Capítulo Tres



CAPÍTULO TRES

Sannyāsa

   Kāntimatī, la madre de Rāmānuja, había fallecido unos seis meses antes de que Yāmunācārya partiera de este mundo. Ahora, Rakṣakambal, la esposa de Rāmānuja, era la señora de la casa. Era tan bella como una apsara, estaba consagrada a su marido, y era muy estricta en su limpieza y en la observancia de los rituales. Desafortunadamente, había sido incapaz de embeber el amor puro que su marido sentía por Dios, y estaba más apegada a los aspectos externos de los rituales religiosos. Aunque trataba de ocultar sus sentimientos más profundos, en realidad se sentía infeliz al ver que su esposo, después de su regreso de Śrī Raṅgam se estaba absorbiendo cada vez más en sentimientos devocionales.
    Rāmānuja pasaba ahora gran parte del tiempo en compañía de Kāñcīpūrṇa. Generalmente, su estado de ánimo era serio, y su corazón todavía se sentía infeliz debido a los sentimientos de separación por Yāmunācārya. Comprendiendo su mente, un día Kāñcīpūrṇa le dijo: «No debes estar dolorido. Simplemente permanece fijo en tu devoción por el Señor Varadarāja y continúa sirviéndole en todas las formas posibles. Ahora Ālabandāra ha regresado a la morada del Señor Nārāyaṇa, y es tu deber cumplir las promesas que hiciste ante él».
    Cuando Rāmānuja oyó estas instrucciones, se inclinó ante Kāñcīpūrṇa y le dijo: «Por favor, permíteme ser tu discípulo. Por favor, permíteme refugiarme en tus pies de loto».
    Inmediatamente, Kāñcīpūrṇa levantó a Rāmānuja, diciendo: «Tú eres un brāhmaṇa y yo soy un śūdra. ¿Cómo puedo iniciarte y recibir reverencias de alguien que es mi maestro? Simplemente ten fe en el Señor, y Él tarde o temprano enviará a alguien que sea apropiado para ser tu guru».
    Después de decir esto, Kāñcīpūrṇa se fue para adorar al Señor Varadarāja. Rāmānuja pensó: «Se niega a aceptarme porque sabe que mi corazón está desprovisto de todo sentimiento devocional. ¿Cómo puede el nacimiento o la casta afectar a una persona que es un sirviente íntimo del Señor Varadarāja? Con sólo su misericordiosa mirada, Kāñcīpūrṇa puede elevar a un comeperros hasta el nivel de brāhmaṇa. Por lo tanto, si puedo probar los remanentes de su comida sólo una vez, entonces obtendré un beneficio inconmensurable».


La tontería de Rakṣakambal

   Un poco más tarde, ese mismo día, Rāmānuja fue a persuadir a Kāñcīpūrṇa de que almorzase en su casa al día siguiente. Finalmente, Kāñcīpūrṇa accedió, diciendo: «Mañana me veré libre de las modalidades de la naturaleza, pues comeré en la casa de un devoto puro». A la mañana siguiente, Rāmānuja instruyó a su esposa, Rakṣakambal, de que debía cocinar los mejores platos en honor de su excelso invitado, Śrī Kāñcīpūrṇa. Ella comenzó a cocinar inmediatamente, y antes del mediodía, ya había preparado muchos diferentes tipos de comida.
    Al ver esto, Rāmānuja estaba muy complacido, y fue a buscar a Kāñcīpūrṇa a su āśrama para traerle a tomar prasādam.
    Kāñcīpūrṇa pudo entender las intenciones de Rāmānuja, así que se dirigió a la casa de su amigo tomando otro camino. Cuando llegó, dijo a Rakṣakambal:
    Madre, hoy tengo que ir al templo muy rápido. Por favor, sírveme lo que esté disponible inmediatamente, pues sólo puedo permanecer aquí unos pocos minutos.
    —Mi esposo ha ido a buscarte a tu casa para traerte aquí —respondió Rakṣakambal—. Si esperas un poco, regresará enseguida.
    —Me temo que no podré esperar aquí ni un momento más —dijo Kāñcīpūrṇa—. ¿Cómo puedo dejar mi servicio al Señor Varadarāja simplemente para llenarme el estómago?
    Así pues, Rakṣakambal preparó un lugar para Kāñcīpūrṇa y le sirvió todos los platos que había cocinado. Tan pronto como terminó de comer, Kāñcīpūrṇa se levantó y limpió el lugar donde había comido usando agua mezclada con excremento de vaca. Ofreció sus reverencias a Rakṣakambal y rápidamente abandonó la casa, llevándose su plato para arrojarlo en un lugar distante. Rakṣakambal dio el prasādam restante a una mujer śūdra y, después de tomar un baño, comenzó a cocinar de nuevo para su marido.
    Entretanto, Rāmānuja regresó a la casa, y se sorprendió al ver que su esposa aún estaba cocinando. «¿No ha venido Kāñcīpūrṇa? —preguntó—. ¿Por qué estás cocinando de nuevo? ¿Dónde está todo el prasādam que habías preparado esta mañana?»  
 «Mahātma Kāñcīpūrṇa estuvo aquí —replicó Rakṣakambal—, pero dijo que no podía esperarte, pues tenía que hacer un servicio en el templo. Por lo tanto, le he servido la comida y he dado las sobras a una mujer śūdra. ¿Cómo iba a servirte los remanentes de la comida de un śūdra
    Rāmānuja se alteró mucho al oír las palabras de su esposa. «¡Estúpida mujer! ¿Cómo puedes pensar que Kāñcīpūrṇa no es más que un śūdra? Por tu culpa, ahora no puedo tomar el prasādam de un devoto puro. ¡Qué desgraciado soy!» Tras decir esto, se sentó disgustado, con la cabeza entre las manos.

