CAPÍTULO
CINCO
Viajando y predicando
Por tres veces, Rāmānuja estudió el Sahasra-gīti con sus discípulos. Al
final de la tercera lectura, surgió en su corazón un deseo de ver la sagrada
capilla de Śrī Śaila. Así pues, pocos días más tarde partió de Śrī Raṅgam
acompañado por sus discípulos, cantando todos juntos el santo nombre del Señor
Hari.
Al final del primer día del viaje,
pernoctaron en el pueblo de Dehali. Al día siguiente, caminaron hasta la ciudad
de Aṣṭasahasra. Allí vivían dos de los discípulos de Rāmānuja, Yajñeśa y Varadācārya.
Con la intención de pasar la noche en la casa de Yajñeśa, que era un rico
comerciante, Yatirāja hizo que dos de sus seguidores se adelantasen para
anunciar su inminente llegada.
Cuando recibió las noticias, Yajñeśa se
sintió muy complacido, e inmediatamente comenzó a disponer todos los
preparativos necesarios para recibir al grupo de peregrinos. Sin embargo,
estaba tan absorto en todas esas actividades que no prestó atención alguna a
los dos cansados emisarios, a quienes dejó solos sin ofrecerles siquiera un
vaso de agua. Apesadumbrados por este recibimiento, regresaron ante Rāmānujācārya
y le informaron de todo lo que había sucedido.
Muy disgustado al escuchar que su discípulo
no había mostrado el debido respeto a los visitantes vaiṣṇavas, decidió ir a la casa de Varadācārya. Este segundo
discípulo era sumamente pobre, pero se le conocía por la pureza de su corazón y
su devoción por el Señor Viṣṇu. Cada mañana salía a mendigar, y al regresar al
atardecer, presentaba todo lo que había recibido como ofrenda al Señor. Así
pasaba su vida, en compañía de Lakṣmī, su casta esposa, que era extremadamente
bella.
El dilema de Lakṣmī
Cuando Rāmānuja y su grupo llegaron a la
casa, Varadācārya estaba todavía fuera, mendigando, y fueron recibidos con gran
respeto por Lakṣmī. Ofreciendo reverencias a los pies de su guru, dijo: «Mi esposo aún está fuera,
mendigando. Por favor, sentaos aquí, y sed misericordiosos conmigo
permitiéndome lavar vuestros pies con esta agua. Muy cerca de aquí hay un lago
donde podéis bañaros, y mientras tanto, yo prepararé la ofrenda para el Señor Nārāyaṇa».
Tras decir esto, entró en la cocina. Sin
embargo, no había ni un grano de arroz en la despensa. Eran tan pobres, que no
tenían nada en la casa. Con gran ansiedad, Lakṣmī comenzó a pensar en cómo
podría servir adecuadamente a su guru.
En aquella misma ciudad vivía un rico
negociante que estaba atraído por la belleza de Lakṣmī. Él había intentado
seducirla muchas veces, a través de mensajeros femeninos, ofreciéndole dinero y
joyas, pero ella nunca había dirigido ni una palabra al sinvergüenza. Ahora,
sin embargo, pensó que sería la única forma en que ella y su esposo podrían
prestar servicio apropiadamente a su maestro espiritual. Finalmente, llegó a la
conclusión de que, puesto que el servicio al guru trasciende todos los demás principios, se entregaría a aquel
hombre, con el fin de obtener todo lo necesario para servir a sus invitados.
Así pues, salió por la parte de atrás de su
casa y corrió rápidamente hacia la casa del comerciante, que no estaba lejos de
allí. Cuando llegó ante él, dijo: «Esta tarde cumpliré tus deseos. Mi guru y muchos de sus discípulos han
venido a mi casa como invitados. Sin demora, envía a nuestra casa todas las
cosas necesarias para recibirles apropiadamente».
El comerciante se sorprendió de escuchar
aquello, pues ya se había resignado al hecho de que a esta casta mujer nunca la
deslumbrarían las cosas que le había ofrecido. Enormemente complacido ante este
inesperado giro de los acontecimientos, hizo rápidamente todo lo necesario para
que los alimentos más suntuosos fuesen enviados a la casa de su vecino.
Rápidamente, Lakṣmī-devī se dedicó a
preparar ofrendas para Viṣṇu con las diferentes cosas que le habían traído.
Cuando todo estuvo preparado y la ofrenda hecha, invitó a Rāmānuja y a sus
discípulos a que se sentasen y tomasen prasādam.
Todos estaban sorprendidos al encontrar aquellos suntuosos alimentos en la casa
de un hombre tan pobre, y comieron con gran satisfacción, alabando la excelente
hospitalidad de la mujer.
La potencia del mahā-prasāda
Al regresar a su hogar, Varadācārya se llenó
de júbilo al ver a su guru en su
propia casa. Sin embargo, cuando se enteró del extraordinario prasādam que se les había ofrecido, se
sintió muy asombrado, sabiendo bien la condición indigente en la cual vivía.
Cuando preguntó a su esposa cómo se las había arreglado para servir a sus
invitados de una forma tan excelente, Lakṣmī-devī inclinó la cabeza avergonzada
y le contó todo lo relativo con el comerciante.
