Las jīvas son partes integrantes del Señor, así como una
hoja es parte integrante de un árbol, o así como el dedo es parte integrante
del cuerpo. ¿Qué ocurre si la hoja pierde su vínculo con el árbol? ¿Qué sería
del dedo si fuera separado del cuerpo?
Otro buen ejemplo es el fuego y sus partes integrantes, las
chispas. Así como el fuego, las chispas también poseen calor y luz pero,
evidentemente, en menor cantidad. No obstante, a medida que las chispas se distancian
del fuego van gradualmente perdiendo sus cualidades de luz y calor, hasta que
finalmente se extinguen.
Del
mismo modo las jīvas están dotadas de
las mismas cualidades del Supremo, es decir, ellas también son eternas (sat),
plenas de conocimiento (cit) y plenas de bienaventuranza (ānanda), sin embargo, tales cualidades se exhiben en menor cantidad. Si
mantienen un contacto directo con el Supremo, las jīvas también retendrán esas cualidades divinas, caso contrario las
perderán. En otras palabras, al mal utilizar su libre albedrío, la jīva prueba suerte en el mundo material
temporario y, como resultado inevitable, queda desprovista de sus cualidades
divinas originales y pierde sus cualidades de eternidad, conocimiento y
bienaventuranza plenas. Por consiguiente, las jīvas que están influenciadas por māya (la ilusión) comienzan a ejecutar diferentes tipos de
actividades materiales y acaban permaneciendo atadas a las estrictas leyes de
la naturaleza, nacimiento tras nacimiento.
Bajo la influencia de la ilusión
Aunque sea parte integrante del Supremo y, consecuentemente, sea
energía espiritual, la jīva es
también considerada una “energía marginal” de Dios (taṭastha-śakti), dado que ella también
tiene la opción de vivir en el mundo material. Para ilustrar el significado de “energía
marginal” podemos usar la vera del mar como un excelente ejemplo, pues, como
sabemos, dependiendo de la marea, a veces la orilla del mar está cubierta de
agua, y a veces está descubierta. Del mismo modo, la jīva puede mantenerse eternamente en el mundo espiritual
intercambiando una relación amorosa con el Supremo, permaneciendo absolutamente
libre de la influencia de la energía material inferior, del karma y
del tiempo eterno. Sin embargo, cuando ella se atrae por un tipo de vida
separada del Supremo queda cubierta por la materia y, como ya dijimos, cae en
una vida llena de ilusión material. Al entrar en contacto con el mundo
material, la jīva tendrá que recibir
un cuerpo y permanecer bajo la influencia del tiempo, sujetándose al constante
ciclo de nacimiento, vejez, enfermedad y muerte.
Ciertamente, el contacto con la materia hace que la jīva pierda su fuerza espiritual y sea
víctima de su ego material, el cual siempre busca falsos placeres. Olvidada de
su relación eterna con el Supremo, la jīva
pierde su conexión con el servicio amoroso a Él. Como resultado, su deseo
natural de servir al Señor se pervierte en el deseo de servir a su propio
cuerpo, intelecto y sentidos materiales. En esta condición, su mente material
procura aceptar siempre las condiciones favorables para su placer material,
mientras que rechaza cualquier cosa perjudicial para su interés. Por lo tanto,
así como cualquiera de nosotros, Arjuna fue alertado por el Señor Kṛṣṇa sobre
tales impurezas [Bg. 2.2-3]:
“Mi querido Arjuna, ¿cómo te han aparecido estas impurezas? No son
propias en absoluto de un hombre que conoce el valor de la vida, y no conducen
a los planetas superiores, sino a la infamia. ¡Oh, hijo de Pṛtha!, no cedas a
esta impotencia degradante. No es digna de ti. Abandona esa mezquina flaqueza
del corazón y levántate, ¡oh, castigador del enemigo!”.