La visita de Kāñcīpūrṇa a Tirupati

   Entre tanto, Kāñcīpūrṇa estaba orando al Señor Varadarāja mientras le abanicaba: «Mi Señor, ¿qué tratas de hacer conmigo? Mi único deseo es pasar mi vida pacíficamente ocupado en Tu servicio y en el servicio de Tus devotos, pero ahora estás tratando de convertirme en un ācārya famoso. Incluso Tu devoto puro, Rāmānuja, se postra ante mí. No quiero recibir adoración de nadie, así que, por favor, dame Tu permiso para abandonar Kāñcī e ir a Tirupati, donde puedo adorarte en la forma de Balajī».
    El Señor Varadarāja le dio permiso, y así, Kāñcīpūrṇa se fue a Tirupati. Allí permaneció durante seis meses, plenamente absorto en el servicio de Śrī Balajī, la forma del Señor Viṣṇu que reside en el templo que hay allí. Entonces, una noche, el Señor Varadarāja Se le apareció en un sueño y le dijo: «Estoy padeciendo a causa del fuerte calor, aquí en Kāñcīpuram. ¿Por qué no vienes y sigues abanicándome?».

El Señor Varadarāja instruye a Rāmānuja

   Al día siguiente, Kāñcīpūrṇa se preparó para regresar a Kāñcī. Cuando Rāmānuja recibió noticias de su regreso, fue a visitar a su amigo. Ambos devotos sintieron gran placer al reunirse de nuevo tras estar tanto tiempo separados. Después de hablar durante varias horas, Rāmānuja reveló plenamente su mente a Kāñcīpūrṇa. «Desde que abandoné la escuela de Yādavaprakaśa —dijo—, he continuado estudiando las Escrituras por mi cuenta. Pero hay ciertos puntos que no puedo comprender, y esto constituye una gran perturbación para mi mente. Por favor, pide al Señor que me ilumine, pues sé que el Señor Varadarāja nunca rechazará una petición que venga de tus labios». Kāñcīpūrṇa accedió al pedido de Rāmānuja.
    Al día siguiente, cuando el joven brāhmaṇa le visitó, Kāñcīpūrṇa le dijo muy confidencialmente: «Anoche el Señor Varadarāja se dirigió a mí y me dijo que te revelase las siguientes seis verdades. Éstos son los cuatro versos que el Señor me habló:

aham eva paraṁ brahma jagat-kāraṇa-kāraṇam
kṣetrajñeśvaror bhedaḥ siddha eva mahāmate

mokṣopāyo nyāsa eva janānāṁ muktim icchatām
mad-bhaktānāṁ janānāṁ ca nāntim asmṛitir iṣyate

dehāvasāne bhaktānāṁ dadāmi paramaṁ padam
pūrṇācāryaṁ mahātmānaṁ samāśraya guṇāśrayam

