Capítulo Dos



CAPÍTULO DOS

La vida de estudiante de Rāmānuja

   Uno de los principales discípulos sannyāsīs de Yāmunācārya fue Śrī Śailapūrṇa. Tenía dos hermanas, la mayor llamada Kāntimatī, y la más joven llamada Diptimatī. Kāntimatī estaba casada con un brāhmaṇa muy piadoso llamado Āsuri Keśavācārya. Debido a que era experto en los cinco tipos de fuegos de sacrificio, se le conocía también con el nombre Sarvakratu.
    Los años pasaron, y la pareja vivía felizmente en la aldea de Bhūtapurī, pero, debido a que todavía no tenían hijos, Keśavācārya se sentía muy afligido. Finalmente decidió realizar un fuego de sacrificio para complacer al Señor y así pedirle como bendición un hijo. Para este propósito, viajó con su esposa al templo de Śrī Pārhasārathi, a orillas del mar, donde ahora está la ciudad de Madrás. Juntos realizaron sacrificios, implorando la misericordia del Señor para que les concediera un hijo.
    El Señor Viṣṇu Se sintió complacido con sus oraciones, y un año más tarde Kāntimatī dio a luz un niño en cuyo cuerpo se podían ver todas las marcas auspiciosas. Esto fue en el año 1.017 d. de C., y a este niño se le conocería más tarde en todo el mundo con el nombre de Śrī Rāmānujācārya, el gran devoto del Señor Nārāyaṇa.
    Al mismo tiempo, la hermana más joven de Kāntimatī, Diptimatī, también dio a luz un hijo. Al oír las noticias del nacimiento de sus nietos, Śailapūrṇa, el íntimo discípulo de Yāmunācārya, fue a visitarles, y se quedó atónito al ver todas las auspiciosas marcas en el cuerpo del hijo de Kāntimatī, y le dio el nombre de Rāmānuja, un nombre de Lakṣmaṇa que significa «el hermano menor de Rāma». Al hijo de Diptimatī le puso por nombre Govinda.

Encuentro con Kāñcīpūrṇa
   A medida que Rāmānuja crecía, el brillo de su intelecto se fue haciendo evidente. Cuando empezó a ir a la escuela, podía recordar fácilmente cualquier cosa que se le enseñara, aunque lo escuchara una sola vez. Todos los profesores de la escuela amaban al muchacho, no sólo porque era un brillante alumno, sino también debido a su naturaleza gentil y cortés.
    En aquel entonces había un famoso devoto del Señor llamado Kāñcīpūrṇa, que vivía en la cercana ciudad de Kāñcīpuram. Era discípulo de Yāmunācārya, y, aunque había nacido en una familia śūdra, su intensa devoción al Señor era tan evidente que incluso los brāhmaṇas más estrictos le ofrecían todos sus respetos. Cada día viajaba desde la ciudad de Kāñcī hasta la de Poonamalle para adorar a la Deidad que residía allí. Puesto que Bhūtapurī estaba a mitad de camino entre los dos lugares, diariamente pasaba por la casa de Rāmānuja.
    Una tarde, cuando Rāmānuja regresaba de la escuela, vio a Kāñcīpūrṇa, e inmediatamente se sintió atraído por la conducta de aquel hombre santo. Con gran humildad, Rāmānuja invitó a Kāñcīpūrṇa a su casa a comer, y el gran devoto accedió inmediatamente, sintiéndose muy atraído por el gentil muchacho brāhmaṇa.
    Cuando su invitado terminó de comer, Rāmānuja se dispuso a darle un masaje a los pies, ante lo cual Kāñcīpūrṇa protestó: «Yo no soy más que un śūdra de bajo nacimiento, y, por lo tanto, soy tu sirviente. No es apropiado para un brāhmaṇa como tú tratarme de esta forma».
    Rāmānuja replicó: «Si mi posición como brāhmaṇa me impide adorar a una gran alma como tú, entonces considero que mi nacimiento es sumamente inauspicioso. ¿Acaso el simple hecho de llevar un cordón lo convierte a uno en brāhmaṇa? Sólo aquellas personas que están completamente dedicadas al Señor Viṣṇu son verdaderos brāhmaṇas, y nadie más».
    Kāñcīpūrṇa estaba complacido y lleno de admiración al ver la firme fe que el muchacho tenía en el servicio devocional. Pasaron toda la noche hablando acerca del Señor y las diversas formas de devoción. Aquella noche, Kāñcīpūrṇa se quedó en la casa de Rāmānuja, y a la mañana siguiente continuó su viaje. A partir de ese día, aquellos dos grandes devotos estuvieron unidos por el amor que sentían el uno por el otro.

Traslado a Kāñcīpuram
   Cuando Rāmānuja tenía sólo dieciséis años, su padre, Āsuri Keśavācārya, quería que se casara. Así pues, eligió a una muchacha muy bella para que fuese la novia de su hijo, y organizó todo lo necesario para la boda. Las festividades duraron una semana, y todas las personas pobres de la vecindad fueron favorecidas con la distribución de grandes cantidades de prasādam.
    Sin embargo, un mes después de la boda, la tragedia llegó a la familia, pues Keśavācārya abandonó este mundo. Kāntimatī estaba muy afligida, y para Rāmānuja fue ésta una época de gran dolor. Ahora que Keśavācārya les había abandonado, Bhūtapurī ya no era un lugar feliz para la familia, y decidieron trasladarse a la ciudad de Kāñcī. Rāmānuja fue primero para construir un lugar donde vivir, y, cuando estuvo terminado, los demás se trasladaron allí.

En la escuela de Yādavaprakaśa
   En ese entonces, vivía en Kāñcī un sabio muy erudito de nombre Yādavaprakaśa. La fama de su gran erudición había atraído a gran cantidad de discípulos. Deseoso de entender las Escrituras védicas, Rāmānuja también se hizo discípulo suyo, y, debido a su naturaleza agradable y su rápida inteligencia, pronto se ganó la simpatía del gran paṇḍit. Sin embargo, esa relación no duró mucho tiempo, porque, a pesar de su erudición y su conocimiento de las Escrituras, Yādavaprakaśa representaba con gran firmeza la filosofía māyāvāda de la unidad absoluta. Él enseñaba que el Brahman omnipresente era la Verdad Absoluta, y que el Dios personal, Śrī Viṣṇu, era ilusorio. Rāmānuja era un devoto puro del Señor y, por lo tanto, se sentía dolido al oír las explicaciones de Yādavaprakaśa, que negaban la supremacía de su amado Señor. Por humildad y respeto hacia su guru, Rāmānuja no señalaba los defectos de esas enseñanzas impersonalistas, pero poco a poco la situación se fue haciendo intolerable.

