CAPÍTULO
SEIS
Instrucciones a los discípulos
Kureśa era uno de los discípulos más íntimos de
Rāmānuja, y siempre estaba absorto pensando en cómo podía ayudar a su guru en
la labor de prédica. Procedía de una rica familia brāhmaṇa de
Kuragrahara, una pequeña aldea cerca de Kāñcīpuram. Como era de hecho el
terrateniente de toda el zona que rodeaba la ciudad de Kura, se le conocía con
el nombre de Kureśa, el amo de Kura. Se casó con una joven de muy buenas
cualidades llamada Āṇḍal, y juntos utilizaron la inmensa riqueza que él había
heredado dedicándola a obras de caridad, ayudando a toda la gente pobre de
aquella zona.
Había conocido a Rāmānuja desde
su niñez, y siempre le admiró como una de las personalidades más excelsas.
Cuando Yatirāja entró en la orden de sannyāsa, Kureśa y Āṇḍal
estuvieron entre sus primeros discípulos. Kureśa era muy conocido como un gran
erudito, pues cualquier cosa que oía, aunque sólo fuese una vez, podía
recordarla para siempre. Fue con su ayuda, como hemos visto anteriormente, que
Yādavaprakaśa fue derrotado y se volvió devoto.
Desde el amanecer hasta la
medianoche, las puertas de la casa de Kureśa permanecían abiertas, y cualquier
hombre pobre que fuese allí recibía regalos como caridad. Una vez, Lakṣmīdevī,
la consorte del Señor Varadarāja, al oír que las puertas de la casa de Kureśa
se cerraban, le preguntó a su sirviente, Kāñcīpūrṇa, de dónde provenía aquel
sonido. Entonces, Kāñcīpūrṇa explicó a Madre Lakṣmī todas las actividades de
Kureśa. «Desde el principio del día hasta la medianoche se presta allí servicio
a los pobres, a los cojos y a los ciegos —le dijo—. Después, las puertas de la
casa se cierran hasta la mañana siguiente, para que Kureśa y su esposa Āṇḍal
puedan descansar un poco. Lo que acabas de oír fue el sonido de las puertas al
cerrarse». Al escuchar las palabras de Kāñcīpūrṇa, Lakṣmīdevī sintió gran deseo
de ver a Kureśa, y le pidió que al día siguiente trajese a aquel devoto ante Su
presencia.
Al día siguiente muy temprano,
cuando Kāñcīpūrṇa vio a Kureśa, le informó de los deseos de la diosa de la
fortuna. Kureśa estaba perplejo, y respondió: «¿Quién soy yo? No soy más que un
hombre desagradecido y malvado, y Lakṣmīdevī es la madre del universo y recibe
la adoración incluso de Brahmā y Śiva. Se dice que un caṇḍāla no
puede entrar en el templo, y yo, contaminado como estoy por mi riqueza, soy
incluso más bajo que cualquier caṇḍāla. Por lo tanto, ¿cómo puedo
presentarme ante Madre Lakṣmī?».
La renuncia de Kureśa
Después de hablar de esta manera, Kureśa
regresó a su casa, y tras quitarse sus costosas ropas y ornamentos, se vistió
con los harapos de un mendigo. Después fue a ver de nuevo a Kāñcīpūrṇa. «¡Oh, Mahātmā! —dijo—, yo no puedo desobedecer
la orden de la consorte del Señor Nārāyaṇa, pero no es posible para mí
presentarme ante Ella ahora, contaminado como estoy por la opulencia y la
riqueza. Por lo tanto, me refugiaré en mi guru,
Yatirāja, y me purificaré bañándome en el agua que ha lavado sus pies. ¿Quién
sabe?; si puedo recibir la misericordia de grandes almas como tú, entonces
podré ver los pies de loto de Madre Lakṣmī incluso en esta vida».
Así pues, Kureśa partió aquel mismo día
hacia Śrī Raṅgam, seguido de cerca por Āṇḍal. Ella también había abandonado
todo vestigio de opulencia, conservando solamente una copa de oro, con la cual
ofrecía agua a su marido cuando estaba sediento. Tras viajar por algún tiempo,
entraron en un oscuro bosque, y Āṇḍal comenzó a tener miedo. «Mi señor —dijo a
su esposo—, ¿hay algo que debamos temer en este desolado lugar?».
«Es sólo la riqueza lo que causa el temor
—contestó Kureśa—. Si no tienes dinero ni riqueza, no hay nada que temer». Al
oír esto, Āṇḍal inmediatamente arrojó lejos la copa de oro.
