Capítulo Cuatro



CAPÍTULO CUATRO

 Ācārya en Śrī Raṅgam

   Mientras todos esto ocurría en Kāñcīpuram, los devotos de Śrī Raṅgam continuaban sintiendo la ausencia de un ācārya que pudiera guiarles. El ardiente deseo de todos ellos era que Rāmānujācārya fuese allí y se convirtiese en su preceptor. Mahāpūrṇa se había quedado algún tiempo en Kāñcī con la intención de llevar a Rāmānuja a Śrī Raṅgam, pero, debido a su repentina partida, no lo había conseguido.
    Cuando las noticias de que Rāmānuja había entrado en la orden de sannyāsa llegaron a Śrī Raṅgam, Mahāpūrṇa se sintió muy complacido, y fue al templo del Señor Raṅganātha. Allí, ante los ojos de loto del Señor, que yace reclinado sobre Su lecho de Ananta-Śeṣa, Mahāpūrṇa ofreció al Señor fervientes oraciones, pidiéndole que trajese a Rāmānuja a Raṅgakṣetra. Al escuchar esta ardiente súplica de Su devoto puro, el Señor Raṅganātha sintió compasión y dijo a Mahāpūrṇa: «Hijo mío, debes enviar a Vararaṅga, el más dulce de los cantantes, a Kāñcīpuram, al templo del Señor Varadarāja. Cuando el Señor Varadarāja, complacido por los bhajans de Vararaṅga, le ofrezca una bendición, él debe pedirle que permita que Rāmānuja venga aquí. Sin el permiso de Varadarāja, Rāmānuja jamás abandonará el refugio de Sus pies de loto».

Partida hacia Śrī Raṅgam

   Vararaṅga era el hijo de Yāmunācārya. Era un famoso cantante, y había compuesto música para los hermosos versos Sahasra-gīti. Tras recibir estas instrucciones, Mahāpūrṇa envió a Vararaṅga a Kāñcīpuram, después de instruirle sobre cómo debía cumplir su misión.
    Cada día, en el templo de Varadarāja, Vararaṅga cantaba bhajans ante el Señor de una forma tan exquisita que cualquiera que le escuchaba quedaba impresionado y lleno de éxtasis. Finalmente, el Señor Varadarāja Se sintió tan complacido con Vararaṅga que le ofreció una bendición como recompensa por sus servicios. Por supuesto, Vararaṅga pidió al Señor que permitiese que Rāmānuja fuese a Śrī Raṅgam para que fuera el ācārya de los vaiṣṇavas que allí vivían.
    Rāmānuja se sentía triste al abandonar Kāñcīpuram, particularmente por el hecho de que ello significaba perder la compañía de Kāñcīpūrṇa. Pero, al mismo tiempo, se sentía feliz ante la perspectiva de reunirse con los discípulos de Ālabandāra. Con esta mezcla de sentimientos, pasó junto a Vararaṅga algunos días, en su viaje a Śrī Raṅgam.
    Todos los habitantes de Raṅgakṣetra estaban muy felices cuando Yatirāja llegó a su ciudad, y la asamblea de vaiṣṇavas le instituyó inmediatamente como ācārya.
    El Señor Raṅganātha también estaba muy complacido al ver en Su templo a aquel devoto de corazón puro, y le otorgó dos poderes místicos: la capacidad de curar enfermedades, y la fuerza necesaria para proteger de la ilusión a los devotos. Al escuchar que Rāmānujācārya había llegado a Śrī Raṅgam, muchos vaiṣṇavas de los alrededores fueron a verle, y todos se estremecían al escuchar sus maravillosas explicaciones de la filosofía vaiṣṇava.

La liberación de Govinda

   Poco después de su llegada a Śrī Raṅgam, Rāmānuja se puso a pensar en la situación de su querido primo, Govinda, quien años atrás le había salvado del complot criminal de Yādavaprakaśa. Recordaba la sencillez y el afecto de Govinda, y cómo había sido siempre un querido amigo para todas las entidades vivientes. Mientras pensaba así, surgió en el corazón de Rāmānuja el deseo de traer a Govinda al refugio de los pies de loto del Señor Viṣṇu.
    Como se dijo antes, desde el funesto peregrinaje a Varanasi, Govinda se había convertido en un entregado devoto del Señor Śiva, residiendo en el lugar sagrado de Kālahasti, un lugar sagrado de peregrinaje para todos los śivaítas. El tío de Rāmānuja, Śailapūrṇa, discípulo de Yāmunācārya, vivía ahora en Śrī Śaila, muy cerca de Kālahasti. De modo que Yatirāja decidió escribirle una carta, pidiéndole que de una manera u otra forma hiciese de Govinda un devoto del Señor Viṣṇu. Al recibir la carta, Śailapūrṇa fue a Kalāhasta con sus discípulos, y allí acampó cerca de un gran lago.
    Cada mañana, Govinda iba a aquel lago para bañarse y recoger flores para su adoración. Cuando una mañana llegó y encontró a aquel venerable ācārya vaiṣṇava sentado cerca del lugar hablando con sus discípulos sobre las Escrituras, sintió curiosidad. Deseoso de escuchar lo que allí se decía, Govinda trepó a un árbol patali cercano para coger algunas flores. Al escuchar las palabras de Śailapūrṇa, llenas de devoción, la mente de Govinda se fue sintiendo cada vez más atraída hacia aquel santo vaiṣṇava.
    Cuando el discurso finalizó, y Govinda se retiraba para tomar su baño, Śailapūrṇa le llamó:
    —¡Oh, santo!, ¿puedo saber para quién has cogido esas flores? —Al saber que aquellas flores estaban destinadas a la adoración del Señor Śiva, continuó diciendo—: Pero, ¿cómo flores como esas pueden ser deseables para aquel que se ganó el nombre de Vibhūti-Bhūṣaṇa por ungirse con las cenizas de los deseos mundanos, los cuales había quemado sabiendo bien que son la causa de las miserias materiales? El Señor Śiva danza en el crematorio, loco por obtener la misericordia del Señor Nārāyaṇa. Estas flores deben ser ofrecidas al Señor Supremo Viṣṇu, quien es el receptáculo de todas las cualidades auspiciosas y de quien todos los universos han emanado. Estoy sorprendido al ver que una persona tan inteligente como tú esté recogiendo flores para adorar al Señor Śiva.
    —Reverendo señor —contestó Govinda—, en un sentido, puedo ver que tus palabras son ciertas, pero, ¿qué se puede ofrecer al Señor Supremo, quien es ya el propietario de todas las cosas? ¿Qué puedo hacer yo por el gran Señor Śaṅkara, que es tan poderoso que salvó al universo entero bebiendo un océano de veneno? Aun así, hay algún propósito al elevar tales ofrendas, pues haciendo esto podemos expresar nuestra devoción al Señor. Es la devoción lo que el Señor aprecia, no la pobre ofrenda en sí misma».
Se postró como una vara frente a Śailapurna
    —¡Oh, Mahātmā! —dijo Śailapūrṇa—, estoy complacido con tu devoción y tu humildad. Lo que has dicho es verdad. ¿Qué podemos nosotros ofrecer, excepto entregarnos a esa Persona que, en la forma de un brāhmaṇa enano, Se llevó todas las posesiones del poderoso rey de los demonios? Esa entrega completa es la más elevada forma de adoración, y por la fuerza de esa entrega Bali Mahārāja pudo cautivar al Señor Vāmanadeva. Tan sólo trata de entender una gota de la dulzura de las relaciones amorosas del Señor con Sus devotos, de las cuales tú te has privado, al abandonar Su adoración por la del Señor Śiva.
    —Pero, ¿por qué haces esa distinción entre Viṣṇu y Śiva? —dijo Govinda—, ¿no son ambos aspectos del mismo Dios? Al escuchar estas afirmaciones de Govinda, Śailapūrṇa comprendió que el joven no sólo estaba ocupado en la adoración a los semidioses, sino que además había sido influenciado por la filosofía de los impersonalistas.
    Cada mañana, Govinda y Śailapūrṇa se encontraban en el lago e intercambiaban palabras en un tono similar. Poco a poco, como resultado de oír la filosofía teísta pura de labios de un santo tan elevado como Śailapūrṇa, el corazón de Govinda comenzó a cambiar, y surgió en él el deseo de refugiarse en los pies de loto del Señor Nārāyaṇa. Una mañana, se postró como una vara frente a Śailapūrṇa y le rogó que le iniciase. Así fue como Govinda abandonó su adoración al Señor Śiva y adoptó el sendero de la devoción incondicional al Señor Supremo, Śrī Viṣṇu.
    Después de la iniciación, Śailapūrṇa instruyó a Govinda que fuese a Śrī Raṅgam para vivir con su famoso primo, Rāmānujācārya. Sin embargo, la devoción de Govinda hacia su guru era tan grande que era incapaz de tolerar los sentimientos de separación que estaba atravesando. Por consiguiente, pronto regresó a la ciudad de Śrī Śaila para rendir servicio personal a su maestro espiritual.

