Mientras vivía en Māyāpura, la rutina de Śrīla Prabhupāda era interrumpida por visitas y noticias de los varios frentes de su campaña mundial contra māyā. Momentos particularmente bienvenidos se daban cuando Prabhupāda recibía copias por adelantado de sus libros. Pero, cuando recibió una copia del tercer volumen del Sexto Canto del Śrīmad-Bhāgavatam con su cubierta ilustrando a Śrī Saṅkarṣaṇa recibiendo adoración de Citraketu y los cuatro Kumāras, Prabhupāda la miró sólo brevemente y después siguió con su rutina. Subió a la azotea, donde se sentó al sol en una esterilla de paja. Su sirviente le dio masaje allí con aceite de mostaza; después Prabhupāda se bañó, tomó prasāda y descansó durante una hora en su habitación del piso superior. Siguiendo su hábito regular, bajó de su habitación a la azotea a las cuatro de la tarde, y recibió invitados en la sala de estar principal, en el segundo piso.
Änakadundubhi dāsa tenía un pequeño papel que jugar en la rutina diaria
de Śrīla Prabhupāda, ya que cada tarde llevaba una guirnalda fresca de flores y
aplicaba pasta de sándalo en la frente de Prabhupāda. El día que llegó el Sexto
Canto del Bhāgavatam, Prabhupāda lo
tomó de nuevo cuando bajó a su habitación. Mientras su discípulo esperaba de
pie con la guirnalda y la pasta de sándalo, Prabhupāda empezó a examinar el
libro como solía hacerlo, mirando primero las ilustraciones. Prabhupāda de
pronto se percató de Anakadundubhi y le indicó con una mirada que podía
acercarse y ponerle la guirnalda y la pasta. Y Prabhupāda continuó mirando el
libro.
—¿Quién ha pintado esto? —preguntó Prabhupāda al ver la pintura de Śrī
Saṅkarṣaṇa.
—Y ésta ¿quién la pintó? —preguntó Prabhupāda.
—Ésa es de Raṇcora dāsa —dijo Anakadundubhi. Prabhupāda empezó entonces
a citar de la Brahma-saṁhitā:
yasyaika-niśvasita
kālam athāvalambya
jīvanti loma-vilajā jagad-aṇḍa-nāthāḥ
viṣṇur mahān
sa iha yasya kalā-viśeṣo
govindam ādi-puruṣaṁ tam ahaṁ bhajāmi
Prabhupāda iba a pasar a la siguiente ilustración, cuando de improviso
de su frente cayó una gota de pasta de sándalo en la página del Bhāgavatam. Anakadundubhi quedó
espantado, esperando que Prabhupāda lo reprendiese por haber hecho la pasta tan
diluida que había goteado en el libro. Pero Prabhupāda sólo la tocó con la uña
del pulgar y preguntó: —¿Qué es esto?—. Anakadundubhi le explicó, pero Prabhupāda
no dijo nada. Comúnmente, la pasta demasiado líquida hubiera sido bastante para
provocar una palabra de reprimenda de Śrīla Prabhupāda, pero él estaba tan
embebido en el Bhāgavatam que
continuó su examen del libro, pasando por alto la mancha de sándalo que ahora
adornaba la página.
Entrevista con Anakadundubhi dāsa
Un lector
podría preguntar: «¿Qué sentido tiene esta anécdota?». El punto puede
establecerse de la siguiente manera: Śrīla Prabhupāda estaba tan absorto en
apreciar el volumen recién publicado del Bhāgavatam que disculpó una
discrepancia provocada por su sirviente, y disculpó también que el libro
hubiera sido manchado; es un retrato de Prabhupāda en concentración extática.
Pero, buscando justificar esta y otras anécdotas, me gustaría decir que el
verdadero punto de la anécdota es su atractivo y el hecho de que nos da una
imagen de la vida de Prabhupāda. Todo lo que nos permita introducirnos
íntimamente en la presencia de Prabhupāda es de por sí completamente digno de
ser oído; el mandamiento védico se mezcla con la presentación personal de
Prabhupāda del mandamiento. En otras palabras, él corporifica el mandamiento
védico con su propia actividad. Investigando en la literatura inglesa para
encontrar precedentes de libros de anécdotas, encontré un interesante ensayo: Disertación
sobre las Anécdotas de Isaac D’Israeli,
un autor del siglo dieciocho. Su apreciación de la fuerza única de la anécdotas
puede aplicarse perfectamente en el caso de los pasatiempos de Prabhupāda.
D’Israeli escribe que aunque es posible que a veces los escritores de anécdotas
relaten incidentes demasiado diminutos y triviales al describir a una persona
histórica, si la persona es realmente grande, incluso muchos de sus mínimos
actos son siempre muy iluminativos y dignos de atención.
«Por mi
parte —escribe— estaré encantado de disponer de una buena vida de Homero, o
Platón, Horacio o Virgilio, y sus iguales. En estos casos los detalles más
pequeños no dejarán de interesarme». (Sin embargo dice que no está interesado
ni siquiera en los hechos más importantes de las vidas de personas que en
realidad carecen de grandeza.) En nuestro caso, escribiendo de Śrīla Prabhupāda,
confiamos en que su estatura es de las más altas, ya sea considerado humana o
espiritualmente, y de esta manera, debemos confiar que si contamos bien
cualquier anécdota sobre Prabhupāda, esta será valiosa. Ya he dicho en el
prefacio a la primera parte, sin embargo, que tales consideraciones de etiqueta
deben aplicarse al describir al maestro espiritual. Y cuando he seguido
adelante y he contado una anécdota que posiblemente esté mal construida, he
intentado explicarla más completamente en estas notas. Antes de dejar el
discurso de D’Israeli sobre las anécdotas, me gustaría exponer un poco más de
sus citas para ayudarnos a apreciar más el beneficio de leer sobre Prabhupāda
valiéndonos del medio anecdótico. Aunque estas reflexiones de un hombre de
letras del siglo dieciocho no tenían la intención de referirse exclusivamente a
las descripciones de un devoto puro del Señor, podemos felizmente valernos de
ellas si a la hora de meditar pensamos en las anécdotas sobre Śrīla Prabhupāda.
«Un lector
inteligente descubre frecuentemente (gracias a las anécdotas) trazos que
parecían ocultos. No percibe estos toques casi imperceptibles en los amplios
lienzos de la historia, sino en esos retratitos que a veces llegan a la
posteridad. Adquiere más conocimiento de los individuos por medio de memorias
que por la historia. En la historia hay majestuosidad, que nos mantiene
distantes de los grandes hombres; en las memorias hay familiaridad, que nos
invita a acercarnos a ellos. En la historia nos vemos sólo como uno que se
añade a la multitud para verlos pasar; en las memorias somos como espías
ocultos que se detienen en cada detallito y toman nota de cada pequeña
expresión. Una anécdota bien elegida frecuentemente revela un carácter más
felizmente que una elaborada delineación, tal como una simple ojeada a veces
nos descubrirá lo que, a plena luz, se nos había escapado.
Por eso, no
podemos acumular un número demasiado grande de tales hechos pequeños. Sólo
mentes irreflexivas se lamentan de que recojamos tantas anécdotas. ¿Por qué el
conocimiento humano es imperfecto, y no dispone de años suficientes para
permitirnos estudiar la infinita naturaleza? La naturaleza humana, como una
gran máquina, no se puede entender mirando su superficie, sino adentrándonos en
sus diminutos resortes y ruedecitas. Que no se nos diga más que las anécdotas
son objetos pequeños para mentes pequeñas».
Isaac D’Israeli
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