Haridās es cruelmente atacado por los musulmanes


Parte I: Las actividades inusuales de Haridās

Haridās es cruelmente atacado por los musulmanes

Viendo la extrema pureza de Haridās e influenciados por su potencia espiritual, dondequiera que fuese, todos desenvolvían mucha fe en él. Completamente absorto en amor extático por Kṛṣṇa, Haridās simplemente recorría las márgenes del sagrado Ganges, donde se bañaba. Mientras cantaba en voz alta los santos nombres del Señor Hari, por arreglo del destino, Haridās llegó a un lugar conocido como Phuliya-grama.

Este lugar era gobernado por un demoníaco Kazi musulmán que, tomando conocimiento de la influencia espiritual de Haridās, se volvió muy envidioso de él. No pudiendo tolerar tal situación, el Kazi demoníaco se dirigió al rey de aquella región describiendo a Haridās. Él dijo: “Aunque sea musulmán, él actúa como hindú. Debes traerlo y enjuiciarlo”. Oyendo las pala­bras ásperas del Kazi, el rey, que también era pecaminoso, rápidamente mandó llamar a Haridās. No obstante, por la miseri­cordia de Kṛṣṇa, el santo Haridās no sintió ningún temor del rey musulmán. Cantando “Kṛṣṇa, Kṛṣṇa” mientras cami­naba, Haridās concedió al rey el derecho de verlo. Oyendo que Haridās estaba viniendo, las personas piadosas que estaban confinadas en la prisión, quedaron tan felices como tristes. Sabiendo que él vendría, se volvieron internamente felices y pensa­ron: “El santo Haridās es un gran devoto vaiṣṇava. En cuanto lo veamos, todos nuestros sufrimientos serán destruidos”. Luego de implorar a los guardas con palabras dulces, los prisioneros recibieron el permiso de verlo. Al llegar allí, con un ojear miseri­cordioso, Haridās contempló a todos los prisioneros. Viendo los pies de loto de Haridās, todos se postraron en reverencia. Viendo en su belleza inusual el signo evidente de un devoto grandioso, todos sintieron gran bienaventuranza. Los ojos de Haridās eran como flores de loto, su rostro brillaba como la Luna, y sus brazos alcanzaban la rodilla. En verdad, todas sus caracte­rísticas eran encantadoras. Nadie se comparaba con él. Con mucha devoción, ofreciéndole reverencias, los prisioneros mani­festaron todos los síntomas de bhāva, amor extático por Kṛṣṇa. Viendo el avanzado nivel de servicio devocional de los pri­sioneros, Haridās misericordiosamente les sonrió, pronunciando la siguiente bendición oculta: “Que ustedes puedan permane­cer siempre tal como están ahora”.

Sin comprender el significado oculto de estas palabras, los prisioneros se pusieron un poco tristes. Entonces, misericordio­samente, Haridās explicó el verdadero significado de esta bendición oculta: “Les he concedido una bendición, pero, descono­ciendo su significado, se han puesto tristes. Por favor, piensen un poco más y traten de comprenderla. Ahora, sus corazones están apegados al Señor Kṛṣṇa y deben permanecer así en todos los momentos de sus vidas. Reúnanse siempre, canten los nombres de Kṛṣṇa y acuérdense de Kṛṣṇa. Permanezcan siempre así. Nunca hieran a nadie. Nunca causen problemas a nadie. En lugar de ello, siempre piensen en Kṛṣṇa y siempre, con voz suplicante, invoquen muy alto ‘Kṛṣṇa, Kṛṣṇa!’. Olviden los placeres materiales y huyan de la compañía de los hombres perversos. Si se empeñan en disfrutar los placeres materiales, no obtendrán el amor por Kṛṣṇa. Siempre pensando en el Señor Kṛṣṇa, manténganse lejos de los materialistas. Un corazón apegado a los placeres de los sentidos, sólo atrae problemas. Los placeres de los sentidos son una red que prende a hombres y mujeres. Ellos conducen a una persona a su propia destrucción. Por arreglo divino, una persona recibe la asociación de devotos sinceros. Entonces, se aparta de los placeres de los sentidos materiales y adora al Señor Kṛṣṇa. No obstante, si comete ofensas, volverá a su vida materialista. Por favor, presten mucha atención a esto. La bendición que les he dado no sig­nifica, ‘Que ustedes permanezcan prisioneros’, sino, por el contrario, ‘Que ustedes puedan olvidarse de los placeres materia­les’. Jugando con las palabras, en verdad, les di esta bendición. Por favor, no sientan la menor infelicidad. Derramé una mirada de misericordia sobre sus almas espirituales, ‘Que puedan obtener firme devoción por el Señor Kṛṣṇa!’ –ésta es la bendición real que les concedí. Por favor, no se preocupen. En dos o tres días más, serán liberados de la prisión. Yo les garantizo esto. Permanezcan en una situación de felicidad material o permanezcan en cualquier situación, pero nunca olviden estas verdades”.

