Al
aceptar su residencia en el mundo material, la jīva queda bajo el control de kāla,
el poderoso tiempo. Este kāla es el
representante del Supremo que corroe todas las cosas en este mundo material y
hace que todos los planes materiales de las jīvas
se vengan abajo.
Por ello, en el Bhagavad-gītā
[13.9] el Señor Kṛṣṇa declara que uno de los aspectos más importantes en el
proceso de cultivo de conocimiento trascendental es la percepción de que las
manifestaciones de kāla en la forma
de nacimiento, vejez, enfermedad y muerte son condiciones extremadamente
indeseables.
Tal percepción de la situación miserable de la jīva bajo el control de kāla es importante pues ayuda a la
persona a desenvolver un gran ímpetu por practicar la vida espiritual y hace
que la jīva pierda su interés por
obtener diferentes cuerpos materiales. En lugar de ello, la jīva desarrolla el deseo de recuperar su
cuerpo espiritual (el cual está absolutamente libre de kāla) y regresar al hogar, de vuelta al Supremo.
De ese modo, el Gītā
[10.30] afirma: “... entre los subyugadores, Yo soy el tiempo”.
Las divisiones de las eras
Inclusive el Señor Brahmā, el semidiós responsable por la creación
del Universo material, tiene una duración de vida limitada. En verdad, existen
innumerables universos y en cada uno de ellos existe un Brahmā específico
ayudando al Señor a llevar a cabo la creación material. Él vive apenas cien
años, pero desde nuestro punto de vista, sus años son prácticamente
interminables. El Gītā [8.17-20]
afirma:
“En función de los cálculos humanos, el conjunto de mil eras
constituye la duración de un día de Brahmā. Y esa es también la duración de su
noche. Al comienzo del día de Brahmā, todas las entidades vivientes (jīvas) se manifiestan del estado no
manifiesto, y luego, cuando cae la noche, se funden de nuevo en lo no
manifiesto. Una y otra vez, cuando llega el día de Brahmā, todas las entidades
vivientes (jīvas) pasan a existir, y
con la llegada de la noche de Brahmā son aniquiladas irremediablemente. Mas,
existe otra naturaleza no manifiesta, que es eterna y trascendental a esta
materia manifestada y no manifestada. Esa naturaleza es suprema y nunca es
aniquilada. Cuando todo en este mundo es aniquilado, esa parte permanece tal
como es”.
Según el conocimiento védico, la manifestación cósmica está
dividida en cuatro eras: Satya, Tretā, Dvāpara y Kali, y, para tener una idea
de lo que ello significa, un día de Brahmā tiene la duración de la suma de mil
ciclos de cuatro eras, lo cual es conocido como un kalpa. La era de
Satya se caracteriza por la virtud y tiene una duración de 1.728.000 años. En
la era de Tretā la virtud disminuye y dura 1.296.000 años. En la era de Dvāpara,
además de disminuir la virtud, la religión se pierde y los vicios se infiltran,
y dura 864.000 años. En la era que vivimos actualmente, la era de Kali, la
desavenencia y la irreligión predominan y su duración disminuye a 432.000 años.
Si sumamos los años de las cuatro eras y los multiplicamos por mil veces,
tendremos un kalpa, o en otras palabras, un día de Brahmā —este mismo
número le corresponde a su noche. Desde nuestro punto de vista, por lo tanto,
los cien años de Brahmā representan 311 trillones y 40 billones de años
terrestres. Así como los seres vivos son creados en el comienzo de la vida de Brahmā,
en el final de su vida, todos los seres son irremediablemente aniquilados
juntamente con la creación material y permanecen por un tiempo en un estado
inmanifiesto. Y solamente cuando un Brahmā específico vuelve a nacer es que se
manifiestan de nuevo.
Una persona inteligente no debe perder tiempo ejecutando
actividades que la mantengan cautivada por el encanto de esta prakṛti y que la conserven, en
constantes renacimientos, dentro de este mundo material. Debe despertar su
interés por la morada de Dios, la cual está constituida de energía espiritual
superior y está libre de la influencia de kāla,
no teniendo nada que ver con la manifestación y la aniquilación de este mundo,
que ocurren durante los días y noches de Brahmā.
La morada trascendental
En el texto védico Brahmā-saṁhitā hay una descripción
vívida de la morada personal del Señor Kṛṣṇa, donde se describe que esta
residencia es conocida como cintāmaṇi-dhama, o el lugar donde todos
los deseos son completamente satisfechos.