Goṣṭhipūrṇa

   Al llegar a Śrī Raṅgam, Rāmānuja se sintió muy complacido de reasumir su papel como discípulo de Mahāpūrṇa; en su compañía, sentía un gran alivio de la tristeza que le había afligido desde la partida de Yāmunācārya. Con su comportamiento hacia Mahāpūrṇa, sentó el ejemplo para todos los discípulos de cómo servir a su maestro espiritual. Bajo la experta guía de Mahāpūrṇa, emprendió de nuevo su estudio de las Escrituras reveladas. Mahāpūrṇa estaba tan impresionado por el incomparable carácter y las cualidades vaiṣṇavas de su discípulo que le entregó a su propio hijo como discípulo.
    Una tarde, cuando ya habían concluido los estudios del día, Mahāpūrṇa dijo a Rāmānuja: «No muy lejos de aquí hay un próspero pueblo llamado Tirukkotiyur. Allí vive un gran erudito y devoto, llamado Goṣṭhipūrṇa, que nació en el estado de Paṇḍya. No es exagerado decir que no hay vaiṣṇava como él en esta parte del país. Si deseas aprender plenamente el significado de los mantras védicos, no hay ninguna persona tan competente como él para enseñarte. Te aconsejo que vayas a Tirukkotiyur sin demora y recibas el mantra de Goṣṭhipūrṇa.
    Al recibir esta instrucción de su guru, Rāmānuja fue unos días más tarde a Tirukkotiyur para ver a Goṣṭhipūrṇa. Ya en presencia de aquel famoso devoto, le ofreció reverencias y le rogó que le otorgase el mantra vaiṣṇava. Goṣṭhipūrṇa, sin embargo, se mostró reacio a entregar el mantra secreto, y respondió: «Puedes volver otro día, y yo consideraré tu petición». Rāmānuja se desanimó mucho ante esta respuesta, y con el corazón apenado regresó a Śrī Raṅgam.
    Pocos días más tarde se celebró un gran festival en honor del Señor Raṅganātha, y Goṣṭhipūrṇa fue allí para tomar parte en la adoración. En aquel momento, uno de los sacerdotes del templo fue inspirado por el Señor Raṅganātha, y se dirigió a Goṣṭhipūrṇa diciendo lo siguiente: «Debes darle el mantra a Mi devoto, Rāmānuja, pues él es el más apto para recibirlo».
    Comprendiendo que el Señor estaba hablándole a través de Su sirviente, Goṣṭhipūrṇa respondió: «Pero mi Señor, ¿no es verdad que el mantra sólo puede entregarse a alguien que haya purificado por completo su mente tras largas austeridades? ¿Cómo puede el mantra, que no es diferente de Ti, residir en la mente de alguien que no es puro?».
    A esto el sacerdote replicó: «Tú no entiendes la pureza de este devoto. Él puede liberar a toda la humanidad».
    Tras este incidente, Goṣṭhipūrṇa comenzó a considerar el asunto seriamente, pero aún no estaba decidido a dar el mantra a nadie. Una y otra vez, Rāmānuja se dirigió a él, pero Goṣṭhipūrṇa rehusó acceder a su petición. Cuando sus súplicas fueron denegadas en dieciocho diferentes ocasiones, Rāmānuja comenzó a pensar que debía haber alguna gran impureza en su corazón, y que ésta era la razón por la cual Goṣṭhipūrṇa no le concedía su misericordia. En medio de esta aflicción, Rāmānuja comenzó a derramar lágrimas de desesperación.
    Cuando algunas personas informaron a Goṣṭhipūrṇa de la condición de Rāmānuja, sintió lástima por el joven devoto. Así pues, cuando Rāmānuja fue a verle de nuevo, le habló de una forma muy amable. «Sólo el Señor Viṣṇu es consciente de las glorias de este mantra. Ahora, yo sé que tú eres digno de recibirlo, debido a tu pureza y firme devoción a los pies de loto del Señor. Nunca había encontrado a nadie, excepto tú, que fuese apto para recibir este mantra, porque cualquiera que lo cante es seguro que irá a Vaikuṇṭha en el momento de la muerte. Puesto que este mantra es muy puro y sagrado, no debe ser tocado por los labios de alguien que tenga deseos materiales. Por lo tanto, no debes revelarle este mantra a ninguna otra persona».
    Tras instruir así a Rāmānuja, Goṣṭhipūrṇa le inició en el canto del mantra de ocho sílabas. Rāmānuja se llenó de éxtasis al cantar esta maravillosa vibración, y su cara comenzó a brillar con refulgencia espiritual. Se consideró el más afortunado de todos los seres, y, una y otra vez, se postró a los pies de su guru.

