Sus reliquias personales
Una vez, después de que fue rapado por su sirviente, Prabhupāda advirtió
que éste se guardaba diminutos mechones de cabello gris. —¿Qué haces con eso?
—le preguntó. El sirviente le contestó que los guardaba como remanentes.
Prabhupāda dijo: —Eso es muci
[sucio]. El pelo es muci—. Cuando el
sirviente insistió en que los discípulos lo adoraban, Prabhupāda se rió y dijo:
—Está bien.
Cuando recibía como regalo suéteres extra, los conservaba durante un
rato en sus envoltorios y después, personalmente, los regalaba. Regaló anillos
de oro, dando, en cierta ocasión, uno a su sirviente y otro a la esposa de éste
cuando se casaron. Usaba relojes y bolsas de japa, y luego los regalaba. Poco a poco lo iba dando todo, y
siempre recibió más. Lo que le diésemos lo convertía en su caridad para los
demás, mientras los artículos de uso personal que tenía eran muy pocos.
Los
remanentes de su alimento
Le gustaba dar prasāda de su
propia mano, y a todos les gustaba recibirlo. No era alimento sin más; incluía
las bendiciones del bhakti, la
esencia del servicio devocional. Śrīla Prabhupāda daba prasāda feliz, calmadamente y sin discriminación. Cuando lo daba a
los niños, estos apreciaban su sabor dulce, en forma de galletas o pasteles,
pero también les gustaba como un trato especial de Prabhupāda, que se sentaba
en el vyāsāsana inclinándose hacia
ellos. A las madres les gustaba porque era una infrecuente oportunidad de
acercarse y extender sus manos ante Prabhupāda. Se sentían satisfechas y
castas. Y los fornidos hombres se adelantaban mirando como niños, a veces
forcejeando unos con otros para conseguir la misericordia de Prabhupāda. Para
Prabhupāda, esto era serio e importante, y solía supervisarlo personalmente,
asegurándose siempre de que hubiese preparado un gran plato para que él lo
distribuyera. En el Śrīmad-Bhāgavatam escribió: «Un
sacrificio védico no está completo sin distribución de prasāda». Aunque hoy día la distribución de prasāda en el movimiento de conciencia de Kṛṣṇa se hace a gran
escala, tal como Prabhupāda lo deseaba, todo empezó de su propia mano, cuando
él lo repartía pieza a pieza. «Vengan —decía— tomen prasāda». El afortunado receptor debía extender su mano derecha, la
palma hacia arriba, y Prabhupāda le entregaba, a él o a ella, una porción de
comida. Esto satisfacía completamente la mente, el cuerpo y el alma.
Seleccionando las piezas del plato con sus hábiles manos y sus finos dedos, las
repartía. En Bombay y Bhubaneswara, él sabía que los niños venían más que nada
porque sus barrigas estaban hambrientas, y también tomó medidas para distribuir
miles de platos llenos de kichrī en Māyāpura.
En Estados Unidos introdujo deliciosas «fiestas del amor», enseñando a los
occidentales el arte de cocinar y comer. De este modo, toda la distribución de prasāda se remonta al simple acto
iniciado por Śrīla Prabhupāda de ofrecer sus remanentes. Ningún invitado podía
dejar su habitación sin prasāda,
incluso un espectador hostil. —Acérquese, por favor, tome.
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