Sin embargo, lejos de enfadarse, Varadācārya
comenzó a danzar alegremente cuando supo lo que había sucedido, y gritó: «¡Oh,
cuán afortunado soy!, ¡cuán afortunado soy!». Dirigiéndose a su esposa, dijo:
«Hoy has mostrado el grado de castidad más elevado. Nārāyaṇa, representado por Śrī
Guru, es el único puruṣa, y, así
pues, él es el disfrutador de prakṛti.
Sólo una gran alma puede comprender este conocimiento del servicio devocional.
¡Qué afortunado soy de estar casado con una mujer que es la personificación de
los principios religiosos!».
Llevando consigo a su esposa, Varadācārya
fue ante Yatirāja y le explicó a su guru
todo lo que había sucedido. Por orden de Rāmānuja, se sentaron y tomaron prasādam en su presencia. Cuando
terminaron de comer, les dijo que fuesen juntos a la casa del comerciante y le
ofreciesen los remanentes del prasādam.
Cuando llegaron ante la gran mansión, Varadācārya
esperó fuera, mientras Lakṣmī-devī era conducida a las habitaciones del
mercader. Ella inmediatamente le ofreció el prasādam
que habían traído, el cual él aceptó con gran placer. El prasādam no es comida ordinaria, y, especialmente, los remanentes
dejados por los devotos puros poseen una gran potencia espiritual. Este prasādam comenzó a surgir efecto en el
mercader, y muy pronto, cuando terminó de comer, era un hombre diferente.
Todos los deseos sensuales habían sido
erradicados de su corazón, y miró a Lakṣmī como si fuese su propia madre,
diciéndole con lágrimas en los ojos: «¡Qué pecador soy! Mi destino hubiera sido
el mismo que el de aquel cazador que fue reducido a cenizas cuando intentó
tocar a la casta Damayanti. Gracias a tu gran compasión, he sido salvado. ¡Oh,
madre!, por favor, perdona todas mis ofensas y sé misericordiosa conmigo,
mostrándome los pies de tu guru».
Felices, Lakṣmīdevī y Varadācārya
regresaron a su casa, acompañados por el comerciante. En presencia de Rāmānujācārya,
los tres se postraron en el suelo, ofreciéndole reverencias. Cuando Yatirāja
puso su mano sobre el mercader, todas las miserias de aquel hombre fueron
eliminadas, y pidió ser iniciado por aquella gran alma.
Deseoso de facilitar la vida de la fiel
pareja brāhmaṇa, Rāmānuja les pidió
que aceptasen la gran cantidad de dinero que el mercader había ofrecido. A
esto, Varadācārya, con las manos juntas, dijo a su maestro espiritual: «¡Oh,
maestro!, por tu misericordia, recibimos todo lo que necesitamos. El dinero es
la raíz de toda maldad, pues distrae los sentidos y aparta la mente del
servicio al Señor Supremo. Por favor, no me ordenes convertirme en un hombre
rico».
Rāmānuja, muy complacido al escuchar
aquellas palabras, abrazó a aquel devoto de corazón puro, diciendo: «Hoy me he
purificado gracias a la compañía de una gran alma como tú, desprovista de todo
tipo de deseos materiales».
El arrepentimiento de Yajñeśa
En aquel momento, Yajñeśa, el adinerado
discípulo de Yatirāja, entró en la casa y cayó a los pies de su guru. Tras esperar ansiosamente la
llegada de Rāmānuja, finalmente se enteró de que, en lugar de dirigirse a su
casa, el grupo de peregrinos había ido a la casa del pobre brāhmaṇa, Varadācārya. Pensando que quizás había cometido alguna
grave ofensa, disgustando a su guru,
fue hasta allí con el corazón afligido.
Amable y afectuosamente, Yatirāja levantó a
Yajñeśa y le dijo: «¿Te sientes infeliz porque no he ido a tu casa? La razón de
ello fue la ofensa que cometiste al no prestar la debida atención a estos dos
grandes vaiṣṇavas. No hay dharma más elevado que prestar servicio
a los vaiṣṇavas, y tú has fallado en
este aspecto».
Humillado por el castigo de su maestro espiritual, Yajñeśa respondió,
con la voz entrecortada por el llanto: «Este comportamiento irresponsable no
fue debido a la vanidad causada por la riqueza. Más bien, fui tan negligente
debido a mi ansiedad y mi deseo de servirte». Entonces, Rāmānuja consoló a este
arrepentido devoto de corazón sencillo, prometiéndole que sería su invitado
cuando regresase de Śrī Śaila.
La llegada a Śrī Śaila
Al amanecer del día siguiente, Rāmānujācārya
y su grupo abandonaron Aṣṭasahasra y partieron hacia la ciudad de Kāñcīpuram. A
mediodía llegaron a la ciudad, y fueron inmediatamente a ofrecer sus
reverencias al Señor Varadarāja. Allí se encontraron con Śrī Kāñcīpūrṇa, el
famoso santo vaiṣṇava, y pasaron tres
felices días en su compañía. Después viajaron al lugar sagrado llamado Kapila Tīrtha,
y el mismo día llegaron al pie de la montaña sagrada conocida como Śrī Śaila.
Allí, Yatirāja se llenó de éxtasis,
pensando: «Este es el lugar sagrado donde reside Śrī Hari, en compañía de Su
consorte, Lakṣmī. Sería una gran ofensa que tocase con mis pies la morada
sagrada del Señor; así pues, me quedaré aquí, a los pies de la montaña». Por lo
tanto, permaneció allí, al pie de Śrī Śaila, en compañía de sus seguidores,
ofreciendo constantes oraciones al Señor Nārāyaṇa.