Luego de dar estas enseñanzas auspiciosas a los prisioneros, Haridās se presentó ante el rey. Viendo su forma encantadora, el rey muy respetuosamente le ofreció un asiento. El rey le preguntó: “Oh, hermano mío, ¿qué ocurrió contigo? ¿Qué cambio es éste que ocurrió en tu mente? ¡Cuán afortunado eras! Tú eras un musulmán, ¿por qué has dejado a tu corazón actuar como un hindú entonces? Si veo un arroz hindú, yo no lo comeré. Naciste en una gran familia y ahora estás rechazando esto. ¿Cómo puede obtener la salvación e ir al paraíso una persona que cambia su propia religión por otra? Sin considerar nada de esto, te has comportado muy mal. Ahora pronunciaré una sentencia que ha de librarte de todos tus pecados”.

Oyendo estas palabras de una persona confundida por māyā, Haridās sonrió y pensó: “¡Ha, ha..., ésta es la potencia de la māyā del Señor Viṣṇu!”. Entonces, con mucha dulzura, él replicó: “¡Oh, hijo mío!, por favor, escucha. Existe solamente un Señor para todos. Los hindúes y los musulmanes son diferentes en muchas maneras, no obstante, la verdad que está en el Co­rán y en los Purāṇas describe al mismo Dios. El Dios único es puro, eterno, indivisible, inmutable, perfecto y completo. Él vive en el corazón de todos. Puesto que el Señor instruye internamente a diferentes personas, ellas empiezan a actuar distinta­mente. Siguiendo su propia escritura, todas las personas del mundo hablan de los nombres y cualidades de Dios a su manera. El Señor conoce la naturaleza de todos. Cualquier persona que ataca a alguien, en verdad, está atacando al propio Señor. Yo he seguido las órdenes que el Señor ha dado en mi corazón. Por el deseo del Señor, un brāhmaṇa hindú puede volverse un mu­sulmán. Asimismo, por la voluntad divina un musulmán puede volverse hindú. En verdad, designaciones tales como ‘hindú’ o ‘musulmán’ se refieren solamente a cuerpos materiales temporales. ¡Oh, persona honorable!, por favor, considera todo esto. Aún así, si crees que tengo culpa, castígame”.

Oyendo las palabras verdaderas de Haridās, algunos musulmanes se sintieron felices pero, aún así, el pecaminoso Kazi dijo al rey: “Él está desviado de nuestra religión y desviará a muchas otras personas también. Él deshonrará a los musulmanes. Si él no está de acuerdo con ser castigado, entonces, que repita lo que dijo, pero con palabras que existan en nuestras propias escrituras”. Estando de acuerdo con esto, el rey dijo: “¡Oh, hermano mío!, por favor, habla de nuestra propia escritura musul­mana. Entonces, no tendrás nada que temer. Si actúas de otra manera, tendré que castigarte”.