El primer enfrentamiento
   Un día, cuando los demás estudiantes se habían ido a sus casas para comer, Yādavaprakaśa pidió a Rāmānuja que diera un masaje a sucuerpo con aceite. En aquel momento, uno de los estudiantes volvió a la escuela para hablar con su maestro de un pasaje del Chāndogya Upaniṣad que habían estado leyendo aquella mañana. Concretamente, preguntó acerca de la palabra kapyāsam, que aparece en el primer capítulo, parte seis, verso siete. El verso dice:

kapyāsaṁ puṇḍarīkam evam akṣīnī

Siguiendo la interpretación del Śaṅkarācārya, Yādavaprakaśa explicó que kapi āsam se refiere al trasero rojo de un mono, y que el significado del pasaje es que el Señor Supremo tiene ojos como lotos tan rojos como el trasero de un mono.
    Al escuchar esa explicación tan horrible de las características de su amado Señor, Rāmānuja, que aún estaba dando masaje a su guru, sintió  un pesar tan grande que no pudo impedir que de sus ojos cayeron cálidas lágrimas de dolor. Cuando ādavaprakaśa sintió aquellas lágrimas, le miró sorprendido. Viendo la aflicción de Rāmānuja, le preguntó cuál era la causa de su dolor. Al ser preguntado, Rāmānuja contestó: «¡Oh, maestro!, oír una explicación tan terrible de una gran alma como tú me causa un gran sufrimiento. ¡Cuán pecaminoso es comparar los hermosos ojos de loto del Señor a la parte posterior de un mono! Nunca esperé escuchar semejantes palabras de mi maestro».
    Yādavaprakaśa, muy enfadado por aquel desafío de uno de sus discípulos, contestó ásperamente: «Yo también me siento muy agraviado. Las palabras insolente de un inferior nunca son dignas de alabanza. Si te has vuelto tan orgulloso que te consideras mejor profesor que yo, entonces déjanos escuchar tu explicación de ese pasaje».
    «Por tu misericordia, todo es posible», respondió Rāmānuja.
    Yādavaprakaśa sonrió irónicamente. «Ahora, vamos a ver a este muchacho superando al gran Śaṅkarācārya», dijo.
    Rāmānuja se mantuvo tranquilo, y al hablar, lo hizo de una forma muy humilde. «En lugar de explicar que la palabra kapyāsam se refiere a la parte posterior de un mono —dijo—, se puede dar otro significado. Ka-pi puede tomarse como kaṁ jalaṁ pibati, aquello que absorbe el agua, o, en otras palabras, el Sol. La palabra āsam significa también florecer, así que la palabra kapi-āsam puede entenderse como "aquello que florece bajo el Sol", o, en otras palabras, la flor de loto. De modo que podemos decir que el significado del mantra del Upaniṣad es que el Señor tiene los ojos tan bellos como la flor de loto».
    A Yādavaprakaśa le sorprendió mucho escuchar una explicación tan inteligente de labios de uno de sus propios discípulos, y pudo entender de que Rāmānuja era un firme seguidor de la filosofía devocional del dualismo. Los devotos saben que la perfección de la vida consiste en adorar al Señor Viṣṇu sin ningún tipo de deseo personal; así que ellos, al contrario que los māyāvādīs, nunca aspiran a alcanzar la unidad. Esa filosofía se oponía directamente a las enseñanzas de Yādavaprakaśa, y, después de este incidente, el afecto que este sentía por Rāmānuja comenzó a disminuir.

Más conflictos en la escuela

  
Rāmānuja no pudo contenerse. Inmediatamente
presentó una objeción a la explicación de su maestro.
Pocos días después, cuando Yādavaprakaśa estaba explicando a sus estudiantes el Taittirīya Upaniṣad, dijo que el Brahman Supremo es la Verdad, el Conocimiento, y el Infinito. Al escuchar ese concepto impersonal de Dios, Rāmānuja no pudo contenerse. Inmediatamente presentó una objeción a la explicación de su maestro, diciendo: «No, este verso significa que el Supremo posee la Verdad y el Conocimiento, y que es infinito, pero, aun así, Él tiene Su propia existencia, más allá de estos atributos».
    Iracundo debido a la inesperada interrupción, Yādavaprakaśa replicó: «Presuntuoso muchacho, si no aceptas mis explicaciones, entonces, ¿por qué vienes aquí?; ¿por qué no vuelves a tu casa y comienzas tu propia escuela?». Cuando consiguió serenarse, continuó hablando más calmado: «Tu explicación no está de acuerdo con Śaṅkarācārya, ni con ninguno de los ācāryas anteriores, así que, por favor, guárdate tu impertinencia».
    Por naturaleza, Rāmānuja era humilde y manso, así que trató de evitar más confrontaciones con su maestro. Sin embargo, como estaba completamente dedicado al conocimiento de la verdad, cuando escuchaba las engañosas interpretaciones monistas expuestas por Yādavaprakaśa, a veces era incapaz de contenerse. Yādavaprakaśa solía ridiculizar esos desafíos en presencia de los demás estudiantes, pero en su corazón comenzó a crecer el temor y el odio por este muchacho. «Cuando este muchacho crezca —pensaba—, establecerá frmemente la filosofía dualista de la devoción. Esto no se debe permitir. Haré todo lo necesario para proteger la doctrina del monismo, incluso aunque ello signifique que tenga que matarle».

El complot de Yādavaprakaśa

   En realidad, Yādavaprakaśa sentía una gran envidia de Rāmānuja, pues podía ver que, en inteligencia y pureza de corazón, le superaba. Así pues, un día convocó a los demás estudiantes a una reunión secreta.
Allí les dijo: «Mis queridos muchachos, ninguno de vosotros ha encontrado nunca defecto alguno en mis enseñanzas, pero ese insolente de Rāmānuja ha desafiado repetidamente mis explicaciones. Puede que sea un muchacho inteligente, pero todas sus ideas están basadas en la falsa doctrina del dualismo, y cree que existe diferencia entre el yo y Dios. Es un completo hereje, y con sus enseñanzas causará grandes estragos en la sociedad. Por lo tanto, hemos de encontrar la manera de deshacernos de él».
    «Señor, puedes prohibirle que venga a la escuela», sugirió uno de los estudiantes.
    «Pero de esa forma el temor de nuestro maestro se hará realidad    —respondió otro—, porque entonces abrirá su propia escuela y continuará propagando sus mentiras. Ya ha escrito un comentario sobre el mantra "satyaṁ jñānam anantaṁ brahma", y en él contradice todo lo que hemos aprendido de nuestro maestro». Eso era verdad, pues Rāmānuja había refutado con maestría las explicaciones de Śaṅkara; y su comentario había sido ampliamente leído y apreciado por los vaiṣṇavas del sur de la India, entre ellos Yāmunācārya, en Raṅgakṣetra.
    Después de hablar del asunto por algún tiempo, llegaron a la conclusión de que la única forma de detener a Rāmānuja era matándole. Entonces comenzaron a pensar la forma en que podían hacerlo sin levantar sospechas. Finalmente, Yādavaprakaśa propuso: «Vayamos de peregrinaje al Ganges para bañarnos. En el camino hay muchos lugares apartados, donde podremos acabar con ese hereje sin que nadie se dé cuenta de ello. Bañándonos en el sagrado Ganges, nos liberaremos del pecado de matar a un brāhmaṇa, y cuando regresemos, diremos que enfermó y se murió en el viaje».
    Todos los discípulos aceptaron inmediatamente la propuesta de su maestro, y trataron de convencer a Rāmānuja para que les acompañase en su viaje. Rāmānuja se sintió muy complacido con la idea de bañarse en el Ganges, y muy feliz aceptó su invitación. Por aquel entonces, Govinda, el primo de Rāmānuja, estaba viviendo con su tía en Kāñcīpuram, y también estudiaba en la escuela de Yādavaprakaśa. Cuando Rāmānuja anunció su peregrinaje al norte de la India, Govinda inmediatamente decidió ir con su amado amigo y pariente.