La revelación del mantra secreto

   Después de dejar a Śrī Goṣṭhipūrṇa, Rāmānuja, muy alegre, emprendió el regreso a Śrī Raṅgam. Pero mientras caminaba comenzó a pensar en la potencia del mantra que había recibido. Mientras pensaba así, sintió gran compasión por todas las entidades vivientes que sufren en este mundo material. Así pues, mientras caminaba cerca de los muros del templo de Viṣṇu en Tirukkotiyur, comenzó a llamar a toda la gente que pasaba por allí: «¡Por favor!, ¡ venid aquí todos, cerca del templo del Señor Viṣṇu, y yo os daré una joya de valor incalculable!».
    Atraídos por la pureza de su expresión y sus palabras poco comunes, una gran multitud de hombres, mujeres y niños comenzó a seguirle. Por todo el pueblo comenzó a propagarse el rumor de que había aparecido un profeta capaz de satisfacer los deseos de todos. En poco tiempo, una gran multitud se había reunido en el exterior del templo. Al ver aquella gran cantidad de gente, el corazón de Yatirāja se llenó de júbilo. Abrazó a los dos discípulos que le habían acompañado, Dāśarathi y Kureśa, y después trepó a la torre del templo.
La multitud recitó las palabras sagradas
produciendo un ruido semejante al de un trueno
    Con una voz muy alta, se dirigió a la multitud: «Todos vosotros sois más queridos para mí que mi propia vida. Por lo tanto, tengo un gran deseo de liberaros de los tormentos y sufrimientos que todos hemos de padecer en este mundo temporal. Por favor, recitad este mantra que he obtenido para vosotros. Haced esto, y la misericordia del Señor se derramará sobre vosotros».
    Al oír las palabras de Rāmānuja, toda la multitud respondió: «¡Por favor!, ¡danos el mantra! ¡Derrama sobre nosotros las bendiciones del Señor!».
    Entonces, Yatirāja proclamó con una voz resonante el mantra que acababa de recibir de Goṣṭhipūrṇa: oṁ namo nārāyaṇāya. Inmediatamente, la multitud respondió recitando a su vez las palabras sagradas, produciendo un ruido semejante al de un trueno. Dos veces más Rāmānuja recitó el mantra, y dos veces más, la estruendosa respuesta resonó desde la multitud.
    Todos quedaron en silencio, mirándose unos a otros con sentimientos de gran éxtasis en sus corazones. En aquel momento, parecía que la Tierra se había convertido en Vaikuṇṭha. Los rostros de hombres, mujeres y niños estaban iluminados por el júbilo, y parecía que todas las miserias de este mundo habían desaparecido. Los que habían llegado corriendo al templo esperando recibir oro y joyas olvidaron inmediatamente sus deseos mundanos, sintiendo que habían recibido un diamante en lugar de trozos de cristal roto.
    Mientras la alegre multitud se dispersaba, iban a postrarse ante Yatirāja, considerándose ilimitadamente afortunados de haber recibido semejante bendición de un alma tan elevada. Rāmānuja entonces bajó de la torre y comenzó a caminar hacia la residencia de Goṣṭhipūrṇa para adorar los pies de su guru.

La ira de Goṣṭhipūrṇa

   Para entonces, Goṣṭhipūrṇa había oído con todo detalle lo que había ocurrido en la plaza del templo, y estaba extremadamente enfadado, sintiendo que Rāmānuja había traicionado su confianza. Cuando Rāmānuja se acercó a él acompañado de sus dos discípulos, el anciano ācārya le dijo con una voz que temblaba debido a la ira: «¡Vete de mi vista, tú, el más bajo de los hombres! He cometido un gran pecado al confiar la gema más preciosa a una persona indigna de confianza como tú. ¿Por qué has regresado aquí de nuevo, forzándome a cometer el pecado de mirar tu cara? Sin duda, estás destinado a vivir en el infierno por incontables vidas».
    Sin ningún tipo de remordimiento, Rāmānuja respondió a su guru de la forma más humilde, diciendo: «Sólo porque estoy dispuesto a sufrir en el infierno he desafiado tu orden. Tú me dijiste que quienquiera que cantase el mantra de ocho sílabas sería liberado con toda certeza. Así pues, según tus palabras, ahora mucha gente ha sido destinada a encontrar refugio en los pies de loto del Señor Nārāyaṇa. Si una persona insignificante como yo ha de ir al infierno, eso no tiene mucha importancia, si tantos otros van a alcanzar la misericordia del Señor Nārāyaṇa». Al oír estas palabras, que revelaban plenamente la profundidad de la compasión del devoto, Goṣṭhipūrṇa se sintió completamente atónito y lleno de admiración. Toda su ira desapareció en un instante, tal como pasa una violenta tempestad, y abrazó a Rāmānuja con profundo afecto. Todos los que pudieron presenciar esta transformación se llenaron de júbilo y asombro.
    Goṣṭhipūrṇa entonces se dirigió a Rāmānuja con las manos juntas, diciendo: «Hijo mío, nunca he conocido a nadie tan magnánimo como tú. Desde hoy, tú eres mi guru, y yo soy tu discípulo. No hay duda alguna de que tú eres el sirviente más íntimo del Señor, mientras que yo no soy más que un hombre común. ¿Cómo puedo yo comprender tu grandeza? Por favor, perdona todas mis ofensas».
    Rāmānuja dobló sus rodillas y tomó los pies de su guru. Con su cabeza inclinada con humildad, dijo: «Tú eres mi guru eterno. El mantra perfecto se ha vuelto incluso aún más poderoso al haber emanado de tus labios. Así pues, hoy ha reducido a cenizas las miserias de muchos miles de personas. Aunque he cometido la ofensa de transgredir la orden de mi guru, me he vuelto eternamente afortunado al recibir tu abrazo, el cual desean incluso los dioses. Mi oración es que, considerándome tu hijo y sirviente, derrames eternamente tu misericordia sobre mí».
    Profundamente complacido por la humildad y el gentil comportamiento de Rāmānuja, Goṣṭhipūrṇa le pidió que aceptase como discípulo a su hijo, Saumya-narayaṇa. A continuación, con el permiso de su maestro espiritual, Rāmānuja regresó a Śrī Raṅgam. Tras este incidente, la fama de Yatirāja aumentó aún más, y durante varias semanas parecía que la gente no podía hablar de otra cosa que de este gran devoto que había aparecido entre ellos.

Instrucciones a Kureśa

   De nuevo en Śrī Raṅgam, Yatirāja comenzó a instruir al creciente número de discípulos que se habían refugiado en él. Un día, su discípulo Kureśa se acercó a él y le pidió que le revelase el significado del verso más importante de la Bhagavad-gītā:

sarva-dharmān parityaja
mām ekaṁ śaraṇaṁ vraja
ahaṁ tvāṁ sarva-pāpebhyo
mokṣayiṣyāmi mā śucaḥ

«Abandona todas las variedades de religión, y simplemente entrégate a Mí. Yo te protegeré de todas las reacciones pecaminosas. No temas».
    Rāmānuja respondió: «Aquel que abandona todo tipo de deseos independientes y durante un año se dedica plenamente a servir a su guru puede comprender totalmente el significado de este verso, y nadie más».
    «Pero la vida es tan incierta —dijo Kureśa—; ¿cómo puedo saber si viviré un año más? Por favor, dame tu misericordia para que el significado de este verso se manifieste en mi corazón ya ahora».
    Yatirāja consideró por un momento esta petición y después respondió: «Si puedes vivir durante un mes mendigando de puerta en puerta, sin saber dónde podrás obtener tu próxima comida, entonces empezarás a comprender el significado de la entrega total. En ese momento, te revelaré todos los significados de este glorioso verso».
    Durante un mes, Kureśa vivió tal como su guru le había ordenado. Cuando pasó aquel mes, aprendió de Yatirāja todo lo referente a la naturaleza de la entrega al Señor Kṛṣṇa.