Tales palabras enérgicas del Señor sirven como gran estímulo para
todas las jīvas. Al olvidarse de su
verdadera naturaleza espiritual eterna, la mente de la jīva actúa como una enemiga traicionera que siempre busca, con
imperceptible sutileza, desviarla de su verdadero deber, o sea, la
autorrealización espiritual. Este ejemplo fue dado por Arjuna, el cual presentó
argumentos sensatos e inventó buenas excusas con el simple propósito de
esconder sus sentimientos mundanos —el apego a las relaciones corpóreas y el
miedo a perderlas.
Debido a la influencia del ego falso, la jīva olvida que es un alma eterna y se apega excesivamente al
cuerpo material y a todo lo que esté ligado a él. Por lo tanto, el temor que
tomó cuenta de Arjuna e hizo que desistiera de luchar no tenía sentido. En
verdad, esto representa el temor que la jīva
siente frente a la posibilidad de desapegarse de las cosas materiales. Si la jīva quiere librarse de la influencia
del ego falso, comenzará una lucha contra sus propios deseos materiales. Por lo
tanto, de la misma forma en que el Señor Kṛṣṇa consideró los argumentos de
Arjuna como simple debilidad del corazón, cualquier argumento dado por la jīva para no luchar contra sus deseos
materiales no será más que una falsa idea de la no-violencia. La conclusión es
que todas las excusas encontradas por la jīva,
basadas en la ignorancia acerca del verdadero yo, no se justifican. Por ello,
el Señor intenta animar a Arjuna (y a todos nosotros) a abandonar la impotencia
revestida de supuesta no-violencia, y le recomienda que se levante y participe
enérgicamente en la batalla.
La ayuda del maestro espiritual
Al sentirse incapaz de resolver sus propios problemas, Arjuna no
duda en pedir ayuda a su amigo, el Señor Kṛṣṇa, y pasa a dar el buen ejemplo de
una jīva que reconoce su ilusión y
desea librarse de ella [Bg. 2.7-8]:
“Ahora estoy confundido en cuanto a mi deber, y he perdido toda
compostura a causa de una mezquina flaqueza. En esta condición, Te pido que me
digas claramente qué es lo mejor para mí. Ahora soy Tu discípulo y un alma
entregada a Ti. Por favor, instrúyeme. No encuentro ninguna forma de apartar
este pesar que me está secando los sentidos. No podré disiparlo ni siquiera si
obtengo en la Tierra un reino próspero y sin igual, con una soberanía tal como
la de los semidioses del cielo”.
A pesar de poseer buen corazón, Arjuna era incapaz de resolver sus
problemas solo. Esta verdad no es aplicable simplemente a Arjuna, sino que se
aplica a todos los que se encuentran en este mundo.
Independientemente del alto grado de conocimiento material que una
persona haya alcanzado, continuará siendo imposible superar todas las
perplejidades de la vida sin la ayuda de un maestro espiritual. Por lo tanto,
cualquier persona desprovista de conocimiento trascendental comprobará, tarde o
temprano, que sus esfuerzos personales en la tentativa de resolver sus
problemas son insuficientes. Tendrá que someterse al cultivo de conocimiento
trascendental bajo la guía de un maestro espiritual auto-realizado, pues las
situaciones problemáticas son parte de la naturaleza de este mundo y le surgen
a todos, inclusive intentando constantemente evitarlas. Debemos, por lo tanto,
seguir los pasos de Arjuna que, en medio de tantas dificultades, reconoció su
debilidad y confusión mental y asumió su incapacidad de cumplir correctamente
sus diferentes deberes. De ese modo, debemos someternos al entrenamiento de un
maestro espiritual auténtico y, bajo su guía, superar todas las complejidades
de la vida.
La verdadera naturaleza del yo
espiritual
Luego que Arjuna aceptara al Señor Kṛṣṇa como su maestro
espiritual, el Señor comenzó a instruirle acerca de su verdadero yo —una
partícula integrante del Supremo, plena de cualidades espirituales.
El Gītā enseña que el
cuerpo material vive en constante transformación a través de las acciones y
reacciones de la diferentes células, las cuales producen el crecimiento y la
vejez. No obstante, la jīva permanece
en el cuerpo como una centella espiritual minúscula. Ella es inmutable y nunca
se somete a los cambios que ocurren en el cuerpo, el cual es simplemente donde
la jīva se corporifica y se esparce
como la conciencia individual.