Haridās dijo: “Cualquier cosa que Dios desee, ciertamente ocurrirá. Nadie tiene el poder de hacer esto de otra manera. To­dos acaban recogiendo los frutos de sus propias ofensas. Es únicamente Dios quien está haciendo todo esto. Por favor, tengan la certeza de una cosa: aunque mi cuerpo sea cortado en pedazos y mi aire vital salga, aún así, yo nunca permitiré que los san­tos nombres de Hari abandonen mi lengua”.

Oyendo estas palabras, el rey agregó: “¿Qué debo hacer con este animal?”. El Kazi respondió: “Préndelo y arrástralo por los veintidós mercados y golpéalo hasta que muera. Yo no doy otra sanción. Si después de golpearlo en los veintidós mercados aún sigue vivo, entonces, aceptaré que él es una persona santa y que dijo palabras sensatas”. Llamando a los soldados, dijo con mucho odio: “¡Golpéenlo hasta que su vida termine! Un musulmán que se vuelve hindú sólo quedará libre de sus pecados por medio de la muerte”. Cuando el pecaminoso Kazi dijo estas palabras, hombres perversos vinieron y agarraron a Haridās de un modo terrible. Ellos lo tomaron y lo arrastraron de mercado en mercado. Algunas personas piadosas sintieron gran ira en el corazón al ver la terrible escena, y maldijeron contra el rey y sus siervos. Algunas de ellas intentaron detener la violencia de los soldados contra Haridās, mientras que otras se aproximaron a los musulmanes y aferraron sus pies implorando: “Te daré cual­quier cosa que desees pero, por favor, deja de golpearlo”. A pesar de todo esto, ninguna misericordia surgía en el corazón de aquellos pecadores. Con gran ira en sus corazones, golpeaban continuamente a Haridās. No obstante, por la misericordia del Señor Kṛṣṇa, ninguno de los golpes producía el menor dolor en el delicado cuerpo de Haridās. Prāhlada no sintió, en abso­luto, ningún dolor cuando los demonios le golpeaban. Las propias escrituras afirman esto. De la misma manera, Haridās estaba en transe espiritual y no sentía ni siquiera el menor dolor cuando los musulmanes le golpeaban. Ésta es la maravillosa historia de Haridās y, por acordarse de él, una persona ciertamente cortará sus sufrimientos en pedazos. En verdad, cuando los pecami­nosos musulmanes le golpeaban, Haridās sentía apenas un único dolor en su corazón. Con gran tolerancia, él pensaba: “¡Oh, Señor Kṛṣṇa!, sé misericordioso con estas almas. No permitas que el odio que sienten por mí sea considerado una ofensa”.

De esta manera, los pecaminosos guardias golpearon a Haridās por toda la ciudad. A pesar de haber sido duramente ata­cado, el aire vital de Haridās permanecía en el cuerpo. En realidad, Haridās ni siquiera estaba consciente de que estaba siendo atacado. Los musulmanes estaban atónitos: “¿Cuándo le abandonará su aire vital? Cualquier otro habría muerto luego de ser apaleado en dos o tres mercados. ¡Lo hemos golpeado en veintidós mercados y, aún así, no muere! Él simplemente continúa mirándonos y sonriendo”. Otro musulmán, entonces, comenzó a pensar: “¿Será que es un ser humano o un gran santo?”. Estas dudas surgieron en sus corazones. Finalmente, los musulmanes dijeron: “Oh, Haridās, somos nosotros quienes moriremos. A pesar de estar apaleándote, tú nunca mueres. Ahora el Kazi nos matará”. Sonriendo, el santo Haridās replicó: “Si por mante­nerme vivo, les causo tantos problemas, entonces, prefiero morir. Ya verán que haré esto”.