Mientras tanto, todos los sādhus y devotos que vivían en Śrī Śaila
fueron a ver a Rāmānuja. Cuando escucharon que había tomado la decisión de no
subir a la montaña por temor a cometer alguna ofensa, todos ellos le presentaron
una petición: «¡Oh, tú, el más puro!, si grandes almas como tú rehusan caminar
sobre la sagrada montaña de Śrī Śaila, entonces todas las personas comunes
actuarán de la misma manera, e incluso los sacerdotes estarán temerosos de ir
hasta el templo. Por lo tanto, por favor, cambia tu decisión, y accede a subir
a la montaña. Los corazones de los devotos puros son los verdaderos templos del
Señor Hari, porque Él siempre está presente allí donde se manifiesta la
devoción pura. Los lugares de peregrinaje se vuelven incluso más santificados
debido a que son visitados por los grandes devotos».
El encuentro con Śailapūrna
Aceptando las súplicas de aquellos santos, Yatirāja
rectificó su decisión y comenzó a subir a la montaña seguido de todos sus
discípulos. El ascenso es largo y empinado, y después de un rato, Rāmānuja se
sintió fatigado debido al hambre y la sed. Mientras descansaban a un lado del
camino, el tío de Rāmānuja, el ācārya
vaiṣṇava Śrī Śailapūrṇa, apareció
allí, trayendo mahā-prasādam y caraṇāmṛta del templo que estaba en la
cima de la montaña. Al ver a este santo devoto llevando a cabo para él ese
servicio, Rāmānuja se perturbó un poco, y dijo: «¿Por qué te comportas de esta
forma? ¿Por qué un ācārya erudito
como tú ha de tomarse semejantes molestias por una persona tan baja como yo?
Seguro que este servicio podría haberlo hecho algún muchacho».
«Yo también pensé lo mismo —respondió Śailapūrṇa—,
pero después de buscar a alguien apropiado, no pude encontrar a nadie menos
respetable que yo. Por eso he venido a ti personalmente». Rāmānuja se sintió
muy satisfecho al escuchar esta respuesta de su tío, pues pudo comprender que
la humildad es una de las cualidades más esenciales del vaiṣṇava. Así pues, ofreció reverencias a los pies de Śrī Śailapūrṇa,
y feliz honró el prasādam junto con
sus discípulos. Aliviados de su fatiga, continuaron su camino subiendo la
montaña, hasta que llegaron al famoso templo de Veṅkaṭeśvara.
Tras dar la vuelta alrededor del templo, Rāmānuja
fue ante la Deidad
para ofrecer oraciones y reverencias. Al ver la belleza del Señor, su corazón
se llenó de éxtasis devocional, y lágrimas rodaron por sus mejillas.
Rápidamente, los síntomas del amor por Dios le sobrecogieron, y perdió su
conciencia externa, cayendo desmayado al suelo. Cuando finalmente volvió en sí,
los sacerdotes del templo trajeron grandes cantidades de mahā-prasādam para Yatirāja y todos sus discípulos. Todos los
devotos sintieron gran felicidad al ver aquella capilla sagrada, y
permanecieron en el templo durante tres días.
Entonces, Govinda, el primo de Rāmānuja,
que era discípulo de Śailapūrṇa, fue para unirse al grupo. Los dos devotos
estaban muy complacidos de verse de nuevo, y se abrazaron con gran felicidad. A
pedido de Śailapūrṇa, Rāmānujācārya permaneció en Śrī Śaila hasta el año
siguiente, y, cada día, el anciano ācārya
recitaba para él el Rāmayaṇa,
explicando los versos con toda su inspiración. Al final del año, su estudio del
Rāmayaṇa había finalizado, y Rāmānuja
se consideró muy afortunado de haber podido escuchar esta Escritura de labios
de un devoto tan erudito.
El inusual comportamiento
de Govinda
Mientras permanecía en el āśrama de Śailapūrṇa, en varias
ocasiones a Yatirāja le sorprendió el comportamiento de su primo. Un día vio a
Govinda preparando la cama de su guru,
pero estaba perplejo al ver que su primo se acostaba en aquella misma cama. A Rāmānuja
le perturbó ver un comportamiento aparentemente tan irrespetuoso, y fue en
seguida a informar de ello a Śailapūrṇa, quien inmediatamente llamó a su
discípulo.
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Vio a Govinda cogiendo una serpiente con su mano izquierda. |
—¿Tú sabes lo que pasa cuando alguien se
cree apto para acostarse en la cama de su guru?—
le preguntó.
—El que se acuesta en la cama de su guru está ciertamente destinado al
infierno— respondió Govinda tranquilamente.
—Si eres consciente de las consecuencias,
¿por qué actúas entonces de esa forma?—preguntó Śailapūrṇa.
A esto, Govinda respondió:
—Cada día me acuesto en tu cama para
asegurarme de que es cómoda y de que podrás descansar bien. Si esto garantiza
tu comodidad, entonces yo estoy dispuesto a permanecer en el infierno
eternamente.
Cuando Yatirāja supo cuán grande era la
humilde sumisión de su primo, se sintió avergonzado de su ignorancia y de haber
juzgado erróneamente a Govinda, y le pidió perdón.