iti rāmānujarya mayoktaṁ vada satvaram

«"Primero, Yo soy el Brahman Supremo, la causa de la naturaleza material, de la cual procede este universo. Segundo, la existencia separada de las almas jīva y el Señor Supremo es una verdad eterna. Tercero, entregarse a los pies de loto del Señor Supremo es el único camino verdadero para aquellos que desean la liberación. Cuarto, los devotos alcanzarán la liberación incluso si, casualmente, no pueden recordarme en el momento de la muerte. Quinto, tan pronto como Mis devotos abandonan sus cuerpos actuales, Yo los traigo a Mi morada suprema. Sexto, debes refugiarte inmediatamente en Mahvtma Mahāpūrṇa, que está dotado de todas las buenas cualidades. Éstas son Mis instrucciones para Rāmānuja"».
    Cuando Rāmānuja escuchó estas palabras, comenzó a danzar lleno de  éxtasis. Él no había revelado estas seis dudas ni siquiera a Kāñcīpūrṇa, pero ahora el Señor las había respondido todas. Tras ofrecer reverencias a Śrī Varadarāja y a Kāñcīpūrṇa, regresó a su casa y se preparó para ir a Śrī Raṅgam. Allí esperaba encontrar a Mahāpūrṇa, uno de los discípulos de Yāmunācārya, y ser iniciado por él.

Mahāpūrṇa es enviado a Kāñcī

   Tras la partida de Śrī Yāmunācārya de este mundo, ninguno de sus discípulos era capaz de hablar de las Escrituras de un modo tan maravilloso como él lo había hecho. Tiruvaraṅga se encargaba ahora del āśrama, pero él no tenía la habilidad de su maestro en exponer el significado de las Escrituras. Todos admiraban sus cualidades devocionales, considerando el hecho de que pasaba la mayor parte de su tiempo adorando al Señor, pero, aun así, la atmósfera del āśrama no era la misma de antes.
    En aquel tiempo, los devotos casados y solteros solían vivir juntos en el āśrama, mientras que las esposas vivían en residencias separadas fuera, en la ciudad. Los devotos pasaban la mayor parte de su tiempo adorando a la Deidad y cantando bhajans en glorificación del Señor.
    Así pasó un año, sin ningún incidente. En el aniversario de la partida de Ālabandāra, todos sus discípulos se reunieron, y Tiruvaraṅga se dirigió a la asamblea: «Hace ahora un año que nuestro guru-māhāraja, Śrī Yāmunācārya, nos dejó para regresar a la morada del Señor Nārāyaṇa. Mientras estuvo con nosotros, tuvimos la buena fortuna de poder escuchar cada día sus nectáreas palabras. Sin embargo, desde que él nos dejó, nadie ha sido capaz de describir las glorias del Señor de una forma tan exquisita ni de exponer todos los puntos sutiles de las Escrituras tal como él podía hacerlo. Aunque él dio la instrucción de que yo debía tomar su posición en el āśrama, debo admitir que soy incapaz de ejecutar apropiadamente este deber.
    «Todos podéis recordar que, justo antes de su partida, nuestro maestro deseó ver a Śrī Rāmānuja de Kāñcīpuram, y envió a Mahāpūrṇa a buscarle. Sólo esa gran alma, el íntimo amigo de Kāñcīpūrṇa, habiendo sido escogido personalmente por Ālabandāra, es competente para aceptar la responsabilidad como ācārya de este āśrama. Por lo tanto, propongo que uno de nosotros vaya a Kāñcīpuram y, después de iniciarle, le traiga aquí, a Śrī Raṅgam. Él difundirá las enseñanzas de Yāmunācārya por toda la India, tal como prometió ante el cuerpo de nuestro preceptor».
    Todos los devotos de la asamblea aceptaron unánimemente la propuesta de Tiruvaraṅga, y Mahāpūrṇa fue escogido para ir a Kāñcīpuram con el fin de iniciar a Rāmānuja y traerlo a Śrī Raṅgam.
    Mahāpūrṇa recibió la siguiente recomendación: «Si por el momento es reacio a abandonar la compañía de Kāñcīpūrṇa, no le presiones. Quédate en Kāñcī durante un año e instrúyele en todos los bhakti-śāstras. No es necesario que sepa que tu propósito es traerle a Śrī Raṅgam».

