11. No somos doctor-dāsa sino Kṛṣṇa-dāsa

Había muchos inconvenientes a los que Prabhupāda debía hacer frente debi­do a su edad avanzada y a las enfermedades, pe­ro nunca fue afectado en su pura conciencia de Kṛṣṇa. Incluso externamente, con frecuencia rehusaba a ceder a los dictados de sus males, diagnosticados como diabetes, mala digestión y muchos otros. Él o sus seguidores hacían venir doctores, pero él rara vez tomaba sus recetas o seguía sus regímenes alimenticios. No era lo que se puede llamar un buen paciente.
Cuando se encontraba en Nueva York un médico alópata de la India lo visitó y le dejó sobre el escritorio medicinas y antibióticos; Prabhupāda fue cortés y agradable. Pero su sir­viente Hari-śauri estaba dudoso.
—¿De verdad va a tomar esas medicinas? —le pre­guntó.
Prabhupāda dio unas palmaditas sobre las pastillas y dijo, sin comprometerse: —Ya vere­mos—. Pero nunca las tomó. Los de­votos empezaron a pensar que Śrīla Prabhupāda consultaba a los médicos sólo para comprometerlos en servicio devocional.
Se rebelaba contra las severidades en su dieta, aun cuando estaba bastante enfermo. En la India, un kavirāja (médico ayurvédico) instruyó que Prabhupāda no podía comer arroz, papas, azúcar y ciertas frutas. Cuando Prabhupāda llamó a su cocinera en Vṛndāvana, Daivīśakti-devī dāsī, y le pidió que hiciese punjāb bolī, (un sabjī picante de papas) ella le recordó respetuosamente: —Pe­ro Prabhupāda, usted no puede comer papas—. Prabhupāda lo soportó por varios días y luego echó abajo la orden. Exigió su antigua comida de arroz, dāl, capātīs y sabjī. En esa ocasión otro de sus bien intencionados sirvientes, Upendra, intervino: —Prabhupāda, el doctor prescribió que no comiera todas estas cosas. Se va a enfer­mar.
Prabhupāda contestó: —No somos doctor-dāsa sino kṛṣṇa-dāsa—. Así que a partir de entonces reanudó su dieta normal.
En Māyāpura, su cocinera Pālikā-devī dāsī intentó una disciplina aun más estricta, basada en las instrucciones de un famoso kavirāja de Calcuta. En este caso, Prabhupāda debía seguir un horario complicado por el cual to­maría pastillas, comería y bebería sólo a ciertas horas. Eso fue en el año 1977, cuando Prabhupāda estaba tan enfermo que rara vez ba­jaba al templo para dar clases, ni pa­ra una caminata matutina. Una tarde, Änakadundubhi dāsa —desconocien­do el ajustado horario de Prabhupāda para comer y beber— le trajo, como de costumbre, un dob (agua de coco) para beber. A pesar de que Prabhupāda sabía muy bien que no de­bía tomar nada a esa hora, aceptó el dob cal­madamente y lo vació en su taza. Pero justo cuando empezaba a beberlo, Pālikā llegó y lo amonestó: —Śrīla Prabhupāda, usted no debía tomar nada...
Prabhupāda se volvió desafiante: —¿Quién lo dijo?—, e inmediata­mente se tomó toda la taza de jugo, aunque normalmente su costumbre era sorberlo lentamen­te. Y exclamó:           —¡Toda mi vida he hecho lo que he querido!
Entrevistas con Daivīśakti-devī dāsī,
Rādhāvallabha dāsa y Änakadundubhi dāsa


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