Hay tantas maneras de glorificar a Prabhupāda... tantas maneras de
hablar de él y tanto que decir. Prabhupāda era ilimitado. Es ilimitado. Todo lo
que hizo siempre fue ilimitado. Nadie es capaz de entender la profundidad de
las acciones y las palabras de Prabhupāda. Es algo inconcebible. A veces
algunos devotos me dicen: ¡Qué suerte tienes de haberte asociado personalmente
con Prabhupāda! Y yo suelo responder: —Sí, claro—, por no entrar en mayores
discusiones. No quiero decir que no tuviera suerte. Fui muy afortunado. Pero no
siento que yo me haya asociado personalmente con Śrīla Prabhupāda. Tal vez
resulte difícil entender cómo puede uno estar mucho tiempo con alguien y sin
embargo no asociarse con él personalmente, pero como nunca pude comprender a
Prabhupāda no podría siquiera comenzar a concebir cómo asociarme con él
personalmente.
A menudo sentía muchos celos de Hari-śauri porque cuando ambos nos
sentábamos junto a Śrīla Prabhupāda, Śrīla Prabhupāda hablaba con él como si se
tratara de un viejo amigo. Y yo lo envidiaba terriblemente porque Śrīla Prabhupāda
nunca me hablaba a mí de ese modo. Tamāla Kṛṣṇa Mahārāja se sentaba frente a
Prabhupāda y discutía con él sobre todo tipo de cosas, y yo le tenía envidia
porque Śrīla Prabhupāda nunca me hablaba así a mí. Y cuando Śrīla Bhāvānanda
Mahārāja iba a ver a Prabhupāda, éste lo trataba todo el tiempo de un modo
encantador, mientras que a mí todo lo que me hacía era darme con el mazo en la
cabeza. Siento envidia porque todos tenían una relación muy profunda con Śrīla
Prabhupāda, y yo ni siquiera podía entender muy bien esa relación. Todo lo que
sé es que cada vez que me acercaba a Prabhupāda, él tomaba su mazo y me lo daba
por la cabeza. Y así siempre.
Es muy difícil de entender, porque cuando fui secretario intenté imitar
a todos los secretarios anteriores y lo único que conseguí fue ser aplastado en
pedazos. Cuando era sirviente intentaba imitar a los anteriores sirvientes,
pero nunca funcionaba. Cuando era GBC e iba de visita, imitaba a otros GBC
cuando iban de visita, pero tampoco. Ni siquiera pude estar presente cuando
Prabhupāda iba a dejar este mundo. No formaba parte de ello. No tomé parte en
las actividades durante la aparición de Prabhupāda en Occidente ni tampoco en
las actividades durante su desaparición del universo manifestado.
Siempre lamenté ser tan estúpido y perder el tiempo en la universidad en
1969, sin hacer nada, mientras Śrīla Prabhupāda estaba abajo, sentado en mi
dormitorio. Yo pasé por enfrente. Ni siquiera me enteré. No lo vi a él. No vi a
los devotos. No vi nada. Tan sólo crucé frente a mi habitación. No lo vi a él.
No vi a nadie. No vi nada. Jamás oí hablar de ello. Hasta que cuatro años más
tarde, la persona con la que vivía me dijo:
—¿Recuerdas al Swami que estaba en nuestra habitación aquel día?—. Yo le
pregunté: —¿Qué Swami?—. Cuando más tarde le comenté esto a Śrīla Prabhupāda,
él se echó a reír. Entonces le pregunté: —¿Por qué no lo pude ver entonces?—.
Él contestó: —No estabas preparado—. Bajé la cabeza.
Y recuerdo que cuando Prabhupāda nos estaba dejando, yo quise estar
allí. Pero había tantas cosas... enormes pleitos en los tribunales. Prabhupāda
era feliz cuando yo le llevaba libros, así que quería imprimirle muchos
libros... y allí estaba yo siempre corriendo de una imprenta a otra. Y cuando
acababa de conseguir otro montón de libros para llevarle, va y desaparece. Yo
no formaba parte de las actividades de Prabhupāda, ni pienso que jamás me haya
asociado personalmente con él. Y el día en que desapareció tampoco formé parte.
Siempre quise comprender el porqué, hasta hoy que lo estoy comprendiendo por
primera vez al oírlos a ustedes. Esto ha sido muy instructivo para mí.
En enero de 1976 Prabhupāda me echó; y me dio una lección por la que lo
recordaré para siempre. Él siempre me maceaba por lo mismo: porque yo siempre
insistía en estar con él personalmente y no entendía sus instrucciones.
—¿Por qué estás tan apegado a esta mal llamada «asociación personal»?
¿No comprendes que vāṇī [la
instrucción] es más importante que vapuḥ [la
presencia física]? ¿No comprendes que quiero que hagas algo útil?
Pero yo siempre intentaba volver junto a Śrīla Prabhupāda, incluso
cuando me había echado de su lado para que hiciera algún servicio más útil para
él. Ahora lo entiendo. Esa fue la última vez que me echó. No iba a conseguir
esa relación personal que siempre quise tener. Siempre me echaba. Un criado. Una
vez, estando en Nueva Māyāpura (Francia) en agosto de 1976, intenté volver a
asociarme con Prabhupāda a la fuerza. Pero después de haber trabajado como su
secretario durante tres días, Prabhupāda me pidió que le escribiera una carta.