La iniciación de Rāmānuja

   Habiendo recibido estas instrucciones, Mahāpūrṇa, acompañado de su esposa, partió hacia Kāñcīpuram. Después de cuatro días, llegaron a la ciudad de Madurāntakam, donde hay un templo de Viṣṇu que tiene un lago frente a su fachada. Mientras Mahāpūrṇa descansaba junto a su esposa a orillas de ese lago, Rāmānuja apareció inesperadamente, y le ofreció reverencias a sus pies. Mahāpūrṇa estaba tan sorprendido como complacido ante este imprevisto giro de los acontecimientos, e inmediatamente se levantó para abrazar a Rāmānuja.
    —¡Que sorpresa! —dijo—. Por la gracia del Señor Nārāyaṇa!, ¿qué motivo te ha traído hasta aquí?
    —Sin duda, se trata de un plan del Señor Nārāyaṇa —contestó Rāmānuja—. Salí de Kāñcīpuram con el único propósito de encontrarme contigo. Varadarāja me instruyó personalmente que te aceptase como guru. Por favor, concédeme tu misericordia e iníciame».
Allí mismo, a orillas del lago,
encendió un fuego de sacrificio.
    Mahāpūrṇa accedió a su petición, diciendo: «Vamos a Kāñcīpuram, para que la ceremonia tenga lugar ante el Señor Varadarāja».

    Sin embargo, Rāmānuja insistía. «Bien sabes que la muerte no discrimina entre el momento adecuado y el que no lo es —dijo—. ¿No recuerdas con qué expectación fui contigo para encontrarme con Śrī Yāmunācārya? La providencia me engañó entonces, así pues, ¿por qué ahora habría de confiar en ella, concediendo aplazamiento alguno? Por favor, dame refugio ahora mismo a tus pies de loto».

    Mahāpūrṇa estaba complacido con las palabras de Rāmānuja, y allí mismo, a orillas del lago, a la sombra de un árbol bakula en flor, encendió un fuego de sacrificio. En el fuego puso dos discos de metal, uno con el signo del cakra de Śrī Viṣṇu, y otro con Su caracola. Cuando ambos discos estuvieron calientes, Mahāpūrṇa los presionó contra los brazos de Rāmānuja, marcándolo así con los signos del Señor Viṣṇu. Finalmente, meditando en los pies de loto de Yāmunācārya, Mahāpūrṇa susurró el mantra vaiṣṇava a oídos de Rāmānuja. Habiendo completado así la iniciación, Rāmānuja regresó a Kāñcīpuram, acompañado por su guru y su esposa.
    Cuando llegaron, fueron recibidos por Kāñcīpūrṇa, que encontró gran placer en el hecho de estar en compañía de Mahāpūrṇa. A pedido de Rāmānuja, Mahāpūrṇa inició también a Rakṣakambal. Rāmānuja dio la mitad de la casa a Mahāpūrṇa y su esposa, y cada día estudiaba las Escrituras vaiṣṇavas con él.

El orgullo de Rakṣakambal

  
«Por tu descuido, se ha echado a perder
todo un cántaro de agua».
Así pasaron rápidamente seis meses; Rāmānuja sentía gran satisfacción al escuchar de labios de Mahāpūrṇa las verdades de la filosofía vaiṣṇava. Un día, mientras Rāmānuja y Mahāpūrṇa estaban fuera de casa, Rakṣakambal fue a buscar agua al pozo. Resultó que la esposa de Mahāpūrṇa había ido a recoger agua al mismo tiempo, y mientras lo hacía, algunas gotas de su cántaro cayeron en el de Rakṣakambal, que inmediatamente se llenó de ira. «¿Estás ciega? —gritó—. ¡Mira lo que has hecho! Por tu descuido, se ha echado a perder todo un cántaro de agua. ¿Piensas que puedes sentarte en mis hombros sólo porque eres la esposa del guru? Recuerda que la familia de mi padre es de un linaje superior al tuyo; ¿cómo voy usar agua que ha sido tocada por ti? Pero, ¿por qué habría de recriminarte?; todo se debe a ese esposo que me ha tocado; por su culpa mi casta y mi posición se han echado a perder».
    Al escuchar estas ásperas palabras, la esposa de Mahāpūrṇa, que por naturaleza era tranquila y modesta, pidió perdón a Rakṣakambal. Sin embargo, trastornada por la ira de la mujer, dejó a un lado su cántaro y rompió en sollozos sin decir nada.
    Cuando Mahāpūrṇa regresó y encontró a su esposa tan afligida, le preguntó qué le pasaba. Al enterarse de todo lo ocurrido en el pozo, comenzó a pensar. Finalmente, dijo: «El Señor Nārāyaṇa ya no desea que permanezcamos aquí, y por esta razón te ha hecho oír esas desagradables palabras de boca de Rakṣakambal. No te preocupes, pues todo lo que el Señor dispone es para nuestro bien. Como hace largo tiempo que no hemos adorado los pies de loto del Señor Raṅganātha, Él ahora desea que regresemos».