En el comienzo del Capítulo Quince del Gītā, el Señor Kṛṣṇa recomienda que debemos desenvolver interés por
buscar la morada eterna suprema y rendirnos a la Suprema Personalidad de Dios.
Enseguida, Él comienza a explicar cómo se efectúa el proceso de rendición y
este tema es el punto central del Bhagavad-gītā.
Al aceptar el servicio devocional, la jīva
atrae la misericordia del Supremo, que es el único que puede otorgarle la
liberación.
Como veremos en los versos siguientes [Gītā, 15.5-6] la aceptación
del servicio devocional sólo se hace posible para una persona que, debido a la
inteligencia, se ha vuelto verdaderamente humilde y se ha librado del orgullo
absurdo de juzgarse el señor de la naturaleza material:
“Aquellos que están libres del prestigio falso, de la ilusión y de
la falsa compañía, que entienden lo eterno, que han terminado con la lujuria material,
que están libres de las dualidades de la felicidad y la tristeza, y que, sin
ninguna confusión, saben cómo entregarse a la Persona Suprema, llegan a ese
reino eterno. Esa suprema morada Mía no está iluminada por el Sol ni la Luna,
ni por el fuego, ni por la electricidad. Aquellos que llegan a ella, nunca
regresan a este mundo material”.
En el Capítulo Siete del Gītā
encontramos la información de que el necesitado, el afligido, el inteligente y
el curioso que ejecutaron actividades piadosas se vuelcan a la adoración del
Señor. De un modo general, cuando las dificultades surgen en las vidas de esas
personas piadosas, ellas no encuentran otra alternativa además de buscar abrigo
en el servicio devocional al Señor. Mientras que aquellos que están acumulando
acciones impías no pueden aproximarse al Supremo. Por el contrario, tales
personas no piadosas permanecen asociadas a las falsas actividades de la
energía ilusoria material y nunca se rinden al Señor.
En verdad, a menos que la persona tenga la misericordia del Señor,
no podrá admitir y entender que este mundo material es un lugar peligroso,
lleno de calamidades. El síntoma de una persona verdaderamente inteligente es
que ella desiste de hacer planes para ajustarse permanentemente a esas
calamidades materiales. Al mismo tiempo, tal persona comprende que mientras
esté en este mundo tendrá que hacer frente a los inevitables infortunios, los
cuales son considerados como estímulos positivos para el progreso en la
comprensión espiritual. Comprendiendo su posición como alma espiritual eterna,
la persona debe mantenerse trascendental a las aparentes calamidades
materiales, las cuales son comparadas a una pesadilla. En un sueño, por
ejemplo, un hombre puede tener la sensación de que un tigre lo está engullendo.
Ciertamente, él sufrirá por ello. Sin embargo, así como este “tigre”, el
sufrimiento material es ilusorio, pues se trata únicamente de una pesadilla.
Dado que son ilusorias, las calamidades de este mundo sólo podrán afectar a la
persona que no comprendió la naturaleza ilusoria de este mundo material. Aquel
que no se rinde al Señor, por lo tanto, no puede comprender la verdadera
esencia de este mundo. Se ese modo, en vez de dedicar su vida al Señor, una
persona tonta prefiere buscar su felicidad en este mundo lleno de peligros.
Ella no tiene información acerca de la morada del Señor, la cual es eterna y
plenamente bienaventurada, siendo libre de cualquier vestigio de calamidad.
Este mundo es comparado a un océano turbulento, el cual debe ser
cruzado lo más rápido posible. La conclusión es que, mientras estemos en este
océano, siempre estaremos en una situación peligrosa, a merced de sus violentas
olas. Aunque estemos en un grande y resistente barco, en cualquier momento
podrá surgir un imprevisto y tendremos que hacer frente a las situaciones más
adversas. Por ello, nuestra única preocupación debe ser cómo atravesar lo más
rápido posible este océano de peligros refugiándose en el Señor —el barco más
adecuado para cruzar el océano de la ignorancia. El destino final debe ser
residir en la morada del Señor, que no tiene nada que ver con el lugar donde
existe peligro a cada paso. Dado que, mientras estemos en este mundo, no
podremos evitar sus adversidades, debemos, entonces, con o sin ellas, cantar
los santos nombres del Señor, especialmente el maha-mantra Hare Kṛṣṇa
Hare Kṛṣṇa, Kṛṣṇa Kṛṣṇa, Hare Hare / Hare Rāma Hare Rāma, Rāma Rāma, Hare Hare,
y dedicarnos al desenvolvimiento de nuestra conciencia espiritual para regresar
al mundo espiritual, donde todo es iluminado por la potencia interna del Señor.
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