La petición de Dāśarathi

   Poco más tarde, Dāśarathi, el segundo discípulo de Rāmānuja, se acercó a él con la misma petición que había planteado Kureśa. A él Yatirāja le respondió: «Tú eres mi pariente, y por lo tanto deseo que sea Goṣṭhipūrṇa quien te explique ese verso, pues, si hubiera alguna falta en ti, debido a que tú eres de mi familia, le quitaría importancia porque eres miembro de mi familia. El deber del guru es apartar todas las contaminaciones del corazón de su discípulo. Por lo tanto, es mejor para ti que recibas instrucciones de Śrī Goṣṭhipūrṇa». Dāśarathi era un famoso erudito, y todavía estaba un poco orgulloso de su conocimiento. Por eso Rāmānuja le indicó que acudiese a Goṣṭhipūrṇa.
    Siguiendo las instrucciones de su guru, Dāśarathi fue a vivir a Tirukkotiyur, y durante seis meses se sentó a los pies de Māhatmā Goṣṭhipūrṇa. Sin embargo, incluso después de todo ese tiempo, el ācārya aún no le había explicado el significado de este sublime verso pronunciado por el Señor Kṛṣṇa.
    Finalmente, sintiendo compasión por aquel joven, Goṣṭhipūrṇa le dijo a Dāśarathi: «Ciertamente, tú eres el más brillante de los eruditos; yo sé eso perfectamente. Sin embargo, debes comprender que la educación, la riqueza, y el nacimiento en una familia aristocrática pueden hacer que en el corazón de un hombre poco inteligente surja el orgullo. En las personas virtuosas, el conocimiento trae consigo el autodominio, y así da lugar a que surjan las buenas cualidades, no los defectos. Entendiendo estas instrucciones, ahora puedes regresar con tu guru; el satisfará tus deseos revelándote el significado del verso».

La humildad de Dāśarathi

   Dāśarathi regresó entonces a Śrī Raṅgam e informó a Rāmānuja de todo lo que había ocurrido en Tirukkotiyur. Al mismo tiempo, Attulai, la hija de Mahāpūrṇa, llegó allí visiblemente afligida. Cuando Yatirāja le preguntó cuál era la causa de su estado, ella respondió: «Querido hermano, mi padre me ha enviado a ti. Yo vivo en la casa de mi suegro, y cada día, por la mañana y por la tarde, tengo que traer agua de un estanque que está a más dos kilómetros de la casa. El camino es muy solitario y difícil de recorrer, y me siento muy agobiada por el temor y el esfuerzo físico. Cuando le hablé a mi suegra de estas dificultades, ella, en lugar de compadecerse, explotó de ira, diciendo: "¿Por qué no has traído un cocinero de la casa de tu padre? ¿Crees que puedo contratar un sirviente mientras tú te sientas ociosamente en casa?". Muy afligida por el tratamiento que he recibido, regresé a la casa de mi padre, y él me recomendó que viniese a ti para que me ayudes a solucionar este problema».

    Ante esta súplica, Rāmānuja inmediatamente respondió: «Mi querida hermana, no te preocupes. Aquí tengo un brāhmaṇa que enviaré contigo. Él hará el trabajo de ir a buscar agua, y también cocinará».
    Diciendo esto, miró a Dāśarathi, el gran erudito. Aunque trabajar en la cocina podría considerarse una ocupación inadecuada para un erudito tan conocido como él, Dāśarathi comprendió el deseo de su guru y alegremente siguió a Attulai hasta la casa de su suegro. Allí tomó a su cargo todo el trabajo de la cocina con gran cuidado y devoción. Así pasaron seis meses.
    Un día, un vaiṣṇava llegó al pueblo, y estaba explicando un verso a un gran grupo de personas. Dāśarathi estaba entre la multitud, y cuando se dio cuenta de que las explicaciones del orador estaban teñidas de concepciones erróneas impersonalistas, no pudo contenerse y puso de manifiesto todos aquellos errores. Ante esto, el hombre se irritó mucho, y gritó: «¡Cállate, idiota! ¡No se ha hecho la miel para la boca del asno! ¿Dónde se ha visto que un cocinero explique las Escrituras? Vete a la cocina, y exhibe allí tus talentos».
    Sin mostrar el más mínimo enojo ante estas ásperas palabras, Dāśarathi prosiguió calmadamente su explicación del verso. Su presentación, basada en muchas Escrituras diferentes, fue tan perfecta, que todos los que escuchaban sus palabras quedaron cautivados. Incluso el orador original le pidió perdón, tocando sus pies y preguntándole: «¿Cómo es que un devoto tan sincero y erudito como tú está ocupado en tareas domésticas, trabajando en la cocina?».
    A esto, Dāśarathi respondió que él simplemente estaba actuando según las ordenes de su guru, que para él eran su vida y  su alma. Cuando la gente se dio cuenta de que era Dāśarathi, el famoso erudito y devoto, fueron todos juntos en grupo a Śrī Raṅgam. Allí, ante Rāmānuja, presentaron su petición, diciendo: «¡Oh, Mahātmā!, no es apropiado que tu excelso discípulo continúe ocupándose como cocinero. No queda en su corazón ni un vestigio de orgullo, y es sin duda un paramahaṁsa muy elevado. Por favor, danos tu consentimiento para que podamos traerlo con gran honor de vuelta a tus pies».
    Yatirāja estaba tan complacido al escuchar a la gente hablar así de su discípulo que él mismo les acompañó. Cuando se encontraron, Rāmānuja abrazó a Dāśarathi y le bendijo. Al regresar a Śrī Raṅgam, le explicó plenamente el significado de la instrucción final de Kṛṣṇa a Arjuna en la Bhagavad-gītā, en la cual revela la esencia de la entrega de un devoto a la Suprema Personalidad de Dios. Puesto que Dāśarathi había satisfecho su deseo ofreciendo servicio a los devotos, desde aquel día fue conocido como Vaiṣṇava dāsa.

Estudiante de Mālādhara

   Después de esto, a pedido de Mahāpūrṇa, Rāmānuja estudió de nuevo los escritos de los devotos del sur de la India, esta vez bajo la dirección de Vararaṅga. Cuando el estudio terminó, Goṣṭhīpūrṇa fue a verle junto con otro devoto, y le dijo: «Esta gran alma, Śrī Mālādhara, viene de la ciudad de Śrīmadhura, en la tierra de los Paṇḍyas, donde yo nací. Es un gran erudito y uno de los mejores discípulos de Yāmunācārya. Ha entendido plenamente el Sathari-sūkta, las mil canciones compuestas por el gran devoto Sathari. Trata de aprenderlas y sin duda recibirás las bendiciones del Señor Nārāyaṇa».
    Siguiendo la orden de su guru, Rāmānuja comenzó a estudiar a los pies de Mālādhara. Sin embargo, un día el profesor explicó uno de los versos en una manera que a Rāmānuja le pareció inapropiada, y éste presentó una manera diferente de entenderlo. Ofendido por lo que veía como una gran impertinencia por parte de su discípulo, Mālādhara abandonó inmediatamente Śrī Raṅgam y regresó a su casa.
    Cuando Goṣṭhipūrṇa escuchó lo que había sucedido, fue a visitar a su hermano espiritual y le preguntó: «¿Pudo Rāmānuja absorber plenamente el significado de las Mil Canciones?». A esta pregunta, Mālādhara respondió explicándole todo lo que había ocurrido en Śrī Raṅgam.
    «Mi querido hermano —dijo Goṣṭhīpūrṇa—, no le juzgues como si fuese un hombre común. Ninguno de nosotros puede entender como él los íntimos pensamientos y deseos de Yāmunācārya. Por lo tanto, cuando él da una explicación sobre algún verso, debes escucharle como si estuviese hablando Ālabandāra mismo, nuestro amado guru».
    Aceptando este consejo de Goṣṭhīpūrṇa, Mālādhara regresó a Śrī Raṅgam y reemprendió sus clases con Rāmānuja. Pocos días después, Rāmānuja habló una vez más, dando una explicación diferente de un verso en particular, pero esta vez, en lugar de enojarse, Mālādhara le escuchó con gran atención. Al escuchar la explicación que Rāmānuja daba sobre el verso, Mālādhara se sorprendió de ver el profundo e inspirado entendimiento que aquel joven sannyāsī tenía de la filosofía vaiṣṇava. Con un sentimiento de profunda reverencia, dio vuelta alrededor de Rāmānuja, y después le trajo a su hijo para que fuese discípulo suyo.