La partida de Mahāpūrṇa

   Sin esperar a Rāmānuja, Mahāpūrṇa y su esposa reunieron sus pocas posesiones y partieron hacia Śrī Raṅgam. Mientras Mahāpūrṇa estuvo en Kāñcīpuram, Rāmānuja había sido muy feliz; aceptaba su guru como representante del Señor Nārāyaṇa. Durante aquellos seis meses que pasaron juntos, Rāmānuja había estudiado casi cuatro mil versos compuestos por los grandes vaiṣṇavas del sur de la India. Aquella mañana había ido a comprar flores, frutas, y ropas nuevas para hacer una ofrenda a su guru, pero, al regresar a su casa, vio que las habitaciones de Mahāpūrṇa estaban desiertas.
    Después de buscar por toda la casa, preguntó a un vecino, quien le dijo que Mahāpūrṇa y su esposa habían dejado Kāñcī para regresar a Śrī Raṅgam. Ansioso de descubrir la causa de la abrupta partida de su guru, Rāmānuja fue a hablar con Rakṣakambal. Ella le dijo: «Esta mañana tuve una riña con la esposa de tu guru, cuando fuimos a recoger agua del pozo. Yo por supuesto, no le dije nada que la pudiera herir, pero tu gran hombre se puso tan furioso que se fue inmediatamente. Había escuchado que se supone que un sādhu debe abandonar todo sentimiento de ira, pero, seguramente, se trata de algún nuevo tipo de sādhu. Yo ofrezco millones de reverencias a los pies de tu sādhu».
    Rāmānuja apenas podía dar crédito a lo que oía cuando escuchó a su esposa hablar de Mahāpūrṇa de una forma tan despreciativa y sarcástica, y no pudo controlar sus sentimientos: «¡Pecaminosa mujer! —gritó—, ¡el mero hecho de ver tu cara constituye un gran pecado!». Tras decir esto, salió de la casa y fue al templo a ofrecer al Señor Varadarāja las frutas y flores que había comprado.

El plan de Rāmānuja

   Poco después, un flaco y hambriento brāhmaṇa llegó a la casa de Rāmānuja para mendigar algo de comer. Rakṣakambal aún estaba conmocionada por las palabras de su esposo, y, cuando el brāhmaṇa la llamó, ella inmediatamente mostró su ira y le gritó con una voz aguda y penetrante: «¡Vete de aquí!, ¡lárgate a cualquier otra parte! ¿Quién piensas que te va a dar arroz aquí?».
    Dolido por esas ásperas palabras, el brāhmaṇa se dio la vuelta y comenzó a caminar lentamente hacia el templo del Señor Varadarāja. En el camino se encontró con Rāmānuja, que regresaba a su casa tras hacer sus ofrendas al Señor. Viendo el aspecto desanimado del brāhmaṇa y su cuerpo desnutrido, Rāmānuja sintió compasión por él y le dijo, «¡Oh, brāhmaṇa!, parece que aún no has comido hoy».
    «Fui a tu casa para pedir un poco de prasādam, pero tu esposa se enfadó y me echó», replicó el brāhmaṇa.
    Rāmānuja se sintió conmocionado al escuchar que un huésped había recibido un trato tan malo en su casa. Se quedó pensativo unos momentos, y dijo: «Por favor, regresa a mi casa. Te daré una carta, y quiero que le digas a mi esposa que has sido enviado por su padre para entregármela. Cuando ella escuche esto, sin duda que te dará de comer con gran atención».
    A continuación, Rāmānuja escribió la siguiente carta:

   Mi querido hijo:  
   Mi segunda hija va a casarse muy pronto. Por lo tanto, te ruego que envíes a mi casa a Rakṣakambal, acompañada de este hombre. Si no tienes ocupaciones urgentes, me sentiría muy feliz si tu vienes también. Sin embargo, es muy importante que Rakṣakambal venga tan pronto como sea posible, pues sería muy difícil que tu suegra atendiese ella sola a todos los huéspedes.

   Prometiendo que le recompensaría por sus servicios, Rāmānuja envió al brāhmaṇa a su casa llevando esta carta. Al llegar allí, el brāhmaṇa dijo a Rakṣakambal: «Tu padre me envió».      

    Ella, muy feliz al escuchar la noticia, recibió al brāhmaṇa con gran cortesía, ofreciéndole comida y agua para bañarse. Mientras tanto, Rāmānuja regresó a casa. «Mi padre te ha enviado esta carta», dijo Rakṣakambal modestamente, entregándosela.
    Rāmānuja leyó la carta en voz alta, y dirigiéndose a ella le dijo: «De momento tengo algunos asuntos urgentes que atender, de modo que debes ir sola. Si termino pronto, iré enseguida. Por favor, saluda de mi parte a tu padre y a tu madre».
    Rakṣakambal aceptó sus palabras, y, después de prepararse para el viaje, ofreció reverencias a su marido y se dirigió hacia la casa de su padre, acompañada por el brāhmaṇa.

Sannyāsa

   Cuando ella partió, Rāmānuja fue al templo del Señor Varadarāja, orando constantemente al Señor dentro de su mente: «¡Oh, Señor Nārāyaṇa!, por favor, permite que este sirviente Tuyo se refugie por completo en Tus pies de loto». Al llegar al templo, se postró ante la Deidad y oró: «Mi querido Señor, desde este día, soy Tuyo en todos los aspectos. Por favor, acéptame».
    Después, consiguió ropas de color azafrán y un báculo que había sido tocado por los pies de loto de Śrī Varadarāja. Salió del templo y, después de bañarse, encendió un fuego de sacrificio a orillas del lago. En aquel momento, Kāñcīpūrṇa, inspirado por el Señor Varadarāja, se acercó a él y le dio el nombre de Yatirāja. A continuación, Rāmānuja aceptó la tridaṇḍa del sannyāsa vaiṣṇava, que simboliza la entrega de los pensamientos, las palabras y los actos al servicio de la Suprema Personalidad de Dios. Cuando la ceremonia finalizó, Yatirāja, con sus ropas de color azafrán, parecía tan refulgente como el Sol al amanecer.