En otra ocasión, Rāmānuja encontró a su
primo comportándose de una forma completamente desconcertante. Vio a Govinda
cogiendo una serpiente con su mano izquierda e introduciendo repetidamente el
dedo de su mano derecha en la boca de la criatura, que casi se murió de dolor.
Después de bañarse, Govinda fue donde estaba Rāmānuja, quien le preguntó: «¿Por
qué has hecho eso tan extraño con la serpiente? Es una gran locura, y sólo por
buena suerte no te mordió. Actuando como un niño cruel, no sólo te has puesto
en un gran peligro, sino que además has causado un sufrimiento innecesario a la
pobre criatura, que ahora yace ahí casi muerta».
«Pero mi querido hermano —contestó
Govinda—, mientras esa serpiente comía, se le clavó un pincho en la garganta, y
estaba muriendo de dolor cuando yo la encontré. Metí la mano en su boca sólo
para quitarle aquel pincho. Ahora parece sin vida debido al agotamiento, pero
muy pronto se recuperará totalmente». Yatirāja estaba tanto sorprendido como
complacido al ver la compasión de Govinda hacia todas las entidades vivientes,
y después de este incidente el amor que sentía por su primo se hizo aún más
profundo.
Regreso a Kāñcī
Después de pasar así un año en Śrī Śaila,
escuchando el Rāmayaṇa de labios de Ācarya
Śailapūrṇa, Rāmānuja decidió volver a Śrī Raṅgam. Cuando fue ante Śailapūrṇa
para ofrecerle sus respetos antes de irse, el anciano discípulo de Yāmunācārya
le dijo: «Hijo mío, ha sido un gran placer para mí tenerte conmigo aquí todo
este último año. Ahora, si hay algo que desees de mí, simplemente pídelo, y si
está dentro de mis posibilidades, te lo daré».
A esto, Rāmānuja respondió: «¡Oh, Mahātmā!,
por favor, dame a tu discípulo Govinda. Ésa es mi única petición».
Śailapūrṇa aceptó inmediatamente, y así, Rāmānuja
partió en dirección a Śrī Raṅgam en compañía de su amado primo. Después de
viajar durante varios días, llegaron a la ciudad de Kāñcīpuram, donde Rāmānuja
y Govinda habían crecido juntos.
La relación de Śailapūrna con
Govinda
En primer lugar, fueron a ver al Señor Varadarāja,
y después, visitaron a Kāñcīpūrṇa, el gran devoto y viejo amigo de Rāmānuja.
Después de describirle la extraordinaria devoción de Govinda por su guru, Rāmānuja pidió a Kāñcīpūrṇa: «Por
favor, bendice a mi primo y haz que tenga todavía más devoción por su guru y que se vuelva aún más
misericordioso con todas las entidades vivientes».
Al oír esto, Kāñcīpūrṇa sonrió y dijo: «El
Señor siempre satisface tus deseos. Nada malo puede ocurrirle a alguien que
tiene tus bendiciones». Pero al observar la expresión desconsolada del rostro
de Govinda, añadió: «Tu primo está sufriendo mucho debido a los sentimientos de
separación de su amado guru. ¿Por qué
no le envías de regreso a Śrī Śaila para que pueda continuar su servicio a su guru, lo cual es el placer de su vida?».
Rāmānuja consideró por algún tiempo las
palabras de Kāñcīpūrṇa. Entonces fue a ver a Govinda, y le ordenó que partiese
inmediatamente y regresase al refugio de su maestro espiritual. Govinda se
sintió muy complacido al recibir esta instrucción, y viajó rápidamente de
regreso a Śrī Śaila, tomando la ruta más corta que pudo encontrar.
Sin embargo, cuando Śailapūrṇa se enteró de
que Govinda había vuelto, ni siquiera le miraba, ni le llamaba para tomar prasādam. Finalmente, la esposa del ācārya, una mujer de corazón tierno,
dijo a su esposo: «Puede que hables o no a Govinda, pero debes al menos darle
de comer».
«No es mi deber alimentar a un caballo que
ya ha sido vendido —replicó Śailapūrṇa—. Él debe refugiarse en su nuevo propietario».
Al escuchar estas palabras, Govinda, que
estaba junto a la puerta, comprendió la mente de su guru y partió enseguida para reunirse con su primo. Al llegar a Kāñcīpuram,
fue ante su primo y se postró ante sus pies, diciendo: «Desde hoy, nunca debes
volver a dirigirte a mi como "hermano", pues he escuchado de los
labios de Śailapūrṇa que ahora eres mi amo».
Regreso a Śrī
Raṅgam
Al ver que Govinda estaba fatigado debido a
sus viajes, Yatirāja hizo que se bañase y tomase prasāda. Desde entonces, Govinda prestó servicio a su primo tan
meticulosamente como había hecho con Śailapūrṇa. El grupo de vaiṣṇavas permaneció tres noches más en Kāñcīpuram,
y después viajaron hacia Aṣṭasahasra. Allí pasaron la noche con Yajñeśa, el
rico discípulo de Yatirāja que previamente había sido decepcionado. Al día
siguiente continuaron hacia Śrī Raṅgam, y fueron calurosamente recibidos por
todos los habitantes de la ciudad.
