Parte I: Las actividades inusuales de Haridās
Nadie
estaba interesado
Haridās, que es considerado por las
Escrituras la propia personificación de la devoción pura por el Señor Viṣṇu,
vino a este mundo treinta años antes de la aparición de Mahāprabhu, en Burhan,
una aldea en el distrito de Phuliya, en la casa de Mohammadan. De acuerdo con
algunos, él nació hindú, pero fue criado por Mohammadan Habibulla y su esposa,
quienes, atraídos por la belleza exótica del niño, lo adoptaron con cariño y
afecto.
Desde muy joven, el flujo de néctar
del canto de los santos nombres se manifestó incesantemente en su corazón.
Siempre intoxicado por el hari-nāma, Haridās renunció a cualquier tipo
de actividad mundana y, con apenas dieciocho años de edad, se dirigió hacia la
floresta de Benapol, donde vivió en una simple cabaña absorto en devoción a Kṛṣṇa.
Frente a la cabaña, Haridās plantó un pequeño arbusto de tulasī. Él se
levantaba temprano, tomaba su baño, regaba a tulasī y la circunvalaba.
Entonces se sentaba para cantar japa y repetía el mahā-mantra
trescientas mil veces todos los días, de los cuales cien mil eran cantados en
voz alta. Al final de la tarde, salía de la floresta e iba hasta alguna aldea
próxima a pedir caridad. Atraídos por el dulce sonido del kīrtana de Haridās,
cientos de devotos iban hasta su cabaña a ofrecerle frutas, a lo que Haridās
exclamaba, “¡Hari bol!”, y lanzaba las frutas para que los niños las atrapen.
Él también les pedía que cantaran “Hari bol”. Así, ellos exclamaban “Hari bol”
sólo a causa de las frutas. De esa forma, Haridās plantaba en sus corazones la
semilla del hari-nāma a una edad muy precoz, cuando el corazón es fértil
y la semilla que es lanzada germina con facilidad.
En la época en que Haridās apareció,
nadie estaba interesado en la vida espiritual. Todos querían disfrutar de los
mezquinos placeres materiales. Aunque en aquella época algunos brāhmaṇas
disertaban sobre el Bhagavad-gītā y el Śrīmad-Bhāgavatam, ellos
no comprendían las glorias del Señor Kṛṣṇa apropiadamente.
Los pocos devotos que existían
procuraban reunirse, aplaudir y cantar los santos nombres del Señor. De ese
modo, los no-devotos se burlaban de ellos diciendo: “¿Por qué aúllan tan alto?
Yo soy Brahman. Puesto que no puedo ser tocado por la materia, ¿por qué hacer
distinción entre siervo y Señor? Ellos aúllan ‘Hari, Hari’ solamente con el pretexto
de mendigar y comer. Todo el mundo sabe esto”. Comprendiendo que este mundo
material no es más que un desierto vacío, los devotos gritaban: “¡Oh, Kṛṣṇa,
por favor, sálvanos!”, y la infelicidad que sentían al oír tales ofensas no
tenía fin.
La única religión que las personas
conocían era permanecer cantando toda la noche a la diosa Durgā, a cambio de
resultados materiales. Algunos, orgullosos, adoraban a la diosa-serpiente Mānasa,
y otros ofrecían parte de sus riquezas a las diversas deidades de semidioses y
semidiosas. Absortos únicamente en los casamientos de sus hijos, ellos gastaban
todo su dinero. De esa manera, desperdiciaban inútilmente todo su tiempo en
este mundo. Incluso los mayores eruditos de la época desconocían los
significados de las escrituras y, aunque intentaran enseñarlas, ellos eran
materialistas confundidos. La cuerda de la fuerza de Yamarāja ya descansaba
sobre sus cuellos y el de sus alumnos. Nadie discutía el Kṛṣṇa-kīrtana,
el cual es la verdadera religión de la era. Si no podían burlarse de la vida
ajena, entonces preferían no hablar. Nadie quería elogiar o glorificar a nadie
debido al orgullo extremo. Sus corazones encontraban placer sin fin en las olas
de la lujuria, ira, codicia, envidia, ilusión y locura. Viviendo intensamente
la filosofía de “yo” y “mío”, desperdiciaban su vida sin indagar acerca de su
verdadero amigo, el Señor Śrī Kṛṣṇa.
En ese contexto, Haridās descendió a
este mundo. Aunque él fuera un alma liberada desde el principio, externamente
aceptó nacimiento en una familia musulmana. A causa de él, el canto de los
santos nombres del Señor se manifestó en ese afortunado lugar, volviéndolo
auspicioso.
Era costumbre de Haridās deambular
por las orillas del Ganges y alegremente cantar Hare Kṛṣṇa en voz alta. Él era
el mejor de entre aquellos que renuncian al placer material. Su gloriosa boca
estaba siempre llena de los sonidos de los santos nombres de Kṛṣṇa. Ni siquiera
por un momento era capaz de dejar de cantar los santos nombres. En todo momento
él estaba inmerso en el servicio devocional puro y, por ello, mostraba
diferentes síntomas de éxtasis. En un momento danzaba, después rugía como un
león salvaje. En otro momento, él gritaba y después reía en voz alta. Luego
emitía sonidos, tales como un mugido, y caía inconsciente. A veces, producía
sonidos desconocidos en este mundo y, absorto en amor devocional, comenzaba a
explicar el significado de estos sonidos divinos. Él lloraba y los vellos de su
cuerpo se erizaban. Él reía, desmāyāba y sudaba. Todos los síntomas
trascendentales del servicio devocional puro se manifestaban en él. Cuando Haridās
comenzaba a danzar, diversos síntomas extáticos aparecían simultáneamente en su
cuerpo. Entonces, riachos de bienaventuranza fluían de todo su cuerpo y los
vellos de su maravilloso cuerpo quedaban erectos. Viéndolo de esta manera,
todos los semidioses, encabezados por el Señor Śiva, se llenaban de
bienaventuranza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario