El arco era mágicamente pesado. En efecto, era tan pesado que se
necesitaban trescientos hombres para empujar la caja en la cual estaba
guardado. El rey Janaka sabía cuán especial era su hija Sītā, de ahí que el
desafío fuera tan arduo. Hasta aquel día, nadie había podido siquiera levantar
el arco. Nadie excepto la propia Sītā, quien cierta vez fue vista levantando el
arco despreocupadamente para limpiar el polvo debajo de él…
En aquella ceremonia del desafío de levantar el arco y encordarlo,
muchos fracasaron, algunos de manera vergonzosa. Por fin, Rāma se encaminó
hacia el arco. Y, sin ningún esfuerzo, levantó el arco, para sorpresa del
público. Y no solo lo levantó sin dificultad, sino que lo dobló tanto para
colocarle la cuerda que el arma se partió al medio.
El gran estallido producido por la rotura del arco hizo que todos en la
asamblea cayeran hacia atrás. Sītā, muy feliz por el esposo que acababa de
obtener su mano, exhibió su felicidad obsequiándole a Rāma una guirnalda de
flores frescas.
También se seleccionaron esposas para Lakṣmaṇa y los otros dos hijos del
rey Daśaratha. Un bello casamiento con ceremonia de fuego se organizó para las
cuatro parejas.
Rāma es la Suprema Personalidad de Dios, y Sītā es la Diosa de la
Fortuna, el aspecto femenino de Dios. Ellos parecían casarse en aquel evento
pero, en verdad, la relación entre ambos es eterna.
Ya casado, el Señor Rāmacandra regresó con todos para Su reino, Ayodhyā,
donde los días pasaron alegremente. El rey Daśaratha, ya anciano, decidió
retirarse de las obligaciones reales y transferir la corona a Rāma, dado que
este portaba todas las cualidades de un líder perfecto: virtuoso, justo,
autocontrolado, preocupado por el bienestar ajeno. La ciudad se regocijó por la
noticia e hizo preparativos para el gran festival.
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