En Vṛndāvana hay un devoto llamado Viśāla, que a veces es una fuente de
desahogo cómico ya que en su carácter tiene algunos rasgos humorísticos. Una
vez vi cómo Viśāla se volvió como un niño delante de Śrīla Prabhupāda y lo
complació.
Un día en particular, Prabhupāda estaba dando darśana en su habitación llena de hindúes, y de pronto entró Viśāla
caminando con su mujer. Aunque Prabhupāda estaba predicando, Viśāla entró con
tal conmoción, que la conversación de Prabhupāda se interrumpió. Algunas
personas en la habitación miraron a Viśāla como el causante de la molestia, pero
Viśāla continuó y rindió sus postradas reverencias a Prabhupāda en voz muy
alta: —¡nama oṁ viṣṇu-pādāya kṛṣṇa-preṣthāya
bhūtale śrīmate bhaktivedānta-svāmin iti nāmine!
Mientras Viśāla se volvía al foco de atención en la habitación, yo
pensaba, «¡vaya, este chico realmente es algo fuera de lo común!». Luego Viśāla
se incorporó y caminó hasta la mesa de Prabhupāda. Llevaba un pequeño
canastillo de mimbre cubierto con una tela. Lo colocó delante de Prabhupāda,
levantó la tela y exclamó: —¡Mi esposa ha preparado estas simplemente
maravillosas para un maestro espiritual simplemente maravilloso!—. Viśāla lo
dijo con una sonrisa de oreja a oreja y Śrīla Prabhupāda le respondió también
con una gran sonrisa. Entonces empecé a pensar, «cómo me gustaría animarme a
hacer algo así algún día. Me gustaría poder ser tan desapegado, tan
desinhibido, al menos una vez, como para pararme frente a Prabhupāda y ser
capaz de glorificarlo delante de todo el mundo. Si solamente pudiera decir
alguna alabanza digna de Prabhupāda...». Porque usualmente yo tenía un gran
debate yendo y viniendo en mi mente. Pensaba, «iré y le diré esto a Prabhupāda»,
pero más tarde pensaba «no, eso no es digno de él». Luego pensaba, «bueno ¿y
qué tal esto otro?». Y pensaba entonces, «no, no está lo suficientemente bien».
Y normalmente acababa sin decir nada, tan solo un largo silencio, y entonces
cualquier oportunidad que tenía de ensalzar a Prabhupāda —el cual es el deber del discípulo— se
me escapaba de entre las manos. Sin embargo Viśāla había llegado y lo había
hecho de un golpe, sin ningún embarazo. Cuando Prabhupāda sonrió, todas las
personas en la habitación se sintieron aliviadas. Al principio, cuando Viśāla
había entrado, se había creado un silencio tenso porque él había interrumpido
la reunión. Pero ahora, estando Prabhupāda complacido, todos los demás también
quedaron complacidos. Entonces Viśāla hizo otra cosa fascinante. Se dio la
vuelta y encaró a toda la habitación, abrió el pequeño bolso que llevaba al
hombro y sacó algunas revistas De vuelta
al Supremo. Empezó a predicar sobre Prabhupāda y sus libros y sobre las De vuelta al Supremo, y siguió adelante
distribuyéndolas a todas las personas en la habitación. La cosa fue realizada
tan primorosamente, que tenía él a toda la habitación por completo encantada y
amigable. Prabhupāda simplemente se reclinó en su asiento y uno podía ver que
estaba muy complacido con él. Viśāla continuó glorificando los libros de
Prabhupāda y contó cómo los profesores en Occidente habían revisado y comentado
los libros. Muchos de los hindúes en la habitación ni siquiera hablaban el
suficiente inglés como para seguir todo lo que Viśāla estaba diciendo, pero
debido a su ánimo, todo el mundo se sentía relajado. Luego, para terminar el
acto, Viśāla hizo otra cosa que realmente barrenó mi mente. Se volvió a Śrīla
Prabhupāda y le dijo: —Śrīla Prabhupāda, mi querido maestro espiritual, he
leído todos sus libros excepto uno: el tercer volumen del Madhya-līlā del
Caitanya-caritāmṛta—. En esa época estaban imprimiendo el Madhya-līlā y la única persona en Vṛndāvana
que lo tenía era Prabhupāda, porque se lo acababan de enviar de Occidente. Tras
un silencio, Viśāla dijo: —Śrīla Prabhupāda, ¿no me podría prestar el suyo?—.