La ciencia del dharma

   Después de completar sus estudios del Sathari-sūkta, Rāmānuja quiso aprender la ciencia del dharma con Śrī Vararaṅga, el hijo de Yāmunācārya. Cada día, Vararaṅga iba ante el Señor Raṅganātha y cantaba bhajans con una voz incomparablemente dulce. Algunas veces, danzaba en éxtasis, y, cuando se cansaba, Rāmānuja le aliviaba dando masaje a sus piernas y ungiendo su cuerpo con cúrcuma. Cada día preparaba leche condensada para Vararaṅga y se la llevaba como si fuese un sirviente cualquiera.
    Esto continuó así durante seis meses, hasta que Vararaṅga dijo a Rāmānuja: «Conozco tu deseo de que te enseñe sobre el dharma, y puesto que estoy muy complacido con el servicio que me has prestado, te enseñaré todo cuanto sé. Aquel que ha comprendido el significado del verso que voy a citar ha entendido todo lo referente al dharma:

gurur eva paraṁ brahma
gurur eva paraṁ-dhanam
gurur eva paraḥ kāmo
gurur eva parāyaṇam

«Aquel que ve a su maestro espiritual como la personificación del Señor y le sirve perfectamente, sin ningún deseo personal, tal como tú me has servido a mí, es el mejor conocedor del dharma. Ése es el límite de mi comprensión».
    Rāmānuja sintió gran placer al recibir esta instrucción de su profesor, y se postró a sus pies para ofrecerle reverencias. Śrī Vararaṅga no tenía hijos, pero tenía un hermano menor, de nombre Choṭanambi, a quien quería mucho. Así pues, lo trajo para que fuese discípulo de Rāmānuja.
    De esta forma, Rāmānuja fue instruido por los cinco discípulos más íntimos de Yāmunācārya: Kāñcīpūrṇa, Mahāpūrṇa, Goṣṭhīpūrṇa, Mālādhara y Vararaṅga, cada uno de los cuales personificaba diferentes aspectos del gran ācārya. Ahora, parecía que Ālabandāra estuviese de nuevo presente en la Tierra en la forma del devoto puro, Śrī Rāmānujācārya. Cuando Yatirāja hablaba, presentando la filosofía vaiṣṇava, todo el mundo se asombraba al escuchar sus hermosas explicaciones . Cuando hablaba acerca de las glorias del Señor, la infelicidad y los deseos materiales de todos los que le escuchaban se disipaban inmediatamente.

La devoción de Tirumaṅgai

   De todos los templos de la India, el del Señor Raṅganātha, situado en una isla del río Kāverī, es sin duda el más grande. La historia de la construcción de este templo es muy interesante.
    Unos trescientos años antes del nacimiento de Rāmānujācārya, que tuvo lugar en el año 1017 d. de C., vivió en el sur de la India un devoto llamado Tirumaṅgai. Su corazón siempre rebosaba de devoción por el Señor Viṣṇu, y, movido por esos sentimientos de amor puro, compuso oraciones muy bellas y poéticas.
    Desde su juventud, tenía el hábito de viajar por todo el país, visitando los lugares santos de peregrinaje. En el transcurso de sus viajes, cuatro grandes místicos se habían sentido atraídos por su excelsa naturaleza, y se habían convertido en sus discípulos. Cada uno de esos discípulos tenía una cualidad especial que lo hacía diferente de las personas comunes.
    El primero de esos discípulos era Tola Vazhakkan, y era muy conocido por su habilidad para derrotar a cualquier oponente en un debate. El segundo discípulo se llamaba Taluduvan, y tenía la habilidad de abrir cualquier cerradura sin necesidad de utilizar llave alguna. Los otros dos discípulos poseían talentos poco comunes. El tercero, Nizhalai Mithippan, podía inmovilizar a cualquier hombre simplemente por el hecho de pisar su sombra, mientras que el cuarto, Nirmal Nadappan, había adquirido el siddhi laghimā, que le permitía caminar sobre el agua.

La visita de Tirumaṅgai a Śrī Raṅgam

   Después de viajar por muchos lugares santos de peregrinaje, Tirumaṅgai llegó finalmente al templo del Señor Raṅganātha. La Deidad de Raṅganātha había sido instalada originalmente por Vibhīṣaṇa, el hermano de Rāvana, pero en la época de Tirumaṅgai el templo estaba completamente abandonado y lleno de murciélagos. Una vez al día, un sacerdote iba a ofrecer algunas flores y un poco de agua, y después huía por temor a los animales salvajes que vivían en el bosque circundante.
    Al ver esta deplorable condición, surgió en la mente de Tirumaṅgai un fuerte deseo de construir un templo hermoso y opulento para el Señor Raṅganātha. Sin embargo, ni él ni sus discípulos tenían dinero. Tras deliberar juntos, resolvieron acudir a cualquier hombre rico que pudieran encontrar para pedirle que diese dinero para la construcción de un templo. Desafortunadamente, debido a los efectos de Kali-yuga, ni uno sólo de los hombres adinerados con quienes hablaron les dio ni una pequeña moneda, e incluso a menudo les lanzaban blasfemias llamándoles ladrones y sinvergüenzas.

Siguiendo el método de los ladrones

   Siendo como era un humilde devoto, a Tirumaṅgai no le perturbaba ese trato, pero, cuando recordaba que el Señor Supremo estaba abandonado en medio de una selva salvaje plagada de chacales y hienas, sólo pensarlo le causaba un profundo dolor. Finalmente, no pudo tolerar la situación por más tiempo, y dijo a sus cuatro discípulos: «Hemos desperdiciado mucho tiempo tratando de persuadir a esos sinvergüenzas para que sirvan al Señor. Ellos siempre continuarán siendo ateos e infieles. ¿Qué es lo mejor?, ¿mendigar a esos villanos mientras el Señor Raṅganātha permanece en esta condición lamentable, o humillarles construyendo para el Señor un templo tan magnífico que ellos se vean forzados a postrarse a Sus pies?».
    Los discípulos contestaron: «Nuestro deber es servir al Señor, no actuar como sirvientes de estos sinvergüenzas».
    «Entonces, preparaos —continuó Tirumaṅgai—; de ahora en adelante, nos ocuparemos de que la riqueza de esos avaros sea utilizada para construir un templo. Esos ricos terratenientes, crueles por naturaleza, se han pasado la vida explotando el sudor de los pobres trabajadores, y privándoles de comida suficiente. Por lo tanto, ahora vamos a robar a esos sinvergüenzas, y usaremos su dinero para construir un templo y dar de comer a los pobres».
    Los cuatro discípulos estuvieron de acuerdo con la propuesta, y uno a uno tomaron la palabra. Tola Vazhakkan dijo: «Nadie puede vencerme en un debate. Así pues, mientras yo entretengo a algún hombre rico y a sus asistentes con mi conversación, ellos olvidarán todo lo demás, y vosotros podréis llevaros fácilmente sus riquezas».
    Taluduvan dijo: «Yo puedo abrir cualquier cerradura sin usar llave. De modo que no habrá tesorería que se nos resista».
    Nizhalai Mithippan dijo: «Cualquier persona cuya sombra toquen mis pies quedará inmovilizada. Por lo tanto, nos será fácil para nosotros detener en las carreteras a los ricos viajeros».
    Nirmal Nadappan dijo: «Las grandes casas de los ricos terratenientes, que están rodeadas por grandes fosos de agua, siempre han estado abiertas para mí, pues puedo caminar fácilmente sobre el agua. Por lo tanto, desde hoy en adelante, todos los tesoros de los reyes son vuestros».