Al día siguiente, llegaron a Śrī Raṅgam.
Cuando Rāmānuja se enteró, enseguida hizo que les trajesen al āśrama. Más tarde, después de que
descansaran y tomaran prasādam, les
acomodó en una casa cercana.
La pureza de la devoción
de Kureśa
Una vez, durante la estación de las lluvias,
hubo un aguacero tan torrencial que impidió a Kureśa salir a mendigar, de modo
que él y su esposa ayunaron todo el día. A Kureśa no le molestaba el hambre,
pero Āṇḍal, que siempre estaba absorta en servir a su esposo, se sentía muy
triste de verle sin comida. Mentalmente, comenzó a orar al Señor Raṅganātha
para que proveyese algo para Su devoto, Kureśa. Poco más tarde llamaron a la
puerta, y uno de los sacerdotes del templo entró con un plato de mahā-prasādam que les traía como regalo.
Cuando el sacerdote se fue, Kureśa preguntó
a su esposa: «¿Le has pedido al Señor Raṅganātha que nos diese de comer? ¿Por
qué sino habría enviado Él unos alimentos tan opulentos, cuyo sabor puede
reavivar nuestros deseos materiales?».
Después de que Āṇḍal, avergonzada,
confesara lo que había hecho, Kureśa le instruyó: «No es correcto que el Señor
Se vuelva nuestro sirviente. Lo que ha sido hecho ya no tiene remedio, pero,
por favor, nunca vuelvas a hacer una cosa así». Tras decir esto, tomó una
pequeña porción de mahā-prasādam, y
le dijo a su esposa que tomase el resto.
Nacimiento de los hijos de
Kureśa
Un año más tarde, Āṇḍal dio a luz a dos
mellizos. Yatirāja se sintió muy contento al enterarse de la noticia, y envió a
Govinda para que llevase a cabo el jatā-karma,
la ceremonia de nacimiento. Cuando la ceremonia acabó, Govinda susurró dos mantras a los oídos de ambos bebés: śrīmān-nārāyaṇa-caraṇau śaraṇaṁ prapadye,
«Yo me refugio a los pies del Señor Nārāyaṇa», y śrīmate nārāyaṇaya namaḥ, «Yo ofrezco reverencias al Señor Nārāyaṇa».
Como regalo para los niños, Rāmānuja había
hecho forjar en oro las cinco armas del Señor Viṣṇu —la caracola, el disco, la
maza, la espada y el arco—, para que los bebés, al llevarlas sobre su cuerpo,
estuvieran protegidos de fantasmas y espíritus malignos. Después de seis meses,
Yatirāja llevó a cabo la ceremonia de concesión de nombre para los hijos
mellizos de Kureśa, a quienes llamó Parāśara y Vyāsa, y también para el hijo
del hermano menor de Govinda, a quien dio el nombre de Parankuśa-pūrṇa.
Rāmānuja había hecho tres votos ante el
cuerpo de Yāmunācārya: escribir un comentario Vaiṣṇava sobre los Vedanta-sūtras, predicar la filosofía
del servicio devocional por toda la
India, y dar a un discípulo el nombre de Parāśara, en honor
del orador del Viṣṇu Puraṇa. Ahora,
los tres votos estaban cumplidos.
Parāśara y el paṇḍita
Desde muy temprana edad, Parāśara dio
muestras de su gran inteligencia y su extraordinario carácter. Cuando tenía
sólo cinco años de edad, un famoso paṇḍita
de nombre Sarvajña Bhaṭṭa pasó por la carretera frente a la casa de Kureśa,
acompañado por muchos discípulos que tocaban tambores y proclamaban las glorias
del gran erudito.
Uno de los discípulos anunció: «Aquí está
el inigualable paṇḍita, Sarvajña Bhaṭṭa.
Todos los que deseen convertirse en sus discípulos pueden venir a sus pies sin
demora». Al escuchar esto, el niño Parāśara se acercó al paṇḍita, llevando en su mano un puñado de arena. Deteniéndose ante
el gran erudito, el niño se dirigió a él de una forma muy atrevida: «Quiero ver
si puedes decirme cuántos granos de tierra hay en mi mano. Si realmente eres
Sarvajña, entonces debes saberlo todo».
