Escenas de Māyāpura
Cada año en Māyāpura, los devotos cortan caña de azúcar, la exprimen y
cocinan el jugo hasta que lo comprimen en gur
(azúcar moreno). Un año, la caña de azúcar estaba apilada fuera de la
cocina cerca de los āśramas de los gṛhasthas. Muchos de los niños y niñas
del gurukula pasaban y tomaban
pedazos de caña de azúcar, los masticaban y escupían la pulpa por aquí y por
allá. En una ocasión, estos restos de caña de azúcar habían sido barridos y
apilados cerca de la pila de caña de azúcar bhoga.
Prabhupāda vio la pila de los trozos escupidos, y entonces comenzó a reprender
a los devotos, la mayor parte de los cuales eran bengalíes. Les dijo que aunque
se hacían llamar hindúes, habían venido al templo simplemente para irse al
infierno. Entonces les preguntó qué es lo que había pasado con su cultura para
que dejasen trozos escupidos cerca del bhoga
de Kṛṣṇa.
Mientras Prabhupāda reprendía a los devotos, un bebé de dos años se
acercó caminando y comiendo un trozo de caña de azúcar. Al verlo, un devoto bengalí
de sesenta años le quitó la caña de azúcar de la mano y lo regañó.
Inmediatamente el niño empezó a llorar. Prabhupāda dijo: —Uṣtādi bochā: Aunque tus ojos eran ciegos, ahora quieres ser el
entrenador.
En Māyāpura, los bandidos atacaban el templo. Mezclaban explosivos con
pedazos de hierro, y los envolvían con cuerda de yute. El resultado era una
bomba del tamaño de una pelota de tenis que podía desmembrar o incluso matar a
una persona.
Una noche, mientras Prabhupāda estaba en el templo de Māyāpura, los
bandidos atacaron lanzando muchas de estas bombas caseras. Nadie resultó
herido, mas al día siguiente Prabhupāda quiso un informe. Jayapatākā Swami le
dijo que las bombas habían dejado esquirlas por todas partes, y le explicó la
situación. Prabhupāda le dijo que consiguiese algunas pistolas, y contó una
historia sobre Nārada Muni.
Nārada Muni una vez tuvo como discípula a una cobra. Después de que la
serpiente se hizo discípula de Nārada, abandonó sus peligrosos hábitos.
Sabiendo esto, los niños de la aldea la perseguían con palos. La serpiente se
sentía muy perturbada. Nārada le preguntó qué es lo que andaba mal, y la cobra
le explicó su dificultad. Entonces Nārada le aconsejó que cuando los niños
vinieran a agredirla, alzara la cabeza y expandiera su caperuza como si
estuviese a punto para atacar. Dijo que simplemente haciendo esto los niños se
asustarían y se irían.
Entonces Prabhupāda instruyó a Jayapatākā Swami que consiguiera pistolas
y las disparase frecuentemente al aire para asustar a los bandidos.
Los devotos adquirieron dos pistolas, y se dividieron en grupos para
hacer guardia por las noches. A veces Prabhupāda se quedaba hasta tarde por las
noches traduciendo y salía con una linterna para inspeccionar las guardias. Una
vez Prabhupāda apuntó con su linterna a la cara de Śatadhanya Swami. Śatadhanya
Swami había estado comiendo capātīs
con gur (azúcar moreno). Prabhupāda
le preguntó qué estaba haciendo, y Śatadhanya Swami dijo que estaba de guardia.
Prabhupāda le cuestionó la respuesta, y Śatadhanya Swami le explicó que había
estado fuera todo el día y que los devotos le habían guardado algo de comer.
Prabhupāda le dijo que estuviese alerta.
Más tarde, esa misma noche, Śatadhanya Swami estaba patrullando con su
pistola. Cuando bajaba las escaleras del templo, de alguna manera sintió que
había alguien escondido debajo. Se agachó y enfocó su linterna entre los
escalones, y allí estaba Prabhupāda. —¡Prabhupāda! —exclamó Śatadhanya Swami, y
ofreció sus reverencias. —Sólo te estaba vigilando —dijo Prabhupāda.
Entrevistas con Jayapatākā Swami
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