La construcción del templo de Raṅganātha

   Con la ayuda de sus cuatro discípulos, Tirumaṅgai se convirtió muy pronto en el jefe de una gran banda de ladrones. Juntos acumularon una gran cantidad de riquezas, que escondieron en un lugar secreto de la isla del Señor Raṅganātha. Gastando grandes sumas de dinero, Tirumaṅgai trajo a los mejores arquitectos del país para que diseñasen un grandioso templo para el Señor, y en un momento auspicioso, puso la primera piedra.
    En dos años se levantó la sala interna del templo, rodeada por el primer círculo de muros y coronada por una alta torre. Miles de trabajadores tomaron parte en la construcción, pero, aun así, pasaron cuatro años antes de que se completase el siguiente círculo de muros y habitaciones, seis años para el segundo, ocho años para el tercero, diez años para el cuarto, doce años para el quinto, y dieciocho años para el sexto. Fueron necesarios sesenta años para completar la construcción del templo, y, para entonces, Tirumaṅgai tenía ochenta años.
    Cuando acabó la construcción de la sala interna del templo, los reyes comenzaron a enviar dinero a Tirumaṅgai por su propia voluntad, convencidos ya de que era un devoto genuino. Además, ahora era el jefe de una banda de más de mil ladrones, y otros terratenientes le dieron dinero generosamente, temiendo que, de otra manera, todas sus riquezas les fueran arrebatadas. A pesar de ello, Tirumaṅgai continuaba llevando la sencilla vida de un devoto, tomando una vez al día prasādam cocinado con sus propias manos con la comida que obtenía mendigando. Además se aseguraba de que nadie en aquella zona padeciese por falta de comida; sólo los ricos temían al sabio Tirumaṅgai.

La ira de los ladrones

   Cuando los siete muros del templo se hubieron completado, Tirumaṅgai recompensó generosamente a todos los arquitectos. Tras realizar este pago, no quedó ni un céntimo en la tesorería. Al mismo tiempo, la banda de ladrones, que habían sido sus cómplices, pidieron su parte de las riquezas que habían robado. Tirumaṅgai se quedó pensando en las exigencias de los ladrones, sin encontrar la forma de pagarles, y luego consultó con su discípulo Nirmal Nadappan en un lugar apartado.
    Mientras tanto, los ladrones, creyendo que Tirumaṅgai les había engañado gastando todo el dinero para la construcción del templo, tramaron una conspiración para matar a su líder. Sin embargo, en el momento en que estaban a punto de llevar a cabo sus planes, Nirmal Nadappan fue a verles y les dijo: «Mis queridos hermanos, en un lugar escondido junto a la orilla norte del Kaverī, hay una gran cantidad de riquezas que pertenecen a nuestro maestro. Mirad, ahí hay un barco; yo os llevaré al lugar donde está escondido el tesoro, y después podemos repartírnoslo».
    Los ladrones accedieron felizmente a la propuesta, y todos subieron a un gran barco que había sido utilizado para transportar bloques de piedra para el templo. Transcurría la estación lluviosa, y el monzón había desbordado el río Kaverī, inundando una extensa zona de más de un kilómetro de ancho. El día estaba llegando a su fin, y oscuras nubes comenzaban a cubrir la luz de la puesta del Sol. Tirumaṅgai y sus otros tres discípulos, desde la isla de Śrī Raṅgam, sólo podían distinguir a duras penas el perfil del barco, mientras se movía lentamente hacia la lejana orilla opuesta.
    Súbitamente, por encima del rugido del agua y los silbidos del viento, escucharon un espantoso grito de pánico que parecía venir del interior del Kaverī mismo. Después, sólo quedó el silencio, y ya no podía verse el barco . Entre las rugientes olas del Kaverī no era posible ver nada.
    Poco después, un hombre llegó caminando sobre el agua con firmes pasos; se acercó a Tirumaṅgai y se postró a sus pies. Este hombre no era otro que Nirmal Nadappan, el cuarto discípulo. Tirumaṅgai lo levantó y le dijo: «No te sientas mal por esos hombres. Después de todo el servicio que han hecho, sin duda alguna el Señor Raṅganātha les protegerá. ¿No es mejor para ellos abandonar el mundo ahora que continuar viviendo como ladrones? Pasemos los días que nos quedan de vida en el servicio del Señor Raṅganātha, pues nuestro propósito al adoptar la ocupación de ladrones se ha cumplido».
    Así pues, Tirumaṅgai y sus cuatro discípulos se absorbieron en el servicio a la Deidad de Raṅganātha. Pocos años más tarde, abandonaron este mundo y regresaron al refugio de los pies de loto del Señor Viṣṇu.

El sumo sacerdote del templo

   Así se construyó el templo del Señor Raṅganātha, y llegó a ser famoso como el más grande de toda la India. Sin embargo, en tiempos de Rāmānuja, el sumo sacerdote del templo no era en absoluto un devoto ni un hombre piadoso. Usaba su posición para amasar una fortuna personal, y estaba dispuesto a deshacerse de cualquier persona que fuese un obstáculo para su ambición. Ahora, Rāmānujācārya estaba demostrando ser ese obstáculo.
    El sumo sacerdote observó que la gente ofrecía respeto y veneración a Yatirāja, y que su propia posición estaba siendo minimizada. Debido a su envidia, no podía tolerar que su prestigio y su status se fueran al traste, de forma que comenzó a pensar en cómo podría deshacerse de su peligroso rival. Tras tramar un plan, un día fue a ver a Rāmānuja y le invitó a comer a su casa. Después de invitarle, regresó rápidamente y dijo a su esposa: «Hoy he invitado a comer a Rāmānuja. Ésta es nuestra oportunidad para deshacernos de una vez por todas de este sinvergüenza. Ya sabes donde puedes encontrar veneno. No hace falta que te diga más».
    La esposa del sacerdote tenía un carácter similar al de su marido, y contenta accedió a la propuesta. El sumo sacerdote regresó entonces al templo, y, a mediodía, Yatirāja llegó a la casa para comer, en respuesta a la invitación. La esposa del sacerdote le recibió con gran cortesía, lavó sus pies y le ofreció un lugar agradable para sentarse. Aunque esta mujer era conocida por tener un corazón duro por naturaleza, cuando contempló la presencia trascendental del gran devoto, con su expresión pura y libre de maldad, comenzaron a surgir en ella sentimientos de compasión.
    Cuando trajo el plato envenenado, fue incapaz de contenerse y, derramando lágrimas, dijo a Rāmānuja: «Mi niño, si quieres salvarte, ve a comer a otra parte. Si tomas esta comida, morirás».
    Yatirāja se sintió conmocionado al oír estas palabras, y siguió sentado por algún tiempo, pensando qué habría hecho para que el sacerdote le odiase. Finalmente se levantó y abandonó la casa, caminando lentamente hacia el Kaverī. Al ver a Goṣṭhīpūrṇa en la orilla del río, corrió hacia él y cayó a sus pies. Goṣṭhīpūrṇa le levantó y le preguntó cuál era la causa de su aflicción.
    Rāmānuja le contó a su maestro espiritual todo lo que había ocurrido, y luego le dijo: «Me siento muy infeliz al ver su condición mental. ¿Cómo podrá liberarse de un pecado tan grande?».
    «Hijo mío —respondió Goṣṭhīpūrṇa—, si tú deseas que la misericordia del Señor bendiga a esa alma pecadora, no tienes por qué preocuparte por él. Muy pronto, él abandonará sus actividades demoníacas y se convertirá en un hombre virtuoso».
    Tras dejar a su guru, Rāmānuja regresó al āśrama, y allí encontró a un brāhmaṇa que le esperaba con diversas clases de prasādam. Tomó un poco, y distribuyó el resto a sus discípulos, sin contarle a nadie lo que le había sucedido en la casa del sumo sacerdote. Sentado a solas, continuó meditando en cómo sería posible reformar la naturaleza pecadora del sacerdote.
    Entretanto, el sacerdote había regresado a su residencia y descubrió que su conspiración había fracasado. Estaba muy enfadado, pero, considerando que el corazón de la mujer es suave por naturaleza, excusó a su esposa e inmediatamente comenzó a tramar un nuevo plan para deshacerse de su supuesto rival.
    Cada atardecer, Yatirāja visitaba el templo para ver al Señor Raṅganātha. Aquella tarde, cuando estaba ante el Señor, el sumo sacerdote se acercó a él y le ofreció  caraṇāmṛta. Rāmānuja aceptó agradecido y bebió el caraṇāmṛta, aun sabiendo que estaba envenenado. Después ofreció oraciones al Señor Raṅganātha: «¡Oh, océano de misericordia!, ¡cuán grande es Tu afecto por Tus devotos! Yo no soy digno de aceptar este néctar de Tus pies de loto. Tu misericordia es inmotivada y no tiene límites».
    Cuando acabó de ofrecer oraciones, Rāmānuja abandonó el templo, su cuerpo temblando debido al éxtasis. Al ser testigo de aquellas emociones, el sumo sacerdote creyó que eran los síntomas de que el veneno había surtido efecto, y estaba muy complacido, pensando que su labor había tenido éxito. Estaba convencido de que a la mañana siguiente vería el humo de la pira funeraria de Yatirāja, pues había puesto en el caraṇāmṛta veneno suficiente como para matar a diez hombres.