Peligro en el bosque

   Kāntimatī se sentía infeliz ante la perspectiva de estar separada de su hijo durante tantos meses, pero, comprendiendo la naturaleza meritoria del proyecto, le dio permiso para ir. Así pues, en un momento auspicioso, el grupo de discípulos, encabezados por Yādavaprakaśa, comenzaron el peregrinaje. Después de algunos días de viaje, llegaron a una desolada región cerca de las colinas Vindhya. Yādavaprakaśa consideró que ése sería un lugar idóneo para llevar a cabo su diabólico plan, así que dijo a sus discípulos que se preparasen. Sin embargo, mientras estaban haciendo los preparativos finales, Govinda se encontraba cerca en el bosque, y oyó todo lo que decían. En cuanto tuvo una oportunidad, informó a Rāmānuja del gran peligro que corría.
    Al comprender las malvadas intenciones de su maestro y sus compañeros de escuela, Rāmānuja abandonó el grupo y huyó al bosque. Al notar su ausencia, Yādavaprakaśa envió a algunos de los muchachos al bosque para buscarle, pero, puesto que nadie respondía a sus llamadas, llegaron a la conclusión de que Rāmānuja había sido devorado por algún animal salvaje. Aunque secretamente muy complacidos ante ese aparente giro de los acontecimientos, debido a la presencia de Govinda aparentaron sentir un gran pesar, y Yādavaprakaśa instruyó a Govinda acerca de la naturaleza temporal del cuerpo y las relaciones corporales, poniendo así de manifiesto su naturaleza astuta y traidora.

Encuentro con el cazador

   Cuando Govinda informó a Rāmānuja de la conspiración que amenazaba su vida, al principio se sintió completamente aturdido y desconcertado. Faltaba media hora para que anocheciese; no tenía más que dieciocho años, y estaba sólo y sin amigos, lejos de su casa. Repentinamente, sintió una gran fuerza, y se sintió lleno de valor. «¿Por qué habría de sentir temor? —pensó—. ¿Acaso el Señor Nārāyaṇa no protege a Sus devotos? ¿Por qué voy a sentir entonces temor de la oscuridad del bosque?». Pensando así, se dirigió resueltamente hacia el sur, y comenzó a caminar rápidamente en la oscuridad del bosque. A veces, podía escuchar voces que le llamaban a lo lejos, pero él no vaciló, y continuó su camino.
    Viajó durante la mayor parte de la noche, hasta que, finalmente, exhausto debido al hambre y la fatiga, descansó bajo un gran árbol. Despertó al día siguiente, descansado y con renovado vigor. Atardecía, así que se preparó para continuar su viaje. Mientras consideraba qué dirección debía seguir, vio una pareja de cazadores que se acercaban a él. La esposa del cazador le dijo: «¿Por qué estás sentado aquí solo en este bosque? ¿Te has perdido? Pareces ser el hijo de un brāhmaṇa. ¿Dónde está tu casa?».
    «Mi casa está lejos de aquí —respondió Rāmānuja—, en dirección al sur. ¿Habéis oído hablar alguna vez de un lugar llamado Kāñcīpuram?».
    «¿Cómo eres tan atrevido para viajar en solitario a través de este denso bosque, que está plagado de ladrones y animales salvajes? —le preguntó el cazador—. Conozco muy bien Kāñcīpuram, y nosotros también vamos en esa dirección».
    A Rāmānuja le sorprendió mucho  escuchar esto, y preguntó: «¿De dónde sois, y por qué razón os dirigís a Kāñcī?».
    «Somos habitantes del bosque —fue la respuesta—, y vivimos en una pequeña aldea cerca de las montañas Vindhya. Como vivimos de la caza de pájaros, ahora nos dirigimos de peregrinaje a Rameśvaram y Kāñcīpuram, para liberarnos de las reacciones a tantas actividades pecaminosas. Parece que el Señor Supremo, quien da refugio a todos, te ha enviado para protegernos».
    Al principio, Rāmānuja sentía cierto temor de aquel alto extranjero de tez oscura, pero había algo en la expresión de afecto de su rostro y en la dulzura de sus palabras que rápidamente disipó todas las dudas de la mente del joven brāhmaṇa. Puesto que estaba a punto de anochecer, el cazador dijo: «Crucemos rápido este bosque, y así podremos pasar la noche cerca de un río subterráneo que hay no muy lejos de aquí».
    Se pusieron en camino, y una hora más tarde llegaron a la orilla del río. El cazador recogió algunos trozos de madera y encendió un fuego. Después, preparó un lugar para acampar donde pudiesen pasar la noche. Justo antes de dormirse, Rāmānuja escuchó que la esposa del cazador le decía a su marido: «Querido, tengo mucha sed. ¿Puedes ir a buscar un poco de agua para mí?».
    «Ahora ha caído la noche —dijo el cazador—, y sería arriesgado alejarse del fuego. Mañana podrás calmar tu sed con las frescas aguas de un pozo que hay muy cerca de aquí».

El Señor protege a Su devoto

  
Tres veces le llevó agua, pero su sed no se saciaba.
Temprano por la mañana, se levantaron y continuaron su viaje. Muy pronto llegaron al pozo que el cazador había mencionado, y Rāmānuja bajó las escaleras para recoger agua para la esposa del cazador. Tres veces le llevó agua, pero su sed no se saciaba. Cuando volvió por cuarta vez, no había rastro alguno de la pareja. Habían desaparecido por completo. Sólo entonces comprendió que Ellos eran en realidad Lakṣmī y Nārāyaṇa, que habían adoptado el aspecto de una pareja de cazadores con el fin de proteger y guiar a Su devoto a través del peligroso bosque.


