación con los artistas.
«Ahora me he portado como un tonto dos veces delante de Śrīla Prabhupāda»,
pensó Bharadvāja, y decidió no volver a exhibir nunca más su inestabilidad
mental frente a Prabhupāda. «¿Cuándo aprenderé? —pensó—; Prabhupāda quiere que
me dedique a pintar.»
Entrevista con Bharadvāja dāsa
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