Prabhupāda nunca carecía de interés por cualquier cosa que estuviera
relacionada con el movimiento de conciencia de Kṛṣṇa. Si a veces no respondía a
la pregunta de un discípulo, era una muestra de su gravedad, instruyéndonos con
su indiferencia.
Era indiferente a su propia salud y en su deseo de propagar la conciencia
de Kṛṣṇa no descansaba lo suficiente para alguien de su edad. Estaba siempre
viajando porque no podía permanecer indiferente a las almas caídas ni a sus
discípulos. Gracias a su prédica y a sus viajes había creado el movimiento
internacional para la conciencia de Kṛṣṇa y se había colocado en el centro del
movimiento como su defensor, así que no podía mantenerse al margen. Decía que
cuando a un cuerpo se le corta un dedo, el cuerpo entero sufre. Cuando el
templo de Argentina fue cerrado por el gobierno, Prabhupāda se preocupó y
escribió en sus significados Bhaktivedanta que estaba preocupado del mismo modo
que Vasudeva: Vasudeva sabía que su hijo Kṛṣṇa no podía ser lastimado, pero esa
ansiedad era producto de su estado extático de protección paternal.
A Prabhupāda no le importaban los comentarios negativos sobre la
conciencia de Kṛṣṇa que aparecían en los periódicos, sobre todo porque veía su
lado positivo: los periódicos mencionaban a Kṛṣṇa. Se ocupaba de muchas cosas,
sin embargo en el nombre de Kṛṣṇa era también indiferente. Aunque entraba
constantemente mucho dinero, a Prabhupāda no le interesaba poseer nada. Decía
que sus derechos de autor por haber escrito tantos libros era tomar dos capātīs al día. Estaba desapegado de la
mansión Fisher que compramos en Detroit al igual que de las otras mansiones. Le
eran indiferentes los libros que se escribían acerca de él. Sólo quería que se
glorificara a Kṛṣṇa. Tampoco estaba demasiado interesado en conocer a las
grandes personalidades del país. Cuando alguien le decía: —¿Por qué no intenta
entrevistarse con el presidente Nixon y le dice estas cosas?—, Prabhupāda
respondía: —¿De qué serviría?—. Estaba preparado para reunirse con el Papa,
pero cuando sus agendas no coincidían tampoco lo buscaba. Sabía que posar en una
foto con un jefe de estado no significaba nada.
Y por supuesto era indiferente a los encantos de las mujeres. Veía a sus
discípulas como hijas y nietas y respetaba su servicio hacia él. Y aunque las
veía como almas espirituales, no se
reunía tanto con ellas como con sus discípulos hombres. No le interesaba
sentarse con mujeres o mirarlas para disfrutar con ello.
Era indiferente a cualquier invitación para visitar las ciudades a las
que viajaba. No deseaba ir a los centros de las ciudades, ni a los lugares
turísticos, ni a los centros comerciales, y jamás iba al cine o a competiciones
deportivas de ninguna clase. Le gustaban los parques porque podía pasear
cantando japa por las mañanas, y
también las grandes salas de reuniones de las ciudades si había allí una
audiencia que quisiera oírle hablar sobre la conciencia de Kṛṣṇa. O le
interesaba un edificio como posible compra para ser convertido en un templo.
Pero aunque visitó ciudades seductoras como Nueva York, Londres o París, jamás
le interesó ir a las bibliotecas, palacios, museos o visitar las bellezas
naturales como cuevas, cataratas, playas o montañas. Esas cosas no tenían
ningún atractivo para él. Prefería una sencilla habitación con una mesa baja
para poder hablar con invitados o estar con los devotos y poder así difundir la
conciencia de Kṛṣṇa. Pero si por su servicio se veía atrapado en situaciones de
opulencia o distracción, se volvía indiferente a la circunstancia.
Sobre todo durante los primeros años en América, Prabhupāda era
indiferente al hecho de que sus anfitriones en Pennsylvania comieran carne o
que se tuviera que trasladar a un infierno del mundo material conocido como el
Bowery. Era indiferente al hecho de que sus discípulos hubieran sido pecadores
antes de convertirse en devotos. En tales situaciones, él aceptaba y toleraba y
estaba desapegado incluso del deseo de encontrarse en entornos más espirituales
como son los lugares santos. Le era indiferente que un lugar fuera o no santo
siempre que pudiera predicar en él.
Su dieta era sencilla y no estaba interesado en las comidas especiales
que podían ofrecerle los italianos, los franceses o los norteamericanos.
Incluso dentro de la dieta hindú, que era su preferida, no le gustaba tomar
comidas extravagantes, sino cosas sencillas como arroz simple, dāl, capātīs y sabjī.
Le era indiferente la ropa y no le gustaba lucir bufandas llamativas, cādars llenos de colorido o zapatos,
abrigos y sombreros especiales. Siempre mantuvo su sencilla ropa de sannyāsī. En cambio sí le gustaban las
ropas alegres para las Deidades de los templos y las oportunidades de gastar
dinero en la construcción de edificios maravillosos o en nuevas maneras de
propagar la conciencia de Kṛṣṇa, como los dioramas (las exhibiciones de
estatuas de pasatiempos de Kṛṣṇa y pasajes de la filosofía). También le gustaba
y apreciaba la máxima calidad en la impresión de sus libros y en la
reproducción en color de las pinturas. En estas cosas, incluso en su aspecto
mundano, Śrīla Prabhupāda era un conocedor, alguien que sabía apreciar la
calidad, y pedía a sus devotos que compitieran en el mercado para conseguir lo
mejor y al mejor precio; debían obtener los mejores negocios y los mejores
productos para utilizarlos al servicio de Kṛṣṇa.
Satsvarūpa dāsa Goswami
Son maravillosas éstas descripciones del carácter de Srila Prabhupada. Yaja!
ResponderEliminar