    Al ver que muy cerca se veían las torres de unos templos y un grupo de casas, Rāmānuja preguntó a un hombre que pasaba por allí: «Señor, ¿cómo se llama este pueblo?».
    El hombre le miró con asombro. «¿Es que no puedes reconocer la famosa ciudad de Kāñcīpuram? —contestó—. ¿Por qué hablas como si fueras extranjero? Sé que eres uno de los estudiantes de Yādavaprakaśa, y te he visto muchas veces en la ciudad».
    Tras decir esto, el hombre continuó su camino sin esperar respuesta. Al principio Rāmānuja se sintió completamente sorprendido ante la increíble noticia, pero poco a poco comenzó a darse cuenta de que Lakṣmī-devī y el Señor Nārāyaṇa le habían otorgado Su misericordia. Entonces su corazón se llenó con el éxtasis del amor divino, y con lágrimas rodando por sus mejillas, comenzó a orar:

namo brāhmaṇya-devāya
go-brāhmaṇa hitāya ca
jagad-dhitāya kṛṣṇāya
govindāya namo namaḥ

El regreso de Rāmānuja

   Durante una hora, Rāmānuja permaneció en aquel lugar, sumido en un profundo éxtasis, y recitando las oraciones de la reina Kuntī en glorificación de la Suprema Personalidad de Dios, que se encuentran en el Śrīmad-Bhāgavatam. Finalmente, tres mujeres con cántaros se acercaron al pozo, y, al verlas, Rāmānuja controló sus emociones y prosiguió hacia Kāñcīpuram.
    Desde que su hijo había partido de peregrinaje hacia el norte de la India, la madre de Rāmānuja, Kāntimatī, había estado lamentándose constantemente, derramando lágrimas de separación. De modo que, cuando Rāmānuja apareció repentinamente en la puerta de su casa, ella no podía creer que realmente fuera él. Sólo se convenció totalmente cuando él le ofreció reverencias y le dirigió la palabra. Entonces, llena de júbilo, le preguntó: «Mi querido hijo, ¿cómo es que has vuelto tan pronto? ¿Dónde está Govinda? Pensé que tardarías al menos seis meses en regresar de tu peregrinaje al sagrado Ganges».
    Cuando escuchó todo lo sucedido, Kāntimatī se horrorizó de las diabólicas intenciones de Yādavaprakaśa, pero, al mismo tiempo, se sintió feliz al escuchar que el Señor había otorgado semejante misericordia a su hijo. En ese momento, la tía de Rāmānuja, Diptimatī, la madre de Govinda, llegó a la casa, acompañada de la joven esposa de Rāmānuja. Ellas también sintieron gran júbilo al ver que Rāmānuja había regresado sano y salvo. Después, comenzaron a cocinar ofrendas para el Señor Nārāyaṇa, y, justo en el momento de servir prasādam, llegó Kāñcīpūrṇa, que se había enterado de la llegada de Rāmānuja. Los dos devotos se abrazaron afectuosamente, y Rāmānuja invitó a tomar prasādam a Kāñcīpūrṇa como invitado de honor.
Aquella noche, los sentimientos de felicidad que llenaban aquella pequeña casa eran prácticamente ilimitados.

De vuelta a los estudios

   Rāmānuja continuó estudiando las Escrituras en casa, y pidió a su madre y a su tía que no revelasen a nadie las traicioneras actividades de Yādavaprakaśa. Algunos meses más tarde, el ācārya regresó a Kāñcīpuram acompañado por todos sus discípulos, excepto Govinda. Cuando Diptimatī preguntó a Yādavaprakaśa dónde estaba su hijo, él le explicó que tras la desaparición de Rāmānuja habían viajado a Benares, donde recibieron el darśana del Señor Viśvanātha y se bañaron en el Ganges. Se quedaron allí durante dos semanas. Un día, mientras se bañaban en el río, Govinda encontró en el agua una Śiva-liṅga. Comprendiendo que esto respondía a la voluntad del Señor, Govinda comenzó inmediatamente a adorar al Señor Śiva en esa forma.
    A medida que iba realizando la adoración, cada día su devoción por el Señor Śiva se fue haciendo más fuerte. Así pues, cuando llegaron a Kālahasti, en el viaje de regreso, Govinda dijo a su profesor y a los demás estudiantes que no quería regresar a Kāñcīpuram. Había decidido quedarse en aquel santuario sagrado de los śivaitas y consagrar su vida a la adoración del Señor Śaṅkara.
    Diptimatī no era una mujer corriente, y las noticias, en lugar de afligirla, la llenaron de júbilo, e hicieron que se sintiera bendecida por tener un hijo tan santo. Poco después, fue a Kālahasti a visitar a Govinda, y, al ver que estaba completamente absorto en adorar al Señor Śiva y libre de todo anhelo material, su felicidad aumentó muchas veces más.
    Al principio, al ver que Rāmānuja aún vivía, Yādavaprakaśa sintió temor, pero pensó que el joven no debía ser consciente de la conspiración que había tramado para matarle. En presencia de Kāntimatī, se fingió lleno de júbilo al ver al muchacho sano y salvo. «No puedes imaginarte —le dijo— el sufrimiento y la angustia que todos nosotros sentimos cuando no pudimos encontrarte en el bosque».
    En realidad, el profesor se sentía muy avergonzado de su maldad, al ver el humilde comportamiento de Rāmānuja. Volviéndose afectuosamente hacía el muchacho, le dijo: «Mi querido niño, de ahora en adelante debes volver de nuevo a estudiar conmigo. Que el Señor continúe otorgándote Sus bendiciones». Desde aquel día, Rāmānuja reanudó sus estudios con Yādavaprakaśa.

Las oraciones de Yāmunācārya
 por el bien de Rāmānuja

   Unos días más tarde, el venerable Ālabandāra, acompañado por muchos discípulos, llegó a Kāñcīpuram para ver al Señor Varadarāja. Cuando volvía del templo, Yāmunācārya vio a Yādavaprakaśa caminando con sus discípulos, con una mano sobre el hombro de Rāmānuja. Al ver a aquel joven refulgente y bien parecido, el santo vaiṣṇava sintió curiosidad, y preguntó a sus seguidores acerca de su identidad. Cuando supo que era el mismo Rāmānuja que había escrito el maravilloso comentario sobre el mantra - satyaṁ jñānam anantam brahma de los Upaniṣads, se sintió muy complacido. Pero, al mismo tiempo, le afligió verle bajo la guía de un māyāvādī tan ardiente como Yādavaprakaśa. Oró al Señor Varadarāja, implorando que Rāmānuja se liberara de una compañía tan desafortunada:
    «Yo me refugio en la Suprema Personalidad de Dios, por cuya misericordia los sordos pueden oír, los cojos pueden levantarse y caminar, los mudos pueden hablar, los ciegos pueden ver, y las mujeres estériles pueden tener hijos.
    «¡Oh, Tú, el de los ojos de loto, esposo de Lakṣmī!, por favor, otorga Tu misericordia a Rāmānuja para que pueda adorarte plenamente, sin ningún impedimento».
    Yāmunācārya ansiaba acercarse a Rāmānuja y conversar con él, pero no quería relacionarse con un no devoto como Yādavaprakaśa. Por aquel entonces, Ālabandāra tenía más de cien años, y era el ācārya líder de todos los vaiṣṇavas del sur de la India. Comprendió que, si era el deseo de Kṛṣṇa, un día podría encontrar la oportunidad de encontrarse a solas con Rāmānuja. Pensando así, regresó a Śrī Raṅgam.