El servicio
de Govinda
Comprendiendo ahora que las intenciones de
su guru eran que quedase
completamente bajo el cuidado de Rāmānuja, Govinda servía felizmente a su primo
con todo su corazón. En pocos días ya había descubierto cuáles eran todas las
necesidades de su nuevo amo, y le prestaba servicio de una forma tan perfecta
que todos los demás discípulos estaban asombrados. Un día, mientras hablaban
con Govinda, algunos de ellos elogiaron la calidad de su servicio. Al escuchar
esto, Govinda les sorprendió diciendo: «Sí, mis buenas cualidades son
ciertamente dignas de alabanza».
Perplejos al oír aquellas palabras tan
orgullosas de boca de un vaiṣṇava,
informaron de aquel incidente a Yatirāja, quien llamó a Govinda, diciéndole:
«Aunque es cierto que todas las buenas cualidades de un devoto se manifiestan
en tu persona, no debes permitir que esto te vuelva arrogante o presumido».
A esto, Govinda respondió: «Después de
muchos miles de nacimientos, he obtenido esta forma humana de vida, pero a
pesar de ello, yo estaba desviándome, cayendo así del verdadero camino de la
perfección. Fue sólo por tu misericordia que yo me salvé de la oscuridad de la
ilusión; por lo tanto, cualesquiera buenas cualidades que otros puedan ver en
mí son debidas sólo a ti, pues yo por naturaleza soy caído y tonto. Así pues,
cuando alguien me ofrece palabras de elogio, está en realidad elogiándote a ti.
Por esta razón, yo apruebo totalmente esas declaraciones».
En otra ocasión, cuando varios de los
discípulos de Yatirāja caminaban hacia el āśrama,
se asombraron al ver a Govinda, que ni siquiera había concluido sus tareas
matutinas, sentado a la puerta de la casa de una prostituta. De nuevo, Yatirāja
llamó a su primo, y le preguntó por qué se comportaba de una forma tan extraña.
«¿Por qué te sientas a la puerta de la casa de una prostituta, en lugar de
cumplir con tus deberes matutinos?», le preguntó.
«Aquella mujer estaba cantando los
pasatiempos del Rāmayaṇa con una voz
tan dulce —contestó—, y yo estaba tan cautivado escuchando los pasatiempos de y
Śrī Rāmacandra, que no pude abandonar el lugar. Por eso he descuidado mis
deberes matutinos». Al oír esto, todos se llenaron de admiración, al comprender
la simplicidad de Govinda y su natural devoción.
Govinda entra en la orden
de sannyāsa
Pocos días más tarde, la madre de Govinda,
Diptimatī, fue a ver a Rāmānujācārya. «Hijo mío —dijo—, la esposa de Govinda ya
ha crecido, y es apta para tener hijos. Por favor, pídele que ejecute su deber
perpetuando nuestra familia, pues a mí nunca me escuchará. Cuando le expuse el
asunto previamente, me dijo: "Puedes traer a mi esposa cuando haya
concluido mi servicio a Yatirāja y tenga algo de tiempo libre". Pero hasta
ahora, nunca ha tenido ni un momento libre, pues siempre está absorto en su
servicio».
Rāmānuja entonces llamó a Govinda y le dijo
que, como hombre casado, su deber era engendrar hijos para que fuesen
entrenados como devotos puros. «Purifica tu mente de las modalidades más bajas
de la naturaleza —le dijo— y después puedes vivir con tu esposa y crear una
familia». Govinda, como siempre, aceptó las órdenes de su primo, y se fue para
cumplir sus instrucciones. Sin embargo, pocos días más tarde, la tía de Rāmānuja
volvió de nuevo, quejándose de que Govinda aún no había adoptado la vida de gṛhastha. Al ser llamado ante Yatirāja,
Govinda explicó la situación. «¡Oh, maestro!, me ordenaste purificar mi mente
de las modalidades más bajas de la naturaleza, y después vivir con mi esposa y
engendrar hijos. Sin embargo, resulta que cuando mi devoción por el Señor es
completamente pura, no puedo ni pensar en la vida de familia o en engendrar
hijos. Así pues, ahora es muy difícil para mí seguir tus instrucciones».
Al escuchar estas palabras de Govinda, Rāmānujācārya
guardó silencio unos instantes. Después, dijo: «Govinda, ahora que comprendo tu
mente, he decidido que tu deber es entrar en la orden de sannyāsa inmediatamente, pues cada persona debe adoptar las
regulaciones de vida que sean más apropiadas para ella. Ésta es la disposición
de las Escrituras. Puesto que has alcanzado pleno control sobre tus sentidos,
eres apto para ser un sannyāsī».
Govinda se sintió muy complacido al escuchar las palabras de su primo, y se
postró a sus pies.
Con el permiso de Diptimatī, Yatirāja
comenzó inmediatamente a hacer los preparativos para la ceremonia. Ante el
fuego sagrado, Govinda recibió la daṇḍa
y el kamaṇḍalu, convirtiéndose así en
un sannyāsī vaiṣṇava. Con su aspecto refulgente y lágrimas de éxtasis en los
ojos, la pureza de sus rasgos atraía la mente de todos los presentes en la
ceremonia.
Por el gran afecto que sentía por su primo,
Yatirāja dio a su primo el nombre de Mananātha, que significa «el controlador
de la mente», un nombre con el cual sus propios discípulos se dirigían a él.
