Śrīla Prabhupāda Uvāca 96
Septiembre
de 1974; Vṛndāvana, India;
Kṛṣṇa
Balarāma Mandir
Para
alivio de todos, Śrīla Prabhupāda comenzó a recuperarse de su enfermedad. A
medida que su salud mejoraba, comenzó a pasar una hora por noche, sentado en
una silla debajo del árbol tamala, en
el jardín del templo, escuchando a sus discípulos dar clase. Él no se sentaba
con ellos, pero observaba la clase desde corta distancia. A veces disfrutaba
escuchando a sus discípulos mayores hablar, y otras veces lo oí criticar la
clase. Era un escucha muy atento. Recuerdo que al viajar con él, solía pedir a
un discípulo que hablara en su presencia. Mi corazón se detenía, temiendo que
me lo pidiera a mí. Estuve feliz al darme cuenta que Śrīla Prabhupāda conocía
mi falta de comprensión filosófica. Nunca me puso en esa situación.
Una noche,
el director del templo estaba dando una clase. Śrīla Prabhupāda estaba sentado
cómodamente en su silla y yo estaba sentado a sus pies, sobre el piso de
mármol. El discípulo de Śrīla Prabhupāda comenzó a hablar sobre la importancia
de seguir el programa del templo. Algunos de los devotos no estaban siguiendo
el programa muy estrictamente, y el director del templo estaba empleando la
clase como un medio para alentar a los devotos a ser más cuidadosos. Comenzó a
reprender a un devoto francés por no asistir a la clase de la mañana. Dijo, “No
importa si no entiendes inglés, es una vibración sonora trascendental”.
Continuó hablando de un modo rudo. Finalmente Śrīla Prabhupāda me dijo, “Dile
que deje de hablar ya. Ha estado hablando demasiado tiempo”. Transmití el
mensaje y el devoto dejó de hablar.
Unos pocos
días después, la clase transcurría de la misma manera, con el mismo director
del templo. Śrīla Prabhupāda me dijo, “Estas clases deberían ser de media hora.
De otro modo, nadie va a escuchar. El habla demasiado. Dile que media hora
solamente”. De inmediato fui hasta el orador y transmití el mensaje de Śrīla Prabhupāda.
No lo pregunté pero me pareció que no era la extensión de la clase lo que
molestaba a Su Divina Gracia, sino el hecho de que el orador estaba brindando
más un istagosti que una clase del śāstra. Observando la renuncia opulenta
de Śrīla Prabhupāda, se podía apreciar que una vez que Su Divina Gracia
brindaba una instrucción personal, él la daba por terminada. Nunca reelaboró un
punto ni minimizó a nadie. A él le interesaba entrenar a sus discípulos para
que avanzaran en la vida espiritual.
Cuando Śrīla
Prabhupāda se sentó en su silla en el prado una noche, y yo me senté en el
suelo de mármol cerca de sus gloriosos pies de loto, le pedí que elaborara una
declaración que había hecho en su sala de estar, ese día, anteriormente. Lo que
había dicho antes era, “Cuando los indios tocan mis pies, simplemente buscan
una bendición material. Por eso no permito que nadie toque mis pies porque
tendré que asumir sus reacciones pecaminosas y luego me enfermaré y eso causará
mayor debilidad”.
Al
sentarnos debajo del árbol tamala,
con la clase transcurriendo en primer plano, dije, “Śrīla Prabhupāda, cuando
sus discípulos tocan sus pies de loto, ellos están tratando de mostrar respeto.
No están interesados en el provecho material”. Él replicó, “Sí, eso está, pero
de todos modos tengo que sufrir. Aunque ellos no traten de acreditar algún
objetivo por tocar mis pies, de todos modos el maestro espiritual tiene que
sufrir por aceptar sus reacciones pecaminosas”. Se quedó en el prado un rato
más. Yo me senté a su lado, encantado de que se quedara con sus hijos
espirituales por algún tiempo más. Le interesaba mantenerse sano y no dejarnos
solos.
Śrīla Prabhupāda,
mi deseo es vivir en el pasado. Entiendo que sus pasatiempos en este planeta
son eternos y por eso sólo puedo estar con usted recordando siempre sus
hermosos pies de loto descansando suavemente en el piso del prado del Kṛṣṇa Balarāma
Mandira. Gracias por permitirme tocar sus pies a diario. Perdóneme por imponer
las reacciones de mi vida pecaminosa sobre usted. Por favor, no me aleje de
usted.
¡Dulces memorias!. Gracias por compartir.MVD
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