De cada dos palabras, una la escribí mal. Siempre he tenido una ortografía
horrible. En vista de lo mal que lo hacía él quiso quitarme de en medio y ¿por
qué no usaba un diccionario?. Entonces busqué a un devoto para que me ayudara
con la redacción. La carta estaba tan mal escrita que hubo que hacerla de
nuevo. Y cuando le dije a Śrīla Prabhupāda:
—¡Pero Śrīla Prabhupāda, todos sus secretarios tenían mala ortografía!
¡Yo los he visto! ¿Por qué me castiga a mí por hacer faltas y ahora me echa?—.
Y yo seguía insistiendo. Me maceaba por todo. Y cuanto más enfadado estaba él,
más yo me resistía a dejarlo.
—No pienso irme. Me niego—. Eso se convirtió en una batalla.
—¡Vete!
—No, no lo haré.
Y entonces más mazo, más mazo y más mazo... Hasta que un día, al final
de toda esta tunda aquí en Vṛndāvana llegué y le dije:
—¡Está bien, me marcho, ya no aguanto más!
Y él respondió: —¡No es que tú te vas! ¡YO TE ECHO!
Hasta el último momento me estuvo diciendo:
—Fuera. Vete de aquí. Sirve para algo.
—No quiero volver. Hay demasiados problemas en Europa oriental.
—No me importa lo que hagas. Siéntate en tu habitación y canta Hare Kṛṣṇa.
Pero quédate allí.
—¿Y cómo voy a atravesar Rusia solo? Además no tengo una buena
asociación y nadie querrá venir conmigo; es demasiado peligroso.
—Entonces ve solo. Y cuidado con tu así llamada «buena asociación»—.
Prabhupāda siempre contradecía mis argumentos. Y en otra ocasión:
—Allí no hay nada para comer, Śrīla Prabhupāda.
—Pues entonces come carne.
—¿Pero qué pasará con mi conciencia?
—Al diablo con tu conciencia. ¡Tienes que predicar!—. Siempre me
confundía. Era inflexible. Quería que trabajara: eso era todo.
—Imprime mis libros. Distribuye mis libros. ¡Predica! Eso es todo. No
vuelvas aquí arrastrándote por el piso queriendo sentarte frente a mí sólo para
mover los dedos.
Me fui. Repitiendo estas últimas palabras pasé a máquina todos sus libros,
totalmente feliz. Esto es lo que él quiere. Es muy insistente.
Y porque seguramente soy muy sentimental, no creo que hubiera podido
presenciar su desaparición. Incluso hasta hoy no he querido ver una fotografía
ni oír hablar sobre cómo fue. Y por lo mismo ni siquiera he visto la película
de Yaduvara. (Yo sé que a él esto no le gusta, pero no puedo remediarlo.) No
sé; soy demasiado sentimental. Me es imposible. Prabhupāda me conocía
perfectamente y me trataba de una manera única para evitar ese sentimentalismo
mío y para hacer que me apegara a sus enseñanzas. Prabhupāda nos trataba a
todos y a cada uno de un modo perfecto. A cada devoto. De un modo único. Nadie
puede decir que sea capaz de describir completamente a Prabhupāda. No se puede
conocer ni siquiera una parte él, porque su manera de tratar a las personas en
cada circunstancia era única y maravillosa. Como Kṛṣṇa. Nadie puede conocer
totalmente a Kṛṣṇa. Sus glorias son ilimitadas. En la forma de actuar de
Prabhupāda podemos ver cómo manifestaba sus śaktis,
sus energías, consiguiendo que los
devotos de todo el mundo hicieran cosas inconcebibles. Inconcebibles.
Nunca olvidaré lo que Satsvarūpa dāsa Goswami escribió sobre el carisma
en su editorial de la revista De vuelta
al Supremo. Un jefe de policía de Nueva York le dijo: —¿Sabe por qué este
festival fue un éxito? Porque el Swamiji lo quiso. Porque él quiso que fuera un
éxito—. Todos conocemos la fuerza de Prabhupāda y la manera en que nos obliga a
seguir avanzando más y más.
Poco a poco, a medida que pasan los años, voy entendiendo que el vāṇī de Prabhupāda es el propio Śrīla
Prabhupāda. Ahora me siento más feliz, aunque si pudiera me echaría a sus pies
de loto y le rogaría: —¡Lléveme con usted!
Pero en ISKCON tenemos esta responsabilidad a pesar de nuestros
sentimientos de separación. En cualquier circunstancia sigamos: sigamos
imprimiendo, sigamos distribuyendo, sigamos construyendo, sigamos trabajando en
equipo para que podamos masajear todos juntos el cuerpo trascendental de Śrīla
Prabhupāda. Cada uno de nosotros tiene una parte de su cuerpo para poderle dar
masajes y hacer que se sienta cómodo y satisfecho. Unos lo masajean de una
forma, otros de otra, pero siempre de manera que sea agradable a Śrīla Prabhupāda.
Y en eso debería consistir toda nuestra satisfacción.
Conferencia de Harikeśa Swami
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