Considerándose indigno de ostentar el mismo nombre que su preceptor, Govinda
rehusó aceptar este apelativo. Así pues, Rāmānuja lo tradujo al equivalente
tamil, «Emperumanan», o, abreviadamente, «Embar». Más tarde, cuando Rāmānuja
fundó un āśrama en Jagannātha Purī,
lo llamó «Embar Math», en honor a su primo.
Viaje a Cachemira
Mientras Rāmānujācārya estaba instruyendo a
sus discípulos en Śrī Raṅgam, recordaba a menudo la promesa que había hecho
ante el cuerpo de Yāmunācārya de que presentaría un auténtico comentario vaiṣṇava sobre los Vedānta-sūtras que anulase las falsas interpretaciones māyāvādīs.
Un día, recordando su voto, dijo, ante
todos sus discípulos: «Yo hice a Yāmunācārya una promesa de que escribiría el
comentario Śrī-Bhaśya, pero hasta
ahora no he hecho nada para cumplir mi voto. Antes de comenzar esta tarea, es
esencial que estudie el Bodhāyana-vṛtti,
escrito por el sabio Bodhāyana, pero existen muy pocos copias de ese libro, y
no he podido encontrar ni una copia en esta parte del país. Sin embargo, he
oído que en Śaradā-pītha, en Cachemira, guardan con gran cuidado una copia de
esa obra. De modo que, me he propuesto ir hasta allí, llevando conmigo sólo a
Kureśa, para hacer un estudio de las enseñanzas de Bodhāyana y después
presentar una explicación fidedigna de los Vedānta-sūtras.
Así pues, pocos días más tarde, Rāmānuja y
Kureśa partieron hacia el norte de la India. Después de viajar durante tres meses,
llegaron a Saradā-pīṭha, en Cachemira. Allí, Yatirāja mantuvo extensas
conversaciones filosóficas con los paṇḍitas
locales, a quienes asombró su conocimiento de las Escrituras y su profunda
sabiduría. Así pues, le trataron como un invitado honorable.
Sin embargo, cuando les preguntó sobre el Bodhāyana-vṛtti, se mostraron reacios a
permitirle ver el libro. Siendo impersonalistas, se dieron cuenta de que si Yatirāja
era capaz de absorber las conclusiones filosóficas de Bodhāyana, con su
poderosa presentación vaiṣṇava podría
destruir completamente sus falsas doctrinas māyāvādīs.
Pensando así, le dijeron: «Es cierto que ese libro que has mencionado ha estado
aquí hasta hace poco, pero desgraciadamente se lo comieron los gusanos, y quedó
completamente destruido».
La maravillosa habilidad
de Kureśa
Rāmānujācārya se quedó consternado al
escuchar esto, pensando que todo su esfuerzo al viajar tan lejos había sido
inútil. Sin embargo, esa misma noche, mientras descansaba, la diosa Śarada
(Durga) apareció ante él con el libro, diciendo: «Hijo mío, toma este libro y
regresa inmediatamente a tu país». Inmediatamente, tras ocultar el libro entre
sus pertenencias, Rāmānuja y Kureśa abandonaron a los paṇḍitas de Śaradā-pīṭha y se fueron de aquel lugar.
Unos días más tarde, los eruditos estaban
ordenando los libros en su biblioteca, viendo si alguno debía ser restaurado.
Cuando descubrieron que faltaba el Bodhāyana-vṛtti,
en seguida se dieron cuenta de que los dos vaiṣṇavas
del sur de la India
debían ser los responsables de aquella desaparición, y enviaron un grupo de
hombres en su persecución para recobrar el libro. Después de viajar día y noche
durante casi un mes, finalmente alcanzaron a Rāmānuja y a Kureśa y les
preguntaron por el Bodhāyana-vṛtti,
sabiendo que estaba en su posesión. Sin decir nada más, cogieron el libro y lo
llevaron de nuevo a Cachemira.
Yatirāja estaba muy afligido por aquella
pérdida, pensando en cómo le sería posible ahora escribir el Śrī-bhaṣya. Kureśa, por su parte, no
parecía perturbado ni lo más mínimo, y alegremente dijo: «¡Oh, maestro!, no es
necesario que lamentes lo que ha ocurrido. Cada noche de nuestro viaje,
mientras tú dormías, yo estudiaba ese vṛtti,
y ahora conozco todo el libro de memoria. Si nos quedamos aquí unos días más,
podré escribirlo todo de nuevo.
A Rāmānuja le sorprendió conocer los
prodigiosos poderes de la memoria de su discípulo, y se sentía muy complacido
de saber que podría obtener una copia del libro que había estado buscando con
tanta ansiedad. Abrazando a Kureśa, le dijo: «Desde hoy en adelante, estoy
eternamente endeudado contigo».
Escribiendo el Śrī-bhaṣya
Cuando Kureśa concluyó la transcripción del
libro, continuaron su camino y llegaron a Śrī Raṅgam sin ningún incidente. De
vuelta en el āśrama, Rāmānuja reunió
a todos sus discípulos y les contó todo lo que había sucedido en su viaje con
Kureśa.
