El temible Rāvaṇa había conseguido alejar a Sītā del Señor Rāma,
concretando el horrendo plan maquinado. Al no encontrar a Sītā, Rāma corrió por
el bosque lamentándose mientras la llamaba y preguntaba si alguien conocía su
paradero. Lakṣmaṇa había cometido un error al desobedecer la orden de su
hermano. Avergonzado por su error, Lakṣmaṇa mantenía la cabeza gacha. Tal era
la tristeza de todos por el rapto de Sītā, que hasta los animales del bosque
estaban apesadumbrados.
Mientras tanto, Rāvaṇa voló por encima del océano y cargó a Sītā hasta
su reino llamado Laṅkā, donde la dejó prisionera en un pequeño bosque. Allá, Sītā
era vigilada por varias demonias. Rāvaṇa no se atrevía a tratar de aprovecharse
de Sītā por la fuerza, puesto que había recibido una advertencia: si
trataba de violar a alguna mujer encontraría la muerte de inmediato. Aun así,
debido a que era presuntuoso de verdad, estaba despreocupado y pensaba que
conquistaría el corazón de Sītā con su encanto masculino…
Rāma y Lakṣmaṇa encontraron al pájaro Jaṭāyu tirado en el suelo, herido
muy gravemente.
Con los últimos suspiros de vida que le restaban, Jaṭāyu contó a los
hermanos que el demonio se había llevado a Sītā en dirección al océano. Rāma y Lakṣmaṇa,
entonces, se encaminaron por el bosque rumbo al mar. En el camino, los dos
príncipes se encontraron con un temible monstruo. Su apariencia era horrenda:
era gigantesco, poseía un único ojo, y no tenía cuello. Aquella existencia
terrible, sin embargo, estaba cerca de su fin. Una vez muerto por el Señor, el alma
del monstruo se libró de aquel cuerpo despreciable y subió en dirección a los
planetas celestiales, donde residía previamente. Su nombre era Kadamba. Muy
agradecido, le dijo a Rāma mientras ascendía luminoso a los cielos: “Pedid el
auxilio de los grandes monos liderados por el rey Sugrīva. Ellos seguramente
pueden ayudaros”.
Rāma estaba muy abatido por el rapto de Sītā, la única mujer que amó y
amaría como esposa por toda Su vida. A pesar de la inmensa tristeza que
experimentaba, siguió con el apoyo de Lakṣmaṇa en busca del rey mono.
Cuando los dos hermanos se acercaron a la caverna donde vivía Sugrīva,
este los avistó de lejos. Ambos hermanos parecían residentes de los planetas
celestiales, pero la espada de metal azul en la cintura del Señor Rāma y Su
formidable arco apoyado en el hombro preocuparon a Sugrīva. Entonces subió a
una parte alta de la montaña para observar a los dos hermanos. Para esa
inspección, Sugrīva llevó consigo a sus monos consejeros. Luego de estudiar a
los príncipes por un tiempo desde lejos, Sugrīva decidió enviar a Hanumān para
descubrir el motivo de su visita. Hanumān se disfrazó de ser humano y se acercó
a ellos con más seguridad —Hanumān tenía muchos poderes místicos, puesto que
era hijo del gran semidiós Vayu. Hanumān les preguntó de dónde venían, y Lakṣmaṇa contó al magnífico mono su historia. Cerca de Rāma, Hanumān sentía que su amor por
Dios crecía como nunca antes lo había hecho. Sentía como si fuera siervo de
aquel rey Rāma desde hacía muchísimo tiempo. En verdad, esto era verdad, pues Rāma
es el Dios Supremo y Hanumān, como un alma pura, es Su siervo eterno.
Hanumān, ya en su forma de mono, se inclinó a los pies de Rāma.
Presentó a Rāma y a Lakṣmaṇa al rey Sugrīva, y
así se formó una gran amistad. Sugrīva aceptó ayudar a Rāma a rescatar a Sītā,
y Rāma también Se dispuso a servir como pudiese.
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