Rāmānuja comienza a dar a conocer sus enseñanzas

   Un día, cuando la anciana madre de Yādavaprakaśa fue al templo para ver al Señor Varadarāja, vio a Rāmānuja instruyendo a sus discípulos fuera del āśrama. Cautivada por su gracia y su erudición, pensó que, si su hijo se hiciese discípulo de esa persona tan maravillosa, su vida sería perfecta. Desde que había maltratado a Rāmānuja, Yādavaprakaśa se había sentido muy trastornado y su madre lo sabía. Pensó que lo mejor para su hijo sería refugiarse a los pies de este joven y resplandeciente sannyāsī.
    Al regresar a su casa, pidió a su hijo que se hiciese discípulo de Rāmānuja, pero Yādavaprakaśa no quería ni oír hablar de entregarse a alguien que previamente había sido su propio alumno. Aun así, sin embargo, su mente siguió intranquila. Una vez, se encontró con Kāñcīpūrṇa, y le preguntó: «Señor, me siento muy alterado, y no encuentro paz. Puesto que tú eres bien conocido como el medio a través del cual da instrucciones el Señor Varadarāja , por favor, dime lo que debo hacer».
    «Vuelve a casa —contestó Kāñcīpūrṇa—. Esta noche ofreceré oraciones al Señor Varadarāja. Si vuelves mañana, te diré cuáles son Sus instrucciones para ti».
    Cuando fue a verle al día siguiente, Kāñcīpūrṇa comenzó inmediatamente a hablar de la grandeza de Rāmānuja y de los beneficios que se podían derivar de ser su discípulo. Al escuchar esto, Yādavaprakaśa decidió ir a visitar a Rāmānuja al āśrama para hablar con él sobre las Escrituras.
    Aquella noche, Yādavaprakaśa no conseguía conciliar el sueño. Permaneció despierto varias horas, considerando los diferentes puntos una y otra vez. Finalmente, se quedó dormido, y entonces tuvo un maravilloso sueño. Parecía que una persona resplandeciente aparecía ante él y le daba instrucciones. Una y otra vez, le decía que debía hacerse discípulo de Yatirāja.
    Cuando Yādavaprakaśa se despertó, los efectos del sueño permanecían, y estaba perplejo. Sin embargo, nunca había actuado meramente en base a sus emociones, y en su mente aún permanecían dudas en cuanto a la filosofía de Rāmānuja.
    Esa misma tarde fue al āśrama y, en cuanto vio a Yatirāja, quedó impresionado por la pureza y la refulgencia del joven ācārya. Rāmānuja recibió con cortesía a su profesor de antaño, ofreciéndole un asiento elevado. Tras intercambiar sus saludos, Yādavaprakaśa comenzó a expresar sus dudas sobre la filosofía vaiṣṇava que Rāmānuja estaba presentando de forma tan experta. «Hijo mío —dijo gentilmente—, estoy muy complacido por tu erudición y tu humilde comportamiento. Puedo ver por las marcas de tilaka y por los emblemas del loto y el cakra sobre tu cuerpo que eres un devoto del Señor Viṣṇu y que piensas que sólo el sendero del bhakti es apropiado. Pero, ¿qué evidencias hay en las Escrituras que sustenten ese punto de vista?».
    A esta pregunta, Yatirāja contestó: «Aquí está Kureśa; es muy erudito en todas las Escrituras reveladas. Plantéale tu pregunta».
    Al momento, mientras Yādavaprakaśa se volvía hacia Kureśa, el joven discípulo de Rāmānuja comenzó a hablar. Citó numerosos versos de muchas Escrituras diferentes —los Vedas, los Upaniṣads, los Purāṇas, etc.-—que confirmaban que el servicio devocional amoroso a la Suprema Personalidad de Dios es la perfección de la vida espiritual.
    Al escuchar este torrente de evidencias de las Escrituras, Yādavaprakaśa enmudeció. Diversos pensamientos pasaron rápidamente por su mente: su previo comportamiento ultrajante, las palabras de su madre, y la recomendación que Kāñcīpūrṇa le había dado. Súbitamente se lanzó a los pies de su antiguo discípulo, llorando: «¡Oh, Rāmānuja!, cegado por el orgullo, no pude ver tus verdaderas cualidades. Por favor, perdona todas mis ofensas, y sé mi guía, para que pueda liberarme de las miserias de este mundo material. Yo me refugio únicamente en ti».
    Yatirāja levantó entonces a Yādavaprakaśa y lo abrazó afectuosamente. Tras recibir las bendiciones de su madre, aquel mismo día Yādavaprakaśa recibió de Rāmānuja la orden de sannyāsa, sintiéndose por ello muy afortunado. Recibió el nombre de Govinda dāsa, y desde aquel día fue una persona diferente. Abrazó plenamente la filosofía vaiṣṇava y abandonó todo el orgullo de su erudición. Lágrimas de humildad decoraban ahora sus ojos mientras adoraba con devoción al Señor Supremo. Al conocer esta extraordinaria transformación, todos alabaron la influencia de Rāmānuja, y su fama se propagó por todas partes.
    Al ver los sentimientos devocionales del que antaño había sido su guru, Yatirāja se dirigió a él, diciendo: «Ahora tu mente se ha liberado de toda contaminación. Para destruir los pecados del pasado, debes escribir un libro en el que expliques los deberes de un verdadero vaiṣṇava. Por el hecho de prestar este servicio, alcanzarás la perfección completa».

    Siguiendo estas instrucciones, Yādavaprakaśa escribió un maravilloso libro titulado Yati-dharma-samauccaya, que ofreció a los pies de su guru. En aquel entonces, Yādavaprakaśa, ahora conocido como Govinda dāsa, tenía más de ochenta años de edad. Poco después de terminar el libro, abandonó este mundo.

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