Finalmente dijo: «¡Oh, devotos!, por la
fuerza de vuestra devoción y el increíble poder de la memoria de Kureśa, hemos
conseguido el Bodhāyana-vṛtti. Ahora
podré refutar las absurdas ideas de las personas que consideran que una simple
comprensión intelectual de las declaraciones védicas tat tvam asi y ahaṁ brahmāsmi
pueden conducir a la perfección completa. Al afirmar erróneamente que las almas
individuales son Dios, esos eruditos han llevado a las masas lejos del
verdadero objetivo de la vida, que es la devoción por el Señor Viṣṇu.
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Yatirāja comenzó a dictar el Śrī-bhaṣya |
«Por lo tanto, ahora voy a comenzar a
escribir el Śrī-bhaṣya, en el cual se
revelará el verdadero veredicto de los Vedas
de que sólo a través de la devoción amorosa por el Señor Nārāyaṇa se puede
alcanzar la perfección de la vida. Ahora, por favor, orad todos al Señor para
que esto pueda hacerse sin impedimento alguno. Kureśa, tú debes actuar como
secretario mío, pero si escuchas algún argumento que no te parece adecuado,
debes dejar de escribir y sentarte en silencio. Entonces consideraré mis
palabras de nuevo y las rectificaré en el caso de que encuentre algún error.»
Al día siguiente, Yatirāja comenzó a dictar
el Śrī-bhaṣya, y Kureśa escribía todo
lo que decía. Solamente una vez Kureśa detuvo su trabajo y dejó de escribir una
de las declaraciones de su guru. Esto
ocurrió cuando Rāmānuja explicaba que la esencia natural del alma era nitya y jñāta, es decir, conocimiento completo y eterno. Al ver el
comportamiento de su discípulo, al principio Yatirāja se molestó, y le dijo:
«¿Por qué no escribes tú el comentario?».
Pero cuando pensó profundamente sobre lo que había dicho, se dio cuenta
de que la afirmación de que el alma es eterna y llena de conocimiento puede
indicar que es independiente. Consideró que la afirmación de la Bhagavad-gītā,
mamaivāṁśo jīva-loke jīva-bhūtaḥ sanātanaḥ, revela claramente que el alma,
para su existencia, es siempre dependiente del Señor Supremo. Por lo tanto, el
Señor es eternamente el amo de todas las jīvas.
Tras llegar a esta conclusión, Yatirāja
rectificó su anterior declaración, diciendo que la naturaleza esencial del alma
es viṣṇu-śeṣatva y jñātṛtva, es decir, que siempre depende
por completo del Señor Viṣṇu, y que existe simplemente para dedicarse a Su
servicio. Al escuchar esto, Kureśa continuó escribiendo, y en pocos meses, el
comentario Śrī-bhaṣya fue concluido.
Este maravilloso libro explica de una forma tan brillante la supremacía del
Señor Viṣṇu y refuta con tanta habilidad las falsas ideas de los māyāvādīs, que aún hoy en día es
venerado por todos los vaiṣṇavas. Rāmānuja
escribió muchos otros excelentes libros de filosofía vaiṣṇava, presentando así la doctrina de Viśiṣṭādvaita-vāda.
Viajes por la India
Tras concluir el Śrī-bhaṣya, Rāmānujācārya se sintió satisfecho de haber cumplido
uno de los tres votos que había hecho para completar el trabajo de Yāmunācārya.
Ahora decidió que estaba preparado para cumplir la segunda de sus promesas:
predicar por toda la India
la filosofía vaiṣṇava que había
presentado en el Śrī-bhaṣya. De modo
que, acompañado por setenta y cuatro de sus principales discípulos, y muchos
otros seguidores, partió para propagar las glorias del Señor Nārāyaṇa y refutar
las falsas doctrinas de los impersonalistas.
Primero fueron a Kāñcīpuram, la capital de
los Cholas. Tras ofrecer oraciones al Señor Varadarāja, Yatirāja continuó su
viaje, dirigiéndose hacia la ciudad de Kumbakonam. Cuando estaba en el templo
de aquella ciudad, fue desafiado por algunos de los eruditos locales, que eran
seguidores de Śaṅkarācārya. Sin embargo, citando muchos versos de diferentes
Escrituras, refutó completamente sus argumentos. Todos los paṇḍitas de Kumbakonam se rindieron entonces a Rāmānujācārya y se
convirtieron en devotos del Señor Nārāyaṇa.
A continuación, Yatirāja y sus seguidores
viajaron a Madurai, que en aquellos días era la capital del reino Paṇḍya, y
también un punto de encuentro de todo tipo de eruditos. Ante una gran asamblea
de paṇḍitas, Rāmānuja habló sobre la
filosofía de la devoción. Su presentación fue tan convincente que en seguida
todos aceptaron sus enseñanzas, accediendo a convertirse en devotos del Señor
Viṣṇu.
Después de permanecer unos días en Madurai,
el grupo de vaiṣṇavas viajó hasta la
ciudad de Kuraṅga, y de allí fueron a Kurakapurī. En ambos lugares se adoraban
Deidades del Señor Viṣṇu, y todos los devotos sintieron gran placer en cantar
canciones devocionales en los templos.
Desde allí viajaron por la costa occidental
de la India
hasta la ciudad de Trivandrum, en Kerala, donde pudieron contemplar los
maravillosos rasgos del Señor Padmanābha yaciendo en Su lecho de Ananta-Śeṣa. A
continuación, siguieron la costa occidental hasta Dvārāka, y desde allí, tras
pasar por Mathurā y Vṛndāvana, fueron a Śālagrāma, Śaketa, Naimiṣāraṇya, Puṣkara
y Badarikāśrama.