El arrepentimiento del sacerdote

   Sin embargo, en esta ocasión también fracasó. A la mañana siguiente, mientras se dirigía al templo como de costumbre, escuchó muchas voces cantando alegres canciones alabando a Rāmānuja. El sacerdote se dirigió apresuradamente hacia el lugar de donde provenía el sonido, y allí vio a toda la gente de Śrī Raṅgam cantando y danzando alrededor de Yatirāja, ofreciendo flores a sus pies. El ācārya estaba sentado en un asiento bajo sumergido en un trance de éxtasis, con su mente fija en la Suprema Personalidad de Dios. La pureza de sus rasgos era más radiante que nunca, con lágrimas de júbilo que fluían de sus ojos. Al contemplar esta maravillosa escena, incluso el corazón de piedra de aquel demoníaco sacerdote comenzó a ablandarse.
   
Yatirāja pacificó al sacerdote
En un instante, el sumo sacerdote comprendió la necedad de su envidia hacia este gran Mahātmā, y avanzó entre la multitud, dirigiéndose hacia él. Llorando amargamente, cayó a los pies de Rāmānuja, orando: «Tú has descendido para cumplir los deseos del Señor Viṣṇu, destruyendo a los hombres pecadores como yo. No esperes más, mi señor. Envíame en seguida a la morada de Yamarāja. Ni siquiera soy digno de tocar tus pies, así que, por favor, castígame de inmediato por todos mis pecados. Sólo así podré liberarme de las reacciones. ¡No esperes más!, lánzame enseguida bajo las patas de un elefante o al fuego abrasador. No deseo vivir ni un momento más».
    Tras decir esto, el sacerdote comenzó a golpear su cabeza contra el suelo tan violentamente que el lugar se llenó de sangre. La gente trató de contenerle, pero estaba tan agitado que comenzó a golpear su pecho hasta que todo su cuerpo quedó ensangrentado. Entonces Yatirāja volvió a su conciencia externa y pacificó al sacerdote poniendo una mano sobre su cabeza y diciendo: «No actúes de esa forma tan atroz. El Señor Raṅganātha ha perdonado todos tus pecados».
    «¿Cómo puedes mirar con tanta bondad a un hombre tan abominable como yo? —exclamó el sacerdote— ¡Oh, salvador de los caídos!, ¡tu gloria será proclamada por los hombres para siempre!».
    Rāmānuja entonces bendijo al sumo sacerdote y le otorgó su misericordia. Desde aquel día, el sacerdote fue una persona diferente. Abandonó toda la envidia que había manchado su corazón, y se transformó en un humilde sirviente del Señor, completamente dedicado a su salvador y guru, Rāmānujācārya.

El debate con Yajñamūrti

   Por aquel entonces había un gran erudito y paṇḍita llamado Yajñamūrti, que por medio de su erudición y su aguda inteligencia se había vuelto inconquistable en el debate. Aunque nacido en el sur de la India, había viajado por la parte norte del país, sin encontrar a nadie que pudiese rivalizar con su habilidad en el arte de la argumentación. Al regresar al sur de la India, oyó hablar de la fama de Rāmānujācārya, el renombrado vaiṣṇava que era tan experto en refutar la filosofía impersonalista. Por consiguiente, se apresuró en dirección a Śrī Raṅgam, seguido de un carro lleno de libros que siempre llevaba consigo.
    Presentándose ante Rāmānuja, Yajñamūrti le desafió inmediatamente a un debate. A esto, Yatirāja simplemente sonrió, diciendo: «¡Oh, Mahātmā!, ¿cuál es el valor de este enfrentamiento mental? Sencillamente aceptaré la derrota, pues no hay ningún erudito más grande que tú. La victoria te sigue dondequiera que vas».
Fue ante la Deidad y comenzó
a orar con las manos juntas
    «Si reconoces tu derrota —replicó Yajñamūrti—, entonces debes aceptar la intachable doctrina del monismo, abandonando para siempre las falsas ideas de los vaiṣṇavas».
    Por supuesto, esto era algo que Rāmānuja jamás aceptaría, y por lo tanto protestó: «Los māyāvādīs como tú sois los que estáis llenos de ilusión. Según esos especuladores, todos los argumentos y razonamientos de la mente son simplemente aspectos de māyā, así pues, ¿cómo es posible que vuestra propia doctrina esté libre de la ilusión?».
    «Todo lo que existe en el espacio y el tiempo es ilusión —dijo Yajñamūrti—, y ambas cosas deben ser trascendidas para poder alcanzar la Verdad Absoluta. Tú piensas que la forma de Dios es verdadera, pero, en realidad, todas las formas no son más que una ilusión».
    De esta forma, el gran debate comenzó, continuando durante más de diecisiete días, y ninguno de los dos eruditos parecía capaz de derrotar a su oponente. Al final del decimoséptimo día, cuando Yatirāja aún encontraba imposible derrotar los ingeniosos argumentos de su oponente y establecer la supremacía del Señor Viṣṇu, se sintió muy descorazonado.
    Al regresar al āśrama aquella tarde, fue ante la Deidad y comenzó a orar con las manos juntas: «¡Oh, Señor!, la verdad revelada en todas las Escrituras ha quedado cubierta por la nube de los argumentos de la filosofía māyāvāda. Por medio de ingeniosos juegos de palabras, esos impersonalistas presentan argumentos que resultan desconcertantes incluso para los grandes Mahātmās. ¡Oh, Supremo!, ¿por cuánto tiempo vas a permitir que Tus hijos sean así apartados de la sombra de Tus pies de loto?».
    Al concluir su oración, Rāmānuja comenzó a derramar lágrimas. Esa misma noche, el Señor apareció ante él en un sueño y le dijo: «No te preocupes. Muy pronto, toda la gloria del servicio devocional será revelada al mundo a través de ti».