Los devotos en la habitación quedaron anonadados por esta osadía. Pero Prabhupāda
simplemente llamó a Nava-yogendra y le dijo: —Dale el Madhya-līlā, volumen tres—. Con esto, Viśāla muy contento tomó el
libro y salió tras este maravilloso intercambio con Prabhupāda.
Entrevista con Kuṇḍalī dāsa Adhikārī
Esta reminiscencia
de Kuṇḍalī sobre Viśala dāsa es quizá la primera de este tipo en El Néctar de Prabhupāda. No es el
recuerdo de su relación directa con Śrīla Prabhupāda, sino su apreciación de la
relación de otro devoto con Prabhupāda. Sería bonito que más devotos se
animaran a presentar tales reminiscencias para ayudarnos a expandir las
historias genuinas, esenciales para El Néctar de Prabhupāda. Esto se halla también en la tradición del
paramparā, tal y como en el Caitanya-caritāmṛta los devotos
ofrecen sus recuerdos de la relación de otros devotos con el Señor Caitanya.
Por ejemplo Kṛṣṇadāsa Kavirāja Gosvāmī nos cuenta la relación especial que
Raghunātha dāsa Gosvāmī tenía con Svarūpa Dāmodara y cómo el Señor Caitanya
reciprocaba con Raghunātha a través de Svarūpa Dāmodara. Algunos devotos que
son reticentes a hablar de su relación con Prabhupāda, estarán más dispuestos a
evocar los recuerdos e incluso a apreciar mejor los aspectos de la misericordia
de Prabhupāda manifestada hacia todos sus discípulos.
«Un devoto me llevó a ver a Śrīla Prabhupāda —fue en Los Ángeles, en
1968— y entramos en su habitación. Cuando lo vi por primera vez pensé, “debo
ser amable con este anciano y decirle algo cortés”. Lo primero que le pregunté
fue: —¿Cómo se siente, señor?—. Prabhupāda inmediatamente señaló a sus Deidades
y dijo: —Con Rādhā y Kṛṣṇa aquí, ¿cómo podría alguien no sentirse bien?—. No
entendí de qué me estaba hablando o qué cosa serían las Deidades. Simplemente
me senté allí y él comenzó a hablarme. Después de recibir su darśana quedé impresionado. Tenía unos
cien dólares en el bolsillo y pensé que me gustaría hacerle una ofrenda. Así
que saqué el dinero y se lo di. Él me abrazó y me tocó la cabeza, y en ese
momento sentí que había encontrado a mi verdadero padre.
»Cuando dejé la habitación de Prabhupāda, me fui caminando por las
calles pero todo lo que lograba pensar era en cómo hacer para quedarme con
Prabhupāda. No tenía concepto alguno de lo que era la conciencia de Kṛṣṇa o el
servicio devocional, pero Prabhupāda era una persona tan maravillosa, que con
sólo estar con él una hora, mi corazón había quedado totalmente cautivado».
Entrevista con Dīnanātha dāsa Adhikārī
«Cuando vi a Prabhupāda por primera vez yo tenía ocho años. La primera
vez que me dijo algo personal fue en un paseo de la mañana por la playa
Venecia. Corrí hasta Prabhupāda y le dije: —Prabhupāda he encontrado estas
caracolas. ¿Qué debo hacer con ellas?—. Prabhupāda se detuvo, me miró, clavó su
bastón en la arena y dijo: —Déjalas y lávate las manos—. Fue sólo una pequeña
instrucción, pero yo me sentí muy feliz de que Prabhupāda me hubiera dicho que
las dejase y me lavase las manos. Inmediatamente corrí de vuelta al agua, dejé
las caracolas y me lavé las manos. Luego regresé y seguí a Prabhupāda. No eran
tanto las cosas que Prabhupāda hacía, sino el mismo Prabhupāda quien las volvía
maravillosas. Simplemente estar junto a él era no solamente un honor, sino
también un placer. Uno quería estar cerca de él, tocarle los pies, escucharlo.
Uno quería verlo. Como en el kīrtana,
los devotos se hacinaban alrededor de Prabhupāda y tenía que haber un
guardaespaldas para abrirle el camino. Lo maravilloso era la forma en que él lo hacía todo.»
Entrevista con Raghunātha dāsa
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