Luego de decir estas palabras, Haridās entró en un transe de meditación. Él manifestó todos los poderes místicos. Él quedó inmóvil y no respiraba más. Viendo esto, los musulmanes quedaron espantados. Ellos lo cargaron y lo arrojaron en los escalones de la casa del rey. “Pongan su cuerpo en la tierra”, dijo el rey, “entonces, obtendrá un buen destino. En verdad, él actuó tan mal que no merece tal fin. Si lo ponemos en la tierra, entonces, podrá ir al paraíso. Por eso, es mejor arrojarlo sim­plemente al Ganges y dejarlo sufrir por toda la eternidad”. Sin embargo, al intentar cargar el cuerpo de Haridās para arrojarlo al Ganges, los guardias musulmanes se llevaron una sorpresa. Como Haridās estaba en el transe de la bienaventuranza de la me­ditación, el propio Señor Kṛṣṇa, el mantenedor de todos los mundos, entró personalmente dentro de su cuerpo. Puesto que el Señor Kṛṣṇa estableció Su residencia en el cuerpo de Haridās, ¿quién tenía el poder de moverlo? El hombre más fuerte intentó jalarlo, pero él permanecía inmóvil como una gran columna, pues Haridās estaba inmerso en la bienaventuranza del océano de néctar del amor por el Señor Kṛṣṇa. Nada externo se manifestaba en él. Haridās no estaba consciente de nada que existiese en la tierra, ni en el cielo o en el río Ganges. Como Prāhlada, Haridās tenía el poder de absorberse en meditación completa en los pies de loto del Señor Kṛṣṇa. Esto no es sorprendente, pues el Señor Caitanya permanecía siempre en el corazón de Haridās. Sólo para enseñar una gran lección al mundo, Haridās permitió ser apaleado por los musulmanes. Su lección fue la siguiente: aunque una persona sufra todas las calamidades, e incluso el aire vital de esa persona esté listo para salir, tal persona bajo nin­guna condición debe permitir que los santos nombres del Señor se aparten de su boca. El Señor Kṛṣṇa Se volvió directa­mente el protector de Haridās. Por ello, ¿quién tenía el poder de dañarlo? Simplemente por recordar a Haridās, una persona corta todos sus sufrimientos en pedazos. Y, ¿qué decir, entonces, de aquel que oye esta historia? La verdad de todas las verda­des es que Haridās es un asociado muy íntimo del Señor Caitanya.

Por el deseo del Señor, Haridās entonces decidió permitir que los musulmanes lo arrojasen al Ganges y, por algunos mo­mentos, él flotó en el Ganges. Entonces, en un momento, por el deseo del Señor, él se volvió nuevamente consciente del mundo externo. Recobrando la conciencia, el santo Haridās nuevamente subió a la orilla del río. Entonces, una y otra vez, cantando los santos nombres del Señor Kṛṣṇa, él volvió a la ciudad de Phuliya. Viendo su maravilloso poder, los musulma­nes sintieron un gran pesar en sus corazones. Llorando y, ahora, conscientes de que él era un gran santo, todos los musulmanes se postraron en reverencias delante de él. A causa de esto, todos ellos obtuvieron la salvación. Luego de unos instantes, Haridās se volvió consciente del mundo externo y ofreció una misericordiosa sonrisa al rey. Con las manos respetuosamente juntas, el rey dijo: “Ahora sé la verdad de todas las verdades. Tú eres un gran santo. Tú estás firmemente situado en el conocimiento de un solo Dios. Has alcanzado fácilmente la perfección que todos los yogīs y sabios eruditos sólo pueden describir. He venido hasta aquí especialmente a verte. Oh, persona santa, por favor, perdona mi crimen. Para ti, todos son iguales. Para ti no existen amigos o enemigos. Nadie en los tres mundos es como tú. Por favor, ve tranquilo y sé feliz. Quédate donde lo desees, ya sea en la orilla del Ganges o en una caverna solitaria. Puedes quedarte donde lo desees y puedes hacer lo que quieras”.

Contemplando los pies de loto de Haridās, los musulmanes olvidaron todos los problemas del mundo. Incluso aquellos que anteriormente golpearon a Haridās, ahora tocaban sus pies y le consideraban un gran santo.

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