Durante 1977, estando Śrīla Prabhupāda en Vṛndāvana, Puṣkara dāsa estaba
también allí, pintando un cuadro. Puṣkara tenía la costumbre de pintar en el
balcón delantero de una habitación de la residencia. Había trabajado durante
mucho tiempo en una escena de Kṛṣṇa tocando la flauta y los pastorcillos de
vacas haciéndole ofrendas. Por fin consiguió una cita para ver a Śrīla Prabhupāda
y enseñarle la pintura. Prabhupāda la miró durante treinta o cuarenta segundos
sin decir nada. Puṣkara empezó a preocuparse. En ocasiones previas, Prabhupāda
había dicho de él que era experto y había hecho así mismo otros comentarios
felicitándolo.
Mirando a Puṣkara, Śrīla Prabhupāda preguntó: —¿Cuál es la idea?
—Bueno —balbuceó Puṣkara—, Kṛṣṇa está ahí, eh...
Ahora Puṣkara se estaba poniendo
muy nervioso; había adivinado que a Prabhupāda no le había gustado la
pintura. —Kṛṣṇa está tocando la flauta
junto al Yamunā.
—¿Y en qué libro aparece esa escena? —preguntó Prabhupāda. Entonces Puṣkara
se dio cuenta de que no había estado pensando en ningún tema de los libros.
—Pero, Prabhupāda —repuso—, los pasatiempos son ilimitados ¿no?
—Kṛṣṇa es ilimitado —afirmó Prabhupāda—. Tú no. Cíñete al libro.
—¿Está bien para publicarse? —preguntó Puṣkara. Prabhupāda no dijo que
no, pero no pareció muy contento.
Entrevista con Puṣkara dāsa
—¡Paren a ese hombre! ¡Deténganlo! —gritó Prabhupāda desde el balcón de
su residencia en Vṛndāvana. Un devoto salió corriendo y atrapó al hombre cuando
este ya se marchaba de la cocina. —¡Mira lo que tiene! —indicó Prabhupāda.
Tomaron el cādar del hombre y
encontraron que llevaba una gran bolsa de azúcar que había robado de la cocina.
Prabhupāda lo había visto todo desde su balcón y lo había atrapado.
Entrevista con Rūpa-vilāsa dāsa Adhikārī y Candrikā-devī dāsī
«Hoy —poco más de un año desde que me uní a Śrīla Prabhupāda—, he
cometido mi peor error. Por la mañana, como es usual, Śrīla Prabhupāda subió a
la azotea y pasó por su habitación a la terraza trasera para descansar al sol.
Lo dejé allí pensando que si necesitaba algo, tocaría la campana para llamar.
La campana estaba dentro de la habitación, pero —debido a mi corto cerebro—
cuando pasé por la habitación, al cerrar la puerta detrás de mí,
inconscientemente puse el pestillo. Algo más tarde vino un chico corriendo de
la residencia y gritó: —¡Śrīla Prabhupāda está encerrado en la azotea!—.
Inmediatamente me di cuenta de lo que había hecho y corrí escaleras arriba.
Cuando entré en la habitación, vi a Prabhupāda de pie esperando tras la puerta
mosquitero. Cuando abrí el pestillo de la puerta para dejarlo entrar del tejado
a la habitación, simplemente dijo: —¡Tú, rascal
[sinvergüenza]! Hace casi una hora que estoy aquí. Tienes el cerebro tan
dormido por tanto comer vorazmente y dormir—. Estaba muy enfadado, pero no
gritó, ya que no había necesidad. La ofensa era obvia y estúpida. Se había
despertado y no podía pasar, ni podía alcanzar la campana para llamarme, y
pasaron tres cuartos de hora antes de que pudiera atraer la atención de
alguien. Después, por la tarde, fui a pedirle disculpas por lo que había hecho,
y Śrīla Prabhupāda compasivamente me perdonó. Sin embargo me advirtió de nuevo
que tuviera más cuidado y prestara más atención a mi servicio. De otro modo le
causaría grandes inconveniencias.»
Diario de Hari-śauri dāsa
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