Al paṇḍita
le sorprendió mucho oír la pregunta de Parāśara, pero mientras pensaba en las
palabras del niño pudo ver claramente sus propios defectos, pues estaba
cubierto por el orgullo y la vanidad. Tomando al niño en su regazo, Sarvajña lo
besó en la frente y dijo: «Hijo mío, tú eres en verdad mi guru. Tu pregunta me ha hecho ver lo tonto que era al estar tan
orgulloso por el conocimiento que había adquirido».
Parāśara y Vyāsa fueron grandes devotos del
Señor Nārāyaṇa y se consagraron al servicio de Yatirāja. Siguiendo las
instrucciones de Rāmānuja, Parāśara se casó con dos hijas de la familia de Mahāpūrṇa.
La procesión del Señor Raṅganātha
El día del festival de Garuḍa, miles de personas
se reunieron en Śrī Raṅgam para ver a la Deidad. Una gran multitud afluyó hasta la puerta
del templo, pues ese día el Señor Raṅganātha sale del templo y pasea por la
ciudad sobre un palanquín que tiene la forma de Su portador, Garuḍa. Los
tambores resonaban y las banderas ondeaban, mientras largas hileras de brāhmaṇas cantaban los himnos de los Vedas para hacer que la ocasión fuese
doblemente auspiciosa.
Súbitamente, la expresión de los rostros de
la multitud que esperaba se hizo aún más expectante, al ver que los recitadores
de los Vedas comenzaban a avanzar y
una procesión salía del patio interior. Primero apareció una brillante bandera
roja, situada entre dos largos palos de bambú y decorada con los emblemas de la
caracola, el disco y el tilaka vaiṣṇava.
Detrás de los brāhmaṇas salieron
varios elefantes decorados, todos ellos marcados con tilaka en la frente, moviéndose hacia delante con un paso
majestuoso y balanceando sus trompas de un lado a otro. Detrás de los elefantes
salió una procesión de carros de bueyes y caballos alegremente decorados y
llevando grandes tambores sobre sus lomos. Después, toda la multitud se
estremeció de júbilo al ver salir a un grupo de devotos cantando el santo
nombre del Señor Hari y acompañando su canto con tambores y címbalos.
Inmediatamente después del grupo de kīrtana apareció el Señor Raṅganātha,
subido a lomos de Garuḍa y acompañado de Su eterna consorte, Lakṣmīdevī. El
palanquín era transportado por cientos de devotos, mientras los sacerdotes
abanicaban al Señor con muchos abanicos cāmara,
y expertos cantantes entonaban bhajans
alabando Sus gloriosos pasatiempos. Al ver salir al Señor, la multitud se
arremolinó alrededor de la puerta lanzando ovaciones de alegría.
Mientras el Señor Se desplazaba por las
calles, las amas de casa aparecían en las puertas y ventanas y entregaban
frutas, flores y nueces de betel a los sacerdotes, para que éstos a su vez las
ofreciesen a los pies de loto del Señor. Tras hacer las ofrendas, devolvían el prasāda a las mujeres, que eran
bendecidas recibiendo en sus cabezas el toque de uno de los yelmos del Señor.
Mientras la procesión continuaba, los ojos de todos los presentes estaban fijos
en el Señor Nārāyaṇa y en Lakṣmīdevī, y todos los corazones estaban llenos de
devoción.
El encuentro de Dhanurdāsa
con Rāmānuja
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Aunque mucha gente cuchicheaba y otros hacían
jocosos comentarios al ver tal muestra de afecto
en público, el muchacho no se daba cuenta, tan grande
era su atracción por la belleza de la muchacha. |
Sin embargo, caminando entre la multitud
había un hombre que se comportaba de una forma completamente distinta. Era alto
y atractivo, con anchos hombros, y parecía vagar sin ningún propósito en
particular, siendo arrastrado por la multitud. Con su mano izquierda sostenía
un parasol decorado con el cual protegía de los rayos del Sol a una hermosa
joven. En su mano derecha llevaba un abanico, que movía constantemente para
disipar cualquier molestia que ella pudiese sentir debido al calor del Sol.
Parecía que la atención del joven estaba
tan absorta en la belleza de su joven amiga que era inconsciente de todo lo que
estaba sucediendo a su alrededor. Aunque mucha gente cuchicheaba y otros hacían
jocosos comentarios al ver tal muestra de afecto en público, el muchacho no se
daba cuenta de todo esto, tan grande era su atracción por la belleza de la
muchacha.
