Las actividades de Śrīla Prabhupāda en las situaciones inusuales y a
veces extenuantes de viajar en avión, constituyen un līlā especial. A veces los devotos que acompañaban a Prabhupāda
sentían una aguda incomodidad al ver a su maestro espiritual en situaciones tan
inconvenientes. Por ejemplo, la costumbre de Śrīla Prabhupāda era comer solo,
mas esto no era posible en un avión. Y naturalmente, tenía que sentarse al
mismo nivel que sus discípulos y que los no devotos. Normalmente, después de
comer, les decía a sus discípulos que compartiesen entre ellos los remanentes.
A veces los devotos sentían que comer así, en presencia de Prabhupāda, era
quizá ofensivo, pero Prabhupāda siempre insistía en que ellos también
respetasen el prasāda. Se preocupaba
en ver que los devotos eran bien atendidos. En ocasiones, los pasajeros de los
asientos de enfrente observaban a los devotos comiendo y notaban que comían los
restos del plato de su maestro. Estas situaciones tenían su buen aspecto en el
sentido de que los devotos se veían forzados, por la presencia de Prabhupāda, a
permanecer en conciencia trascendental y a no ser afectados por las opiniones
mundanas de los karmīs.
En una ocasión, volando Śrīla Prabhupāda desde Venezuela, el único
alimento que llevaba con él era un poco de arroz inflado envuelto en papel de
aluminio. Cuando su sirviente le dijo a Śrīla Prabhupāda que esto era todo lo
que tenían y le preguntó si quería tomar algo de la cocina del avión, Prabhupāda
respondió: —No, tenemos nuestro prasāda.
Está bien.
El sirviente de Prabhupāda desenvolvió el papel de aluminio y lo colocó
sobre la mesita delante de Prabhupāda. Śrīla Prabhupāda comió más o menos la
mitad del arroz inflado y luego les pasó el resto a los dos discípulos junto a
él. Justamente cuando los devotos iban a compartir los remanentes, una azafata
pasó por el pasillo, miró la escena de Prabhupāda, metió la mano en el arroz
inflado, tomó un puñado y se lo comió. —¡Mmm, esto está muy bueno! —dijo inocentemente—, ¿qué es?—.
El sirviente de Prabhupāda respondió: —Es arroz inflado.
Śrīla Prabhupāda miró a la azafata y le sonrió. Ella a su vez le sonrió
a Prabhupāda, diciendo: —Está muy bueno.
—Me alegro de que le guste —dijo el sirviente de Prabhupāda.
—¿Van a querer algo más? —preguntó la azafata.
—Bueno, es que somos vegetarianos —explicó Śrutakīrti—. A menos que haya
fruta o algo por el estilo, no tomaremos nada.
—Oh, puedo ir a primera clase y traerles una cesta de frutas —dijo ella.
En pocos momentos regresó con una cesta de frutas, junto con cuchillos y vasos.
Preguntó si había algo más que ella pudiera traerles.
—Prabhupāda, ¿le gustaría un poco de leche? —preguntó Śrutakīrti.
—Sí —respondió Prabhupāda—, bien caliente.
Normalmente en un avión no es fácil conseguir una taza de leche
caliente. Pero en esta ocasión, la azafata estaba muy dispuesta, y al poco
tiempo regresó con la leche caliente. Todo había sucedido espontáneamente,
comenzando desde el momento en que la azafata tomó un poco de prasāda del plato de Prabhupāda. Los
devotos en el templo solían correr y abalanzarse por un poco del mahā-mahā-prasāda de Prabhupāda, mas
esta azafata había tomado espontáneamente un poco y se lo había comido, y
entonces se había sentido inspirada a rendir servicio a Śrīla Prabhupāda.
—Realmente eso fue algo digno de ver —comentó Śrutakīrti cuando se hubo
marchado la azafata.
—Es natural —dijo Śrīla Prabhupāda—. Las mujeres tienen la tendencia a
ser maternales.
Entrevista con Śrutakīrti dāsa
En otro vuelo, yendo de Japón a Hawai, Śrīla Prabhupāda quiso tener otro
intercambio con una azafata. Él estaba leyendo en una revista un artículo sobre
la liberación de la mujer. Con esto en mente, se volvió al devoto sentado junto
a él y le dijo: —Llama a la azafata. Dile que si quiere liberarse se tiene que
rapar la cabeza como nosotros, que entonces se liberará.
El devoto no podía creer que él quisiera realmente decir esto.
—Ve, ve —insistió Prabhupāda— llámala y gástale una broma. Dile que se
tiene que rapar.
Prabhupāda parecía hacer esta petición en serio y la repitió, pero el
devoto rehusó hacerlo.
Entrevista con Śrutakīrti dāsa
Cuando
leemos la anécdota del discípulo que rehusó gastarle una broma a la azafata a
pesar de la orden de Prabhupāda, quedamos decepcionados con ese discípulo. Sin
embargo, en un sentido más amplio, cada uno de nosotros frecuentemente es
puesto a prueba sobre si tiene la suficiente convicción para llevar a cabo las
instrucciones de Prabhupāda en ocasiones «increíbles». En los primeros días de
ISKCON en la Segunda
Avenida 26 de Nueva York, una vez Prabhupāda estaba en su
habitación dando bolsas de japa a los devotos. Explicó que las cuentas se
debían guardar en la bolsa de japa o
llevarlas alrededor del cuello. En cualesquiera de los dos casos uno podía
caminar por la calle y cantar Hare Kṛṣṇa. —Claro, si es que no les da vergüenza
—dijo Prabhupāda. Con este comentario, Prabhupāda dejó ver que era consciente
de que los occidentales que adoptan la conciencia de Kṛṣṇa tienen que hacer
acopio de todo su coraje para aparecer en público como devotos o para actuar en
la plataforma devocional frente a las diversas resistencias en el mundo
material. Prabhupāda escribe en el Śrīmad-Bhāgavatam:
El discípulo
debe aceptar las palabras del maestro espiritual sin titubeos. Cualquier cosa
que el padre o el maestro espiritual ordenen, debe aceptarse sin argumentos:
«Sí, señor». No debe haber ningún caso en que el discípulo diga: «Eso es
incorrecto. No lo puedo cumplir». Cuando dice eso, está caído.
Śrīmad-Bhāgavatam 3.24.13
Así pues,
¿qué pasa si una azafata se ríe de nosotros o se enfada con nosotros? ¿Y qué si
a todo el mundo material le desagrada el hecho de que nos hayamos vuelto
devotos de la conciencia de Kṛṣṇa? Lo importante no es lo que otros puedan
pensar de nosotros sino que complazcamos a Śrīla Prabhupāda y que nunca
rehusemos cumplir sus órdenes.
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