Liberación de la princesa

   Aparte de su gran erudición en la ciencia del Vedānta, Yādavaprakaśa era también experto en las artes mágicas, y en particular en la práctica de expulsar fantasmas y espíritus malignos. Una vez ocurrió que la princesa de Kāñcīpuram fue poseída por un temible fantasma brahma-rākṣasa. Puesto que la habilidad de Yādavaprakaśa al tratar con esas situaciones era ampliamente conocida, fue enseguida llamado al palacio.
    Sin embargo, a pesar de todos los mantras, el fantasma que poseía a la muchacha siguió imperturbable. Riéndose con voz estridente y espantosa, el fantasma que estaba en el interior de la princesa gritó: «Yādavaprakaśa, ¿de qué sirven todos tus mantras? Estás perdiendo el tiempo. Vuelve a tu casa». Determinado a no ser derrotado, Yādavaprakaśa continuó con sus intentos de exorcizar al espíritu maligno, pero todo fue en vano. El brahma-rākṣasa habló de nuevo: «¿Por qué malgastas tus fuerzas en vano? Tu poder es muy inferior al mío. La única forma en que podrás forzarme a abandonar el cuerpo de esta bella princesa será si traes aquí a tu discípulo más joven, el fiel Rāmānuja. Su pureza es la única fuerza que puede superar mi potencia».
    Yādavaprakaśa envió a Rāmānuja el recado de que se presentase en el palacio sin demora. Cuando el gran devoto del Señor Viṣṇu llegó al lugar y comprendió la situación, se dirigió al espíritu maligno, pidiéndole que abandonase el cuerpo de la princesa. El brahma-rākṣasa contestó, hablando a través de la muchacha: «Abandonaré este cuerpo si tú, bondadosamente, pones tus pies de loto sobre mi cabeza». Tanta era la pureza de la devoción de Rāmānuja, que incluso este malvado demonio pudo comprender el beneficio de refugiarse en esa gran alma.
   
Rāmānuja puso ambos pies
sobre la cabeza de la muchacha.
Con el permiso de su maestro, Rāmānuja puso ambos pies sobre la cabeza de la muchacha, diciendo: «Ahora, abandona este lugar inmediatamente, y muéstranos algún signo por el cual podamos saber que te has ido».
    El fantasma respondió: «Ahora mira, voy a dejar este cuerpo, y como signo de ello, romperé la rama más alta del árbol de los banianos más cercano». Inmediatamente, la rama más alta del árbol de los banianos se rompió y cayó al suelo, mientras la princesa empezaba a mirar a su alrededor con gran asombro, como quien acaba de despertar. Cuando su sirvienta le informó de todo lo sucedido, inclinó la cabeza avergonzada y salió corriendo hacia las habitaciones internas del palacio.
    Cuando el rey de Kāñcī se enteró del total restablecimiento de su hija, se apresuró a adorar los pies de loto de Rāmānuja para expresar su gratitud. Desde aquel día, la fama de Rāmānuja se propago por todo el reino, y su nombre estaba en los labios de todos. Yādavaprakaśa, sin embargo, no estaba complacido en absoluto por aquel giro de los acontecimientos, viendo que su posición había sido minimizada por uno de sus propios estudiantes. Ahora, todos eran conscientes de que la potencia espiritual de Rāmānuja era mucho mayor que la de Yādavaprakaśa, y esto no agradaba en absoluto al orgulloso māyāvādī.
    Además, la intensa devoción que Rāmānuja sentía por el Señor Viṣṇu era completamente incompatible con las áridas doctrinas monistas expuestas por su maestro. De modo que parecía que el conflicto entre ambos era inevitable. 

Rāmānuja es expulsado de la escuela

   No faltaba mucho para que surgiese la confrontación final. Sólo algunas semanas después de que Rāmānuja liberase a la princesa, todos los estudiantes estaban reunidos escuchando la explicación que daba Yādavaprakaśa de los mantras sarvaṁ khalv idaṁ brahma («todo es brahman») y neha nānāsti kiñcana («no hay nada más en este mundo»). Estaba presentando la filosofía impersonalista de una forma tan experta, que todos sus estudiantes estaban cautivados por sus explicaciones de la unidad del alma jīva y el Brahman Supremo. Sólo Rāmānuja mostró signos de infelicidad ante las afirmaciones del ācārya.
    Al final de la clase tomó la palabra y dijo: «Las palabras sarvaṁ khalv idaṁ brahma no significan que la Suprema Verdad Absoluta no sea más que la suma total de toda la creación. Por el contrario, el significado es que el universo, como energía del Supremo, viene de Él, es mantenido por Él, y, al final, se disuelve en Él. Él mantiene Su propia identidad separada, aunque todo es en verdad una parte de la energía que se manifiesta de Él. Las palabras neha nānāsti kiñcana no significan que en este mundo no haya variedad. Por el contrario, hemos de entender que todas las variedades de la creación son mantenidas como una unidad, tal como las perlas sueltas son unidas por un hilo, aunque continúan siendo entidades individuales. Así pues, podemos ver que todo es uno y separado, simultáneamente».
    Al escuchar que sus enseñanzas eran rebatidas así por Rāmānuja, Yādavaprakaśa se puso muy iracundo y habló con aspereza: «Si no te gustan mis explicaciones de las Escrituras, entonces no vengas más a verme».
    «Como desees, señor», contestó Rāmānuja. Él entonces adoró los pies de su maestro y dejó la escuela para no volver jamás.

Kāñcīpūrṇa

   Al día siguiente, mientras Rāmānuja estaba solo en casa estudiando las Escrituras, Kāñcīpūrṇa fue a visitarle. Como ya hemos mencionado, Kāñcīpūrṇa era un devoto puro del Señor, y era respetado por los más aristocráticos brāhmaṇas, a pesar de que había nacido en una familia śūdra. Desde su misma infancia, había estado absorto en el servicio devocional de la Deidad de Śrī Varadarāja. En los cálidos días del verano, servía al Señor con la refrescante brisa de un abanico humedecido en agua, y siempre se esforzaba en conseguir las mejores frutas y flores para ofrecérselas al Señor.
    Todos los habitantes de Kāñcī sentían gran amor por él, por su simple devoción y su educado comportamiento. Dondequiera que iba, todos los sentimientos de enemistad y malos entendidos se desvanecían. A veces se detenía en mitad del camino como si estuviese pasmado, mirando hacia la distancia con una expresión de gran felicidad en su cara. Se decía que conversaba con el Señor Varadarāja, y que el Señor revelaba Sus intenciones a través de las palabras de Kāñcīpūrṇa. A pesar de haber nacido en una familia śūdra, la mayor parte de los brāhmaṇas de Kāñcīpuram reconocían sus excelsas cualidades devocionales y le ofrecían sus respetos. Sólo unos pocos, muy orgullosos de su elevada cuna y su conocimiento de las Escrituras, decían que estaba loco o que era un farsante. Uno de estos últimos, como podéis imaginar, era Yādavaprakaśa.