Tras bañarse en el Kaverī y adorar al Señor
Raṅganātha, Yatirāja regresaba a su āśrama
acompañado de sus discípulos, cuando se dio cuenta de la presencia del joven,
que caminaba junto a su compañera al otro lado del camino. «Dāśarathi —dijo a
su discípulo—, ve y pídele a ese hombre, que está desprovisto de vergüenza y
pudor, que venga a verme».
«Allí está Yatirāja, el gran devoto del
Señor Nārāyaṇa —respondió Dāśarathi—, y es su deseo hablar contigo. Por favor,
ven conmigo un momento».
Al escuchar el nombre del famoso ācārya, el joven abandonó a la muchacha
y acompañó a Dāśarathi hasta el otro lado del camino, donde estaban los
devotos. Tras postrarse a los pies de Yatirāja, permaneció en silencio ante de
él, preguntándose por qué este sabio tan famoso quería hablar con él. Por fin, Rāmānuja
dijo:
—¿Qué néctar has encontrado en esa joven,
que te ha llevado a abandonar toda vergüenza y pudor? ¿No te has dado cuenta de
que, por actuar de esa forma, te has convertido en el hazmerreír de toda la
ciudad de Śrī Raṅgam?
—¡Oh, Mahātmā! —contestó el joven—, he
visto muchas maravillas en este mundo, pero nada que pueda ni siquiera
compararse a la encantadora belleza de los luminosos ojos de esa muchacha.
Cuando los veo, siento tal atracción que no puedo apartar mis ojos de ella.
—¿Es
ella tu esposa?— preguntó Yatirāja.
—No, no está casada conmigo— respondió el
joven—, pero, aun así, nunca amaré a otra mujer.
—¿Cuál es tu nombre?— preguntó Yatirāja.
—Mi nombre es Dhanurdāsa— contestó—, y soy
natural del pueblo de Nichulanāgara, donde soy famoso por mi habilidad en la
lucha. El nombre de la muchacha es Hemāmba».
—Dhanurdāsa— dijo Yatirāja—, si te muestro
un par de ojos todavía más bellos que los de tu amada, ¿dejarás a esa mujer y
amarás a esa otra persona?
El luchador respondió:
—¡Oh, gran alma!, si es posible encontrar
un par de ojos más cautivadores que los de mi Hemāmba, yo sin duda la
abandonaré y en su lugar adoraré a la mujer que los posea.
—Entonces, ven esta tarde a mi āśrama —concluyó Yatirāja— y quizás
podamos solucionar este asunto.
La liberación de Dhanurdāsa
Aquella noche, Rāmānuja salió del āśrama acompañado por Dhanurdāsa, y
caminó con él un corto trecho, hasta llegar a la puerta exterior del templo del
Señor Raṅganātha. Tras cruzar todas las puertas exteriores, finalmente llegaron
ante la Deidad
del Señor. Justamente en aquel momento acababa de comenzar el āraṭi, y el sacerdote estaba ofreciendo
una fragante lámpara de alcanfor al Señor y a Su consorte Lakṣmīdevī. Aunque la
sala interior del templo estaba oscura, pues estaba rodeada de muros por todas
partes, cuando la lámpara fue ofrecida ante el Señor Raṅganātha, su llama
refulgente iluminó los rasgos trascendentales del Señor y se reflejó en Sus
hermosos ojos de loto dorados.
Cuando Dhanurdāsa vio esta revelación de la
divina forma del Señor, permaneció transfigurado, mirando sin parpadear a los
ojos de Śrī Viṣṇu, a quien se conoce con el nombre de Aravindākṣa. De repente,
lágrimas de amor comenzaron a correr por sus mejillas, mientras saboreaba el
verdadero disfrute que sólo se encuentra en el mundo espiritual. En un
instante, toda su atracción por los falsos placeres de esta existencia mundana
se disipó, como las estrellas ante la salida del Sol.
Después de un rato, Dhanurdāsa recobró la
compostura y, volviéndose hacia Rāmānuja, cayó a sus pies, diciendo: «Por tu
misericordia sin causa, has dado al más lujurioso de los hombres placeres
que buscan incluso los semidioses del
cielo. Ahora, soy tu sirviente para siempre. Como un búho en la noche, me había
apartado del Sol, atraído por el brillo de una luciérnaga. Ahora, tú has
abierto mis ojos; por lo tanto, eres mi maestro».
Yatirāja dispuso lo necesario para su
matrimonio, y, con sus instrucciones puras, eliminó de sus corazones toda
contaminación de lujuria. Ellos abandonaron Nichulanāgara y fueron a Raṅgakṣetra,
donde alquilaron una casa muy cerca del āśrama
de Rāmānuja. De esta forma, tenían la oportunidad de estar con su maestro
espiritual y oír de sus labios las nectáreas enseñanzas vaiṣṇavas.
