Śrīla Prabhupāda Uvāca 42
4
de abril de 1972, Zurique, Suiza
Tras salir
de Saint Moritz, pasamos un día en un hotel exclusivo con vista al Rin, en
Zurich. Śrīla Prabhupāda tenía una habitación y sus acompañantes estaban
juntos, en la habitación contigua a la suya. No eran habitaciones adyacentes.
Cuando llegaba la hora de su masaje, yo debía entrar a su habitación para
ponerme mi gumsa, para no caminar por el pasillo con ella. Al terminar de darle
el masaje, dejé sin querer mi bolsita de cuentas en su habitación.
Las
cuentas de la japa no eran el juego
en el que Śrīla Prabhupāda había cantado dos años atrás. Lamentablemente, las
perdí en Nueva Vṛndāvana. Consideré el pedirle a Śrīla Prabhupāda que cantara
en otro juego de cuentas para mí, pero no quería admitir lo descuidado que
había sido. Mi bolsita de cuentas era prasādam
dado por Su Divina Gracia. Para mi encanto, al regresar a la habitación de Śrīla
Prabhupāda, observé su mano en mi bolsita. Por la siguiente media hora, me
senté y observé con gozo mientras él cantaba en mis cuentas. Nuevamente Śrīla Prabhupāda
había cumplido mi deseo sin que yo se lo pidiera. Esperé hasta que depositó mi
bolsita y llevé mis cuentas recién santificadas a nuestras habitaciones. Referí
extasiado a los demás, el beneficio del milagro que acababa de ocurrir.
De Zurich
nos dirigimos a Saint Moritz en un lujoso tren. Ibamos en el tren, Śrīla Prabhupāda,
yo mismo y un joven brahmacārī
llamado Jai Hari. Los demás devotos tenían que atender otras ocupaciones
inversionistas. El tren circulaba a través de los Alpes. Era magnífico.
Siguiendo el paisaje de la nieve que cubría las montañas, el tren hacía su
recorrido constante, en diferentes direcciones. El imponente escenario, tan
inspirador, concitó la plena atención de Jai Hari y la mía. Śrīla Prabhupāda,
sentado, cantaba tranquilo mientras nosotros nos señalábamos los diferentes
paisajes, completamente ajenos a nuestro Guía Espiritual sentado a nuestro
lado.
Interrumpiendo
nuestra meditación, Śrīla Prabhupāda dijo con calma, “¿Cómo se llama este
sitio?”. Encantado de tener una oportunidad de responder una pregunta tan
simple, dije rápidamente, “¡Saint Moritz, Śrīla Prabhupāda, Saint Moritz!”. El
respondió de inmediato, “Puede que se llame Saint Moritz, yo lo llamo San
Infierno. Este lugar es infernal. Aquí no hay vida en ninguna parte,
simplemente ramas de árboles y nieve. No hay una cosa viviente en millas”.
Śrīla Prabhupāda
había convertido efectivamente nuestra ilusión en una oportunidad instructiva
para dos de sus fluctuantes discípulos. Jai Hari y yo pasamos el resto del
viaje con nuestras cabezas gachas, cantando y oyendo en paz la vibración sonora
trascendental del Māhā Mantra, tal como Śrīla Prabhupāda deseaba. Estar con Śrīla
Prabhupāda era la posición más afortunada. Si ustedes siguen su ejemplo, han de
saber que están correctamente situados.
Al hacerle
una pregunta, la respuesta que se recibía era la verdad absoluta. El apaciguaba
a miles de discípulos regularmente, respondiendo a sus preguntas, aliviando sus
temores y ocupándolos en el servicio de Kṛṣṇa. Śrīla Prabhupāda, por favor,
libéreme de mi apego por las montañas de Māyā para que pueda oír sus amables y
gentiles instrucciones.
¡Jaya Śrīla
Prabhupāda!
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