Las instrucciones de Kāñcīpūrṇa

   Así pues, Rāmānuja recibió con gran felicidad a este maravilloso devoto en su casa. Ofreciéndole un agradable lugar para sentarse, le dijo: «Tu llegada aquí es para mí una gran fortuna, y pienso que se deba a la ilimitada misericordia del Señor Varadarāja, que te ha enviado aquí para guiarme. Debes de saber que he sido expulsado de la escuela de Yādavaprakaśa. Ahora puedo entender que eso no es causa de lamentación, pues ahora te aceptaré como mi guru y maestro».
    «Rāmānuja, eso no puede ser —contestó Kāñcīpūrṇa gentilmente—. Yo soy un śūdra, un hombre ignorante, sin conocimiento de las Escrituras. Paso mi vida ofreciendo un pequeño servicio al Señor Varadarāja. Como brāhmaṇa, tú eres mi maestro, y yo soy tu sirviente.»
    «Señor, tú eres el hombre más sabio que he conocido jamás —dijo Rāmānuja—, y si lo único que da el conocimiento de las Escrituras es orgullo, en lugar de devoción, entonces, ¿de qué sirve todo eso? Por tu humilde servicio al Señor, puedo ver que conoces perfectamente la conclusión de todas las Escrituras.»
    Al decir esto, Rāmānuja se postró para ofrecer reverencias a los pies del devoto Kāñcīpūrṇa. Aquella persona santa inmediatamente levantó a Rāmānuja y le dijo: «Me siento bendecido de haber podido ver tu profunda devoción por el Señor. Cada día debes traer una jarra de agua al templo para el servicio de Śrī Varadarāja. De esta forma, pronto recibirás Su misericordia, y todos tus deseos se cumplirán».
    Tras dar este consejo al joven devoto, Kāñcīpūrṇa se fue a adorar al Señor Varadarāja. Rāmānuja, siguiendo su instrucción, se ocupó en el servicio del Señor, llevando agua al templo de Śrī Varadarāja desde el pozo sagrado donde había visto al Señor en la forma de cazador.

La enfermedad de Yāmunācārya

   Desde el día en que había visto a Rāmānuja en Kāñcīpuram, el anciano Yāmunācārya había estado pensando en él y orando al Señor Viṣṇu pidiendo que se liberara. Esperaba el día en que Rāmānuja abandonase la compañía de Yādavaprakaśa y se refugiarse en los vaiṣṇavas. Fue con esta esperanza que compuso el Stotra-ratna, una maravillosa oración muy querida por los devotos, incluso hoy en día.
    Pocos días después de la composición del Stotra-ratna, Yāmunācārya cayó gravemente enfermo, y no podía levantarse de la cama. Sin embargo, incluso en esa precaria condición, en la que se encontraba entre la vida y la muerte, continuó predicando las glorias del Señor. Temiendo la inminente partida de su guru, varios discípulos se dirigieron a él para plantearle algunas cuestiones. Tiruvaraṅga preguntó: «Si el Señor Nārāyaṇa está más allá de la mente y el habla, ¿cómo es posible servirle?».
    Yāmunācārya contestó: «La mejor forma de servir al Señor Nārāyaṇa es servir a Sus devotos puros. Además, debes servir al Señor en Su forma de la Deidad, tal como el bendito Kāñcīpūrṇa sirve al Señor Varadarāja. La solución a todos los problemas se encuentra en el Mahābhārata: mahājano yena gataḥ sa panthāḥ: «Simplemente sigue el ejemplo dado por los grandes devotos». Mirando a los ojos de su querido discípulo, Ālabandāra continuó: «Para mí, ahora el único refugio son los pies de loto de Tirumaṅgai, ese noble mahātmā que sirvió al Señor Raṅganātha de un modo tan perfecto en la antigüedad».
    Al oír estas palabras de su guru, los ojos de Tiruvaraṅga se llenaron de lágrimas, y habló de nuevo, con la voz quebrada por el dolor: «¿Has decidido sin duda abandonar ahora este mundo?».
    Ālabandāra sonrió débilmente y contestó con suavidad: «¿Cómo es que un hombre tan sabio como tú se está lamentando por lo que es inevitable? ¿Todavía no entiendes que todo sucede sólo por el deseo del Señor Nārāyaṇa? Nosotros debemos sencillamente aceptar la misericordia que Él nos otorgue, abandonando las dualidades de la felicidad y la aflicción».
    En aquel momento, otros dos discípulos prometieron suicidarse tan pronto como Yāmunācārya abandonase el mundo. Esos dos discípulos eran Mahāpūrṇa y Tirukkotiyurpūrṇa.
    Otro discípulo, derramando lágrimas, gritó: «¿Dónde encontraremos refugio una vez hayas partido? ¿Quién, con sus dulces palabras, nos inspirará a actuar con gran devoción?».
    Yāmunācārya puso la mano sobre la cabeza de su discípulo, diciendo: «Hijo mío, no hay por qué estar en ansiedad, pues el Señor Raṅganātha está con vosotros. Él os ha dado refugio en el pasado, os está dando refugio ahora, y continuará protegiéndoos en el futuro. Siempre debéis ir a orar ante el Señor Raṅganātha, y también debéis ir a ver a Veṅkateśa a Tirupati, y a Varadarāja a Kāñcī. De esta forma, ¿cómo vais a quedar sin refugio?».
    Cuando Tiruvaraṅga preguntó si el cuerpo debía ser enterrado o quemado, Ālabandāra no contestó, porque su mente estaba absorta en los pies de loto del Señor Nārāyaṇa.

El Señor Raṅganātha salva a Sus devotos
   Al día siguiente había una procesión especial en Raṅgakṣetra, y la Deidad del Señor Raṅganātha salió del templo en un palanquín. Se había reunido una gran multitud, procedente de todos los pueblos de los alrededores, para ver pasar al Señor. Los discípulos de Yāmunācārya también estaban presentes. De repente, uno de los pūjarīs que estaban sirviendo al Señor cayó en trance, como si estuviese poseído. Dirigiéndose claramente a Mahāpūrṇa y a Tirukkotiyurpūrṇa dijo: «Abandonad vuestra idea de suicidaros. No lo apruebo».
    Tras este maravilloso acontecimiento, todos los discípulos volvieron rápidamente junto al lecho de Yāmunācārya para decirle lo que había sucedido. Él entonces les dio más instrucciones: «Suicidarse es un gran pecado y, para salvaros de semejante acto, el propio Señor Raṅganātha Se ha dirigido a vosotros. Así es Su ilimitada misericordia». Ālabandāra entonces guardó silencio. Con los ojos cerrados, parecía estar en profunda meditación. Después de un rato, habló de nuevo: «Ésta es mi instrucción final para todos vosotros. Ofreced flores a los pies de loto del Señor, y tratad siempre de seguir la orden del guru. Destruid todo vuestro ego falso sirviendo a los vaiṣṇavas». Entonces dejó a todos sus discípulos bajo el cuidado de Tiruvaraṅga, y guardó una vez más silencio.