La envidia de los
discípulos brāhmaṇas
Debido a su devoción por su guru, su humildad, su honestidad y su
agradable forma de hablar, todos comenzaron a respetar a Dhanurdāsa. Con el fin
de mostrar que es el comportamiento de una persona lo que se debe considerar, y
no su cuna, Rāmānuja cogía del brazo a Dhanurdāsa mientras regresaban del Kaverī,
aunque cuando iba hacia el río se cogía del brazo de Dāśarathi, un brāhmaṇa de nacimiento. Cuando los
jóvenes discípulos de Yatirāja observaron los tratos íntimos de su guru con una persona de bajo nacimiento,
algunos de ellos se perturbaron, e incluso se atrevieron a decir que su
comportamiento no era adecuado.
Comprendiendo la confusión que albergaban
los corazones de sus discípulos, Rāmānuja decidió darles una lección que les
haría entender correctamente el carácter de un vaiṣṇava. Una noche, mientras todos dormían, Rāmānuja se levantó y
cortó una tira de todos los dhotis
que estaban secándose. A la mañana siguiente, cuando los brāhmaṇas se dieron cuenta de lo que había sucedido, surgió entre
ellos una gran discusión, en la que se cruzaron acusaciones e insultos mutuos.
Finalmente, Yatirāja tuvo que intervenir personalmente para restablecer la
calma.
Los brāhmaṇas aprenden una
lección
«Estoy
seguro de que todos habéis podido observar que mi discípulo Dhanurdāsa está
viviendo como un hombre de familia apegado, mientras aparenta ser un gran
devoto. Esta tarde, como de costumbre, él vendrá a hablar conmigo. Mientras yo
le entretengo aquí, hablando de las Escrituras, debéis ir a su casa y robar las
joyas que con tanta afición guarda para adornar a su esposa. Así, podremos ver
claramente la magnitud de sus apegos».
Los discípulos aceptaron contentos la
propuesta, y tan pronto como Dhanurdāsa llegó al āśrama se pusieron en camino para llevar a cabo la orden de su guru. Cuando llegaron a la casa,
encontraron a Hemāmba durmiendo dentro. Como la puerta no estaba cerrada,
pudieron entrar sin dificultad. Después, silenciosamente, y con toda la
suavidad posible, comenzaron a quitarle a la esposa de Dhanurdāsa todos sus
ornamentos dorados. En realidad, Hemāmba no estaba durmiendo, y era plenamente
consciente de todo lo que ocurría, pero aparentó estar inmersa en un profundo
sueño, para no causar ninguna perturbación a los brāhmaṇas.
Cuando le habían quitado todas las joyas de
un lado de su cuerpo, Hemāmba se dio la vuelta fingiendo dormir, para que así
los brāhmaṇas también pudiesen coger
las joyas que adornaban la otra parte de su cuerpo. Sin embargo, en aquel
momento, los brāhmaṇas se alarmaron
y, temiendo que fuera a despertarse, abandonaron inmediatamente la casa y
regresaron al āśrama. Allí informaron
de lo ocurrido a Rāmānuja, quien llamó a Dhanurdāsa y le dijo que debía volver
a casa, pues ya era muy tarde.
Cuando el luchador se fue, Rāmānuja
instruyó a sus discípulos: «Ahora, seguid a Dhanurdāsa hasta su casa, y así
podréis ver cuál es la reacción de Dhanurdāsa ante la gran pérdida que han sufrido
él y su esposa».
Los jóvenes siguieron la orden de su guru, y cuando Dhanurdāsa entró en su
casa, se quedaron observando y escuchando desde un lugar oculto muy cercano. Al
entrar en la casa, Dhanurdāsa enseguida se dio cuenta del aspecto anormal de su
esposa, y preguntó:
—¿Cómo es que estás usando joyas sólo en un
lado?, ¿dónde están las otras?
«Fue un error de tu parte —exclamó Dhanurdāsa—.
Aún no estás totalmente libre de la ilusión, porque estabas pensando:
"Estas joyas son mías. Las regalaré". ¿Cuando abandonarás esa idea y
te darás cuenta de que todo es propiedad del Señor Nārāyaṇa? Si no te hubieses
movido, hubieses podido dárselo todo a los brāhmaṇas.
Hemāmba reconoció su falta, y pidió a su
esposo:
—Por favor, bendíceme para que algún día
pueda liberarme de esta ilusión.
