Śrīla Prabhupāda Uvāca 67
Noviembre
de 1973; Bombay, India;
ISKCON,
Juhu
Esta
noche, Śrīla Prabhupāda me llamó a su habitación. Al entrar, dijo, “Para esta noche
puedes hacer algo de arroz inflado y maníes. Me llenará, pero no es pesado. Lo
que comí anoche hizo que me costara levantarme para traducir. Con el arroz
inflado no hay indigestión”. Salí de su habitación y comencé a preparar lo que
me pedía. Me pidió que lo sirviera con rodajas de pepinos y raíz de jengibre al
costado. Primero se hizo el chaunce, luego el arroz y los maníes fueron
colocados en la olla y cocinados hasta que todos los granos se tostaron. Lo
llevé a su habitación junto con leche caliente, endulzada con azúcar. Poco
después de terminar su comida, me llamó para decirme que era la hora del
masaje.
Para el
masaje nocturno, él se sentaba o yacía de espaldas, y en su piso de Juhu yo
solía sentarme en su cama, a su lado, porque el mosquitero la cubría por
completo. La habitación era muy tranquila. Mientras masajeaba sus piernas, él
dijo, “Mi madre cocinaba un arroz inflado de primera clase. Ella tenía una olla
especial, muy gruesa, de modo que se podía calentar mucho. Ponías arena y el
fuego muy caliente. Colocabas dentro el arroz y lo mezclabas. Se inflaba en la
arena caliente. Luego, se colaba. Al colarlo, había que hacerlo con firmeza y
limpiarlo muy bien para retirar toda la arena”.
Se detuvo
un momento y continuó, “Nos lo daba a menudo. El arroz inflado es muy bueno.
Ella era una cocinera de primera clase. Todo lo que hacía, lo hacía muy bien.
Era algo natural. Mi hermana también, ella era muy buena cocinera, aprendió
observando a mi mamá. En la sociedad Védica era el deber de la mujer. Las mujeres
se ocupaban todo el día en cocinar. El esposo y los hijos tomaban buen prasādam y todos estaban felices. La
mujer pasaba el día cocinando alimentos, almacenando y preparando diferentes
clases de comidas y cocinando con leche y haciendo ghi. Así pues, ellas eran todas muy expertas. En la cultura Védica,
toda vez que había una reunión, se reunían todas las mujeres. Cualesquiera
fiesta hubiera, todas llevaban algo. De esa forma tenían grandes festivales”.
Aún
absorto en sus pasatiempos infantiles, continuó, “Cuando nosotros éramos
jóvenes, no había escasez de comida. Siempre teníamos mucha comida. En la
estación del mango, solíamos tener un cesto de mangos en la casa. Cuando éramos
niños, corríamos por la casa jugando. Tomábamos los mangos mientras corríamos.
Comíamos mangos durante todo el día. Ni tenías que pensar, “Oh, ¿puedo tener un
mango?'. Había un montón de comida. Así pues, la vida era muy simple. Mi padre
no hablaba mucho, pero siempre traía comida suficiente. No había ningún
problema”.