Mahāpūrṇa es enviado a Kāñcī
  
Sin embargo, Yāmunācārya no dejó este mundo en esa ocasión, y, pocos días después, para sorpresa de todos, pareció recuperarse de su enfermedad. Salió del āśrama y tomó darśana del Señor Raṅganātha, tal como había hecho siempre. Todos se sentían inspirados al oírle hablar de nuevo acerca de las glorias del Señor Viṣṇu.
    Un día, dos brāhmaṇas de Kāñcīpuram, habiéndose enterado de su inminente partida de este mundo, llegaron para ver a Yāmunācārya. Se sorprendieron al encontrar al gran ācārya sentado y hablando sobre las Escrituras, aparentemente recuperado de su enfermedad. Cuando Yāmunācārya supo que los dos brāhmaṇas venían de Kāñcīpuram, inmediatamente les preguntó cómo estaba Rāmānuja. Ellos le dijeron que Rāmānuja había abandonado a Yādavaprakaśa y que ahora estaba estudiando las Escrituras por su cuenta. Yāmunācārya se sintió muy complacido al oír que el joven devoto estaba ahora libre de los peligros de escuchar la filosofía māyāvādī, y allí, en aquel momento, compuso ocho versos glorificando la misericordia del Señor hacía Sus devotos.
    Entonces se dirigió a Mahāpūrṇa, uno de sus discípulos más antiguos, y le dijo: «Por favor, ve a Kāñcī y trae aquí a Rāmānuja, porque tengo un gran deseo verle en compañía de los vaiṣṇavas». Mahāpūrṇa ofreció reverencias a los pies de su guru, y ese mismo día partió con el fin de llevar a cabo su orden.

Partida de Yāmunācārya

   Pocos días después de que Mahāpūrṇa iniciara su viaje, el cuerpo de Ālabandāra fue afligido de nuevo por la enfermedad. A pesar del intenso dolor que tenía que experimentar, tomó su baño y fue al templo para ver al Señor Raṅganātha, el Señor de su corazón. Tomó un poco de mahā-prasāda y regresó al āśrama, donde pidió que avisaran a todos sus discípulos casados que fueran a verle.
    Ante todo, con un sentimiento de gran humildad, les pidió perdón por todas las ofensas que pudiera haber cometido contra ellos. Entonces les pidió que cuidasen de los discípulos brahmacārīs y sannyāsīs que estaban viviendo en el āśrama. Finalmente, Yāmunācārya dio una última instrucción a sus discípulos casados: «Cada día debéis levantaros temprano e ir al templo a adorar al Señor Raṅganātha y oler las flores ofrecidas a Sus pies de loto. De esta forma, vuestra mente e inteligencia se purificarán, y os volveréis firmes en vuestra devoción por el Señor Nārāyaṇa. Además, debéis estar dedicados siempre a vuestro maestro espiritual y ser cuidadosos al servir a los huéspedes».
    Cuando los discípulos casados se fueron, Ālabandāra se sentó en la posición del loto y concentró su mente en los pies del Señor Hari. Los discípulos que quedaban comenzaron a cantar juntos el santo nombre del Señor Nārāyaṇa, acompañándose con los dulces sonidos de flautas y otros instrumentos. A medida que Yāmunācārya se iba sumergiendo cada vez más profundamente en su meditación en la Suprema Personalidad de Dios, por sus mejillas caían lágrimas de éxtasis, y su cuerpo comenzó a temblar. En ese plano extático de amor devocional, el gran ācārya abandonó su cuerpo y regresó a los pies de loto del Señor Supremo, su eterno y amado Amo.
    Inmediatamente, el kīrtana se detuvo, y muchos de los discípulos comenzaron a llorar, lamentándose, mientras otros se desmayaban y caían inconscientes al suelo. Después de algún tiempo, los sannyāsīs y el hijo de Yāmunācārya, Pūrṇa, se reunieron y comenzaron a hacer los preparativos para la ceremonia del funeral. El cuerpo fue lavado y vestido con ropas nuevas, antes de ser puesto en un palanquín decorado. Entonces, en una lenta procesión, llevaron el palanquín hacia las orillas del río Kaverī, seguidos por la mayor parte de los habitantes de Śrī Raṅgam. Allí, en medio de una gran lamentación, el cuerpo del devoto puro fue enterrado, como es costumbre para aquellos que han alcanzado la etapa perfecta de servicio devocional.

Encuentro con Mahāpūrṇa

   Mientras tanto, siguiendo la orden de su guru, Mahāpūrṇa viajó hacia Kāñcīpuram, y llegó allí después de viajar constantemente durante cuatro días. Inmediatamente fue al templo para ver al Señor, y, al salir, se encontró con Kāñcīpūrṇa, quien le invitó a pasar la noche en su āśrama. Los dos devotos pasaron la noche hablando acerca del Señor.
    Por la mañana temprano, fueron juntos hacia el pozo sagrado, y, al ir hacia allí, vieron a Rāmānuja venir con una jarra de agua sobre sus hombros, cumpliendo su servicio diario para el Señor Varadarāja. Kāñcīpūrṇa dijo: «Ahora debo dejarte para adorar al Señor en el templo. Aquí está Rāmānuja; ve y revélale tus intenciones».
    Mahāpūrṇa se sentía muy feliz de ver a aquel joven y refulgente devoto caminando hacia él, tan puro y libre de los vicios de este mundo. Instintivamente, comenzó a cantar las oraciones del Stotra-ratna de Yāmunācārya. Al oír aquellos hermosos himnos en alabanza al Señor Nārāyaṇa cantados por una voz tan dulce, Rāmānuja guardó silencio, escuchando atentamente los versos. Entonces se acercó a Mahāpūrṇa y le preguntó: «Señor, ¿quién ha compuesto esos maravillosos versos, que alaban con tanta dulzura las cualidades del Señor Supremo? Por escuchar tu canto, esta mañana siento que mi corazón se ha elevado».
    «Estos versos han sido compuestos por mi maestro espiritual, el venerable Yāmunācārya», contestó  Mahāpūrṇa.
    Rāmānuja se sintió muy complacido al oír el nombre del famoso devoto, pero entonces preguntó, con una voz teñida de preocupación: «He oído decir que el gran Ālabandāra estaba enfermo. ¿Se ha recuperado? ¿Cuándo estuviste en su presencia por última vez?».
    «Hace cinco días que dejé a mi guru-māhāraja —respondió Mahāpūrṇa—, y en aquel momento acababa de recuperarse de su enfermedad».
    Rāmānuja se sintió aliviado al oír aquellas noticias, y, ansioso de estar en compañía del santo Mahāpūrṇa, le invitó a quedarse en su casa. Entonces Mahāpūrṇa le explicó el propósito de su venida a Kāñcīpuram: «He venido a esta ciudad santa a pedido de la gran alma Yāmunācārya con el único propósito de verte y pedirte, en su nombre, que vengas a Raṅgakṣetra, para que así podamos tenerte con nosotros».
    A Rāmānuja le costaba creer que un devoto tan excelso fuese consciente de su existencia, y que estuviese deseoso de verle. Sin embargo, Mahāpūrṇa se lo aseguró, diciéndole: «Mi maestro desea verte, y es sólo por eso que he venido hasta aquí. Su salud ha desmejorado mucho debido a la enfermedad, y, aunque ahora parece estar un poco mejor, pienso que, si quieres satisfacer su deseo, debemos partir inmediatamente».
    Rāmānuja estaba tan complacido por estas inesperadas noticias, que sólo pudo atribuir su buena fortuna a la misericordia del Señor Varadarāja. Lleno de excitación, dijo a Mahāpūrṇa: «Por favor, espera aquí un momento hasta que lleve esta agua al templo y pida permiso al Señor para ir».
    Tras decir esto, se apresuró hacia el templo. Poco después, volvió, dispuesto a comenzar el viaje. Mahāpūrṇa le dijo: «¿Qué va a pasar con tu familia? ¿No deberías antes informarles de tus intenciones?».
    «La obediencia a la orden del guru es más importante que cualquier otra consideración de la vida familiar —contestó Rāmānuja—. Partamos enseguida, pues siento un gran deseo de ver a Śrī Yāmunācārya».