Tras presenciar todo esto, los jóvenes brāhmaṇas regresaron al āśrama y explicaron a Rāmānuja el
comportamiento de aquella pareja de devotos. Puesto que ya era muy tarde, les
dijo que fueran a descansar, pero al día siguiente habló ampliamente del asunto
con ellos cuando se reunieron ante él para estudiar las Escrituras. «Todos
vosotros sois muy eruditos —dijo—, pero estáis muy orgullosos de vuestra
posición como brāhmaṇas. Así pues,
decidme cuál es el comportamiento más correcto para un brāhmaṇa, ¿el que vosotros mostrasteis ayer por la mañana, cuando
encontrasteis vuestras ropas un poco más cortas, o el de Dhanurdāsa y su esposa
cuando sus joyas fueron robadas?».
Los discípulos no pudieron hacer otra cosa
que inclinar sus cabezas avergonzados y decir: «Maestro, el comportamiento de Dhanurdāsa
fue el más apropiado para un brāhmaṇa,
mientras que el nuestro fue abominable».
«Por lo tanto —continuó Yatirāja—, debéis
entender que lo importante no es la cuna ni la casta. Son las cualidades las
que demuestran quién está caído, sin tener en cuenta la posición social. Ahora,
abandonando todo el orgullo de vuestro nacimiento como brāhmaṇas, esforzaos por servir al Señor Nārāyaṇa con un corazón
puro. Ésa es la única senda de la perfección.»
Las críticas
contra Mahāpūrṇa
Cuando Yatirāja le preguntó qué había
ocurrido, Mahāpūrṇa respondió: «Sí, es cierto que, según los Dharma Śāstras, mi comportamiento es
incorrecto. Pero, ¿cuál es el verdadero dharma?
El Mahābhārata declara: mahājano yena gataḥ sa panthāḥ: El
verdadero dharma consiste en seguir
el ejemplo dado por las grandes personalidades. Ahora, considera el ejemplo de Śrī
Rāmacandra, que llevó a cabo la ceremonia funeraria de Jaṭāyu, que no era más
que un ave. Después, tenemos el ejemplo del rey Yudhiṣṭhira, quien adoró a Vidura,
a quien por su cuna se le consideraba un śūdra.
¿Por qué ellos actuaron de esa forma? La respuesta es que el devoto del Señor,
puesto que está liberado incluso mientras está en este mundo, es trascendental
a toda consideración de familia o casta. No es posible que Śrī Rāma o el rey
Yudhiṣṭhira actuaran en contra de la religión. Ese devoto cuyo cuerpo fue
quemado era un sirviente puro del Señor, y yo me considero muy afortunado de
haber podido prestarle ese servicio». Muy complacido al escuchar las palabras
de Mahāpūrṇa, Yatirāja se postró a sus pies y le pidió perdón por su
imprudencia al cuestionar las actividades de su guru.
Mahāpūrṇa y Rāmānuja
Una vez, Mahāpūrṇa fue a ver a Yatirāja y
se postró a sus pies. Viendo que Rāmānuja continuaba sentado, sin sentir ni el
más mínimo embarazo ante el comportamiento de su guru, algunos devotos, sorprendidos, le preguntaron: «Yatirāja,
¿cómo puedes permitir que tu guru se
postre ante ti sin inmutarte?».
Más tarde, los devotos preguntaron a Mahāpūrṇa
por qué le había ofrecido reverencias a un discípulo, y él les explicó: «Yo
puedo ver constantemente en Yatirāja la personificación de mi propio guru, Śrī Yāmunācārya, y, por lo tanto,
no puedo evitar postrarme ante él». Al oír esto, todos pudieron comprender incluso
más profundamente la grandeza de Rāmānujācārya.
La instrucción de Goṣṭhīpūrṇa
En otra ocasión, Rāmānuja observó que Śrī Goṣṭhīpūrṇa
meditaba a puerta cerrada en una habitación. Al final del día le preguntó:
«¡Oh, maestro!, ¿en qué forma del Señor has fijado tu mente, y con qué mantra Le adoraste?».
«He adorado únicamente los pies de loto de Yāmunācārya,
mi guru-māhāraja —contestó Goṣṭhīpūrṇa—,
y su santo nombre es el único mantra
que yo canto, porque otorga la liberación de todo sufrimiento».
Al
oír estas palabras, Rāmānuja pudo comprender la importancia de adorar a los
devotos del Señor.
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