En aquellos tīrthas sagrados, Rāmānuja predicó la filosofía de la devoción
amorosa al Señor Supremo, y todos los que le escuchaban fueron convencidos y se
volvieron devotos. Muchas veces, lógicos, budistas y seguidores impersonalistas
de Śaṅkara fueron a verle para presentarle sus propios argumentos, pero, en
todos los casos, pudo señalar las deficiencias que existían en estas diferentes
doctrinas, estableciendo así la supremacía de la filosofía vaiṣṇava. Finalmente, llegaron de nuevo a Śaradā-pīṭha, en la
provincia de Cachemira, donde Yatirāja y Kureśa habían estado anteriormente
esforzándose por conseguir una copia del Bodhāyana-vṛtti.
Los eruditos de aquel lugar fueron a ver a Rāmānujācārya
para tratar de derrotarle, pero ninguno de ellos pudo emular sus sólidos
argumentos. Al ser superados en el debate, recurrieron entonces al arte de la
magia negra, a la cual eran también adeptos. Cantaron diversos mantras, con la intención de matar a su
oponente. Sin embargo, debido a la potencia espiritual de Yatirāja, los
hechizos no le hicieron ningún efecto, y se volvieron contra aquellos que los
habían lanzado. Así pues, todos los paṇḍitas
de Śaradā-pīṭha cayeron enfermos y estuvieron al borde de la muerte.
Cuando el rey de Cachemira supo lo que
había sucedido, fue rápidamente hacia Śaradā-pīṭha y se postró a los pies de Rāmānuja,
pidiéndole que perdonase a aquellos brāhmaṇas
pecadores. Yatirāja aceptó su súplica y los curó a todos, tras lo cual se
convirtieron en sus discípulos, junto con el rey.
Jagannātha Purī
Tras Śaradā-pīṭha, Rāmānujācārya viajó en
dirección al sur, hasta Benares, donde permaneció varios meses predicando e
inspirando a muchos que se habían vuelto devotos escuchándole. Desde Benares
viajó a Jagannātha Purī, donde fundó un monasterio llamado «Embar Math». Para
entonces, su reputación como erudito y devoto era ampliamente conocida por toda
la India , y
como resultado, ninguno de los paṇḍitas
de Jagannātha Purī se atrevió a desafiarle.
Con el deseo de que los sacerdotes del
templo de Jagannātha adoptasen el sistema de adoración pañcarātṛkī explicado por Nārada Muni, Rāmānuja apeló al rey de
Orissa para que concertase un debate con ellos. Temerosos del resultado de una
confrontación de aquella índole, todos los sacerdotes oraron al Señor Jagannātha
para que los salvase de la inevitable derrota. Aquella misma noche, mientras Yatirāja
dormía, fue arrojado por el Señor Jagannātha hasta el santo dhama de Kūrma-kṣetra, a trescientos
kilómetros de distancia.
Cuando despertó, Rāmānuja estaba
desconcertado al encontrarse en un lugar completamente diferente y privado de
la compañía de todos los discípulos que le habían acompañado. Al principio
pensó que el templo cercano estaba dedicado al Señor Śiva, por lo que decidió
ayunar aquel día, como penitencia por su incapacidad de adorar al Señor Nārāyaṇa.
Sin embargo, cuando preguntó a algunas personas del lugar, le dijeron que en
realidad la Deidad
era de Kūrmadeva, una de las encarnaciones del Señor Viṣṇu. Así pues, fue al
templo, y felizmente, adoró al Señor.
Regreso a Śrī Raṅgam
Después de estar en Kūrma-kṣetra durante
varios días, Rāmānuja se reunió con sus discípulos, que habían continuado su
viaje en dirección al sur. Fue con ellos a Siṁhācala, y después a Ahovala,
donde estableció otra matha. En Īśaliṅgaṅga,
pudieron ver a la Deidad
del Señor Nṛsiṁhadeva, y ofrecieron oraciones a Sus pies de loto.
De esta forma, viajando en dirección sur
descendiendo por la costa oriental de la India , llegaron finalmente a Tirupati, Śrī Śaila,
donde Yatirāja había estado anteriormente durante un año en compañía de su tío Śailapūrṇa.
En aquel entonces, tenía lugar allí una gran controversia, pues los seguidores
del Señor Śiva estaban desafiando a los devotos, proclamando que el Señor Veṅkaṭeśvara
era en realidad una Deidad de Śiva. Rāmānuja entonces explicó la historia de la
montaña de Venkaṭa haciendo referencia a diversas Escrituras, y dejó claro el
hecho de que Śrī Veṅkaṭeśvara es una Deidad del Señor Viṣṇu.
Tras permanecer en Tirupati durante dos
semanas, Rāmānuja y sus seguidores continuaron su viaje hacia Kāñcīpuram, donde
tuvieron la oportunidad de adorar al Señor Varadarāja. Desde Kāñcī fueron por
Madurāntaka hasta Vīra-nārāyaṇa-pura, el lugar de nacimiento de Nāthamuni, el
abuelo y preceptor de Yāmunācārya. Desde allí fueron a Śrī Raṅgam y de nuevo se
refugiaron en el Señor Raṅganātha.
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