Llegada a Śrī Raṅgam
   Así pues, comenzaron su viaje hacia el sur, en dirección a la ciudad santa de Śrī Raṅgam. Cada tarde paraban en la casa de algún devoto brāhmaṇa piadoso para pasar la noche, y durante el día viajaban lo más aprisa que podían. De esta forma, en cuatro días llegaron al río Kaverī, e inmediatamente lo cruzaron para entrar en Śrī Raṅgam. Tenían la intención de ir directamente al āśrama de Yāmunācārya, que estaba muy cerca del templo del Señor Raṅganātha, pero se encontraron el camino bloqueado por una gran multitud de gente. Cuando Mahāpūrṇa preguntó a que se debía aquella gran asamblea, un hombre le respondió: «Señor, ¿qué le puedo decir? La tierra ha perdido su más valiosa gema, pues Mahātma Ālabandāra ha regresado a la morada del Señor».
    Al oír estas palabras, Rāmānuja inmediatamente se desmayó y cayó al suelo inconsciente, mientras Mahāpūrṇa lloraba lleno de angustia, golpeándose la frente con las palmas de las manos. Después de algún tiempo, Mahāpūrṇa se recuperó, y, viendo que Rāmānuja aún yacía inconsciente en el suelo, fue a buscar agua y le roció la cara. Cuando Rāmānuja abrió lentamente los ojos, oyó estas palabras de consuelo: «No estés abrumado por el dolor, porque podemos estar seguros de que todo sucede por la voluntad del Señor Nārāyaṇa. Ahora, vamos a ver esa forma pura, antes de que sea enterrada».

Los tres votos de Rāmānuja
   Rāmānuja siguió a Mahāpūrṇa hasta las orillas del Kaverī. Cuando vieron el cuerpo de Yāmunācārya, Mahāpūrṇa cayó a sus pies,bañándolos con sus lágrimas, mientras Rāmānuja permanecía de pie, contemplando al gran vaiṣṇava. Aunque el aire vital había abandonado el cuerpo, el rostro de Ālabandāra seguía todavía sereno, sin que le afectara la sombra de la muerte. Rāmānuja permaneció allí, transfigurado, mirando a la cara del gran devoto como si estuviese en trance. Súbitamente, la multitud quedó en silencio y se volvió hacia Rāmānuja, porque parecía que él era capaz de trascender las barreras de la muerte y estar plenamente en presencia de Yāmunācārya.
    Después de un rato, Rāmānuja dijo: «Puedo ver que tres de los dedos de la mano derecha de Ālabandāra están doblados y fuertemente rígidos. ¿Estaban así cuando vivía?».
    Los discípulos que estaban cerca de él respondieron: «No, sus dedos solían estar rectos. No podemos imaginar por qué ahora están así».
El último de los dedos de Yāmunācārya
se relajó y quedó recto.
    Entonces Rāmānuja declaró en voz alta: «Permaneciendo fijo en la devoción al Señor Viṣṇu, yo liberaré a la gente de la ilusión, propagando las glorias del Señor por toda la Tierra». Cuando estas palabras salieron de su boca, uno de los dedos se relajó y quedó recto.
    Rāmānuja habló de nuevo, diciendo: «Para establecer que no hay verdad alguna más allá del Señor Viṣṇu, escribiré el comentario Śrī-bhaṣya sobre el Vedanta-sūtra». En aquel momento, el segundo de los dedos de Yāmunācārya se enderezó.
    Rāmānuja declaró entonces: «Para mostrar respeto por el sabio Parāśara, quien ha explicado de un modo tan maravilloso las glorias del Señor en el Viṣṇu Puraṇa, yo daré su nombre a un erudito vaiṣṇava». Con esta afirmación final, el último de los dedos de Yāmunācārya se relajó y quedó recto.

    Al ver aquello tan maravilloso, todo el mundo se llenó de asombro. Ahora podían comprender que los tres dedos firmemente cerrados de Yāmunācārya representaban sus tres deseos no cumplidos, es decir, predicar las glorias del Señor por toda la India, compilar un comentario vaiṣṇava completo sobre el Vedanta-sūtra que contrarrestase las doctrinas ateas de los impersonalistas, y honrar al sabio Parāśara dándole su nombre a uno de sus discípulos. Ahora, las declaraciones de Rāmānuja confirmaban que él completaría el trabajo que Ālabandāra había comenzado.

Regreso a Kāñcī

   Antes de que el cuerpo fuese enterrado en la tumba samadhi a orillas del Kaverī, Rāmānuja había dejado Śrī Raṅgam para regresar a Kāñcīpuram. Los discípulos de Yāmunācārya le pidieron que recibiese el darśan del Señor Raṅganātha, pero él rehusó, diciendo: «No deseo ver esa cruel forma del Señor, que no satisfizo mi más íntimo deseo y se ha llevado al señor de mi corazón». Entonces, partió sin decir ni una palabra más a nadie.
    Desde aquel día, la personalidad de Rāmānuja cambió, y se volvió más grave y serio. Ahora era incluso más reacio a pasar tiempo en compañía de los no devotos. Pasaba en solitario largos períodos, estudiando las Escrituras, y sólo encontraba verdadera felicidad en la compañía de Kāñcīpūrṇa.


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