Por naturaleza el cuerpo material es perecedero pero la jīva es eterna y es tan pequeña que ni
siquiera se puede medir su dimensión. A pesar de que es diminuta, ella es
auto-luminosa pues es una parte de la luz suprema. Es esta partícula de luz
espiritual la que mantiene al cuerpo, pues, cuando ella parte, inmediatamente
comienza la descomposición del cuerpo. Lo que denominamos muerte, por
consiguiente, no es más que el fenómeno que ocurre cuando la jīva abandona el cuerpo que no presenta
más condiciones apropiadas para su permanencia.
El cuerpo está frecuentemente sujeto a seis diferentes
transformaciones: nace, permanece por algún tiempo, crece, produce
subproductos, y decae gradualmente hasta descomponerse. La jīva, sin embargo, no atraviesa por tales cambios. Ella no nace. Al
ser lanzada en un vientre materno acepta la cobertura de un determinado cuerpo
haciendo que, bajo su influencia, el cuerpo nazca y se desarrolle. Todo lo que
nace también muere. No obstante, porque no ha nacido, la jīva no tiene pasado, presente o futuro —ella es siempre existente
y primordial. La jīva nunca es
afectada por los cambios del cuerpo y tampoco produce algún subproducto. Lo que
llamamos hijos son simplemente los subproductos del cuerpo, los cuales poseen
diferentes almas individuales. El cuerpo solo se desenvuelve a causa de la
presencia de la jīva, pero ella
permanece libre de cualquier alteración. Estando localizada en el corazón de la
entidad viviente, la jīva simplemente
actúa como fuente de energía para que el cuerpo pueda ejecutar sus funciones. A
veces, debido a las nubes en el cielo, no podemos ver el sol, mas cuando existe
claridad podemos tener la completa convicción de que es de día y de que el sol
aun está presente. Del mismo modo, aunque no se pueda encontrar a la jīva dentro del corazón, si un cuerpo
exhibe conciencia esto es un indicativo de su presencia dentro del cuerpo. Y
cuando el cuerpo pierde completamente su conciencia, esto es una evidencia
concreta de que la jīva fue
transferida a otro cuerpo. Esa transferencia se realiza bajo la supervisión de
la manifestación del Señor conocida como Paramātmā (Superalma), la cual también
reside dentro de todos los cuerpos. El Gītā [Bg. 2.17-25] describe las
cualidades de la jīva de la siguiente
manera:
“Sabed que aquello que se difunde por todo el cuerpo es
indestructible. Nadie puede destruir a esa alma (jīva) imperecedera. El cuerpo material de la entidad viviente (jīva) eterna, indestructible e
inconmensurable, tiene un final con toda certeza; por lo tanto, pelea, ¡oh
descendiente de Bharata! Tanto el que cree que la entidad viviente (jīva) es la que mata como el que cree
que ésta es matada, carecen de conocimiento, pues el ser (jīva) ni mata ni es matado. Para el alma (jīva) no existe el nacimiento ni la muerte en ningún momento. Ella
no ha llegado a ser, no llega a ser y no llegará a ser. El alma es innaciente,
eterna, permanente y primordial. No se la mata cuando se mata el cuerpo. ¡Oh,
Partha!, una persona que sabe que el alma (jīva)
es indestructible, eterna, innaciente e inmutable, ¿cómo puede matar a alguien
o hacer que alguien mate? Así como una persona se pone ropa nueva y desecha la
vieja, así mismo el alma (jīva)
acepta nuevos cuerpos materiales, desechando los viejos e inservibles. Al alma
(jīva) nunca puede cortarla en
pedazos ningún arma, ni puede el fuego quemarla, ni el agua humedecerla, ni el
viento marchitarla. Esta alma (jīva)
individual es irrompible e insoluble, y no se la puede quemar ni secar. El alma
(jīva) está en todas partes, y es
sempiterna, inmutable, inmóvil y eternamente la misma. Se dice que el alma (jīva) es invisible, inconcebible e
inmutable. Sabiendo esto, no debes afligirte por el cuerpo”.
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