La conversión de Yajñamūrti

   A la mañana siguiente, al levantarse recordando las instrucciones que el Señor le había dado en el sueño, Yatirāja se llenó de júbilo. Tras concluir con sus deberes matutinos, se dirigió al monasterio donde residía Yajñamūrti. Al ver la bienaventurada refulgencia que iluminaba el rostro de Rāmānuja, el impersonalista se sintió completamente asombrado, pensando para sí mismo: «Ayer, Rāmānuja regresó a su āśrama completamente desanimado y al borde de la derrota. Pero hoy vuelve con el aspecto de los dioses. Puedo ver que ha recibido una inspiración divina; así pues, es inútil discutir con él por más tiempo. En verdad, este hombre ha alcanzado la perfección suprema. La ira y el orgullo nunca se acercan a él, y su cara resplandece con una belleza trascendental. Debo expiar mis pecados convirtiéndome en su discípulo, y destruir así la raíz de mi falso orgullo».
    Tras decidir esto, Yajñamūrti se postró para ofrecer reverencias a Rāmānuja, quien le dijo: «¡Oh, Yajñamūrti!, este comportamiento no es propio de un gran hombre como tú. ¿Por qué esta demora en continuar el debate?».
    «¡Oh, gran alma! —respondió el erudito—, yo no soy ya aquel competidor que trató de superar tus inteligentes argumentos durante tantos días. Nunca volveré a discutir con un devoto puro como tú. Permanezco ante ti, no como un rival, sino como tu eterno sirviente. Por favor, llena mi oscurecido corazón con la luz de tu pureza».
    Yatirāja no estaba sorprendido por la transformación que había tenido lugar en Yajñamūrti, pues recordaba claramente las palabras que le había dicho Śrī Devarāja, la Deidad instalada en el āśrama. Comprendió que, sólo por la misericordia del Señor, el orgulloso paṇḍita había obtenido la joya de la humildad. Entonces, con una voz muy cordial, Rāmānuja dijo al erudito: «Que el nombre de Śrī Devarāja sea glorificado siempre, ya que por Su gracia incluso las piedras pueden derretirse. Abandonar el orgullo que surge de la erudición es prácticamente imposible para cualquier hombre; pero por Su misericordia, esto ha sido posible. Eres supremamente afortunado».
    «Ciertamente, soy muy afortunado —dijo Yajñamūrti—, pues he tenido la oportunidad de conocer a un devoto puro como tú. Ahora, por favor, instrúyeme. Muéstrame cómo ser un devoto del Señor».
    Ante esta rendición del famoso paṇḍita, Yatirāja se dispuso a iniciarlo en seguida en la sampradāya vaiṣṇava. Yajñamūrti ungió su cuerpo con tilaka y aceptó los símbolos del Señor Viṣṇu: la caracola, el disco, la maza y la flor de loto. Puesto que había sido liberado por la misericordia de Śrī Devarāja, Rāmānujācārya dio a Yajñamūrti el nombre de Devarāja-muni, y le dijo: «Ahora que tu conocimiento está libre de la contaminación del orgullo, puede brillar por todo el mundo. Debes dedicarte a escribir libros que expliquen perfectamente el comportamiento y la filosofía de los vaiṣṇavas». Siguiendo esta orden de su guru, Devarāja-muni escribió más tarde dos maravillosas obras devocionales: Jñañā-sāra y Prameya-sāra.

La humildad de Devarāja-muni

   Pocos días más tarde, cuatro inteligentes y jóvenes devotos fueron a ver a Rāmānuja y le pidieron iniciación. Tras escuchar su petición, Yatirāja consideró el asunto por un momento y les dijo: «Id a Devarāja-muni y sed sus discípulos. No sólo es un gran paṇḍita, sino también uno de los más avanzados devotos del Señor Nārāyaṇa».
    Aceptando esta orden con gran respeto, los cuatro jóvenes se hicieron discípulos de Devarāja-muni. Sin embargo, aquel erudito, que previamente era arrogante, ahora no estaba complacido en absoluto de verse en una posición en la que debía aceptar adoración y veneración de discípulos. «Esto supone una perturbación para mí —pensó—. He estado esforzándome todo lo que he podido por liberarme de la vanidad, pero ahora me veo obligado a ser guru y escuchar el canto de mis alabanzas».
    Desconcertado, acudió a Rāmānuja y, humildemente, le expuso: «¡Oh, maestro!, yo soy tu rendido sirviente. ¿Por qué eres tan cruel conmigo? Por tu gracia, he obtenido fuerzas para deshacerme del demonio del orgullo falso; así pues, ¿por qué ahora me lanzas de nuevo en brazos de la vanidad, ordenándome que sea guru? Yo no estoy lo suficientemente desapegado como para aceptar esa posición; te ruego que me permitas permanecer aquí como tu humilde sirviente. Para mí, estar en esa posición será la perfección suprema».
    Sumamente complacido por las palabras de su discípulo, Yatirāja abrazó a Devarāja-muni, y cordialmente le dijo: «Yo planeé todo esto para probar si realmente habías superado tu orgullo. Ahora, has pasado la prueba, y debes permanecer aquí conmigo y con el Señor Devarāja». Devarāja-muni se sintió muy satisfecho al recibir esta orden de su guru. Pasó los restantes días de su vida absorto en el servicio a los pies de loto de su maestro espiritual y el Señor Devarāja.

Instrucciones a los discípulos

   Ahora que Rāmānujācārya había aceptado unos cuantos discípulos, comenzó a instruirlos formalmente en las Escrituras vaiṣṇavas. En primer lugar, estudió con ellos el Sahasra-gīti, los mil himnos en alabanza al Señor Viṣṇu compuestos por Nammālvār, un famoso devoto del sur de la India. Todos los discípulos estaban encantados al oír la forma tan maravillosa en que Yatirāja explicaba estos versos, revelándoles las glorias del Señor Viṣṇu.
    Un día, llegaron a un verso que hablaba del santo dhama de Śrī Śaila, también conocido con el nombre de Tirupati: «Śrī Śaila es como Vaikuṇṭha en la Tierra. Aquel que pasa su vida en ese lugar sagrado, en verdad que vive en Vaikuṇṭha, y al final de su vida alcanzará los pies de loto del Señor Nārāyaṇa».
    Tras leer este verso, Rāmānuja preguntó a sus discípulos: «¿Quién de vosotros está dispuesto a ir a Śrī Śaila, hacer un jardín de flores y servir allí al Señor Śrīnivāsa hasta el final de su vida?».  Fue Anantācārya, un discípulo muy recatado, quien contestó: «¡Oh, maestro!, si tú me lo permites, iré a esa montaña sagrada, y allí alcanzaré la misericordia del Señor».

    «En verdad, tú eres un santo — dijo Yatirāja—, y por tu devoción, has liberado a catorce generaciones de tus antepasados. Me considero muy afortunado de tener un discípulo como tú». Entonces, tras adorar los pies de su guru, Anantācārya partió hacia Tirupati.

<<<anterior        siguiente >>>

No hay comentarios:

Publicar un comentario